El espejo mexicano de Hogarth

La serie de cuadros donde Hogarth retratรณ con mordacidad las elecciones britรกnicas de 1754 bien podrรญa haber ilustrado los comicios mexicanos anteriores a la alternancia.
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Publicado en Letras Libres, junio 2015

 

El llamado de un cuadro

Enrique Krauze

Para ilustrar el nรบmero de Vuelta correspondiente a junio de 1988, sugerรญ una serie de รณleos de William Hogarth llamada An election. Llevaba algunos aรฑos en la bรบsqueda de paralelos entre la vida polรญtica inglesa del siglo XVIII y la polรญtica mexicana del XX. El PRI estaba por cumplir seis dรฉcadas en el poder, tramo comparable al del Partido Whig inglรฉs, pero esa permanencia excesiva no era la รบnica semejanza: tambiรฉn su dominio burocrรกtico sobre la sociedad, su relaciรณn incestuosa con el monarca y, sobre todas las cosas, sus grandes y pequeรฑas triquiรฑuelas electorales. Esta cultura de la corrupciรณn, caracterรญstica de los distritos llamados rotten boroughs, tuvo su pintor crรญtico en Hogarth.

La primera noticia que tuve de aquella serie de Hogarth (inspirada en las elecciones –en verdad podridas– del distrito de Oxfordshire en 1754) se la debo a mi amigo Raรบl Ortiz, sabio insuperable en las letras inglesas y famoso traductor de Bajo el volcรกn. A Octavio Paz le divirtiรณ mucho la idea, y el nรบmero saliรณ con uno de esos cuadros en la portada y varios grabados satรญricos en el interior. Las elecciones (no menos podridas) de julio de 1988 en Mรฉxico confirmaron la profecรญa implรญcita en las ilustraciones: Hogarth fue, sin saberlo, nuestro pintor costumbrista.

Pasaron los aรฑos. A mediados de abril visitรฉ el Sir John Soane’s Museum, una pequeรฑa joya en Lincoln’s Inn Fields. Sir John Soane (1753-1837), legendario arquitecto de la Inglaterra de Jorge III, viviรณ en esa casa de varios pisos, estrecha y prototรญpica, admirablemente preservada. Lleguรฉ poco antes de que el museo cerrara. Tomรฉ largos minutos en recorrer la sala y la biblioteca, deteniรฉndome en cada libro y objeto, y me dispuse a salir. Pero en la tienda advertรญ unas reproducciones de Canaletto y preguntรฉ dรณnde estaban. “En el Painting Room, pero ya no puede pasar, vamos a cerrar.” Les supliquรฉ entrar de nueva cuenta. Contra la costumbre, me lo concedieron.

¡Habรญa olvidado lo mejor del museo! Coronado por un domo, se abrรญa un recinto de altรญsimos muros tapizados con numerosas piezas griegas y romanas: bustos, glifos, capiteles, vasijas. Recibรญa la luz de la tarde y la distribuรญa en armoniosas y fugaces geometrรญas. Sin visitar zonas enteras del museo, me perdรญ por sus estrechos pasadizos hasta topar con el “Painting Room”. “Ya va a sonar la campana”, me dijo el guardia. Frente a mรญ estaban los grandes Canalettos (una apacible vista matinal del Rialto y el famoso Riva degli Schiavoni) y, a mi espalda, un glorioso Turner (Admiral Van Tromp’s Barge entering the Texel). Me disponรญa a salir cuando de pronto, de reojo, sentรญ el llamado de un cuadro: ¡An election de Hogarth! Y no era solo el que habรญamos reproducido en aquella portada sino la serie completa: dos en cada pared. Ante mi estupor, el piadoso guardia me regalรณ algunos minutos.

De vuelta a Mรฉxico le narrรฉ la pequeรฑa anรฉcdota a Raรบl Ortiz, quien de buena gana accediรณ a la reproducciรณn de una parte de aquel texto suyo de Vuelta. A diferencia de entonces, ahora presentamos los cuatro cuadros. Y a diferencia de entonces, nuestras elecciones, con todas sus miserias, se parecen poco a las de Hogarth. ~

 

Escenas de una comedia electoral

Raรบl Ortiz

Nihil sub sole novum.

Eclesiastรฉs, 1:9

in memรณriam Elsie Escobedo

El sitio que ocupa Hogarth como รบnico entre los pintores de su รฉpoca lo acerca mรกs a la tradiciรณn de los escritores de su momento que a los atildados retratistas a los que se asocia la pintura del siglo xviii. Porque en รณleo o grabado, sus series, hermanas de La รณpera del mendigo, perduran dotadas de moralejas que derivan de Defoe y rezuman un desencanto surgido del espรญritu de Swift. Transforma Hogarth la aspiraciรณn estรกtica de la pintura clรกsica en sรญmbolo dinรกmico, en relato complejo, por lo que su obra requiere, mรกs que pasiva contemplaciรณn, una lectura analรญtica de lo figurado, simultรกnea a la experiencia estรฉtica. ร‰l mismo explica los propรณsitos que persigue cuando afirma: “Por eso quise pintar en lienzo cuadros semejantes a representaciones escรฉnicas, y ademรกs espero que se les juzgue de la misma manera y que se les aquilate con el mismo criterio […] Me he esforzado por abordar mis temas como dramaturgo: mi cuadro es mi escenario y mis actores son hombres y mujeres.” Novelista de la pintura, se convertirรก en pintor de novelas. En el epitafio para su amigo Hogarth, el actor Garrick describe a estos cuadros como “moralejas pictรณricas que al alma / deleitan / y que a travรฉs del ojo al corazรณn / reforman”.

