El caso de la Célula Clandestina Nacionalsocialista alemana

La lectura de la noticia de las actividades de una célula terrorista en clave de novela policiaca.
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A los autores de novelas policíacas (entre los cuales, modesta aunque inmerecidamente, me incluyo) nos gusta azorar al lector, extraviarlo en un laberinto de pistas falsas, haciéndole creer que va por buen camino, para luego, aviesamente, saltar desde un rincón oscuro, mostrándole una solución inesperada que lo obliga a recalcitrar y, en el mejor de los casos, a volver a leer todo el libro. Le vamos dando las piezas de un rompecabezas engañoso, las cuales, él, con manos golosas, va colocando en los lugares premeditados, jubiloso de que embonen a la perfección, hasta que, al recibir la última (a la que bien podríamos llamar la pieza ponzoñosa, si no fuera porque pieza adversa suena mejor), se da cuenta de que todo su constructo es ilusorio –pero, en vez de odiarnos por haberlo conducido al equívoco, nos lo agradece. Se trata de un dispositivo en el cual, de premisas verdaderas se deriva, imposiblemente, una conclusión errónea altamente placentera. Tal es el mecanismo  de la estética de la tenebra.

Pero hay ocasiones en que la realidad misma juega a escribirse con parejas reglas, como en el caso de la agrupación terrorista de extrema derecha alemana recién descubierta, la llamada Célula Clandestina Nacionalsocialista (NSU, por su siglas en alemán: Nationalsozialistischer Untergrund). Analicemos su narrativa.

 

1. El rompecabezas falso

Entre 2000 y 2006, en Alemania, fueron asesinados 9 comerciantes inmigrantes, 8 turcos y uno griego, con la misma arma, una Česká Zbrojovka83, calibre 7,65 Browning, un modelo especial del que sólo se habían fabricado 55 ejemplares. Los miembros de la comisión especial Bosporus, fundada ad hoc, no lograron encontrar ningún tipo de relación entre las víctimas, ningún móvil común, ninguna pista de los asesinos. Empujados por la urgencia de certezas y frenados por la ausencia de pruebas, y antes que entregarse de lleno a la desesperación, emprendieron la fuga especulativa. Conjeturaron así, sobre la endeble base de presuntos contactos de una de las víctimas con el crimen organizado, que se trataba de ajustes de cuentas cometidos por una poderosa organización anatólica: la fabulosa mafia de la Media Luna. El hecho de que muchas de las piezas no embonaran (la realidad no es una buena escritora) no obstó para que se perseverara en ese falso rompecabezas.

 

2. La pieza adversa y el rompecabezas verdadero

Hasta que, a principios de noviembre de este año, apareció la pieza adversa, la cual, como un punto de capitonado que, en el más estricto sentido psicoanalítico, resignifica todo lo anterior, obligó a reescribir la historia entera (la literatura policíaca es lacaniana). Los autores verdaderos de esos misteriosos crímenes resultaron ser miembros de la autodenominada Célula Clandestina Nacionalsocialista, formada por tres neonazis: dos hombres (los cuales se suicidaron al verse rodeados por la policía tras un asalto bancario) y una mujer (la cual, al enterarse de la muerte de sus compinches, voló por los aires su guarida y escapó, para, días más tarde, entregarse a la policía). Entre las ruinas de la explosión se encontraron, además del arma incriminatoria, la pistola de una policía muerta en 2007, en circunstancias hasta ese momento no esclarecidas, y un video propagandístico en forma de farsa macabra, en el que se vanaglorian de sus crímenes. No fue la mafia turca, fueron terroristas neonazis. Caso cerrado.

