Nuestro gran liberal
Contra viento y marea โcomo acertadamente se titula su obra ensayรญsticaโ Vargas Llosa ha librado en sus novelas, ensayos y artรญculos una de las mรกs notables batallas intelectuales de la historia latinoamericana. Sus adversarios quisieran interpretar su liberalismo como una ideologรญa indiferente a los desheredados. La imputaciรณn es falsa por muchas razones, pero basta apuntar la mรกs antigua. Una de las tragedias del socialismo en el siglo XX fue haber consentido su desconexiรณn con la tradiciรณn liberal que desde el siglo XVIII representaba a la izquierda. Cuando la izquierda dejรณ de distinguir entre el pensamiento conservador y el liberal, cortรณ sus amarras con la herencia humanista y crรญtica, preparรณ el camino del pensamiento totalitario y cavรณ su propia tumba. A partir de su desilusiรณn con el rรฉgimen cubano y su metrรณpoli soviรฉtica, Vargas Llosa volviรณ por cuenta propia (ayudado por la obra de Berlin y Revel) a la tradiciรณn liberal y social europea, inglesa y rusa. Nada mรกs remoto a esa corriente que el desdรฉn por el sufrimiento humano, pero para paliarlo entendieron la necesidad de discurrir proyectos prรกcticos, fragmentarios (ideas de mejoramiento, no de redenciรณn), que nunca pusieran en entredicho la libertad individual. รsa es justamente la filiaciรณn de Vargas Llosa.
Hemos librado juntos muchas batallas y, seguramente, libraremos mรกs. Los vientos y el mar del fanatismo de la identidad (de raza, clase, credo, naciรณn) no amainaron en el siglo XXI; por el contrario, algunos son tan fuertes como los del siglo anterior. Pero pueden enfrentarse desde la fortaleza moral que da el trabajo literario exigente, hecho con pasiรณn y perseverancia, y el honesto servicio a la verdad. En momentos de duda y desorientaciรณn โque no faltan en estos tiemposโ pienso en el compromiso de Mario con la libertad y recobro la esperanza, esa modesta forma de la utopรญa. ~
โ Enrique Krauze
La necesidad del compromiso
Cuando Mario Vargas Llosa decidiรณ presentarse a las elecciones para la Presidencia de Perรบ, algunos dimos un salto de puro sobresalto (como dirรญa mi querido Guillermo Cabrera Infante). ยกรbamos a perder quizรก, por Dios sabe cuรกnto tiempo, a uno de nuestros novelistas mรกs imprescindibles, en los zarandeos de una disputa polรญtica en la que partรญa con la desventaja de su honradez, sin duda serรญa blanco de todo tipo de malentendidos y maledicencias e incluso riesgo probable para su vida! Era difรญcil de aceptar, incluso de entender. Recuerdo que, durante un almuerzo en un restaurante madrileรฑo con varios conocidos, Octavio Paz me llevรณ a un lado para decirme muy serio: โFernando, hay que quitรกrselo de la cabeza.โ Yo me echรฉ a reรญr: โHombre, no querrรกs que hagamos campaรฑa contra su campaรฑaโฆโ Preocupaciones egoรญstas del cariรฑo y de la admiraciรณn: confieso que nunca pensรฉ si la quijotesca aventura de Mario podรญa ser beneficiosa para su paรญs. En mรญ sรณlo rezongaba el lector y se inquietaba el amigo.
Han pasado bastantes aรฑos y yo mismo me he visto envuelto en peripecias polรญticas en el Paรญs Vasco e incluso ahora รบltimamente en el intento de lanzar un nuevo partido en Espaรฑa. Por supuesto, no cabe comparaciรณn entre mi apuesta y la de Vargas Llosa, porque en el peor de los casos mi temporal retiro del mundo de las letras no va a dejar tantos huรฉrfanos como el suyo ni corro riesgos remotamente parecidos a los que รฉl arrostrรณ. Sin embargo, creo hoy ser capaz de entender mejor la urgencia que le llevรณ a intentar aquel esfuerzo generoso y fallido. Vargas Llosa comprende la necesidad del compromiso cรญvico y polรญtico: no como lastre de moralejas en su obra literaria, sino como disposiciรณn a poner su integridad y preparaciรณn intelectual al servicio de aquello en lo que cree. A nadie se le puede exigir que tenga razรณn, pero se debe agradecimiento a quien se arriesga en pรบblica defensa de la razรณn que cree tener. Porque tal es el mejor beneficio que puede hacerse a nuestros conciudadanos: mostrarles que hay opciones, alternativas y oportunidades estrictamente razonables mรกs allรก de lo que la rutina polรญtica establecida sabe ofrecer. Mario puso su voz, su nombre, su tranquilidad y cรณmoda reputaciรณn de gran autor al servicio de un pueblo que a su juicio le necesitaba. Se podrรก discutir su oferta polรญtica, pero nunca el ejemplo que dio a otros de identificaciรณn prรกctica con las ideas que consideraba mejores. Desde nuestras luchas contra el terrorismo y el nacionalismo obligatorio en el Paรญs Vasco, puedo atestiguar que su disposiciรณn desinteresada a ayudar en lo que pueda va mucho mรกs allรก de las fronteras peruanas.
Una hermosa expresiรณn del Cantar de mรญo Cid dice, si no recuerdo mal: โlengua sin manos, no eres de fiarโ. La lengua, la hermosa y rica y jocunda lengua de Mario Vargas Llosa ha sabido demostrar en cada momento oportuno que siempre pone manos a la obra y por tanto puede โpudo, podrรกโฆโ confiarse en ella. ~
โ Fernando Savater
Las dos lecturas de La ciudad y los perros
Hace casi veinte aรฑos, cuando Mario se habรญa transformado en lรญder polรญtico y se perfilaba como el probable presidente de Perรบ, yo estaba vinculado a la Junta Editorial de The Miami Herald y El Nuevo Herald, y advertรญ que existรญa una genuina curiosidad entre los periodistas de ambos medios por conocer esta nueva faceta del famoso novelista, de manera que organicรฉ una reuniรณn para que lo escucharan.
La reacciรณn de los periodistas โtribu generalmente muy escรฉptica y a salvo de cualquier vestigio de entusiasmo con los polรญticosโ resultรณ excelente. No se trataba de un intelectual con la cabeza llena de fantasรญas utรณpicas, sino de una persona con los pies en la tierra que sabรญa exactamente la enorme dimensiรณn de los problemas que debรญa abordar si alcanzaba la Presidencia de su paรญs.
