Fotografía: EFEVISUAL

Elena Garro: poderes de la palabra

Garro desmontó con lucidez las dinámicas de la misoginia y el autoritarismo. Su obra muestra que la dominación social y personal comienza con el lenguaje.
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Creadora de mundos de luz y sombra, Elena Garro exploró todos los géneros: el periodismo, el guion cinematográfico, el ensayo, las memorias, la poesía, el teatro y la narrativa. La maestría de su escritura y la creatividad con que innovó en los dos últimos bastan para situarla entre las mejores plumas en lengua castellana.

Gran lectora, conocedora de la literatura española de los siglos de oro, del romanticismo alemán, de la gran novela rusa y de la literatura fantástica del Río de la Plata, entre otras, conjuntó en sus textos una mirada aguda y sensible sobre su época, una imaginación deslumbrante y una escritura fina, rica en matices y contrastes.

Testigo de su tiempo, trazó en su obra un amplio y lúcido mosaico de los avatares del siglo XX. En sus novelas y cuentos, farsas, dramas y memorias, aparecen escenas de una Historia turbulenta y sombría; personajes entrañables o despreciables, atrapados en la mediocridad del tiempo cronológico o amenazados por un destino fatal, que buscan, y a veces encuentran, un punto de fuga hacia ámbitos ajenos a la burda materialidad cotidiana. En paisajes brillantes o desolados, jardines, casas o cuartos de hotel, habitan seres las más de las veces desesperanzados que, no obstante, anhelan otra manera de ser y vivir. Para algunos, la imaginación abre la puerta hacia la libertad, así sea pasajera; para otros, la resistencia desde la lucidez crítica es el último refugio; los más quedan expuestos al embate de la violencia política o personal, al afán de poder de unos cuantos, sujetos a un sistema social opresivo, en que florecen la mentira y la arbitrariedad. La recreación del pasado y la reflexión desde el presente están atravesadas por una visión crítica del progreso, un cuestionamiento de la injusticia y la desigualdad y un anhelo de cambio que solo parece alcanzable en un tiempo fantástico, en otra parte.

La aguda crítica política y social que se despliega desde Un hogar sólido (1956) en el teatro y Los recuerdos del porvenir (1963) en la novela, hasta Memorias de España 1937 y la narrativa publicada en los años noventa, invita por sí sola a la relectura y confirma la vigencia de esta obra. Lo que la hace perdurable y extraordinaria, sin embargo, es el arte de la escritura, deslumbrante en sus mejores creaciones, y la potencia de la imaginación que amplía la realidad de personajes y lectores. La oralidad, el ritmo de la prosa, la vivacidad de los diálogos, la elegancia de la ironía en las farsas, dan cuenta de un oído fino y sensible a los matices de la voz. La viveza de las imágenes visuales, la densidad de la prosa poética en Los recuerdos del porvenir, La semana de colores (1964) y en las piezas en un acto sobre todo; el entrelazamiento de palabra y silencios expresivos que, con distintos tonos, caracterizan la escritura garriana hasta Mi hermanita Magdalena, añaden intensidad al drama y profundidad a la narración.

Ligada a un concepto múltiple del tiempo y a un sentido mágico de la palabra, la vertiente fantástica de la imaginación fisura ámbitos muchas veces sombríos que se iluminan con la irrupción del deseo o la esperanza. Si bien estas iluminaciones se reducen a partir de los cuentos exílicos de Andamos huyendo Lola (1980), y la palabra pierde magia en el universo ficticio, persisten, en tono menor, el anhelo de libertad o la nostalgia de un paraíso perdido, indicios de resistencia perceptibles en algún pasaje lírico, como en La casa junto al río (1983) o en un efímero escape fantástico que conduce a la muerte o libera, como sucede en “Una mujer sin cocina” y “La dama y la turquesa”.

El rico tejido de la escritura de Garro y las múltiples facetas de la realidad social y política que abarca ofrecen pues una amplia gama de lecturas. Así lo demuestra la crítica, cada vez más amplia y diversa, que ha destacado los juegos con el tiempo, la memoria, la dinámica de lo fantástico, la idealización de la infancia, la reivindicación de culturas y grupos marginados, la visión crítica del poder patriarcal, la reinterpretación de la historia, la ironía contrapuesta a la solemnidad… A estos y otros puntos de partida puede añadirse, como invitación al viaje, una exploración de la visión crítica de la dominación como crítica del discurso autoritario, a la que subyace un concepto poético y ético de la palabra como fuerza transformadora, y del silencio como manifestación expresiva que no es solo ausencia de voz. Desde mi perspectiva, una de las claves del poder de la escritura de Elena Garro es su fina percepción, y expresión, de los matices del lenguaje –silencio y voz– y de los efectos nefastos de su degradación por el discurso monológico del autoritarismo, político, social o personal.

