Lo primero que llama la atención de Flatland es su título completo: Flatland: A Romance of Many Dimensions. Obviemos de momento la cuestionable traducción al español, que convierte Flatland en Planilandia (puro afán de protagonismo del traductor) y entiende que el romance inglés no es un romance, sino una novela (simple ignorancia). Pero también, en su idioma original, es difícil definir Flatland como un romance, ya que menos de la mitad del libro presenta una narración con algo parecido a un personaje, mientras que la mayor parte es un tratado acerca del mundo llamado Flatland.
La parte primera, que incluye detalles históricos, sociológicos y de costumbres, presenta al lector un mundo bidimensional desde el punto de vista de un cuadrado, ser que habita Flatland. Son unas 80 páginas que parecen capítulos intermedios de Moby Dick (suponiendo que Moby Dick fuera una obra de ciencia-ficción victoriana) o algún preámbulo al Señor de los Anillos de los que gustaba escribir Tolkien –eso sí, con una fracción del detallismo del creador de la Tierra Media. Descubrimos una sociedad en la que una familia puede avanzar desde los estratos más bajos hasta la aristocracia, ora por fortuna genética, ora mediante repulsivos métodos de eugenesia galtoniana. Se prescriben normas pintorescas para con la mujer, ser que nace y vive sin atributos físicos distinguibles. “Cualquier mujer a la que se certifique oficialmente la enfermedad del baile de San Vito […] será inmediatamente destruida”. La misma fortuna corren los tarados y los deformes.
La segunda sección es de tipo narrativo, acción torpemente hilvanada y personajes planos, tanto literal como figuradamente. A pesar de ello, esta parábola matemática sigue fascinando por varias razones. En primer lugar, por lo que nos dice de una sociedad, la victoriana, que descubría zonas del mundo tachadas de “bárbaras” con el deseo de ilustrar, un anhelo que mezclado con incomprensión hacia lo otro produjo a menudo resultados calamitosos. Sin embargo, resultaría simplista deducir que Flatland se reduce a un reflejo de la Inglaterra del siglo XIX y sus aventuras imperialistas. Los temas de la incomprensión, la gestión del saber científico y la ilusión del progreso resultan trasladables a cualquier época. El cuadrado (personaje), visita en un sueño un mundo unidimensional, y se impacienta con el rey de ese universo, incapaz de comprender la bidimensionalidad. A su vez, la esfera que visita el mundo de dos dimensiones del cuadrado se enfurece cuando éste pregunta por la cuarta dimensión: “La misma idea es totalmente inconcebible”. Ése es el espíritu crítico y paradójico que ha llevado a innumerables científicos y matemáticos a interesarse por la obra: Carl Sagan la menciona en su Cosmos, se han filmado cuatro películas inspiradas por el trabajo de Edwin A. Abbott, una docena de obras literarias presentan secuelas o variaciones sobre la idea y, recientemente, la serie The Big Bang Theory la homenajeó.
El autor, Edwin Abbott Abbott, tambien conocido como Edwin A. Abbott o Edwin Abbott “Squared” (al cuadrado), fue, además de profesor con nabokoviano nombre, teólogo. La esfera que visita al cuadrado le pide a este que sea un apóstol de la tercera dimensión, aunque a su vez advierte que ella no es un dios. El cuadrado comienza a predicar la novedosa dimensión mediante demostraciones (el libro también contiene diagramas explicativos que aclaran conceptos matemáticos), por culpa de lo cual acaba perseguido y encarcelado, a pesar de que las autoridades saben que no miente, de la misma forma que los seguidores de Jesucristo fueron perseguidos por transmitir su mensaje, impertérritos ante la persecución. Pero, como veremos, el mensaje del cuadrado no es de tipo espiritual, sino científico, y sus consecuencias son muy diferentes.
Al recibir la visita de la esfera y conocer un mundo tridimensional, nuestro narrador solamente ha descubierto una tercera dimensión. Nada más. Dice que su descubrimiento es tan obvio que “hasta una mujer lo podría entender”. ¿Entonces qué ha conseguido este apóstol? Su actitud ante las mujeres y los deficientes, la sumisión al gobierno; todo sigue allí. El saber científico, como demuestran la eugenesia, el infanticidio y la actitud frente al sexo débil del narrador, no es ni tan siquiera un paso en la mejora moral y espiritual del hombre. Terminada la lectura de Flatland, prima, por encima de la frustración por el encarcelamiento del protagonista, la decepción por la epifanía de pacotilla que ha vivido éste. “¿Qué no podemos lograr con el pensamiento?”, se pregunta entusiasmado el narrador. Sin embargo, sus paradigmas fundamentales no han cambiado. El libro, escrito en un momento de espectaculares avances científicos, también alerta de lo insignificantes que pueden ser estos avances para las personas. Al final de la narración descubrimos que el Parlamento de Flatland sabe que cada mil años acude a su universo un visitante de la tercera dimensión para anunciar su existencia. Pero cuando se marcha, Flatland sigue siendo un mundo de dos dimensiones.
Abbott al cuadrado, estudioso de Francis Bacon, acaba Flatland con este monólogo: “Cuando el mundo tridimensional parece tan quimérico como el de una o ninguna dimensión, cuando esta dura pared me excluye de mi libertad, hasta estas tablas sobre las que escribo y todas las realidades sustanciales de Flatland parecen poco más que las hijas de una imaginación enferma, o los telares de un sueño infundado”.
– Alejandro García-Ingrisano
Edwin Abbott Abbott