Pero de aquel episodio, que tuvo tambiรฉn una faceta pรบblica, recuerdo aรบn con mรกs interรฉs una anรฉcdota que narrรณ muy elocuentemente el ex preso polรญtico Armando Valladares cuando le tocรณ presentar a Mario. Valladares โfamoso disidente que luego llegรณ a ser embajador de Estados Unidos ante la Comisiรณn de Derechos Humanos de la ONUโ contรณ que, en la dรฉcada de los sesenta, uno de los pocos libros que circulaban entre los presos era La ciudad y los perros, obra que leรญan con admiraciรณn literaria, pero inicialmente sin demasiado entusiasmo, persuadidos de que el autor era una persona totalmente identificada con la dictadura, aspecto que el gobierno de Castro capitalizaba machaconamente en sus campaรฑas propagandรญsticas.
Todo eso โexplicรณ Valladaresโ cambiรณ, sรบbitamente, a principios de los setenta, cuando estallรณ โel caso Padillaโ y desde Parรญs varios escritores notables, capitaneados por Mario, Plinio Apuleyo Mendoza, Octavio Paz y otra media docena de intelectuales valiosos, rompieron pรบblicamente con Castro, denunciaron la represiรณn que padecรญan los cubanos y pusieron fin a la conveniente supersticiรณn de que la intelligentsia occidental respaldaba al gobierno de La Habana. A partir de que esa noticia se conociรณ entre los presos, La ciudad y los perros, que ya era un libro ajadopor el manoseo incesante, tuvo dos tipos de perseguidores tenaces: los presos que deseaban conocer la obra de quien consideraban como โuno de los suyosโ y comenzaban a leerlo con una inmensa devociรณn, y los carceleros, que recorrรญan las celdas y galeras para extirpar el libro escrito por el โtraidorโ peruano. Creo que nunca lograron encontrarlo. Esconderlo y pasarlo de mano en mano resultaba una forma de luchar por la libertad. ~
โ Carlos Alberto Montaner
La disciplina y la pasiรณn
Dicen que Josรฉ Donoso afirmรณ, allรก por la dรฉcada de los sesenta, que en Hispanoamรฉrica habรญa muchos buenos novelistas, pero que Mario era, ademรกs, โel primero de la claseโ. La frase es muy acertada porque no aludรญa estrictamente a sus indudables virtudes de narrador, sino al modo como encaraba su oficio: con la diligencia y disciplina de un alumno aprovechado que se esforzaba por cumplir, satisfactoriamente y dentro del plazo requerido, la tarea que le habรญan encomendado: todo lo que le impidiese realizar ese propรณsito parecรญa ser una odiosa forma de distracciรณn, una penosa pรฉrdida de tiempo.
Seguramente eso le permitiรณ escribir, entre sus veintisiete y 33 aรฑos, tres novelas con las vastas proporciones de La ciudad y los perros, La casa verde y Conversaciรณn en La Catedral, mรกs el relato largo Los cachorros, que componen un conjunto de impecable solidez y audacia formal, conceptual y estructural. Hay un punto en el que esa disciplina y aplicaciรณn de alumno distinguido a las que se referรญa Donoso tenรญan una consecuencia literaria muy reconocible: teniendo sus historias un complejo tramado sinfรณnico de tonos, ambientes, tiempos y peripecias, ese abigarramiento se resolvรญa siempre segรบn un orden riguroso y casi maniรกtico en el que cada cosa estaba en su lugar; el aparente caos adoptaba una figura precisa.
Esa tendencia al orden y a la nitidez del diseรฑo narrativo es tambiรฉn el contrapeso de la desbordante y contagiosa pasiรณn con la que se entrega a su tarea de novelista. Ese fervor surge de su profunda convicciรณn de que el gรฉnero existe como una necesidad primordial que tienen los hombres de refugiarse en mundos imaginarios y de soรฑar con la posibilidad de que nuestra realidad y nosotros mismos seamos distintos de lo que somos y, quizรก, mejores. Vargas Llosa es un entusiasta campeรณn de la idea de que escribimos para mantener viva esa utopรญa, la gran justificaciรณn de la creaciรณn literaria.
Casi medio siglo despuรฉs de haber comenzado a escribir ficciones, puede decirse que sigue ejercitando su disciplina y su pasiรณn literarias con la misma fe de antes. ~
โ Josรฉ Miguel Oviedo
Retrato de memoria
Me propongo hacer un retrato intelectual, un retrato del joven escritor, lector, crรญtico, analista de la vida polรญtica, que conocรญ en el Parรญs de comienzos de la dรฉcada de los sesenta, hace ya nada menos que 45 aรฑos. Siempre me sorprendiรณ en el Mario Vargas Llosa de entonces la libertad crรญtica, la perfecta independencia frente a los juicios y las modas establecidas, la afirmaciรณn abierta, explรญcita, no desprovista de insolencia y de espรญritu de provocaciรณn, del gusto personal, de una preferencia que รฉl sabรญa explicar con argumentos contundentes, muchas veces sorprendentes. Su argumentaciรณn tenรญa una coherencia, un desarrollo bien estructurado, incluso una gracia, que la convertรญan en obra artรญstica paralela de la obra comentada.
Nos encontramos por primera vez en uno de los programas radiales difundidos en espaรฑol por la ORTF, la radio televisiรณn francesa. Se llamaba algo asรญ como Literatura al dรญa y era una discusiรณn de mesa redonda sobre los รบltimos libros literarios publicados en Francia. Eran los aรฑos del nouveau roman, de autores como Alain Robbe-Grillet, Robert Pinget, Claude Simon, Nathalie Sarraute, y la literatura latinoamericana, precisamente, escapaba de la teorรญa predominante en Francia, de sus resultados literarios meticulosos, lentos, altamente subjetivistas, y rescataba historias y fantasรญas de ese otro mundo. Me parece que llegamos muy pronto, en esos encuentros semanales en un estudio de radio, a una situaciรณn de verdadera asfixia crรญtica. Confieso que a menudo no pasรกbamos de la pรกgina treinta o cincuenta del novelรณn semanal. En cambio, la discusiรณn en el cafรฉ de la esquina, en la que solรญan participar Carlos Semprรบn, Jean Supervielle, algรบn otro, era mucho mรกs sustanciosa, mรกs divertida, mรกs literaria en el sentido real del tรฉrmino. Recuerdo, por ejemplo, un encendido intercambio de Vargas Llosa con Carlos Semprรบn a propรณsito de Tolstรณi y Dostoievski. Mario se exaltaba frente a los mundos objetivos, complejos, autรณnomos, que creaba el autor de Guerra y paz, en contraste con la caprichosa subjetividad, con la espiritualidad enfermiza, con los exorcismos interiores que practicaba Dostoievski. Veรญa en Tolstรณi a un creador de universos, de multitudes, de sistemas literarios que podรญan oponerse a la realidad y que permitรญan, por eso mismo, vivir en ella, o, si se quiere, en oposiciรณn a ella. Le parecรญa que la narrativa de Dostoievski, en cambio, llevaba el lastre pesado del psicologismo, de los espejismos mentales, y que sus inquietudes religiosas no eran mรกs que el reverso de esa visiรณn ensimismada. No sรฉ si ha revisado a Dostoievski ahora y si ha cambiado de punto de vista. Me propongo preguntรกrselo en un prรณximo encuentro. Pero me imagino que sรญ. Entre otras razones, porque Mario Vargas Llosa pertenece a una especie humana no frecuente: el escritor de curiosidad incesante, que nunca cesa de leer, de releer y de revisar sus impresiones de lectura. Por mi lado, he releรญdo en dรญas recientes Crimen y castigo, he revisado las maravillosas observaciones de Mijaรญl Bajtรญn en su libro Problemas de la poรฉtica de Dostoievski, donde introduce un concepto de polifonรญa que sirve para entender mejor, precisamente, algunas de las grandes novelas de Mario โConversaciรณn en La Catedral, La casa verdeโ, y creo que un nuevo intercambio sobre el novelista ruso podrรญa resultar fascinante.
