Diez personajes arquetípicos de Madrid

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– La señora que habla con su perro. Abundan, su promedio de edad es setenta años y parecen ratas. Respectivamente.

– El chino que juega en la maquinita del bar. Siempre hay uno, introduciendo monedas como autómata, con dolorosa parsimonia.

– El ciego. Madrid es una ciudad de ciegos. Si uno se fija, no tardará en ver pasar a un ciego, y a otro, tanteando con sus cautos bastones los caprichos de la capital. Fantaseo con que todos somos ciegos y nos orquesta el ubicuo piar de los semáforos. No es una pesadilla, pero avanzamos en orden perfecto, sin tocarnos. Somos un Magritte.

– El camarero. Suelen ser buenas personas, pero de maneras toscas, estridentes. Te avientan los platos y arrebatan el dinero, pero sobre todo te sirven lo que les da la gana. Digamos que pides, de primero, un gazpacho, y de segundo un rabo de toro. “Jo, eso no va”, dice el mesero con suficiencia. “¿No va?”, pregunta el mexicano con idiosincrática timidez. “Que no va, uno es un plato frío, de verano, y el otro es un plato pesado, de invierno. Pfff.” Puedes alargar o abreviar la discusión, pero olvídate del gazpacho.

– El señor que discute. Los hay en cada esquina, en cada bar. Barbicerrados, cejijuntos, con un cigarrillo cosido a los labios. No se sabe bien de qué discuten, pero debe ser muy importante por los gritos que pegan y sus ademanes de exasperación. Escupen mucho.

– La guapa. Un estudio científico, llevado a cabo durante un mes, arroja el siguiente dato espacio-temporal: en Madrid, se puede ver una guapa cada minuto; hay media guapa por metro cuadrado.

– El negro que vende dvd’s piratas. Es imposible entender nada de lo que dicen, e innecesario. Si llevas un euro en la mano, ellos te lo quitan con grandes sonrisas y en su lugar ponen un dvd.

– El tocador de cláxon. Superan a los mexicanos. Ya que de coche a coche no pueden tomarse un cortao y discutir, se comunican a bocinazos.

– El taxista. Casi no hablan, y no podrían, porque escuchan, a todas horas y a todo volumen, una estación de radio de ultraderecha llamada la Cope (del Episcopado). Ahí ladra un tal Federico Jiménez Losantos, que los taxistas adoran. Taimados, mochos, radicales: dan miedo genuino.

– El lector en el Metro. Promedio tres por vagón (sin contar lectores de periódicos). Por supuesto, hay mucha literatura basura y superventas, desde glorias cósmicas como El Código Da Vinci hasta perlas locales como La catedral del viento y La sombra del mar. Pero hay otros libros, y no son raros. He visto Heines, Garcilasos, Woolfs y hasta un Mahabarata. El otro día hice un hallazgo largamente esperado: una joven leyendo Rayuela (en el subte, habría que agregar). Su ejemplar estaba gastado. En lugar de alegrarme, me asaltó la tristeza. Me sentí un lector gastado de Cortázar.

– Julio Trujillo

Me cago en la leche

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