 

3. El rompecabezas alterno

Pero a los escritores de novelas policíacas nos gusta darles más de un giro a las historias. Para ello nos servimos de las evidencias huérfanas de interpretación, con las cuales, valiéndonos de una suerte de lógica creativa, nos las ingeniamos para urdir una nueva pieza adversa que obligue a reconfigurar la imagen previamente rearmada (una aproximación topológica a esta estrategia discursiva la representa un laberinto de Möbius en espiral). En el caso de los terroristas alemanes, la labor se presenta harto fácil, ya que abundan los cabos sueltos. El más inquietante de ellos es: ¿por qué optaron por la clandestinidad? Sabemos que los ataques terroristas son, en su esencia, el instrumento de combate más insensato de todos cuantos existen, pues se trata de asesinar a inocentes como acción simbólica, pero ¿hacerlo en secreto, al grito de batalla “¡Encabecemos la revolución universal…! Pero sin que nadie se dé cuenta”?

¿Y qué hay de la esporadicidad de los asesinatos? ¿Por qué fueron 3 en 2001, después ninguno en dos años y, luego se reanudaron en 2004? ¿Qué hacían durante los ínterin? ¿Significa algo que el 70% se hayan cometido en abril y junio? ¿Y por qué suspendieron sus sangrientas actividades en 2007, justo cuando rodaron el vídeo? Y, a propósito de éste, ¿por qué no lo hicieron público sino hasta que fueron descubiertos? ¿Y qué papel juegan en él las imágenes de la Pantera Rosa y el logotipo de la RAF, la agrupación terrorista de extrema izquierda alemana?

Más allá, ¿por qué no se suicidó el tercer miembro, como parece haber sido pactado? ¿Y por qué se entregó en vez de seguir en la clandestinidad, como los últimos 13 años?

En fin, ¿cómo es posible que pudieran embaucar durante tanto tiempo a los servicios de inteligencia alemana? ¿Es realmente una coincidencia que uno de sus miembros se encontrara presente cuando fue asesinado el último inmigrante de la serie? ¿Y cómo encaja en todo esto la última víctima, una policía alemana, a la que dispararon a plena luz del día?

Al respecto concurren actualmente dos relatos, simétricos aunque opuestos. En el primero, ofrecido por el prestigioso semanario alemán Die Zeit, se plantea la existencia de un siniestro grupo neonazi, anidado en el interior del Servicio Federal de Inteligencia alemán, el cual habría apoyado logísticamente al trío terrorista durante todos esos años. El segundo, sostenido en los foros de extrema derecha, postula exactamente lo contrario, a saber, que los asesinos eran agentes del Gobierno y que los atentados estaban destinados a desprestigiar al movimiento nacionalsocialista como táctica para lograr finalmente la prohibición del afín Partido Nacionaldemócrata de Alemania.

 

4. El rompecabezas oculto

Pero a los escritores de novelas policíacas ambas soluciones nos resultan altamente insatisfactorias, tanto desde el punto de vista lógico (la paranoia, si bien indispensable, no basta para escribir un buen thriller) como desde una perspectiva literaria (respetar las convenciones del género no significa que el asesino tenga que ser siempre el mayordomo). Para alcanzar el efecto deseado de un finale furioso, el autor de novelas policíacas debe destruir todas las certezas del lector, orillarlo a, en un incontenible arrebato, arrojar al aire todas las piezas de ese rompecabezas tantas veces armado y desarmado, para que, al verlas así, desperdigadas por el suelo, descubra que el rompecabezas verdadero se encuentra grabado en su envés.

En febrero de este año, Der Spiegel publicó la declaración de un informante anónimo, según la cual los asesinatos habrían sido cometidos por un frente nacionalista de islamistas turcos, motivados por la negativa de las víctimas a someterse a sus dictados. No puede descartarse, en verdad, que existiera una alianza entre esa agrupación oscurantista y la célula neonazi. Y es que todos los muertos podían formar parte de un enemigo común: la Armada de Liberación Antiterrorista, cuyas siglas (ALÁ) sirven para recordarnos que fue fundada originalmente por un grupo de musulmanes piadosos, quienes, hartos de soportar que se cometieran los más horrendos crímenes en nombre de su religión, habían optado por las armas, y libraban una callada batalla contra los terroristas que amancillaban el Corán. Con el paso del tiempo habían extendido su campo de actividades a la lucha contra todas las formas del terror, ya que, a su decir, no existe un terrorismo islamista o un terrorismo neonazi –el terrorismo es una religión en sí mismo, su Dios es la muerte.

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Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.


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