En esos primeros encuentros, Mario sostenรญa tambiรฉn un concepto escandaloso para cualquier academia: que la novela de caballerรญa era mรกs rica, mรกs interesante, mรกs creadora, en la expresiรณn mรกs profunda del concepto de creaciรณn, que el Quijote. ยฟPor quรฉ? Porque en la novela de caballerรญa se encontraba la gran acciรณn medieval โhรฉroes, batallas, amores, crรญmenes, actos de generosidad inauditaโ y tambiรฉn el mito, la magia, las grandes supersticiones populares. El Quijote, por el contrario, era fruto del escepticismo, de la subjetividad burlona, de la decadencia. Sabemos que Vargas Llosa ha modificado su opiniรณn en una forma que podrรญamos llamar radical, pero a mรญ todavรญa me sorprende su pasiรณn contestataria, su capacidad para navegar contra una corriente crรญtica consolidada durante siglos. El Quijote recuperรณ su sitio en la visiรณn de Vargas Llosa, pero supongo que sus frecuentes lecturas de novelas de caballerรญa โcon Tirant lo Blanc en el centro de ellasโ, en lugar de derretirle el seso, le dieron esa aficiรณn a los grandes espacios novelescos que se encuentra detrรกs de textos como La casa verde o La guerra del fin del mundo. Las lecturas del joven Mario eran funcionales para su escritura. A veces lleguรฉ a sentir que eran actos de antropofagia: asimilar a un autor ajeno, devorarlo, convertirlo en carne de la propia carne narrativa.
Pero la pasiรณn indiscutida, dominante, del joven Vargas Llosa de los aรฑos de Parรญs era la literatura francesa. Era, en cierto modo, como รฉramos muchos de nosotros, un afrancesado tardรญo, el รบltimo de los metecos declarados. Y el maestro central, el maestro de los maestros, era, como se sabe, Gustave Flaubert. Me arrastrรณ un dรญa domingo a visitar el hospital de Rouen, el del padre cirujano del autor de Madame Bovary, y despuรฉs el pabellรณn de Croisset, cuyas luces nocturnas, segรบn se supo aรฑos despuรฉs de la muerte del novelista, servรญan de faro a los pescadores y navegantes del Sena. Esta prueba de la tenacidad nocturna de Flaubert, de su vocaciรณn insobornable, entusiasmaba a Mario. Estamos en el gueuloir, me decรญa, en el sendero preciso donde Flaubert, de noche, en invierno y verano, repetรญa a gritos las frases hasta darlas por acuรฑadas. Conocรญa a fondo las cartas a Louise Colet, paralelas a la escritura de Madame Bovary, y aprobaba plenamente esto de mantener a la amante a distancia para darle una total primacรญa a la obra de arte.
Habรญa otros dos รญdolos del siglo XIX francรฉs: Honorato de Balzac y Alejandro Dumas, el autor deย Los tres mosqueterosย y deย Veinte aรฑos despuรฉs. Me acuerdo del entusiasmo delirante de Mario, en altas horas de alguna noche de Parรญs, en las cercanรญas de la rue de Tournon, donde residรญa entonces, comentando episodios claves de la obra balzaciana: la reapariciรณn de Vautrin en una de sus metamorfosis, por ejemplo, o las exclamaciones del ambicioso y extraviado Lucien de Rubemprรฉ, el hรฉroe deย Ilusiones perdidas. Aรฑos despuรฉs tuvo un entusiasmo tardรญo, no menos virulento y apasionado, por Victor Hugo, sobre todo el deย Los miserables. Y Mario siempre recordaba escenas cruciales, episodios claves, crรกteres de la novela, como le gustaba decir, y lo hacรญa en medio de gritos eufรณricos, transmitiendo una permanente impresiรณn de descubrimiento, de asombro inicial.
Me parece que sus mayores entusiasmos de la literatura francesa del siglo XX fueron Andrรฉ Malraux, Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Habรญa algunos otros, pero no en la misma lรญnea jerรกrquica. Frente a la obra de Proust, en cambio, tenรญa una reserva parecida a la que tuvo en los comienzos frente a Dostoievski: ยฟsubjetivismo, memorialismo laberรญntico, meandros de psicologรญa profunda? Conseguรญ llevarlo a visitar la casa de la tรญa Lรฉonie, en el Combray de la Recherche, pueblo del noroeste de Normandรญa y cuyo nombre en la realidad, o en la otra realidad, si prefieren ustedes, es Illiers. Fue una visita divertida y accidentada, que he narrado en alguna parte, pero no sรฉ si conseguรญ convencer a Mario sobre la Recherche. Hasta ahora me parece que no. Existe la familia de los proustianos y la de los indiferentes, los alรฉrgicos. Mario tiene una antigua desconfianza a los encuentros de la memoria y la ficciรณn. Mรกs que nada, a la exploraciรณn de sus terrenos limรญtrofes. En los aรฑos de Parรญs, fui lector de los escritos รญntimos de Stendhal, de las confesiones de Jean-Jacques Rousseau, de otras literaturas del yo, para usar un tรฉrmino inaugurado por Montaigne, y siempre tenรญa la impresiรณn de que Mario andaba por otro lado, por otras vertientes literarias. En un autor norteamericano, pero de origen en alguna medida flaubertiano, coincidimos en forma completa: William Faulkner. El joven Mario, desde antes de que yo lo conociera, era un faulkneriano apasionado. Creo que la temporalidad narrativa a la manera de Faulkner es un ingrediente esencial de toda su primera etapa de novelista, y es un elemento, una forma de narrar, que influye en รฉl hasta hoy.
