Democracia e instintos aristocráticos

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La publicación del primer volumen de La democracia en América de Tocqueville fue saludada como “el comienzo de una nueva era en el estudio científico de la política”, según afirmó en 1835 John Stuart Mill. Incómodo en Francia después de la caída de los Borbones en 1830, el joven aristócrata Alexis de Tocqueville tomó la decisión de viajar a los Estados Unidos; en ese momento no era consciente de que no solamente toda su vida iba a cambiar drásticamente, sino que además daría a conocer a los europeos el inmenso valor de la democracia. Chateaubriand había exaltado la democracia de los Estados Unidos, ante lo cual Tocqueville reaccionó como un fervoroso nacionalista monárquico y rechazó que Francia tuviese algo que aprender de la república americana. Denunció a Chateaubriand como un genio que había perdido la ruta y que empleaba su maravilloso talento en arruinar su propio país. En 1827, Chateaubriand había escrito en su Viaje a América que “el establecimiento de una república representativa en Estados Unidos es uno de los más grandes acontecimientos de la historia mundial”. Tocqueville, después de su propio viaje por los Estados Unidos, al escribir el resultado de sus observaciones, corroboraría la afirmación de Chateaubriand que tanto le había molestado antes de salir de Francia.

Me pregunto si acaso fue necesaria la sensibilidad de un aristócrata para entender las costumbres democráticas de una manera tan aguda y penetrante. Quiero recordar que, después de publicado el segundo volumen de La democracia en América en 1840, Tocqueville afirmó: “Me gustan las instituciones democráticas si uso la cabeza, pero yo soy aristócrata por instinto; es decir que le tengo desprecio y miedo a la muchedumbre” (“Mon instinct, mes opinions”, 1841). Me parece que la distancia que separaba al aristócrata de los demócratas sirvió, paradójicamente, para agudizar su mirada, tal vez de la misma manera en que un antropólogo observa a grupos humanos completamente diferentes al suyo. No se convirtió en un demócrata, pero hizo algo mejor: nos dio las más refinadas herramientas para entender la democracia moderna.

En el mismo texto, que escribió para sí mismo y no para ser publicado, Tocqueville revela lo que encuentra en el fondo de su alma: “Amo con pasión la libertad, la legalidad, el respeto de los derechos, pero no la democracia.” ¡Tremenda afirmación del autor del más importante texto que se haya escrito sobre la democracia! En su intimidad, Tocqueville sigue explicando: “Odio la demagogia, la acción desordenada de las masas, su intervención violenta y mal iluminada en los negocios, las pasiones envidiosas de las clases bajas, las tendencias irreligiosas.”

Tocqueville estaba convencido de que las costumbres explicaban la democracia mejor que las leyes o las instituciones. Esta idea le permitió entender muchas cosas, pero también le cerró los ojos ante un fenómeno esencial de la democracia en los Estados Unidos: la función de los partidos, tema que prácticamente no aborda.

Fueron tal vez también sus instintos aristocráticos los que ayudaron a Tocqueville a reconocer en la gran Revolución francesa los elementos que provenían del antiguo régimen. La sociedad moderna, en realidad, había sido incubada por el antiguo régimen, y la revolución había solamente sido el rabioso precipitador que espoleó la destrucción de aquello que era inservible. Es esta una de las ideas centrales de su libro El antiguo régimen y la revolución, de 1856. Las costumbres aristocráticas de Tocqueville (que él llama sus instintos) le permitieron adentrarse en los arcanos del antiguo régimen para descubrir allí los elementos modernos que en 1789 harían eclosión.

En su indagación de las contradicciones que alojaba el régimen anterior a la revolución, Tocqueville halló una de las ideas claves de su obra: que no debía confundirse la libertad con la independencia. Las clases ilustradas del antiguo régimen soportaban una terrible dependencia con respecto de la monarquía, pero su alma era mucho más libre que la de quienes rodeaban a Tocqueville. De allí esa frase que tan bien caracteriza todo su pensamiento y que ha inquietado a muchos: “No hay nada menos independiente que un hombre libre.” Como tantas ideas de Tocqueville, esta afirmación sigue dando que pensar hoy en día. Las personas son hoy seguramente más libres que en la época de Tocqueville, pero dependen más de la inmensa fuerza de la globalización y de las redes económicas, políticas y mediáticas que las rodean.

Tocqueville fue extremadamente sensible a la caída de la nobleza y por ello entendió bien el avance de la igualdad, que sufrió en carne propia. Estaba seguro de que su expansión era inevitable. Pero ello no le impidió ver, como lo expresa en las palabras finales de La democracia en América, que la igualdad puede llevar a las naciones tanto a la libertad como a la servidumbre, a la ilustración como a la barbarie, a la prosperidad como a las miserias. …

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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