Democratizar a la democracia

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Muchos analistas han llegado a la conclusión de que la democracia política es un proceso vivo que desde la segunda mitad del siglo XX está sufriendo una profunda transformación. Uno de los más brillantes historiadores de la democracia, John Keane, está convencido de que está naciendo una nueva forma democrática que puede ser definida como posrepresentativa, no porque abandone las formas de representación basadas en el voto libre de la ciudadanía, sino porque agrega a estos procesos tradicionales nuevos y poderosos mecanismos de escrutinio no parlamentario. Se trata, según Keane, de una democracia monitoria (monitory democracy) en la que se multiplican los mecanismos monitores que permiten vigilar a los poderes establecidos e informar a la sociedad sobre su funcionamiento. Se trata de funciones realizadas por grupos e instituciones independientes que suelen amonestar, conminar o reprender a los poderes políticos y que alertan públicamente y reparten moniciones sobre el malfuncionamiento del gobierno y de los malos manejos de los políticos, los funcionarios y los representantes. John Keane, profesor en la Universidad de Westminster en Londres, desarrolla esta idea en su monumental historia de la democracia (The life and death of democracy, 2009), donde ofrece una visión no convencional, novedosa y provocadora. “Es como si la democracia misma –dice Keane– hubiera comenzado finalmente a ser democratizada, hasta el punto en que los antropólogos están mejor equipados que los politólogos para entender su expresiones” (p. 687). Creo que lentamente está creciendo en muchos países una nueva cultura que impulsa una multitud heterogénea de fenómenos, que van desde los consejos ciudadanos, auditorías populares y organizaciones en defensa de los derechos humanos, hasta asociaciones internacionales de observación, instituciones autónomas de vigilancia y grupos que monitorean los abusos de poder. Keane tiene toda la razón cuando afirma que la maquinaria tradicional de la democracia representativa no es capaz de impedir que criminales políticos ocupen el poder, ni puede promover una cultura de respeto por la sociedad civil, el estado de derecho y la confianza en el gobierno. Los controles públicos e independientes son mucho más efectivos en la preparación de la sociedad para que se convierta en el sustento de una democracia duradera.

Traigo a colación estas ideas, tomadas de un libro que recomiendo calurosamente, pues cuando se publiquen estas líneas es probable que haya sido electo en México un presidente surgido del antiguo partido autoritario. Ello significaría que se abre en México la peligrosa alternativa de una evolución política similar a la que encabeza Vladimir Putin en Rusia, donde la transición ha traído el retorno de viejos políticos autoritarios, corruptos y represores. Dejaron de ser socialistas, abrazaron el capitalismo en sus variantes más bárbaras y han bloqueado la expansión de una democracia avanzada, en gran medida debido a la precariedad de las organizaciones monitoras y de la debilidad de una sociedad civil sólidamente afincada en una cultura moderna.

Se trataría de un intento por restaurar el antiguo régimen. Sin embargo, no creo que se pueda retornar a la situación política que prevaleció durante el siglo XX, con su sistema autoritario de partido único. Con todo lo embrionarias que puedan ser las nuevas instituciones democráticas en México, ellas se han consolidado mucho y es difícil que puedan ser eliminadas. Pero sí es factible que un intento de restauración desemboque en la formación de un poder presidencial duro e impermeable, apoyado por los veinte gobernadores del PRI, por los monopolios de la televisión, por grandes sindicatos y por una gran parte de la clase empresarial. En una situación semejante, que yo espero sinceramente que no ocurra, y que sería indeseable, no es seguro de que los partidos de oposición, por sí mismos, puedan frenar las tendencias autoritarias. Es necesario que operen los mecanismos de la democracia monitoria (o monitora), que en México tienen aún una presencia marginal.

Es probable que el partido que gane las elecciones presidenciales lo logre con un porcentaje relativamente bajo, menor al 40%. Si ello es así, no tardaremos en estar discutiendo la posibilidad o la necesidad de que se realice un pacto para apuntalar la legitimidad del partido ganador y para facilitar la gobernabilidad. Incluso tal vez se discuta la posibilidad de un gobierno de coalición. En estas discusiones y negociaciones acaso surja la alternativa de frenar las tendencias autoritarias a las que me he referido.

Pero lo más importante serán las tendencias que impulsen la democratización de la democracia y la expansión de los grupos e instituciones independientes y autónomos que sean capaces de convertirse en sofisticados y modernos monitores del sistema político. ~

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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