Escribo un retrato de memoria, al volar de la pluma, algo deshilvanado, pero no quiero cerrarlo sin decir una palabra sobre el cine. Es decir, Mario Vargas Llosa y el cine. Solรญamos cenar en algรบn bistrรณ de los alrededores de la rue de Tournon, en el Polydor de la rue Monsieur le Prince, en el Petit Saint Benoit, y Mario, despuรฉs de comer a la carrera algรบn postre โno podรญa vivir sin arroces y sin postresโ, me arrastraba a ver pelรญculas norteamericanas del Oeste. Tenรญa una desconfianza que se podrรญa llamar natural frente a Federico Fellini, a Ingmar Bergman, a otros directores del cine experimental de ese tiempo. Por ejemplo, no conseguรญ ni de lejos transmitirle mi admiraciรณn por 8ยฝ. Me divertรญ mucho, en cambio, viendo pelรญculas como El รlamo, A la hora seรฑalada y muchas otras. En ese tiempo, me tocรณ escucharlo en una tribuna del teatro de la Mutualitรฉ junto a Jean-Paul Sartre, su admirado Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y alguien mรกs. Pero esto ya serรญa otro capรญtulo de una biografรญa o de unas memorias. Otro capรญtulo, otra historia, y un retrato complementario, aunque no menos necesario. ~
โ Jorge Edwards
Entre Marios anda el juego
No te dejes guiar por el retrato que te tomรฉ en Calafell, eso fue mรกs tarde: 1974. Nos conocimos, y me consta que te consta, en Londres, muy a finales de 1966 o muy a principios de 1967. Quien nos presentรณ fue Vรญctor Seix. Tรบ estabas con Patricia y yo con Nicole, pero tambiรฉn estaban Jacobo y tal vez Elisa, mis padres. Nos caรญmos bien, supongo, porque nos prometimos vernos. Quรฉ hacรญan en Londres Patricia y tรบ, no lo sรฉ. Venรญan de Parรญs, donde, si mal no recuerdo, la cuestiรณn econรณmica no les sonreรญa. Como toda gente seria, corrรญan la liebre. Pero estaban por alcanzarla, con tu premio Biblioteca Breve de 1962 por La ciudad y los perros, y reciรฉn salida La casa verde. Nosotros acabรกbamos de alcanzar una liebre gracias a mi salto mortal de la fรญsica al audiovisual, algo parecido a la ediciรณn. ยกY quรฉ liebre! Fue efรญmero, pero por lo pronto ganaba un sueldazo que nos permitรญa vivir como duques en Ennismore Gardens, la que sale de Prince of Wales Gate. Lo mejor de la temporada fue recibirlos a cenar โen la intimidadโ, sรณlo los cuatro, una bella velada en la que nos contamos nuestras vidas. Tenรญas entonces un proyecto de novela larga, segรบn nos dijiste โsi no me equivoco. Resultรณ ser, claro, Conversaciรณn en La Catedral.
Un mediodรญa, muchos aรฑos despuรฉs, nos encontramos en un restaurante de Madrid y ustedes nos contaron que solรญan hacer jogging por Hyde Park y que cada vez que pasaban frente a Prince of Wales Gate pensaban en nosotros. Nos halagรณ, pero no tanto como la cordialidad con que, cada vez que coincidimos en el vasto mundo โen las fiestas que daban los reyes de Espaรฑa cada 23 de abril, en algรบn aeropuerto, en varios restaurantesโ, sin darnos tiempo a que nosotros nos acercรกramos, fueron siempre ustedes los que tomaron la iniciativa.
Una noche cenรกbamos Nicole y yo con un amigo en uno de estos restaurantes y de pronto te vi entrar, con Patricia.
โOye, tocayo (siempre nos llamamos โtocayoโ), ยฟte importa si te pongo en una novela?
Me dejaste boquiabierto.
โEs que โadujisteโ necesito un personaje que tiene que ser editor, un editor como tรบ, es decir muy culto, muy refinado, pero fatal para los negocios.
Tal vez recuerdes mis carcajadas. ยฟCรณmo me iba a importar? Un estrechรณn de manos sellรณ el acuerdo.
Cuando un par de aรฑos despuรฉs acababa de salir Travesuras de la niรฑa mala me llamaste y me invitaste a la presentaciรณn- lectura que iba a tener lugar esa noche en el Teatro Espaรฑol. Terminada โla funciรณnโ no sabรญa dรณnde meterme: los amigos me felicitaban como si la novela hubiera sido mรญaโฆ Y hubo unos cuantos que querรญan saber si de veras tรบ traducรญas para mรญ, en la vida real, ยกy del ruso! Nos conoces, Mario, no nos lo รญbamos a perder: los dejamos en la duda.
Mucho nos une, mi querido tocayo, tambiรฉn nuestros ocasionales desacuerdos, sin los cuales nuestro cariรฑo no serรญa el mismo. Ni lo serรญa este abrazo. ~
โ Mario Muchnik
La generosidad de un caballero
Habรญa llegado el dรญa convenido para llamar a Mario Vargas Llosa mientras recorrรญamos la selva tropical del sureste mexicano y los yacimientos mayas de Campeche, aรบn agrestes y solitarios. El aguacero cotidiano se habรญa adelantado. Nos habรญamos perdido por los umbrรญos bosques de corozos de Kohunlich, y enredado en las telaraรฑas gigantescas de Hormiguero; nos habรญamos topado, en Chicannรก, con las fauces de Itzamnรก, el creador de todas las cosas, y habรญamos charlado con un arqueรณlogo bajito y afable en un corredor de Calakmul, donde los saraguatos holgazaneaban en una rama, a un palmo de nuestras narices. Pero aquella maรฑana lluviosa necesitรกbamos con urgencia un telรฉfono.
Tenรญamos entre manos un proyecto de libro sobre el asesinato de un obispo guatemalteco, Juan Gerardi. Ese crimen atroz y sus truculentos personajes nos invitaban a dejar de lado, por una vez, el reportaje periodรญstico para sumergirnos en una novela negra, negrรญsima. Pero tenรญamos dudas. ยฟEra legรญtimo utilizar los nombres reales? ยฟY mezclarlos con figuras ficticias? ยฟConvenรญa esperar a que el juicio a los acusados aportara un desenlace? Cinco meses antes, en febrero de 2000, Mario habรญa publicado La fiesta del Chivo, una novela magistral que es tambiรฉn la recreaciรณn de la siniestra peripecia vital del dictador dominicano Rafael Trujillo. Y le habรญamos pedido consejo.
