El doctor Young, un bardo olvidado

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Al leer antigüedades para una breve historia de la literatura mexicana del siglo XIX que estoy escribiendo, me encuentro con Edward Young (1683-1765), un poeta olvidado, el preferido de Voltaire. Como no estaré presenté para festejar o deplorar el próximo aniversario del nacimiento o de la muerte de Young, adelanto a los curiosos lo que sé de él.

Nadie, nunca, ni Anatole France ni Ernest Hemingway en los siglos recientes, ha perdido el crédito de la posteridad como lo perdió Young, cuyo nombre solo suele recordarse porque el entonces casi desconocido pintor y poeta William Blake grabó, en 1797, unas soñadoras ilustraciones para Nights thoughts on life, death and inmortality (1742-1745). De las quinientas ilustraciones hechas por Blake, solo cuarenta acompañaron la edición.

Antes de que su larga vida le permitiese triunfar con ese librote –diez mil versos blancos en nueve libros– el ministro anglicano Young fue una versión inglesa del abate de corte, deshonesto y pendenciero, afiebrado escritor de alabanzas y poemas didácticos, bien conocido entre los poderosos y poco apreciado por sus contemporáneos, al grado de que es el único de los poetas ingleses sobre el cual, en sus Vidas (1779-1781), el doctor Samuel Johnson no pudo o no quiso escribir, delegando la tarea en un caballero llamado Herbert Croft. Este relata las pensiones que beneficiaban a Young, su oportunismo oratorio, su vida de padre poco ejemplar.

Y es que el reverendo Young se las arregló para hacer de su vida una leyenda en la cual, habiendo perdido en menos de un mes a su mejor amigo, a su esposa y a su hija, se habría convertido en un filósofo cristiano experto en los misterios de la muerte. Young versificó en su “Noche tercera”, por ejemplo, la historieta de que muerta su bella hija Narcisa en la Francia del Mediodía y negándose los bárbaros católicos a darle cristiana sepultura por ser protestante la muchacha, él mismo, ya viejo, habría cargado el cadáver por las tinieblas de la noche hasta encontrar un sitio descampado donde él mismo la enterró teniendo como únicos testigos a sus lágrimas y a sus plegarias. Escribe Young:

 

Denied the charity of dust, to spread

O’er dust! a charity their dogs enjoy.

What could I do? what succour? what resource?

With pious sacrilege a grave I stole,

With impious piety that grave I wrong’d;

Short in my duty, coward in my grief!

More like her murderer than friend, I crept

With soft suspended step, and muffled deep

In midnight darkness whisper’d my last sight.

I whisper’d what should echo thro’ their realms;

Nor writ her name whose tomb should pierce the skies.[1]

 

La estampa era la más leída de los Night thoughts y no solo se convirtió en un tópico de la cultura popular: pinta de cuerpo entero a Young, cuya poesía gozaba del prestigio añadido, fácil de comprender para los actuales asiduos al cine, de provenir, en este caso con falsía, de “la vida real y no de la ficción”, de ser un biopic. Lo autobiográfico, orlado por el cultivo de lo sincero y lo sentimental, fue la principal oferta de los prerrománticos a su público.

Ello no quiere decir que Night thoughts (en realidad el más exitoso representante de una escuela de poetas sepulcrales ingleses entre los que destacaron, precedentes o imitadores, Parnell, Hervey y Gray) sea un poema ilegible. Es clásico y comercial a la vez. Está lleno de una libertad inconcebible antes que él en la horaciana lírica inglesa representada por Alexander Pope, pues el reverendo combina la vulgarización del pensamiento grecolatino sobre la muerte (hay lo suficiente de los presocráticos y de Lucrecio en él) con reflexiones sinceras, meditaciones metafísicas sueltas pero no deshilvanadas, y ocurrencias muy del agrado de un lector común de cuya existencia Young se dio cuenta antes que nadie, componiendo un poema sentimental, a la vez accesible y elevado, que fue un verdadero alimento, de sabor muy doméstico, para sus miles de lectores en todo el mundo. El de Young fue el Eclesiastés adaptado por un poeta merecedor como pocos del título de precursor del romanticismo. Además, Young fue la pieza de resistencia del traductor Le Tourneur, quien adaptó el poema, conocido desde entonces en Francia como Les nuits d’Young (1769), al gusto neoclásico y extirpó las opiniones antipapistas, haciendo de su versión aquella de la cual brotaron todas las traducciones a las lenguas romances y eslavas.

