El consumismo, instrucciones de escritura. Entrevista con Mercedes Cebrián

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Quizás
porque nuestro país se encuentra a la cola de la vanguardia
literaria, no abundan los escritores españoles que aborden en
sus ficciones temáticas contemporáneas como los nuevos
modos de relación, la globalización económica o
la extrañeza ante la vida moderna. La madrileña
Mercedes Cebrián brilla con una inspiración poco
habitual entre el reducido pelotón de autores que se ocupan
del cambio estético y vivencial que factores como el
consumismo han traído a nuestras vidas. En su primer libro de
relatos y poemas, El malestar
al alcance de todos
, encontrábamos algunas piezas
sobre este tema. Ahora, acaba de publicar en la editorial Caballo de
Troya Mercado común,
poemario que explota en clave lírica las paradojas de nuestra
identidad global.

El
consumismo interesa a los sociólogos. Pero, ¿sirve para
hacer literatura?

Temas
propicios para la literatura son todos aquellos con los que nos
enfrentamos a diario, incluso aunque no lo parezca, aunque estén
ahí latentes y por el momento no nos preocupen en exceso. Por
ejemplo, el tema estrella en la literatura de todo los tiempos: la
muerte. Una relación tan intensa y cotidiana como la que
mantenemos con el consumo, con la toma de decisiones respecto a la
compra de productos, con nuestro posicionamiento ideológico
hacia la tecnología o la moda, no la mantenemos con casi nada
o nadie. Hablar de consumo es hablar de mil temas: relaciones
humanas, creación de nuestra propia identidad, Eros,
Tánatos… Los bienes de consumo poseen un poderosísimo
carácter simbólico que hace a ciertos escritores, entre
los que me cuento, frotarse las manos ante el diálogo
literario que se puede establecer con aquellos. En mi caso, al no
tener una formación sólida en esas materias, no puedo
pretender elaborar análisis académicamente rigurosos al
respecto. Pero eso me beneficia, ya que me da libertad, la libertad
del ignorante, para generar preguntas e ideas que a menudo me sirven
como combustible para mover la maquinaria del proceso de escritura.

Entonces,
¿es posible escribir una novela que transcurra en
IKEA?

Se
puede ficcionar o escribir versos sobre cualquier asunto que a uno le
interese, porque le incomode o porque le fascine. Creo que las claves
para que el resultado de un texto de esas características sea
digno, y no una mera fantasmada oportunista, están en la
mirada y en la intención del autor. La novedad del teléfono
móvil dio lugar a toneladas de columnas de prensa, anécdotas
y relatos en los que los cambios que su aparición implicaba en
el campo de las relaciones sociales eran el tema central. Ese tipo de
relato ha quedado obsoleto, ahora que el móvil ha quedado
incorporado a nuestra cotidianidad, pero veo lógico que en su
momento la escritura reflexionara sobre ello. Yo trato de encontrar
un equilibro entre hablar de lo que sucede aquí y ahora, y
escribir textos que no envejezcan a los dos meses. Creo que para
tratar lo que es de verdad candente
ya está el periodismo. La literatura debería tener unas
ambiciones geográfico-temporales un poquito más
amplias, pero esto se puede lograr aun situando un texto en el barrio
donde una pasó su infancia; insisto en que son tanto el tono
como la mirada los que universalizan o no los temas que se aborden.

¿Cuál
es tu actitud respecto a las franquicias?

Volviendo
a IKEA, me parece que hay un montón de elementos relacionados
con ella sobre los que se puede, e incluso se debe, escribir. Yo soy
una forofa de las franquicias, pero forofa por la relación
amor-odio que me producen. Por un lado me siento acogida por ellas
cuando estoy en un lugar lejano (me imagino sola y descangayada un
viernes noche en Pernambuco o Kiev, y feliz de encontrar un Starbucks
en el que refugiarme), pero por otro encuentro detestable su
uniformidad globalizante. Es en esa contradicción donde me
sitúo para escribir sobre estos temas.

¿Está
el escritor contemporáneo obligado a criticar las franquicias
o es posible adoptar una actitud más creativa?

Yo
imagino actitudes vitales puras
en las que no haya duda ni contradicción posible al respecto:
es claramente mejor la tiendecita de ultramarinos de la Señora
Trini que el macrocentrocomercial de las afueras. Probablemente yo
también esté de acuerdo con eso a nivel vital, pero
creo que es un craso error abordar cualquier tipo de texto sin asomo
de duda o contradicción ante el tema o valor humano oficial
que se esté tratando. Creo que una actitud de
yo-puedo-tirar-la-primera-piedra-ideológica está
abocada al fracaso artístico, pero quizá dentro de un
tiempo cambie de opinión al respecto: tengo miles de obras por
leer que pueden hacer tambalearse estas creencias.

En
el suplemento Cultura/s de
La
Vanguardia
elaboras
listas de objetos. ¿Puedes explicar en qué consisten?

Son
listas de cinco elementos con un nexo de unión entre sí:
desde tipos de sopas hasta idiomas artificiales, pasando por bebidas
de mal sabor. La idea no partió de mí sino de la
redacción del suplemento, pero me vino al pelo porque soy una
entusiasta de las listas y, en general, de la catalogación y
tipificación, de ahí que me guste tantísimo la
obra de Perec. En sus novelas Las
Cosas
y La Vida
Instrucciones de Uso
, Perec elabora inventarios
exhaustivos de objetos que, para mí, resultan fascinantes por
su intento vano de abarcar el mundo o al menos lo que podemos
aprehender a través de los sentidos.

Pero
las listas no son banales: reflejan algo del funcionamiento del mundo
actual o pasado. ~

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