Faltaban diez minutos para la hora fijada cuando por fin encontramos un telรฉfono en una de las aldeas. La voz risueรฑa de Mario llegรณ desde el otro lado del mundo, entre el repiqueteo del agua en el techo de lรกmina. Sรญ, claro que era legรญtimo usar nombres reales: en el momento en que las personas entran en una novela, son ya personajes ficticios. No, no importaba que no hubiera desenlace: eso en sรญ mismo era un desenlace. Ahora bien, ยฟpor quรฉ convertir en ficciรณn una trama tan fuerte? ยฟNo era mejor escribir un reportaje con tรฉcnicas narrativas de novela, como habรญa hecho Truman Capote en A sangre frรญa? Ademรกs, las novelas a cuatro manos nunca funcionaban.
Volvimos a nuestro redil, y el thriller se convirtiรณ en una investigaciรณn periodรญstica en toda regla, llena de sorpresas, dura y terrible, que se prolongรณ a lo largo de tres aรฑos. Mario tenรญa razรณn. La realidad nos ofreciรณ una dimensiรณn de las miserias humanas que desbordaba lo imaginable.
Esa disposiciรณn generosa para el consejo ha sido una constante en Mario desde que lo conocimos en Guadalajara, allรก por 1997, cuando cubrรญamos la Feria Internacional del Libro para nuestros periรณdicos, El Paรญs y Le Monde. Meses mรกs tarde, publicarรญa una reseรฑa entusiasta de nuestro primer libro, Marcos, la genial impostura. Aquella โPiedra de Toqueโ ayudรณ a compensar los sinsabores que entonces entraรฑaba la osadรญa de desmitificar al lรญder zapatista.
En aquellos tiempos, el subcomandante Marcos provocaba calenturas. Los nostรกlgicos del Muro veรญan en รฉl la encarnaciรณn del Hombre Nuevo. Las huestes del indigenismo lo consideraban el Hombre Verdadero. Ese pasamontaรฑas y esa pipa revivรญan la utopรญa perdida y estremecรญan a intelectuales del Viejo Continente, que iban de peregrinaciรณn a la selva Lacandona para llevarle butifarras y hacerse fotos. Chiapas era entonces un parque temรกtico para los turistas de la revoluciรณn. La realidad era lo de menos: los miles de desplazados por la represiรณn zapatista, la manipulaciรณn informativa, el carรกcter reaccionario y frรญvolo de la dirigencia (blanca) o la banalizaciรณn del sufrimiento (indio).
En fin, con Mario nos sentimos reivindicados y, desde entonces, nuestros rumbos se han cruzado en conferencias, llamadas, correos electrรณnicos, alguno que otro encuentro, en Mรฉxico, primero, y luego en Madrid. Un Madrid, una Espaรฑa, que por el camino del despegue econรณmico se ha ido dejando jirones de bonhomรญa. Mario decidiรณ hacerse espaรฑol y este paรญs a ratos vociferante le recibiรณ con los brazos abiertos. Mal que les pese a algunos sectarios, como aquellos sujetos que se opusieron, sin รฉxito, a que la Universidad de Mรกlaga le otorgara el doctorado honoris causa, โpor fascistaโ; o como ese anciano fatuo y desdeรฑoso, cuyas farragosas columnas son la penitencia semanal de los editores de El Paรญs, que se permite alardear en pรบblico de que รฉl, por principio, jamรกs lee los textos de Vargas Llosa. No vaya a ser que le contagie algo de lucidez.
Mario, en cambio, lo lee todo, se interesa por todo. Su evoluciรณn estรก marcada por la sed insaciable de conocimiento, de cuestionamientos, de respuestas. Y por la necesidad de compartir. Se bate por la libertad con la elegancia del caballero y ante las descalificaciones devuelve argumentos. Su trayectoria intelectual se cimienta en una bรบsqueda valiente, a la que sรณlo se arriesgan quienes tienen el espรญritu libre y el corazรณn abierto. Como su admirado Jean-Franรงois Revel, Mario lleva la decencia intelectual por bandera. Con una generosidad desbordante. Con una sonrisa que abarca el mundo. ~
โ Maite Rico y Bertrand de la Grange
Vargas Llosa a finales de los sesenta
El novelista Juan Garcรญa Hortelano llegรณ a la playa de Calafell invitado por Carlos Barral. Estamos a finales de la dรฉcada de los sesenta y el boom de la novela latinoamericana ya ha estallado en Espaรฑa y en todo el orbe editorial. Allรญ, en la playa, hay amigos de todos los pelajes, desde el entonces joven Juan Marsรฉ hasta el ya sorprendente โpor joven y maestroโ Mario Vargas Llosa, y su mujer de entonces, Julia Urquidi, luego conocida para la literatura como โla tรญa Juliaโ.
Contaba Hortelano, con el arte verbogestual que la vida le regalรณ, que a la media hora de estar en la playa, notรณ que faltaba alguien: precisamente Vargas Llosa. Hortelano se llenรณ de curiosidad, puso como excusa que querรญa ir a la casa de Barral, en el paseo marรญtimo, a cambiarse de ropas y ponerse el baรฑador. Cuando llegรณ a la casa del poeta, Hortelano comenzรณ a oรญr un incesante martilleo de las teclas de una mรกquina de escribir. โEra Marito, ยกescribiendo hasta de vacaciones en la playaโฆ! ยฟQuรฉ te parece?โ
El episodio delata, junto a otros muchos, lo que John Updike llama โel vicio de escribirโ, que acompaรฑa al novelista peruano desde que tuvo uso de razรณn hasta hoy mismo. En el prรณlogo de Los cachorros, Barral lo llamรณ une bรชte ร รฉcrire, una suerte de monstruo cuya obsesiva pasiรณn por escribir borra toda otra necesidad y deseo vitales.
