Olvidemos ahora el alma
por lo que tiene de inaferrable.
También el corazón
por si no existe.
Déjame recoger en una canasta
tus pechos ligeramente caídos
como frutos. Y los pocitos de miel
que oigo gemir.
Y la lengua que en mi lengua
borra las palabras de amor
que me pedías
a la entrada del huerto.
Desnuda veo sólo
lo que eres. Estatua
en el centro
del día, empapada
de luz. Como un árbol
de diamantes.
Suave, suave la enramada.
Suave y luego se embadurnan
todas las caras mojadas.
Las fotos que no se hicieron
y que guardo en la memoria.
Con sus faldas levantadas,
¡cómo pudimos ver tanto!
Botoncitos que ahora hieden
y que no pude tocar.
Llueve barro y se embadurnan
todas las caras ajadas.
Con sus nalguitas de barro
nos querían embaucar.
Llueve y llueve en la memoria.
En el cofre de sus nalgas
han quedado para siempre
mis más íntimos secretos.
Con sus manos de niña destrozaban
las flores de la suave enredadera. –