Hace pocos días se dio a conocer la convocatoria del XII Coloquio Literario de la Feria Internacional del Libro de Monterrey, dedicado a la obra de Gabriel García Márquez. Si es cierto que todo texto literario lleva una poética implícita, una manera de pensar y concebir la literatura, el ejercicio crítico también esconde una postura sobre el papel de los estudios literarios. Lo que este documento dice sobre el trabajo académico es relevante.
Desde su primera edición en 2001, este coloquio se dedica a la obra de un autor. En doce años de existencia, apenas dos mujeres han logrado llamar la atención de los organizadores –Rosario Castellanos y Luisa Valenzuela–, y el escritor más joven a quien se le ha dedicado el coloquio nació en 1939.
Ocuparse del estudio de los libros es un acto heroico. El estudio y la conservación del canon es una tarea necesaria que la academia, como institución y como práctica, lleva a cabo a contracorriente de crisis económicas, políticas y sociales, lo que no significa que su trabajo sea ajeno al mundo de la biblioteca. Leer y escribir desde la universidad también es un acto económico, político y social, aunque su impacto en estos tres espacios se esfume entre las noticias de primera plana.
Lo que sorprende, entonces, no es la voluntad canónica del coloquio ni la evidente desatención a escritoras, sino una concepción de la literatura que pareciera empezar con los antecedentes del Boom y terminar con sus restos. Los restos del Boom son García Márquez y Mario Vargas Llosa habitando el siglo XXI. Sí, ahí está Alfonso Reyes, hijo emérito del estado de Monterrey, sabio, polígrafo; ahí está Rosario Castellanos, una de las pocas mujeres que ha logrado abrir las puertas del canon mexicano; ahí está Luisa Valenzuela, a quien no se le ha quitado la etiqueta post-boom aunque nadie sepa qué significa eso; ahí está José Emilio Pacheco, ganador de todos los premios los premios literarios más importantes en el continente. Todos son grandes escritores: el problema no es la conservación del canon, sino la exaltación de la literatura oficial o, para decirlo mejor, de literatura que por alguno de sus elementos se exalta desde la autoridad.
Esto no es particular del Coloquio. El titular de una noticia publicada en Imagen poblana el ocho de noviembre de 2012 dice: “La literatura en Puebla puede superar al Boom: escritora”. La ilustración que acompaña la nota es una foto de Carlos Fuentes. En el texto, nos enteramos de que además de escritora, la entrevistada también es académica. La rígida separación entre escritura y academia da para otras reflexiones que no tienen lugar aquí.
Luego viene la concepción del trabajo académico. Primero, la jerarquía: para participar en el Coloquio se necesita un doctorado y tres publicaciones. Si no tienes doctorado o no has publicado tres artículos, es necesario que sometas a evaluación la ponencia completa, en lugar del resumen de trescientas palabras que les piden a quienes ya se han ganado el derecho a ser evaluados por su grado académico antes que por sus ideas.
Y sí, hacer un doctorado no es fácil. Se necesitan ganas y responsabilidad y disciplina y estudio, suerte también, pero lo que uno obtiene luego de invertir años en eso no es estatus ni jerarquía, sino modestia y humildad, porque nunca sabremos todo lo que queremos ni encontraremos todo lo que estamos buscando. Suponer que el grado otorga algo más que eso es fomentar prácticas excluyentes.
En segundo lugar, anacronismo, y aquí voy a exagerar, porque qué más da que en la convocatoria se les prohiba a los participantes hacer uso de apoyos audiovisuales. Cuando la mayoría de la gente piensa en el power point como el más reciente avance tecnológico y lo usa para proyectar exactamente lo mismo que está diciendo, la prohibición es comprensible. Pero basta poca curiosidad para averiguar que hay un campo de estudio llamado humanidades digitales que, además de lo interdisciplinario como forma de trabajo, aprovecha las nuevas tecnologías en el quehacer académico.
La pregunta es: ¿se conocen? Amigos del Coloquio, aquí está la página de la Red de Humanidades Digitales. Amigos de la Red-HD, aquí está la página del Coloquio. ¿Y si se toman un café?
Tercero, la presentación. En algún momento después del Coloquio se publicarán las ponencias. El título de los libros es exactamente el mismo todos los años salvo por el nombre del autor: Gabriel García Márquez: Perspectivas críticas, lo que da una falsa idea de producción en serie cuando todos sabemos que la academia no funciona así. Quizá suene tonto o ingenuo, pero un cambio de título ayudaría a singularizar al mismo tiempo la obra del autor y la tarea de la crítica.
Por último, algunas ideas. Quizá valdría la pena preguntarse cuáles son las perspectivas críticas necesarias para que las ponencias del Coloquio hablen de García Márquez desde el presente y no desde un pasado asumido y aceptado por todos. Un juego estilo Borges que le impida a los participantes hablar de Cien años de soledad, por ejemplo, sin tener en cuenta la literatura y la teoría que se hace hoy, invertir el orden temporal, no buscar al escritor en lo que se publica actualmente sino preguntarnos por la pertinencia del escritor después de haber leído lo reciente.
Proponer preguntas del tipo: ¿cómo se puede hablar de Cien años de soledad luego de haber leído a ________? Además de atractivo, eso reduciría la extensión de los resúmenes de trescientas palabras a dos o tres. Tampoco haría falta currículo, porque con este sistema el método de selección es muy fácil: se desechan inmediatamente las propuestas que no generen dudas y curiosidad.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.