Desconfianza ante los recuentos

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No comencemos por el comienzo, ni siquiera por el archivo.

Sino por la palabra «archivo» -y por el archivo de una palabra tan familiar. Arkhé, recordemos, nombra a la vez el comienzo y el mandato. Este nombre coordina aparentemente dos principios en uno: el principio según la naturaleza o la historia, allí donde las cosas comienzan -principio físico, histórico u ontológico-, mas también el principio según la ley, allí donde los hombres y los dioses mandan

Jacques Derrida

1.

Son innumerables y francamente obvios los reclamos que se le achacan a “estas fechas”. Que si es demasiado falsa, demasiado consumista, exhibicionista y complaciente; en exceso melosa y sensiblera; innecesariamente histriónica y desesperantemente luminosa. Claro: es todo eso. No hay duda y tampoco hay demasiada necesidad de repetirlo. Esta es una temporada que, con una destreza rayana en lo desconcertante, absorbe las críticas más ácidas y las transforma en villancico y colación.

El ojo lo tengo puesto en uno de los destilados de aquellos vicios ya señalados. Tan ubicuo y tan constante que hasta hay quien espera su llegada. Sus llegadas, porque son legión. Ni bien se mancilla el primer día de diciembre en la agenda, en todo escenario de nuestra cultura popular comienzan a aparecer los recuentos.

Recuento de notas importantes, de canciones destacadas, de libros leídos, de conversaciones, entrevistas, sucesos, berrinches, imágenes, películas, desatinos, bloopers, hazañas y nimiedades; recuentos de recuentos. Esta época, queda claro, es la de dar y regalar, y la de volver sobre nuestros pasos.

2.

La memoria humana no es un proceso acumulativo. Entiendo que los que entienden de esto se inclinan cada vez más hacia modelos de memoria con elaboradas coreografías entre proteínas y regiones cerebrales y no hacia la idea de un gabinete etiquetado desbordante de experiencias. Uno confecciona su pasado, es la idea. Y con esta idea en mente es que fundamento mi desagrado –inicia siempre con una mueca y termina en la sorda desesperación que sobreviene con la impotencia, como cuando el metro se estaciona a medio túnel o a uno le recetan la tradicional “no eres tú, soy yo”.

Desprecio los recuentos de fin de año porque son imperativos. Para funcionar como tal, el recuento, como todo ejercicio de curaduría requiere de la imposición. Y en este caso, se trata de la curaduría de la memoria anual. Según tu estación de radio de confianza, este es el playlist; según tu noticiero, este el almanaque; según tus críticos, estas las publicaciones y los filmes… Prefiero –en parte por adolescente emocional, en parte porque soy devoto del culto a la neurociencia que colinda con la ciencia ficción– ser partidario del olvido, la imprecisión y la duda. Elijo desatender el imperativo de nuestros días: estar al tanto .

A cambio, decido pasar por alto, dejar para después, no atender hasta que un golpe de dados o una embarazosa asociación de palabras me haga recordar. Prefiero, en esta época en la que cargo con dos USB en la mochila, tres cuentas de correo activas con sus correspondientes archivos, y varios cuadernos de notas, renunciar a ese par de saberes sencillos pero alevosos que se consiguen en estas fechas: el de la competencia coyuntural y el del recuerdo permanente. Que nada se olvide, parafraseando a Seneca, “no nutre, contamina” ; contamina de literalidad, de una falsa sensación de estar completos, de tener control; contamina con la ilusión de ser siempre pertinentes.

– Pablo Duarte

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(ciudad de México, 1980) es ensayista y traductor.


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