La popularidad internacional de Night thoughts fue comparable a la del Werther y su eco se adueñó también de la lengua española. En una época tenida por impía, Young era lo ideal para quienes querían “sentir” a lo moda sin arriesgarse bebiendo tragos más fuertes o tóxicos: prefiguraba el gusto romántico por la muerte sin incurrir en la truculencia barroca, el materialismo mecánico o el ateísmo, que detestaba. Lo macabro (lo cual lo distingue del gótico prerromántico propio de varios de sus colegas sepulcrales) le era ajeno y Young, practicante de una religiosidad racionalista, deploraba los arrobos del misticismo.

La versión de Le Tourneur fue traducida al español nada menos que por Juan de Escoiquiz en 1797. El canónigo Escoiquiz, quien fuera el preceptor de Fernando VII y cortesano prominente en las malandanzas de aquel rey, decía traducir del inglés no solo a Young sino a Pope, pero Paul Van Tieghem (Le Préromantisme. Études d’histoire littéraire européenne), la autoridad en ese período, no lo cree. Escoiquiz, como Le Tourneur, recreaba con toda libertad lo que traducía, modificando sin asomo de duda o de legitimidad los originales. Le daban una manita de gato neoclásica a todo. Digamos así que el Young del canónigo zaragozano se aleja tanto del original como la reciente versión en cine con Orlando Bloom de Los tres mosqueteros, que tiene ya una semejanza remota con la novela de Alexandre Dumas.

De la famosa “Noche tercera”, Escoiquiz se ahorra la traducción de la anécdota pues su edición estaba “expurgada de todo error” y la grave acusación anticatólica le parecía impublicable al canónigo. Prefiere ofrecerle a sus lectores el alimento espiritual de las lamentaciones del clérigo-bardo tras el entierro salvaje de Clarissa. Es notoria la simplificación efectuada por Le Tourneur y Escoiquiz; cruzando el canal de La Mancha, Young pierde mucho de su espesura nórdica, propiamente “romántica”, y solo se preserva su carácter de divulgador piadoso y meditabundo.[2]

En fin, que el poema de Young se paseó por la península a través de las obras de José Cadalso (con las Noches lúgubres de 1789-1790) y de Juan Meléndez Valdés (autor de un Tristemio, diálogos lúgubres sobre la muerte de su padre, manuscrito perdido) y tuvo en el fraile novohispano Manuel Martínez de Navarrete a uno de sus lectores, quién lo hubiera creído, perdurables. Todavía alcanzó a manifestarse en José Joaquín Fernández de Lizardi, quien homenajeó a Young en El Periquillo Sarniento y tituló Noches tristes y día alegre (1818) su pretendida autobiografía. De hecho, Young nunca se extinguió: mutó en otro leidísimo poeta, Alphonse de Lamartine, quien comienza así,Nuit funeste!”, una de las partes de su Jocelyn (1836).

Los franceses han cuidado de su Lamartine, quien, no en balde escritor francés, quiso ser presidente de la república: tiene sus calles, sus monumentos provincianos, su tomo en La Pléiade, su boletín de admiradores, una tropilla de profesores remunerados por el Estado y ocupados en el mantenimiento de su obra. Los ingleses, más acordes con el espíritu santo del Eclesiastés, han dejado que el doctor Edward Young, el poeta inglés más celebrado del siglo XVIII, pague su vanidad con el polvo. ~



[1] Edward Young, The poetical works, I, Londres, 1813, p. 50.

[2] Así termina Escoiquiz, quien compactó las noches en solo trece noches siguiendo el plan de Le Tourneur, su versión de la “Noche tercera” de Young: “Tu nombre, del poniente hasta el paraje / Donde nace la aurora, / Haré que con mis versos se renueve / Tu memoria borrada, / En los pechos sensibles, / De profundo suspiro acompañada. / Aun el lozano joven divertido, / Dejando sus placeres en olvido / Algún rato, dará señas visibles / De compasión, pasando silencioso / Y pensativo, lejos del ruidoso / Concurso a recorrer la amarga historia / De tus hados fatales / Y a llorar tiernamente tu memoria / Entre los monumentos sepulcrales.” [Obras selectas de Eduardo Young, expurgada de todo error y traducida del inglés al castellano por Don Juan de Escoiquiz…, Madrid, Imprenta Real, 1797, pp. 99-100.]

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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