El viejo salรญa continuamente al umbral de su puerta para interceptar a los vecinos. Las medicinas no eran el รบnico motivo. Si se iba la luz o no pasaba la basura, si necesitaba abrir un frasco cuya tapa se habรญa puesto dura o se le descomponรญa el flotador del escusado, รฉl acechaba pacientemente el paso de alguna sombra en el pasillo. A partir de que decidรญ espiarlo, procurรฉ no prestarle ayuda, sino dedicarme a observar y catalogar sus peticiones. Sรฉ que era egoรญsta y cruel, pero el camino de la creaciรณn no admite otra actitud. Sin ningรบn remordimiento, me sentaba al borde de las escaleras de mi piso, desde donde podรญa observarlo a travรฉs del barandal. En una pequeรฑa libreta anotaba la cantidad de veces que salรญa a su puerta durante el dรญa, los minutos que transcurrรญan hasta que pasaba algรบn vecino, y el tipo de favor que solicitaba. Mi comportamiento parecรญa el de un psicรณpata, pero asรญ somos los escritores cuando perseguimos nuestras obsesiones. Por supuesto que me cuidรฉ de que Carmen no viera esa libreta. Los autores no podemos permitir que los demรกs conozcan todas las ideas extraรฑas que se nos ocurren, principalmente si es la pareja. Si nuestras mujeres pudieran atisbar en la cantidad de basura mental que acumulamos, nos abandonarรญan de inmediato. ¿A dรณnde me llevarรญan aquellas anotaciones? ¿A un relato? ¿Al inicio de una novela? ¿A un ensayo sobre la vejez? ¿Era sรณlo un pasatiempo? Imposible saberlo. Esa incertidumbre fue la que me impulsรณ a continuar. Si no existieran las dudas, tampoco existirรญamos los escritores.
En una ocasiรณn, me di cuenta que el timbre del viejo se habรญa quedado pegado. Uno de los hombres de la basura solรญa pulsar todos los botones del interfรณn para anunciar su presencia; lo hacรญa de manera brusca e insistente, sin importarle que fuera temprano. Aquella maรฑana, el timbre del departamento tres se quedรณ trabado, y el viejo saliรณ al pasillo en busca de alguien que pudiera bajar y arreglarlo. Yo permanecรญ en mi posiciรณn habitual, espiรกndolo, contabilizando el tiempo con el cronรณmetro de mi reloj, atento a la expresiรณn angustiada de su rostro. Transcurrieron una hora y cuarenta y tres minutos hasta que un vecino entrรณ al edificio, subiรณ las escaleras, y atendiรณ la sรบplica del viejo. Una vez que realicรฉ las รบltimas anotaciones en la libreta, me escabullรญ de vuelta a mi departamento.
A pesar de que mi obsesiรณn estaba siendo encausada, espiarlo pronto comenzรณ a ser aburrido. Comprendรญ que necesitaba hacer algo mรกs. Quizรก era momento de intentar volverme su amigo, y llevarle tรฉ y galletitas y esas cosas que les gustan a los viejos. Sin embargo, era consciente de su carรกcter huraรฑo, y de la manera en que me habรญa tratado cuando le preguntรฉ por la niรฑa del retrato. Me encontraba estancado en mi proyecto y, por mรกs que le daba vueltas, no lograba darle una nueva perspectiva.
Dรญas despuรฉs, las cosas se me presentaron solas, y de la manera menos esperada. A veces la vida es generosa y comienza a parecerse a un cuento. Eso es, finalmente, lo que buscamos los escritores: que este mundo no se parezca tanto a sรญ mismo. Era domingo y tenรญa que hacer unas compras. Al salir del edificio me encontrรฉ con una imagen que me dejรณ boquiabierto: el viejo estaba en la banqueta, apoyado en su bastรณn, con la mirada oculta tras unos lentes oscuros. “Asรญ que puede bajar las escaleras”, fue lo primero que pensรฉ. Despuรฉs observรฉ que una camioneta negra se detenรญa junto a รฉl y que el chofer descendรญa para ayudarlo a subir. Al mismo tiempo, un taxi doblรณ en la esquina. Venรญa libre. Cuando la camioneta arrancรณ, supe que debรญa tomar una rรกpida decisiรณn: abordar el taxi y seguir al viejo, o aprovechar su ausencia y buscar la manera de introducirme en su casa. Todo sucediรณ en segundos, pero me bastaron para intuir que aquella elecciรณn cambiarรญa mi vida para siempre.
Al cierre de la votaciรณn, estos fueron los resultados.
Su libro mรกs reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadรญa).