Para dar cuenta del Centenario de la UNAM, hemos decidido no sumarnos a los elogios inmediatos ni a las celebraciones ensordecedoras. Pensamos que es una mejor idea mantener la mirada crítica y señalar los errores, los temas pendientes y las fallas de una de las más grandes instituciones de este país que parece estar exenta del llamado a cuentas. Por esto, hemos iniciado este “Diccionario crítico”, que, en palabras de exalumnos de la UNAM, pone de manifiesto los atrasos y señala los caminos posibles para no condenar a la Universidad Nacional a ser un monumento inmóvil.– La redacción
Academia
En el mecanismo universitario, el rigor académico es el engranaje que se encarga de que el avance sea mínimo. Como si la acepción hubiera sido sacada del Diccionario del diablo, en la UNAM significa cumplir con los requisitos para entonces ya no hacer nada. En una suerte de montaje donde todo parece estar en movimiento a las órdenes de esa borrosa institutriz, “la excelencia” –a la que se le han visto laureles de papel maché–, el rigor es la contraseña con la que se abren y se cierran puertas en el esfuerzo desesperado por no llegar a ninguna parte. Rigor entendido como tiesura, como aplicación a rajatabla de ciertas normas; rigor entendido como estrechez, como un rechazo a la posibilidad de ir más lejos. Si las mejores calificaciones se las llevan quienes no se salen del renglón, las tesis son el llenado elaboradísimo de un formato; si las asignaturas se conciben como una suerte de trámite, la investigación, al más puro estilo del sistema de recompensas de las tarjetas de crédito, es una carrera para obtener puntos. Bajo el pretexto de que antes de aprender a pensar y a investigar lo decisivo es aprender a citar, la UNAM forma eruditos en Notas al Pie de Página. Revistas arbitradas, seminarios de tesis, protocolos experimentales, en todos lados lo importante es no regarla con el aparato crítico. Maestros de la forma, del formulario y el machote; honoris causa en transformar el artículo en conferencia, la conferencia en cátedra, la cátedra otra vez en artículo, siempre girando en círculo, siempre cansinamente, ¡pero con qué rigor! No importa la carrera que estés cursando, en la UNAM todos salimos con un doctorado en Burocracia del Saber.
¿A quién le importa la audacia, la imaginación o la crítica si tenemos el rigor? En su nombre se pone freno a la creatividad, esa variante de la charlatanería; se inhibe la heterodoxia, esa forma laica de la blasfemia. Y gracias al rigor, a su ética de la compartimentación y la cuadrícula, uno se gana el paraíso en la tierra bajo la forma de un cubículo. Allí, en esos recintos estancos que tanto tienen de monacales, si uno es lo suficientemente disciplinado y se adhiere al protocolo de la inercia, podrá alcanzar el rigor supremo, el más añorado y competido en nuestra máxima casa de estudios: el rigor mortis.
– Luigi Amara
(ciudad de México, 1971) es poeta, ensayista y editor.