Me había propuesto seguir al mismo tiempo los tres late night show del miércoles. Iría zapeando, intentando encontrar los mejores momentos de Sardá, del Gran Wyoming y de Buenafuente. Todo el mundo habla ahora bien de Buenafuente. Ha ganado varias noches a Javier Sardá. Pero a mí, Buenafuente me pone nervioso. Me ponía nervioso cuando lo veía en TV3 y no he conseguido que no me ponga nervioso en A3. No me gusta que todo el rato esté tirando de su americana: se agarra las solapas y las lleva hasta el ombligo, pero cuando llega no abrocha los botones y vuelve a empezar. Parece fingir que está nervioso. Tampoco me gustan los monólogos de Buenafuente. Tienen gracia, incluso bastante gracia a veces, pero a mí no me hacen reír: les veo las costuras. Reconozco que es una manía absurda, pero es que Buenafuente me recuerda a una persona que me cae especialmente mal. Ya sé que es una idiotez completa que lo tenga que pagar Buenafuente, pero me resulta totalmente imposible esquivar ese conflicto. El Gran Wyoming me cae mejor que Buenafuente: es un tipo divertido, pero los índices de audiencia de su programa indican que la mayoría de la gente no opina como yo. De Sardá, ya he escrito un montón de veces en Letras Libres y no tengo ganas de repetirme.
Me eché en el sofá con el mando a distancia en la mano. Mi televisor es pequeño, y está montado encima de un televisor todavía más pequeño: cuando están apagados parecen una instalación de Nam June Paik. Totalmente concentrado para sacar lo mejor de Buenafuente, venciendo mis manías, lo mejor de Wyoming y lo mejor de Sardá. Pero ocurrió una cosa extraña. En mitad de uno de los zapeos, topé con Redes, el programa de ciencia de La 2. Eduardo Punset anunciaba que el programa de esa noche estaba dedicado a Oliver Sacks. Una larga entrevista con Oliver Sacks. Así que adiós Buenafuente, adiós Sardá, adiós Gran Wyoming. Dejé el mando a distancia encima de la mesa, y me dediqué a ver Redes.
Me gustan los libros de Oliver Sacks: ha sabido conseguir apartar la enfermedad del infierno en el que se encontraba. Oliver Sacks es psiquiatra, pero lo que más le gusta, le dice a Eduardo Punset, es la química. La casa de Oliver Sacks, en la que se graba la entrevista, está llena de reproducciones de la tabla periódica. Incluso en el váter hay una reproducción colgada de la tabla periódica. Fue el “tío Tungsteno” quien le metió en la cabeza la obsesión por la química a Oliver Sacks. Oliver Sacks le da a Eduardo Punset una pieza de tungsteno para que la pese. Oliver Sacks sonríe y habla tranquilamente de su trabajo. Habla de la experiencia clínica que llevó a cabo en el Hospital Monte Carmelo de Nueva York con supervivientes de la epidemia de encefalitis letárgica, y del asombroso “despertar” que experimentaron cuarenta años más tarde cuando les administró L-dopa, un medicamento recién descubierto. Oliver Sacks habla de sus pacientes con problemas neurológicos, y en especial del más que famoso “hombre que confundió a su mujer con un sombrero”. El programa no puede ser perfecto, sería raro, y de cuando en cuando, demasiado de cuando en cuando para mi gusto, interrumpen la entrevista e introducen pequeñas píldoras relacionadas con la neurología y con la química y con otros asuntos más o menos pertinentes. Eduardo Punset se mueve por la casa de Oliver Sacks con familiaridad: husmea por su cuenta y nos la enseña con la cámara. El gran hermano de Oliver Sacks, o algo así.
Es posible que mientras veo Redes, Buenafuente esté entrevistando a Isabel Gemio, recién definitivamente separada de Nilo, o a Bud Spencer, antiguo compañero de andanzas de Terence Hill y posible candidato en la formación de Berlusconi en las próximas elecciones. He leído que son estas entrevistas humanas las que marcan las diferencias entre Buenafuente y Sardá. No lo creo. Y si es así, me resulta totalmente delirante. ¿Será porque se pone una venda en los ojos para no ver la cara de sus entrevistados? También he leído que el arrastre de Aquí no hay quien viva es lo que permite a Buenafuente, algunas noches, tener mayor audiencia que Sardá. O quizás que ha conseguido “un poquito de por favor”.
Cuando acabó la entrevista de Redes entre Eduardo Punset y Oliver Sacks, y acabó demasiado pronto, apagué el televisor y me puse a leer Veo una voz: viaje al mundo de los sordos (Anagrama), un ensayo de Oliver Sacks que aún no había leído. –
(Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) fue escritor. Mondadori publicó este año su novela póstuma Noche de los enamorados (2012) y este mes Xordica lanzará Todos los besos del mundo.