El derecho a decidir

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Leo el editorial de mi amigo Jesรบs Silva-Herzog Mรกrquez en el Reforma del lunes, en el que narra que 17 constituciones de otros tantos estados de la federaciรณn

han seguido el dictado de la iglesia catรณlica para incorporar a su texto la consigna eclesiรกstica de que la vida humana empieza desde el instante mismo de la concepciรณn y considerar el cigoto โ€”antes inclusive de su implantaciรณn en el endometrioโ€” como un ser humano con plenos derechos.

Comenta Silva-Herzog Mรกrquez, refiriรฉndose a la iglesia catรณlica, que

Los hombres de fe pueden creer que nuestra vida es un prรฉstamo de Dios y que no somos nadie para abreviar nuestro paso por el mundo. Pero un Estado laico no puede asumir esa interpretaciรณn del mundo para imponer a las mujeres el deber de aceptar los hijos que les caigan o para impedir que se auxilie a los sufrientes a bien morir.

Y argumenta:

En los estados que han aprobado estos cambios, una mujer violada que resulte embarazada por la violenta invasiรณn de su cuerpo no tendrรก la opciรณn de elegir si continรบa o termina con el embarazo. Una mujer tampoco podrรก decidir si sigue adelante con un embarazo que ponga en peligro su propia vida. El piadoso Estado le impone la obligaciรณn de parir.

Propone que esto ha sucedido porque el PAN y el PRI son โ€œaliados en la demoliciรณn del Estado laicoโ€, por lo que concluye:

El conservadurismo religioso del PAN no es ninguna sorpresa. Lo es tal vez su incapacidad de vestir su fe con trajes seculares para redactar normas que no sean sรณlo compatibles con sus creencias sino propias de un Estado secular que no impone a todos el prejuicio de unos. Lo que resulta mรกs aberrante es el oportunismo del PRI que difรญcilmente puede seguirse presentando como defensor del Estado laico despuรฉs de esta abdicaciรณn. Con esta cascada de reformas, el PRI se ha convertido en la bisagra de la ultraderecha mexicana.

Estoy de acuerdo con lo expuesto por Silva-Herzog Mรกrquez.

No habrรก argumento que logre convencerme de que una mujer que ha sido violada deberรก ademรกs prolongar durante nueve meses, en su propio cuerpo, el crimen de que fue vรญctima. Entiendo que pueda haber mujeres capaces de decidir sobreponerse a esa situaciรณn, asumir su maternidad, vivirla y aun celebrarla: parir la evidencia de un crimen, y llegar incluso a amarla, me parece algo asombroso. Tan asombroso como terrible me parece que el Estado o una iglesia arroguen el derecho de obligarla a sรณlo contar con esa expectativa; que el Estado o las iglesias expropien el cuerpo y las emociones de alguien que toma la decisiรณn contraria.

El Estado ya podrรญa tambiรฉn castigar con ejemplar energรญa a los agresores sexuales; el Estado y las iglesias ya podrรญan prestar mรกs atenciรณn y recursos al imperativo de conseguir una educaciรณn sexual eficiente; ya podrรญan publicitar aรบn mรกs el uso del condรณn y la alternativa de la โ€œpรญldora del dรญa siguienteโ€; ya podrรญan evitar el retorno al clandestinaje que inevitablemente irรก de la mano de su hipocresรญa y/o su oportunismo polรญtico.

No me considero capaz de entender las razones o las emociones que orillan a una mujer al aborto. Leo los artรญculos en pro y en contra y siempre me quedo con la impresiรณn de que algo se me escapa (quizรก lo que mรกs fรกcilmente administro es que todo niรฑo debe ser deseado).

Lo que sรญ entiendo es que la decisiรณn que una mujer toma sobre su propio cuerpo, con -o aun contra- su espรญritu, es una decisiรณn difรญcil y compleja, mรกs complicada y difรญcil aรบn por la naturaleza fatalmente solitaria en que la realiza. Se trata de una soledad que me resulta inescrutable. Una soledad que las griterรญas de los polรญticos y los voceros de Dios no hacen sino atormentar e intensificar.

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Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.


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