Doce millones de personas siguieron el debate entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, candidatos del PP y el PSOE a la presidencia del gobierno, respectivamente. El País, El Mundo y ABC creen que el candidato del Partido Popular fue el ganador, con un margen estrecho. Público va por libre. El País ha realizado análisis estructurales y ha preguntado a sus colaboradores, como La Vanguardia. El debate era una batalla completamente desesperada que Rubalcaba nunca podría haber ganado. Las cifras económicas son incontestables; el socialista dio por sentado que Rajoy ganaría las elecciones. Es posible que no se moviera ni un voto entre los partidos, dice Jorge Galindo. El azul fue el color predominante. Aunque no se sabía bien si era una entrevista o un monólogo, una conversación o un examen ante un tribunal de oposición, el debate fue mejor que el de 2008. Quizá el candidato socialista logró colocar su mensaje mejor de lo que parece. Es difícil saberlo: Por cada error de Rubalcaba salen cien conspiraciones. Si algo dejó claro el previsible debate, es que habría sido preferible que los candidatos se hubieran sometido a las preguntas de profesionales. Eso sí, todo indica que tendremos al primer presidente del gobierno con barba desde 1922, y que lo que aguarda a Mariano Rajoy es indescriptible. El PP no retirará el recurso contra el matrimonio gay en el Tribunal Constitucional. ¿Cuántas veces miraron sus fichas los candidatos? ¿Por qué hablaron tan poco de Europa? ¿Y por qué dejaron de lado la justicia y la corrupción? Según Arcadi Espada, “Rubalcaba perdió los papeles. Pero Rajoy, a ellos pegado, y al fin y al cabo el examinando, demostró algo aún más inquietante: que no se sabe la lección”.
Fue una lucha entre un hombre que proponía ideas bellas pero irrealizables –¿alguien que cree que va a gobernar diría que piensa pedir a los líderes europeos un retraso de dos años en el ajuste económico?- y otro al que se suponen buenas ideas pero que se muestra patológicamente reacio a expresarlas. La ambigüedad y la opacidad de Rajoy son dignas de estudio. El candidato da a entender que, cuando el PP llegue al gobierno, las cosas se arreglarán casi naturalmente; las medidas son cuestión de “sentido común”. Por otra parte, Rubalcaba se centró demasiado en sembrar la inquietud en torno a lo que supuestamente hará el Partido Popular a partir de los comicios. Probablemente no le quedaban muchas otras opciones, pero debería haber reconocido los errores del gobierno del que ha formado parte, y debería haber reivindicado algunos de sus logros. Es algo que se le debe exigir a un hombre que tiene la reputación de saber explicar las cosas y de tratar a los ciudadanos con respeto intelectual.
Algunas de las cosas que se necesitan para ser un buen candidato no tienen vinculación con ser un buen gestor. En las campañas electorales abundan los elementos que no apelan a la razón, sino a las emociones, a los gestos y a la imagen. Forman parte de un espectáculo que es en buena medida teatral y que está sometido a un proceso de sobreinterpretación. Pero los debates también nos dan la oportunidad de conocer las ideas, los compromisos y los programas, de estudiar los términos de la conversación y de sentirnos más implicados en la discusión política. Es mucho mejor que haya debates electorales, y sería preferible que hubiera muchos más.