España en 100 libros: Las que faltan

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¿Los 100 libros “que más han influido en el devenir nacional de los últimos cien años”, según cuatro destacados críticos españoles? La idea era espléndida. Pero al recorrer el listado resultante, una sentía cierta extrañeza, sin saber muy bien, en un primer momento, por qué. Qué raro que no figure Rosa Chacel… Vaya, pero si no está tampoco María Zambrano. ¿Y Ana María Matute? ¡Pero si es de las más grandes, si lleva sesenta años siéndolo! ¿De verdad ninguno ha pensado en ella? ¿Y Mercè Rodoreda? ¿Y Montserrat Roig? ¿Y cómo puede ser que no esté Esther Tusquets? ¡Ni María Teresa León! ¡Ni Almudena Grandes! ¡Ni Belén Gopegui! Hasta que al final, una cae en la cuenta: es que no han incluido prácticamente a ninguna mujer. De los 100 libros que estos cuatro críticos (se les pidió 25 a cada uno) consideran importantes, 97 llevan firma masculina.

Ya sé cuál es la respuesta estándar ante críticas de ese tipo: “No aplicamos cuotas, sólo atendemos a la calidad”. ¿Calidad? ¿A juicio de quién? Pues no siendo la literatura una ciencia exacta, la calidad siempre será cuestión de gustos (gustos instruidos, formados, educados, desde luego, pero gustos al fin), cuestión, pues, subjetiva. En la que influyen factores subjetivos. Que por ejemplo el crítico aragonés, Félix Romeo, haya mencionado más libros de autores aragoneses que su colega catalán o canario me parece explicable: tiene más información sobre esas obras, las conoce mejor, le resultan más próximas. Y legítimo, a condición de que no se privilegie unas circunstancias sobre otras… que es lo que ocurre cuando sólo se pide opinión a varones (lo eran los cuatro críticos consultados en el número de Letras Libres al que me estoy refiriendo).

Claro está que no es sólo, mecánicamente, el sexo del crítico lo que define sus preferencias. Se trata también de la ideología en la que todos, hombres y mujeres, estamos inmersos: la ideología patriarcal, tan arraigada que, a menos que hagamos un esfuerzo consciente para entenderla y criticarla, ni siquiera solemos reparar en ella, y que es tanto más eficaz cuanto que la asumimos inconscientemente. Una ideología que entre otras cosas, dictamina que sólo el varón encarna a todo el género humano (como lo muestra la doble acepción de la palabra hombre), mientras que la mujer es sólo la mitad de la especie. De lo que se sigue, siempre según la ideología patriarcal, que los varones (los escritores, experiencias, personajes, etcétera, masculinos) nos representan a todos, mientras que las mujeres (escritoras, experiencias, personajes, etcétera, femeninos) sólo se representan a sí mismas, y sólo pueden interesarse unas a otras. Con tales parámetros, no es de extrañar que a la hora de establecer un canon, es decir, de señalar las obras de mayor alcance, de más amplia representatividad, la mayoría de los críticos piensen sólo en obras masculinas. Pero ¿no sería hora de que empezaran a ejercer la sana virtud de la autocrítica?

Por mi parte, acogiéndome a la amable hospitalidad de Letras libres, señalo a continuación 25 obras debidas a escritoras españolas que han influido en el devenir de los últimos cien años. No porque crea, claro está, que sólo ellas importan –si me hubieran pedido mi opinión en un primer momento, habría hecho una lista con escritoras y escritores–, sino porque de las obras masculinas –de todas o casi todas las que yo habría incluido– ya se ocuparon los cuatro críticos que opinaban en el número anterior. Era recuperar la otra mitad de la historia lo que hacía falta; subsanar el olvido, contrarrestar la tendencia inconsciente de toda cultura patriarcal a borrar las huellas femeninas.

Aunque he intentado ser objetiva en la apreciación de la importancia de los textos, entendiendo por tal su calidad, su novedad y el haber sabido capturar el espíritu de su generación, quiero confesar también mis propias circunstancias subjetivas: nací en Cataluña, de padre catalán y madre castellana, y vivo en Madrid (hablo ambas lenguas y escribo en castellano); leo más prosa que poesía, y tengo debilidad por los géneros autobiográficos. Quiero que conste, porque como ya dije, no creo que en asuntos artísticos la objetividad perfecta sea posible.

 

Solitud (1905), de Víctor Català (Caterina Albert)

Nada (1945), de Carmen Laforet

Fiesta al noroeste (1953), de Ana María Matute

A instancia de parte (1954), de Mercedes Fórmica

La plaça del Diamant (1962), de Mercè Rodoreda

Memoria de la melancolía (1970), de María Teresa León

Cartas a una idiota española (1974), de Lidia Falcón

Te deix, amor, la mar com a penyora (1975), de Carme Riera

El temps de les cireres (1978), de Montserrat Roig

Crónica del desamor (1979), de Rosa Montero

El mismo mar de todos los veranos (1979),

de Esther Tusquets

El bandido doblemente armado (1980),

de Soledad Puértolas

Mi hermana Elba (1980), de Cristina Fernández Cubas

Alcancía (1982), de Rosa Chacel

Hacia una crítica de la razón patriarcal (1985),

de Celia Amorós

Delirio y destino (1989), de María Zambrano

Las edades de Lulú (1989), de Almudena Grandes

Historia de una maestra (1991), de Josefina R. Aldecoa

Nubosidad variable (1992), de Carmen Martín Gaite

Amor, curiosidad, Prozac y dudas (1997),

de Lucía Etxebarría

Lo real (2001), de Belén Gopegui

Velódromo de invierno (2001), de Juana Salabert

La voz dormida (2002) de Dulce Chacón

Reina de América (2002) de Nuria Amat

Viajes con mi padre (2003), de Luisa Castro ~

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