Una noche de los primeros setenta, en Las Palmas de Gran Canaria, comenzรกbamos la juerga con una cena china con muchos tragos, junto a la Playa de Las Canteras. A las doce en punto, como si fuera la Cenicienta, Vargas Llosa se levantรณ de la mesa y me pidiรณ que lo llevara a su hotel. โMaรฑana tengo que escribir ocho horasโ, me dijo ante mi asombro. Al regreso a la juerga en Las Canteras, le dije a Barral lo que Mario me habรญa comentado. โSรญ, sรญ โcontestรณ el poeta catalรกn a carcajadasโ, es el รบnico escritor que conozco que trabaja como un obrero y vive como un burguรฉs.โ
A esta forma de Vargas Llosa de โestar enganchado en la literaturaโ, Onetti la llamaba โliteratorisโ (segรบn puede leerse en El mal de Montano, de Vila-Matas), aรฑadiendo ademรกs que Vargas Llosa tenรญa con la literatura una relaciรณn โmatrimonialโ, mientras que la suya era โadulterinaโโฆ
Desde que se publicรณ por primera vez La ciudad y los perros (1963, en Barcelona), la crรญtica literaria del mundo entero no ha dejado de preguntarse si el Jaguar matรณ al Esclavo en las maniobras militares del Leoncio Prado o, por el contrario, no hubo asesino ni asesinato sino que todo fue un accidente. Sobre la novela, que ha sido interpretada incluso como novela negra, una novela de gรฉnero policial que, al final y contra la norma, queda abierta a la exรฉgesis del lector, se ha escrito de todo. El original de La ciudad y los perros, que no se titulaba asรญ entonces, llegรณ a manos del editor de Ruedo Ibรฉrico en Parรญs que la despachรณ en unos meses desestimando su publicaciรณn. Por suerte, Barral descubriรณ en los anaqueles de la editorial Seix Barral otro original de la novela que habรญa sido enviado desde Parรญs.
Junto a รฉl habรญa un texto de un lector editorial muy estimado, el tambiรฉn novelista Luis Goytisolo, que recomendaba que no se publicara la obra del peruano por los muchos errores gramaticales que contenรญa y por su manifiesta obscenidad. Pero la curiosidad matรณ al gato, Barral leyรณ el original, quiso conocer al autor, viajรณ a Parรญs y, finalmente, La ciudad y los perros ganรณ el Biblioteca Breve en 1962.
Aรฑos mรกs tarde, en Parรญs, Vargas Llosa asistiรณ a una conferencia de Roger Caillois. Al final, le presentaron al crรญtico literario, que habรญa leรญdo La ciudad y los perros, ya traducida al francรฉs. Caillois hizo elogios de la novela y luego, dirigiรฉndose a Vargas Llosa, le hizo saber que el Jaguar era el asesino del Esclavo. โYo no estoy tan seguroโ, contestรณ Vargas Llosa. Caillois puso cara de escandaloso asombro y dijo: โยกAh, amigo mรญo, entonces usted no ha entendido nada de su novela!โ ~
La literatura y el fuego
Encuentro unas pรกginas escritas hace diez aรฑos. La Asociaciรณn de Editores y Libreros Alemanes me habรญa solicitado โen 1996โ pronunciar un discurso de recepciรณn (la laudatio, segรบn la fรณrmula acadรฉmica) a Mario Vargas Llosa, a quien acababa de otorgarle su mayor reconocimiento, el famoso Friedenspreis.
Como se acostumbra, la ceremonia de entrega del premio debรญa tener lugar en el mes de octubre, en la clausura de la Feria del Libro de Frรกncfort, en la Paulskirche. Esta antigua iglesia abandonada es un lugar privilegiado de memoria: aquรญ, hace un siglo y medio, en 1848, se reuniรณ la primera asamblea constituyente de una Alemania en plena ebulliciรณn democrรกtica.
Es allรญ donde se celebran, tradicionalmente, algunas de las conmemoraciones crรญticas mรกs significativas de la nueva Repรบblica Federal. Por ejemplo, la conmemoraciรณn de la โNoche de los cristales rotosโ en noviembre de 1938, la noche del gran pogromo organizado por Hitler y Goebbels contra la comunidad judรญa alemana, primera acciรณn concertada y masiva de la Exterminaciรณn, primer ensayo de eso que se convertirรก, en Wannsee, algunos aรฑos mรกs tarde, en la soluciรณn final a escala de toda Europa.
Yo ya conocรญa la gran nave de la Paulskirche, lugar solemne y frรญo, en el que resulta bastante intimidante tomar la palabra.
En 1991, pronunciรฉ ahรญ la laudatio para Gyรถrgy Konrรกd, escritor hรบngaro de la disidencia antiestalinista, personaje maravilloso de la saga democrรกtica de la Europa cautiva, separada de las raรญces de su pasado y de su futuro por la cortina de hierro del totalitarismo.
En 1994, yo mismo recibรญ en esa iglesia el Friedenspreis de los Editores y Libreros Alemanes.
Sin embargo, no es por egotismo que invoco ese recuerdo; sino porque la persona encargada de recibirme, ese dรญa, de pronunciar mi laudatio, fue nada mรกs y nada menos que Wolf Lepenies, ensayista y filรณsofo europeo, autor entre otros de un libro notable sobre Saint-Beuve y la modernidad. En los aรฑos noventa del siglo pasado, Lepenies fue rector del Wissenschaftskollegde Berlรญn, instituciรณn que acogรญa en residencias de un aรฑo a escritores e investigadores de todo el mundo.
Ahora bien, sucede que en 1992, al regreso de mi primer viaje a Buchenwald desde 1945, fue en el Wissenschaftskollegde Berlรญn, bajo la รฉgida amistosa de Wolf Lepenies, que me volvรญ a encontrar, para sostener una larga conversaciรณn, con Mario Vargas Llosa, quien era invitado residente ese mismo aรฑo.
Sin duda, en la historia de nuestros encuentros, que han tenido lugar a lo largo de mรกs de treinta aรฑos, en Londres y en Madrid, en Parรญs y en Jerusalรฉn, ese de Berlรญn tuvo una significaciรณn especial.
A causa del momento histรณrico, en primer lugar. El imperio soviรฉtico se habรญa desmoronado y la onda de choque de ese acontecimiento habรญa producido una aceleraciรณn sรบbita en el desarrollo histรณrico de los paรญses del este y del centro de Europa: una nueva Primavera de los Pueblos que barrรญa las estructuras carcomidas de los sistemas de pensamiento y de partido รบnicos.
En nuestras vidas personales, se trataba tambiรฉn de una รฉpoca singular: Mario aprovechaba la profunda calma del estudio del Wissenschaftskolleg โaรบn mรกs deseable, por otra parte, por estar en Berlรญn, en el epicentro de la efervescencia cultural y polรญtica desatada por la reunificaciรณn democrรกtica de Alemaniaโ para reflexionar acerca de su reciente experiencia como candidato a la Presidencia de la Repรบblica del Perรบ, y redactar su libro El pez en el agua.
Por mi parte, el viaje a Buchenwald me iba a permitir terminar, con una nueva serenidad, el interminable trabajo de anรกlisis de La escritura o la vida.
