A lo largo de las Ćŗltimas semanas he leĆdo con verdadero estupor las notas periodĆsticas que dan cuenta de los daƱos infligidos al que es quizĆ” el mĆ”ximo monumento escultĆ³rico de nuestro paĆs, la estatua de Carlos IV, conocida popularmente como El Caballito, obra de principios del siglo XIX fundida por el valenciano Manuel TolsĆ”. No se trata ademĆ”s, como ha sucedido con tantos otros monumentos –las estatuas del Paseo de la Reforma, la Columna de la Independencia– de una acciĆ³n vandĆ”lica, por lo menos en el sentido mĆ”s puro de esta palabra, sino de un intento de restauraciĆ³n que terminĆ³ en desastre al ser encargado a manos ineptas por una serie de decisiones poco claras.
El daƱo a El Caballito indigna a cualquiera. MĆ”s aĆŗn si, como asegura el informe tĆ©cnico del INAH, es irreversible. Por mĆ”s que se le remedie con una pĆ”tina que le aproxime a su aspecto original (y ello sea incluso ocasiĆ³n para que alguien se atreva a opinar que el escĆ”ndalo no era para tanto), lo mĆ”s probable es que bajo esa capa permanezca para siempre el bronce degradado y debilitado por la acciĆ³n del Ć”cido nĆtrico, tal como lo hemos visto en numerosas fotografĆas. El Caballito, como pieza integral, nunca volverĆ” a ser el mismo.
Pero, mĆ”s allĆ” del justo enfado de quienes protestaron por esa lamentable intervenciĆ³n, lo preocupante en el fondo y con una visiĆ³n mĆ”s amplia es que ocurriĆ³ con una pieza emblemĆ”tica, Ćŗnica, que se encuentra a la vista de todos, en una zona de monumentos histĆ³ricos y en un entorno que forma parte de la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Y, ademĆ”s, que estĆ” bajo el supuesto cuidado de un ComitĆ© de Monumentos y Obras ArtĆsticas en Espacios PĆŗblicos, la Autoridad del Centro HistĆ³rico y el propio INAH. Si esto sucede con una pieza de su envergadura ¿quĆ© serĆ” de los cientos de miles de obras artĆsticas, de las decenas de miles de edificios histĆ³ricos catalogados y no catalogados que cubren toda nuestra geografĆa? ¿CuĆ”ntas manos no calificadas “restauran” a diario con tĆ©cnicas deficientes, sin que llegue a generarse alguna mĆnima protesta, nuestro patrimonio histĆ³rico?
El caso de El Caballito, me parece, es solo la punta del iceberg de un problema de enorme magnitud en MĆ©xico: la falta de atenciĆ³n profesional a su patrimonio, no provocado por la falta de regulaciĆ³n al respecto sino por fallas en su aplicaciĆ³n, aunadas a la habitual apatĆa con que las autoridades encargadas de normar las intervenciones a dicho patrimonio –es decir, El INAH y el INBA– suelen reaccionar a ellas, particularmente en el interior del paĆs.
Para quien lo dude, lo invito a tomar uno los CatĆ”logos de Monumentos HistĆ³ricos publicados por el INAH en la dĆ©cada de 1980 y comparar las fotografĆas de edificios de pueblos y ciudades que ahĆ se incluyen con lo que existe hoy. Con sorpresa, o sin ella, advertirĆ” que tales catĆ”logos se han convertido ya en una suerte de apĆ©ndices locales de la entraƱable CrĆ³nica de un patrimonio perdido de Guillermo Tovar de Teresa.
Ingeniero e historiador.