como llamado por la claridad de la noche,
o por el aire tibio que olía a madreselva.
La carretera bajaba en línea recta
hacia un valle extensísimo
bajo el imperio de la luna.
En el silencio, sólo se escuchaba
el susurro del coche a toda velocidad.
Pero el susurro me alarmó de pronto,
como el escándalo de un despertador.
Crispé las manos, aferradas al volante,
y abrí los ojos, contra el peso del sueño.
Estuve a punto de frenar bruscamente,
pero me limité a quitar el pie del acelerador.
Todo seguía impasible, como si nada hubiera pasado.
Me acordé del instante inverosímil
de estar en vilo por el aire,
como si despegara aquella nave espacial
que nos llevaba a un día de campo,
muchos años atrás. ¡Qué suavemente
se pasa a la voltereta!
Sentí el tam tam violento del corazón
y una especie de vértigo en los testículos.
Empecé a frenar suavemente, hasta detenerme
a la orilla de la carretera. Bajé del coche
para respirar, para recuperarme,
para orinar el susto,
como manda la medicina tradicional.
Fue seguramente un parpadeo,
menos que un segundo. Pero qué importa:
todo pudo pasar. En el silencio, sólo se escuchaban
los ruidos misteriosos de la noche apacible.
Aquella paz, de la vida en lo suyo, del viento
entretenido en chismear con las hojas,
de la tertulia de los grillos, de la espléndida luna
que, con la misma lejanía,
hubiese contemplado los restos del accidente,
me dio un segundo pánico.
Pánico de mí, de mi cadáver al volante,
que despierta y soy yo. Pánico del autor
de mis actos, que aparece y desaparece.
Pánico de esos actos anónimos,
en busca de autor,
como el mugido tenue de la brisa
casi a punto de hablar
en sílabas delirantes, en el límite ambiguo
de escucharse sonámbula y despertar,
o gemir en un sueño sin memoria.
¿Soy una autonomía que conduce a un autómata
que conduce un automóvil? ¿Desperté o despertó?
¿Soy una mente ida, un fantasma venido,
un cadáver quedado? ¿Recobré la conciencia
o la conciencia me recobró? ¿De quién fue el salto
por encima del abismo, entre el principio y fin
del piloto automático que estuvo a cargo,
mientras dejé de ser? ¿O seguí siendo quién,
dónde, cómo, al ausentarme?
¿Volví a nacer (reencarné, resucité)
como lector de un cuerpo y unos actos
que resultaron míos? ¿Soy
el autor de esos actos? ¿Soy el editor,
que los deja fluir o los corrige?
¿Soy ese fluir de un manantial desconocido?
¿Soy una grabación que se vuelve consciente
y, en vez de repetirse, como un mensaje pregrabado,
se asume y continúa hablando por su cuenta?
¿Soy la brisa que habla, un soplo que se exhala
y sin embargo se conserva en algún lugar?
¿Soy el Espíritu Santo que baja a una computadora,
asume su memoria de sílice, anima el barro y dice
/ yo?
¿Nací cuando ya había empezado la película
de mi vida, de la cual me contaron el principio?
¿Después de las primeras escenas,
de los primeros créditos, del valle que se extiende
bajo la luna, en una toma larga y lenta
del coche a toda velocidad? ~
Garcilaso de la Vega, “Égloga Tercera”: “En el silencio, sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba”.
David Ogilvy, Ogilvy on advertising: “At 60 miles an hour the loudest noise in this new Rolls-Royce comes from the electric clock”.
Associated Press, 7 XII 83. Portsmouth, UK: “Dormido, condujo un auto por 43 kilómetros”.
Heribert Mühlen, Mysterium salutis: A diferencia de Yahveh en el Antiguo Testamento y de Jesús en el Nuevo, el Espíritu Santo nunca ha dicho yo (citado por Yves M.J. Congar, El Espíritu Santo, I).
René Descartes, Meditaciones metafísicas, III: “Por lo que hace a mis padres, de los cuales parece que nací”…
G.K. Chesterton, Autobiography, I: “The story of my birth might be untrue.” “It has been handed down to me by oral tradition.”
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.