Por otro lado, esa breve estancia en Weimar-Buchenwald iba tambiรฉn a provocar en mรญ una profunda toma de conciencia acerca de la singularidad histรณrica de Alemania, en general, y de ese lugar de memoria, en particular.
Sucede que, en efecto, el campo de concentraciรณn de Buchenwald, liberado el 11 de abril de 1945 por los soldados norteamericanos del Tercer Ejรฉrcito del general Patton, abandonado dos meses despuรฉs por los รบltimos deportados polรญticos antifascistas โresistentes yugoslavos, si mi memoria no fallaโ, fue reabierto en el otoรฑo de ese mismo aรฑo de 1945, bajo la denominaciรณn de Speziallager Nummer 2, por la policรญa polรญtica de la zona durante la ocupaciรณn soviรฉtica.
Asรญ, hasta 1950, fecha en la que la reciรฉn creada Repรบblica Democrรกtica Alemana dispersรณ a los prisioneros e hizo de esos parajes del Ettersberg un lugar de la memoria, Buchenwald continuรณ siendo un campo de concentraciรณn en el que vegetaron, en pรฉsimas condiciones de higiene y de alimentaciรณn, miles de oponentes reales o supuestos al rรฉgimen de ocupaciรณn soviรฉtica.
Alemania fue, de todos los paรญses del nudo occidental de la Europa en construcciรณn, el que sufriรณ, durante mรกs de medio siglo, la devastaciรณn sucesiva de dos totalitarismos โel nazismo y el estalinismoโ que marcaron con su huella mortรญfera el dramรกtico siglo XX.
Y dentro de Alemania, es en Weimar-Buchenwald donde esta singularidad irrumpe y se impone con una evidencia singular.
En ese contexto, es comprensible que Mario y yo hayamos tenido mucho que decirnos, muchas ideas y experiencias que intercambiar, en el transcurso de esa estancia en Berlรญn, en 1992.
Pero releo las pรกginas de hace diez aรฑos: en 1996, al momento de pronunciar en la Paulskirche de Frรกncfort el discurso de recepciรณn, la laudatio, me pareciรณ oportuno recordar cรณmo Mario Vargas Llosa concebรญa el papel del escritor, el de la literatura, en general.
Recordรฉ las frases que habรญa pronunciado en 1967 โtreinta aรฑos antes, por ende: ยกhoy hace cuarenta!โ en Caracas, durante la recepciรณn de su primer premio literario importante, el premio venezolano Rรณmulo Gallegos.
Al constatar que en esa รฉpoca las sociedades latinoamericanas parecรญan evolucionar hacia una cierta tolerancia, un menor recelo hacia los escritores, menos obligados al exilio o al silencio que en otras รฉpocas anteriores, Mario Vargas Llosa precisaba al punto: โEs necesario, sin embargo, recordar a nuestras sociedades lo que pueden esperar. Es necesario que sepan que la literatura es como el fuego, significa disidencia y rebeliรณn, que la razรณn de ser del escritor es la protesta, la contradicciรณn, la crรญtica.โ
Esta idea desarrollada bajo diversos รกngulos, explorada en sus detalles, es de alguna manera el hilo conductor del discurso de Vargas Llosa en Caracas.
En el origen de la vocaciรณn literaria, afirma en las conclusiones de su hermoso discurso โacababa de cumplir treinta aรฑos y alcanzaba la madurez de su talentoโ, siempre hay y habrรก insatisfacciรณn. โLa vocaciรณn literaria surge de una falta de acuerdos del hombre con el mundoโฆ La literatura es una forma de rebeliรณn permanente y no tolera ninguna restricciรณn ideolรณgicaโฆโ
Es de esta manera, recordando la definiciรณn de Mario Vargas Llosa del sentido y el papel de la literatura, que yo comenzaba mi discurso en la entrega del Friedenspreis en 1996. Y lo concluรญa con estas palabras: โโฆยกpor tus libros futuros, que continuarรกn propagando el fuego de la literatura, encendiendo las almas y las vidas de los hombres de todos los orรญgenes a lo largo del mundo, por todo eso, te estamos agradecidos, Mario!โ
Releo esas palabras escritas hace diez aรฑos.
Hoy podrรญa volver a escribirlas. Acabo de escribirlas de nuevo. ~
โ Jorge Semprรบn
Traducciรณn del francรฉs de Marรญa Virginia Jaua
Un extraรฑo desafรญo
Creo que ocurriรณ en la primavera de 1988. Nos llamรณ Mario por sorpresa a Antonio Lรณpez y a mรญ desde Parรญs (ยฟo serรญa Londres?), urgiรฉndonos, sin decirnos por quรฉ, a un encuentro en Barcelona. Tenรญa que vernos a toda costa dรญas antes de emprender aquel largo viaje que le llevarรญa a una feroz campaรฑa electoral para la Presidencia del Perรบ de la que confiaba en salir elegido. โEstoy harto de intentar solucionar los problemas de mi paรญs desde los cafรฉs y tertulias de Parรญs y Londresโ, solรญa afirmar con impaciencia por aquellos aรฑos. Durante meses sus mejores amigos habรญan intentado en vano disuadirle. Probablemente harto ya de discusiones, nos avisรณ enseguida que evitรกramos abordar ese tema. Sobre ascuas, fijamos un almuerzo en un restaurante ajardinado, hoy desaparecido, de la parte alta de Barcelona.
Mario se presentรณ con aspecto alegre y casi despreocupado, llevando con mucho celo bajo el brazo una carpeta azul. Parecรญa un alumno aplicado que hubiera terminado satisfactoriamente los exรกmenes antes de unas largas vacaciones. En cuanto hubimos elegido el menรบ, Mario sacรณ de la carpeta azul unos papeles que tenรญan todo el aspecto de un manuscrito y que, en efecto, llevaban mecanografiada una novela erรณtica, pensada y escrita para nuestra colecciรณn โLa Sonrisa Verticalโ y, por tanto, dedicada a su director y amigo Luis Garcรญa Berlanga. Se trataba de Elogio de la madrastra, en la que Mario presentaba al pรบblico a tres personajes tan hermosos en su insolente desparpajo como provocadores y polรญticamente incorrectos.
