¿Dónde estamos?

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A los filósofos con frecuencia les gusta reflexionar sobre la circunstancia que los envuelve. Quieren definir los parámetros de la época en que viven y para ello se apoyan en los estudios de aquellos sociólogos que también están interesados en explicar la mecánica oculta que mueve al mundo. Así, la sociedad actual ha sido definida como posmoderna o líquida. Muchos quieren entender el funcionamiento de la cultura actual y buscan darle un sentido al presente. ¿Qué significa vivir a comienzos del siglo XXI? ¿Dónde estamos? ¿Cómo se entiende nuestra época?

Para contestar estas preguntas podemos tratar de entender los procesos y las estructuras que le dan coherencia o legitimidad al poder y a la cultura política de nuestra época. Es lo que intenté hacer hace años, en 1981, cuando publiqué la primera versión de Las redes imaginarias del poder político, donde desarrollé la idea de que la legitimidad del sistema de dominación no provenía principalmente del engaño y la imposición, sino más bien de un conjunto de mediaciones generadas por mecanismos inmunológicos, de manera similar a la forma en que una vacuna (enemigo falso o debilitado) crea anticuerpos. Así, la inmunización fomenta guerras limitadas o batallas imaginarias con enemigos artificiales. Hace poco, en un libro muy estimulante, el filósofo Byung-Chul Han afirmó que el siglo pasado era “una época inmunológica mediada por una clara división entre el adentro y el afuera, el amigo y el enemigo o entre lo propio y lo extraño” (La sociedad del cansancio, Herder, 2012). Este filósofo coreano-alemán, que ha escrito varios ensayos dedicados a entender nuestra época, sostiene que el comienzo del siglo XXI no es viral ni bacterial, sino neuronal, y que hoy nos aquejan malestares como la depresión, el desgaste ocupacional o el déficit de atención. Vivimos, dice Han, una época de violencia neuronal en la que ya no nos afecta el otro inmunológico, pues ya han desaparecido la extrañeza y la otredad. Estamos inmersos en la sociedad del rendimiento, donde domina la autoexplotación. Ya no nos enfrentamos a la trascendencia del otro, de la que hablaba Emmanuel Lévinas, sino a la inmanencia de lo igual, en la que domina la transparencia pornográfica y desaparece la opacidad que oculta a lo extraño. La sociedad venidera, cree Han, podría definirse como una sociedad del cansancio, entregada a la hipervisibilidad.

Las reflexiones de Han, esta nueva estrella de la filosofía alemana, señalan con agudeza el surgimiento de un nuevo espacio y critican acerbamente la cultura propia de la globalización capitalista. A veces su crítica me suena como una especie de añoranza filosófica por los tiempos antiguos que son sepultados por la sociedad del cansancio. Hay un aspecto de su análisis que me parece desacertado: su idea de la desaparición de la otredad lo lleva a decir que los inmigrantes no son hoy en día “ningún otro inmunológico, ningún extraño en sentido empático, del que se derive un peligro real, o a quien se tenga miedo. Los inmigrantes o refugiados se consideran como una carga antes que como una amenaza”. Los mortíferos actos terroristas en París contra Charlie Hebdo y contra una tienda judía en enero de este año nos revelan cómo la otredad que crece en el interior de las sociedades actuales sigue siendo una amenaza real que, magnificada por la imaginería política, continúa produciendo efectos legitimadores y cohesionadores.

Creo que estamos ante una sociedad fragmentada en la que conviven las violencias virales con las neuronales: la sociedad todavía busca efectos inmunológicos y teje redes imaginarias de poder político, pero al mismo tiempo ya se han extendido los síntomas señalados por Han característicos de un sistema basado en la autoexplotación, en el retroceso de los mecanismos políticos de representación y la expansión de la masa social como enjambre digital. No creo que podamos llegar a una condición totalmente basada en la autoexplotación y sin mediación alguna. Un mundo constituido como lo describe Han llegaría muy pronto al colapso. Pero sin duda una parte del mundo actual está afectada por una grave descomposición de la política, se encuentra ahogada en la hiperinformación y en el aburrimiento profundo. Si al panorama de la sociedad de la transparencia y del cansancio dibujado por Han agregamos la situación de grandes porciones del mundo como China, Rusia y América Latina o África, veremos un paisaje muy fragmentado y roto en pedazos incoherentes. Es imposible reunir los trozos en una sola explicación.

Las reflexiones de Han, que hunden sus raíces en Heidegger y Nietzsche, son una crítica al pensamiento contemporáneo y a pensadores como Agamben, Arendt, Baudrillard, Foucault o Deleuze. Sus ideas son, al mismo tiempo, un síntoma y una explicación de los males que aquejan a las sociedades actuales más ricas. Son la queja filosófica de quienes viven en la precariedad del capitalismo tardío y el intento por descifrar las señales de una nueva época. ~

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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