Detrás del tiempo de los relojes está el tiempo infinito de la dicha

Los recuerdos del porvenir, iniciadora del realismo mágico o renovadora de la literatura fantástica, según se vea, es una novela innovadora desde la voz narrativa colectiva del pueblo que surge desde la “piedra aparente” de la memoria y desciende hasta la plaza, para contar los avatares de una comunidad y sus habitantes durante la era posrevolucionaria y la guerra cristera. El relato de esta desde la experiencia del pueblo, opuesto a la invasión de las tropas federales y a la política que, desde su perspectiva, le cierra la iglesia, rompe, en los años sesenta, con la versión triunfante de la revolución. Más que una novela cristera, como la leyeron algunos, este es un relato de la microhistoria contada desde el margen. En el pasaje más conocido, además del memorable primer párrafo, el tiempo se detiene de pronto y todo queda inmóvil y mudo. La ruptura del tiempo cronológico abre paso entonces a los amantes desdichados que huyen hacia un horizonte iluminado y vivo. Al inscribir este acontecimiento extraordinario como un hecho verosímil, la autora amplía la realidad y le da un sentido esperanzador al tiempo, como tiempo del deseo y la felicidad.

Esta fisura temporal, que aquí puede atribuirse a la fuerza del amor, es también signo de la constricción del ámbito diegético en que se acumulan ahorcados, la palabra circula como chisme o discurso hueco o se coagula en letras sin sentido. Ahí solo el teatro y la poesía abren camino a la ilusión y alejan de la mediocridad.

La bifurcación del tiempo en Los recuerdos del porvenir introduce en la narrativa de Garro un anhelo de superar a Cronos, sugerido ya, con otros matices, en Un hogar sólido, farsa lúgubre con que Garro se inicia en el teatro. En la cripta donde se van reuniendo los integrantes de una familia, el tiempo cronológico no pasa: cada quien permanece en la edad de su muerte. El carácter fantástico de esta pieza se manifiesta también en un concepto de la vida post mortem como oportunidad de “ser todas las cosas” y “todos los tiempos”. La dicha que transmite el lirismo de las imágenes en que pueden transformarse los moradores de este otro mundo contrasta irónicamente con su infelicidad anterior: el ansiado hogar sólido se encuentra únicamente en la tumba.

La concepción garriana del tiempo no solo opone a Cronos el tiempo del deseo. En los cuentos de La semana de colores, el tiempo se bifurca en dos días paralelos, o se fragmenta en dos siglos separados que de pronto se superponen o entrecruzan, como sucede en “La culpa es de los tlaxcaltecas”, uno de los mejores cuentos mexicanos, según Carlos Monsiváis. El paso de un siglo a otro, que la protagonista vive con naturalidad, contrasta dos épocas, dos cosmovisiones que forman parte de una sociedad que se dice mestiza pero no ha asumido su pasado, y donde el progreso no significa mejores relaciones de género ni mayor felicidad. El relato puede así leerse como indagación en el “problema de la identidad” y como reivindicación de la Malinche (de acuerdo con Evodio Escalante); el final sugiere un impasse o la imposibilidad de acceder a la dicha en este mundo.

Aunque la felicidad se vislumbre en la tumba, en el pasado o en un instante inaccesible para los más, el desdoblamiento del tiempo abre la puerta a una realidad deseada e ilumina la belleza del mundo, que suele pasar inadvertida en el agobio del presente. Ese tiempo del deseo y de la dicha es también un tiempo que se conserva en la memoria, al que puede accederse a través del relato o del recuerdo. Así en el ambiente más sombrío de Andamos huyendo Lola, por ejemplo, aparece un tiempo-espacio que lleva a los personajes a una muerte liberadora o a un refugio fantástico.

El cielo fijo de los fusilados

El tiempo arruinado de Ixtepec bajo el embate de la violencia es también el de los fusilamientos que denuncia Felipe Ángeles, protagonista del drama histórico en el que Garro enjuicia a la Revolución. La crítica de la violencia política apunta al abuso del poder, a la manipulación de la historia y al vaciamiento de la palabra. Con matices diversos, la autora configura la violencia como una maquinaria destructiva que se retroalimenta desde lo político, lo social y lo personal. El tiempo de la violencia parece inmóvil o se manifiesta como un tiempo cíclico que anuncia un destino funesto, a veces ineluctable.

