HabrĆa que crear una comisiĆ³n especial de detectives eficientes, traerlos y ponerlos a resolver el misterio. No serĆa fĆ”cil. EnfrentarĆa primero los abundantes enigmas, luego aclararĆa los misterios que rodean los enigmas, luego desazolvarĆa las interrogantes que causan los misterios, luego explorarĆa el trasfondo de las interrogantes, y luego analizarĆa el juego detrĆ”s del trasfondo y, finalmente (que es lo mĆ”s difĆcil), el juego detrĆ”s del juego.
En la comisiĆ³n estarĆan el olfativo Sam Spade de Dashiell Hammett, su ahijado, el Philip Marlowe de Raymond Chandler, y su nieto, el tenaz Steve Carella, cerebro del Precinto 87 imaginado por Ed McBain. Una parte importante de la comisiĆ³n –en tanto que el crimen se cometiĆ³ en Guerrero– estarĆa formada por los provincianos, inspectores que conocen los intrĆngulis propios de ciudades chicas con dramas grandes: Salvo Montalbano, el comisario siciliano creado por Andrea Camilleri; el demasiado humano BenoĆ®t CourrĆØges, llamado “Bruno”, persistente policĆa del PĆ©rigord que se inventĆ³ Martin Walker; el equilibrado Guido Brunetti, sereno comisario de Venecia que dio a luz Donna Leon y, obviamente, al gallego Pepe Carvalho con su fiel Biscuter, concebidos por VĆ”zquez MontalbĆ”n.
Para agregarle malicia filosĆ³fica, serĆan invitados (pero en un cuarto aparte) los suecos deprimidos: el paciente inspector Martin Beck que calcularon Sjƶwall & Wahlƶƶ y el anti-rompecabezas Kurt Wallander de Henning Mankell. (Ya reunidos, habrĆa que preguntarles si creen prudente agregar a la impredecible Lisbeth Salander de Stieg Larsson.) El lado de la deducciĆ³n lĆ³gica y el sentido comĆŗn estarĆa cubierto por la inteligencia inglesa del calculador Adam Dalgliesh de P.D. James, y por los aristĆ³cratas Lord Peter Wimsey, el de Dorothy Sayers, y el torturado inspector Thomas Lynley, si se lograse extraerlo de las obesas novelas de Elizabeth George.
Y si se inventa una mĆ”quina del tiempo, habrĆa que traer de la Edad Media a dos polizontes de elevado coeficiente, el franciscano medieval William of Bakersville que elucubrĆ³ Umberto Eco y, de la Inglaterra de Enrique VIII, al Matthew Shardlake de C.J. Samson, jorobado experto en la corrupciĆ³n del Estado. Y de la Alemania nazi se traerĆa al sombrĆo Bernie Gunther, hĆ”bil para resolver crĆmenes en ambientes totalitarios, y al Capitano Bellodi de Sciascia, con su instinto para desentraƱar la trabada mentalidad del crimen organizado.
Y ya entrados en gastos, pues a Sherlock Holmes y a Miss Marple y al Padre Brown y obviamente al inspector Maigret. Y, bueno, y sĆ³lo por no dejar, al Ćŗnico mexicano confiable, el legendario criminalista Alfonso Quiroz CuarĆ³n, que presenta la doble dificultad de haber sido de carne y hueso y hallarse empeƱosamente difunto.
Una vez reunidos en MĆ©xico, algunos de los detectives se instalaban en una oficina de Iguala y se ponĆan a reconstruir, con absoluta meticulosidad, la cronologĆa del asunto. ¿QuiĆ©n enviĆ³ a las vĆctimas a su destino? ¿Para quĆ©? ¿TenĆa idea del riesgo en que las ponĆa? ¿Ignoraba que en esa zona se cruzan los intereses de los cĆ”rteles? Otros se dedicarĆan a cotejar testimonios y constancias, sopesar informes, depurar contradicciones y desglosar correveidiles. Todos lamentarĆan la ausencia de peritajes adecuados en las muchas escenas del crimen y moverĆan escĆ©pticamente las sesudas cabezas ante las huellas digitales, todas manchadas de mole verde. Aquel peinarĆa con paciencia de Job las miles de fojas acumuladas; Ć©ste escudriƱarĆa milĆmetro a milĆmetro el entrevero de amarres entre narcos y polĆticos, organizaciones populares e impopulares, partidos y partidas…
Y decidirĆan si hubo o no hubo un quinto autobĆŗs y un sexto, y si en sus maleteros habĆa solamente equipaje inocuo. Y llenarĆan el basurero de peritos criminĆ³logos obsesivos. Y se devanarĆan el seso preguntĆ”ndose cĆ³mo es posible que la opiniĆ³n cuelgue de un policĆa que declara con Ć©nfasis que las vĆctimas no fueron incineradas en el basurero a la vez que proclama que la evidencia recolectada en ese basurero “no permite inferir mayores conclusiones”, es decir, de alguien capaz de sostener como demostrada una tesis al mismo tiempo que refuta las hipĆ³tesis. Y aprenderĆan a decir en mexicano “sĆ, pero no”, y etcĆ©tera.
Y ante ese magnĆfico desastre, los detectives internacionales terminarĆan por alzarse de hombros, se declararĆan incapaces de poner en prĆ”ctica su talento en un paĆs de fantasmas y optarĆan por volver cuanto antes a la realidad de sus novelas.
Es un escritor, editorialista y acadĆ©mico, especialista en poesĆa mexicana moderna.