Antonio y yo, perplejos, no alcanzรกbamos a comprender cรณmo el candidato a la presidencia de un paรญs โque, segรบn el propio escritor, se habรญa jodido quiรฉn sabe cuรกndoโ podรญa atreverse a querer publicar una novela erรณtica precisamente cuando iba camino de lanzarse de cabeza en una empresa que podrรญa costarle la vida. Como en casi todos los asuntos relacionados con su actividad literaria, Mario lo traรญa todo perfectamente proyectado: la novela debรญa publicarse en otoรฑo, por tanto cuando รฉl estuviera ya preparando la futura campaรฑa electoral, y por eso querรญa dejar bien claros y decididos todos los detalles. Mientras Mario hablaba animadamente de cรณmo concebรญa la ediciรณn del libro, no salรญamos de nuestro asombro. Siempre he admirado la valentรญa con la que Mario se ha enfrentado a sus decisiones y luego a sus actos mรกs arriesgados, sin por ello perder ese aire de buen chico, aseado y sonriente. Pero tal vez fuera en aquella ocasiรณn cuando mejor pude comprender hasta quรฉ punto Mario es leal a sรญ mismo, a sus convicciones. Para รฉl, el compromiso sartriano no era โno esโ sรณlo, como para tantos escritores de su generaciรณn, un concepto filosรณfico, un refugio intelectual, un alibi, sino ante todo una imperiosa actitud รฉtica, a mi juicio mรกs cercana a Camus que al propio Sartre.
El caso es que Mario zanjรณ cualquier reserva por nuestra parte: โUna cosa es la literatura y otra, muy distinta, la polรญtica.โ Lo es en efecto, ยกy cuรกnto! Pero Mario, en sus trece, se saliรณ con la suya: en otoรฑo de 1988 salรญa la primera ediciรณn de Elogio de la madrastra. El escritor se confrontaba asรญ, en una especie de extraรฑo desafรญo,al polรญtico que habรญa aflorado en รฉl.
De la confrontaciรณn, como hoy sabemos, saliรณ ganando el escritor, porque el polรญtico perdiรณ las elecciones entre otros muchos motivos precisamente por haberse tomado la libertad de escribir lo que quiso sin importarle las consecuencias. Un polรญtico ni se toma libertades ni, mucho menos, las que pronto serรญan calificadas como las de un pornรณgrafo. Un japonรฉs, tan ladino y enrevesado como los que Mario siempre supo crear y luego controlar con mano firme en sus ficciones, no obstante le saliรณ al paso sin previo aviso desde la mรกs cruda realidad y, vapuleando al infame escritor, incitador de los mรกs bajos instintos, terminรณ por neutralizar al rival polรญtico. Hoy, no obstante, aquel japonรฉs, que no merece ser nombrado, anda prรณfugo y perseguido por la justicia; el escritor en cambio estรก en la cumbre de su trayectoria literaria e intelectual.
Estรกbamos en Parรญs, creo que por la rentrรฉe de 1990, y nos dirigรญamos una maรฑana a Gallimard, editorial francesa de los libros de Mario. En la acera de enfrente sorprendimos a Juan Cruz como al acecho. Al vernos, se traicionรณ: โSupongo que habรฉis venido a ver a Mario.โ La verdad es que le creรญamos todavรญa en Lima. Por supuesto, Juan no nos creyรณ y, a la caza de una primicia con Mario a su regreso a Europa, estuvo rondรกndonos bastante tiempo. De hecho, fue gracias al involuntario โsoploโ de Juan como concertamos por telรฉfono al dรญa siguiente una cita enLes Deux Magots con Mario y Patricia, cita que Juan se perdiรณ, aunque sรญ obtuvo al fin su scoop.
No habรญamos vuelto a ver a Mario desde el almuerzo en Barcelona dos aรฑos antes. Con aspecto demacrado, le vimos escurrirse cabizbajo entre las mesas hasta llegar a la nuestra, situada en un รกngulo del fondo. Se sentรณ de espaldas a la entrada y al bullicio del local. Nos abrazamos con emociรณn: allรญ estaba รฉl vivo y coleante tras sobrevivir a tres atentados, devuelto, algo maltrecho es cierto, a la literatura: su compromiso mรกs serio y certero. De pronto, con gran inquietud, le pidiรณ a Antonio sentarse en su sitio de frente a la entrada y a lo que le viniera. Comprendimos que al escritor le costarรญa perder el temor permanente a un ataque a traiciรณn, por la espalda, con saรฑa y alevosรญa. Tuve la impresiรณn de que el miedo y la indignaciรณn circulaban juntos por sus venas como un virus doloroso.
Aquella maรฑana Mario habรญa perdido por completo su aire de buen chico, aseado y sonriente. ~
โ Beatriz de Moura
El escritor en perpetuo estado de hipnosis
Estรกbamos en Colombia, en Cali. Mario Vargas Llosa recibรญa el homenaje de aquella provincia y antes de su discurso tocaron el himno de su paรญs, el Perรบ, y luego el himno de su otro paรญs, Espaรฑa, y asรญ siguieron los hรญmnicos colombianos rindiendo homenaje a los distintos lugares implicados en el acontecimiento: la organizaciรณn, la provincia, el municipio, y asรญ hasta llegar, en el enรฉsimo himno, al himno de Colombia propiamente dicho. Cuando acabรณ el episodio musical que precedรญa a sus palabras, Mario se acercรณ al oรญdo de un poeta que prestaba saludo a tanta mรบsica:
โMuchos himnos tienen ustedes.
Y el hombre le respondiรณ, con toda naturalidad:
โEs que Colombia vive en perpetuo estado de himnosis.
Despuรฉs Mario aguantรณ a pie firme las palabras de los celebrantes, y รฉl mismo hizo un discurso magnรญfico, bien trabado, como si hubiera estado en Cali mil veces antes y se conociera de memoria, sin error alguno, todos los nombres de los que le habรญan animado a ir a esta ciudad sin duda peligrosรญsima del paรญs mรกs tremendo e hipnรณtico de Amรฉrica Latina.
Fue aplaudido a rabiar, y se fue a pasear con sus amigos por la ciudad, rodeado de decenas de guardaespaldas profusamente armados de rifles, pistolas y metralletas, entre cuyo desfile de metal y bala descollaba tranquila la figura risueรฑa del novelista. En una de estas sonรณ un disparรณ, y los que lo oyeron desde la lejanรญa se preguntaron cรณmo estarรญan Mario y los suyos, cรณmo percibirรญan la evidencia del peligro, cรณmo se habrรญan resguardado. Cuando se encontraron en el hotel con รฉl, un Mario convertido en adolescente por la emociรณn en directo que acababa de encontrarse en la calle, contaba, como si fuera otra persona, sobre el sonido que le pasรณ casi rozando. ~
โ Juan Cruz
Carta astral
Mario tiene a Jรบpiter en Sagitario, en alegre y fogosa complicidad con Marte en Aries. Ambos aliados a Venus en Piscis que desafรญa a la simpรกtica e inteligente Luna en Gรฉminis. ยกAsรญ cualquiera es guapo, rico y distinguido escritor! ~
โ Carmen Balcells