Esta visión integral de la violencia destaca por la lucidez con que se configura la violencia contra las mujeres como factor estructural en un sistema de dominación excluyente y depredador que la reproduce, normaliza e intensifica. Los recuerdos del porvenir, Testimonios sobre Mariana (1981), Reencuentro de personajes (1982) son, desde esta perspectiva, novelas notables por la minuciosidad con que se desmonta la dinámica de la agresión misógina y se exponen los efectos del miedo, el aislamiento y la desesperanza que provoca.

Destaca también, en términos éticos y literarios, por las conexiones que se establecen entre el afán de dominación y la transformación del discurso en demagogia o en arma que estigmatiza, acalla y anula. Equivocar las palabras confunde los términos de la realidad y contamina o impide la comunicación. La mentira, el discurso hipócrita, el vaciamiento del sentido de palabras como ley, justicia o verdad, son instrumentos de un Estado autoritario, como el que confronta Ángeles, o Yáñez en Y Matarazo no llamó… (1991). Forman también parte del arsenal con que los poderosos acaban por transformar a los marginados, los exiliados, los indígenas y las mujeres en fantasmas de sí mismos, en “no personas”.

Contra esta degradación, Ángeles y Juan Cariño, personajes cercanos a la voz autoral, reivindican el poder de la palabra que preserva un sentido de verdad, o que, como la poesía, da vida a la ilusión.

Al hombre se le rescata con la palabra

En Felipe Ángeles (1979), la palabra que rescata es la que enuncia lo prohibido y censurado, la que rompe el silencio impuesto y dice las verdades del/al poder. La denuncia, la recuperación de la verdad (de los hechos al menos), la enunciación en voz alta de los secretos del poder, es peligrosa pero necesaria para vivir y morir con dignidad y sentido ético, como sugiere también la historia de Yáñez y Matarazo.

Este concepto del poder de la palabra se manifiesta por contraste en piezas y relatos donde la enunciación no solo es peligrosa sino destructiva. En “Los perros” o “El árbol”, el código indígena carga de magia negra la enunciación: pronunciar el peligro es atraerlo, contarles a otros los propios pecados, los seca y mata. En “El rastro” la intensidad poética del delirio del protagonista inunda el paisaje de imágenes sangrientas y estalla en el feminicidio. En la narrativa de los noventa, ajena a la cosmovisión indígena, la palabra abusiva también es acto destructivo: el insulto degrada a la agredida y al agresor: quienes denigran y acosan a las exiliadas o a las mujeres perseguidas son seres inferiores, de voz chillona y aspecto sospechoso, que destruyen a sus víctimas pero caen ellos mismos en el abismo de la corrupción y del mal.

Este somero recorrido hacia un esbozo de una “ética y poética de la palabra” en la obra de Garro quedaría incompleto sin una mínima alusión al silencio, que, en su escritura, adquiere una expresividad inusitada.

El silencio aquí no es ausencia de palabra, ni mera censura: los silencios, polisémicos y diversos forman parte del discurso de los personajes, impregnan la atmósfera y dan mayor densidad a la prosa. Abundan desde luego los silencios del suspenso y del enigma, cruciales en las novelas de corte policiaco. El silencio impuesto por la represión, la opresión, la violencia y la muerte, arruina a Ixtepec, mina a Yáñez y a Matarazo, paraliza a las mujeres desarraigadas y maltratadas por propios o extraños. El silencio cómplice envilece, denota la normalización del feminicidio, el asesinato moral o la persecución incesante.

Pero hay también silencios elegidos: callar permite resistir, protegerse y proteger a otros, preservar la intimidad. Callar es también evitar la palabra innecesaria, entenderse sin palabras, rechazar la hojarasca verbal cuando no hay más alternativa.

Este entrelazamiento de palabra y silencios expresivos, apenas esbozado aquí, puede leerse como hilo poético que, con distinta intensidad, atraviesa el entramado de la escritura de Garro. Constituye también, me parece, un hilo revelador de la posición ética desde la cual Elena Garro mira, reconstruye y desmonta la expansión de la violencia, el afán de poder y la exclusión en épocas oscuras, como la nuestra. ~

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