Evoca Hogarth en An election los fraudes electorales perpetrados en Oxfordshire durante 1754, cuando los whigs, que pretendรญan encarnar los “nuevos intereses”, hicieron gala de habilidad en el manejo de toda รญndole de recursos espurios para alcanzar sus metas. “Todo se vale”, parecen afirmar tirios y troyanos; al fin y al cabo, en amor y en polรญtica el triunfo es lo que cuenta.


En el primer cuadro, An election entertainment, asistimos a un banquete donde el pintor capta con la precisiรณn de una instantรกnea fotogrรกfica el diagnรณstico de cada paciente a partir de los sรญntomas que presentan los rostros y actitudes de cada cual.

Al fondo, impasible, parece contemplar la escena un retrato de Guillermo III, previamente destazado a tajos y reveses por los comensales en paroxismo de embriaguez; junto al cuadro, un escudo de armas que ornamentan tres guineas. Bajo un pendรณn en que pueden distinguirse las palabras “Libertad y Lealtad”, el primer candidato whig se resigna al martirio de un beso pegajoso que le impone una anciana desdentada. El impertinente, que le acerca la cabeza de la vieja, quema con su pipa la peluca del candidato, a cuyo brazo falta longitud para abarcar a la mujer en toda su indecente obesidad; mientras tanto, una niรฑa se afana por robarle el anillo del meรฑique. A su espalda, sentado, el segundo candidato padece el embate de dos vecinos de mesa: el primero, de rostro cubierto por cicatrices, atosigรกndolo con charla inoportuna, lo asfixia y ciega con el humo de su pipa; el segundo, en su beodez, le soba la mano en actitud casi lasciva. Atrรกs, dos locuaces galanes tratan de conquistar los favores de una dama cuya elegancia desentona con la violencia circundante. Un clรฉrigo amondongado acaba de engullir su pantagruรฉlico banquete; despuรฉs de quitarse la peluca, con un paรฑuelo se enjuga el sudor de la calva. Entre zalamerรญas y arrumacos, su vecino ofrece de beber al mรบsico que, por la dรกdiva, se aleja de la orquesta. Rascรกndose el cuello, un escocรฉs airado riรฑe al ocioso por encima de los tubos de su gaita, a la vez que una decrรฉpita violinista, bajo el retrato desgarrado del monarca, toca automรกticamente su instrumento. Su colega se asombra de los excesos que contempla en la mesa redonda, donde tres imbรฉciles se embelesan ante las peripecias de un gracioso: este, auxiliรกndose con el puรฑo izquierdo cubierto con un paรฑuelo, forma caras que no impresionan al despavorido tullido que ha visto cรณmo el mรฉdico acaba de practicar una sangrรญa al alcalde. (Por mucho haberse cebado, el funcionario pierde el conocimiento –tal vez hasta la vida–, como lo atestigua una ostra que no tuvo tiempo de consumir y que queda ensartada en el tenedor que sostiene una mano inerte.)

A espaldas del personaje que agoniza, un gestor electoral trata de sobornar a un sastre beatรญfico, que opone resistencia, no obstante el iracundo puรฑo de la esposa y la sรบplica inรบtil del vรกstago con el zapato roto.

Vuela por los aires el libro mayor que registra votos “seguros” y “dudosos”; un segundo gestor se desploma, descalabrado por un ladrillazo proveniente del zafarrancho callejero; en su caรญda derriba una mesa de donde se desparraman algunas legumbres y una langosta que como candidato voraz parece estar a punto de engullir una costilla reciรฉn llegada al suelo.

Dos rufianes han vuelto de la refriega para ocupar el primer plano del cuadro; el de cabeza cubierta vierte ginebra en la herida del segundo, a quien mitiga los dolores el aguardiente que ingiere con avidez. Bajo una estaca rota, en el letrero se lee: “Dadnos nuestros once dรญas” (peticiรณn de los tories alusiva a los que fueron omitidos cuando Inglaterra adoptรณ el calendario gregoriano en 1752). Vaciando un barril de ponche en la tinaja el niรฑo contempla con asombro que la herida en la cabeza del vecino absorbe el aguardiente como tonel sin fondo.

Un cuรกquero lee con enojo un pagarรฉ insoluto y acaricia las insignias que ha traรญdo a vender entre los electores. En la calle, los estandartes tories exigen “Libertad y Propiedad”, aconsejan “Casaos y Multiplicaos, a pesar del demonio” y proclaman “Fuera judรญos” bajo la efigie de un hebreo. Desde la ventana, un whig lanza los contenidos de un bacรญn a la multitud enardecida, mientras que otro elector se prepara a aventar el taburete que alza en actitud amenazante.

Canvassing for votes muestra la sede del partido tory, “El Roble Real”, en cuyo letrero aparecen dibujadas tres coronas y dos jinetes en busca del monarca. El paรฑo cubre parcialmente el letrero y satiriza a los whigs. En la parte superior, se ve cรณmo llueve dinero de la Hacienda Real; la figura cรณmica de Punch distribuye a palazos las monedas que acarrea en una carretilla.

Bajo el letrero, el candidato local compra chucherรญas con las que espera corromper a las dos aldeanas que coquetean con รฉl desde el balcรณn. Tras la puerta, un soldado observa a la posadera que cuenta lo que acaban de “pagarle”; a un lado, la estatua del leรณn hambriento a punto de hincar sus afilados dientes britรกnicos en la gรกlica flor de lis. Tras la ventana semicircular, dos hombres estรกn a punto de engullir, el primero, un ave, y el segundo un monumental filete.

Al fondo, los tories asaltan el cuartel de los whigs, identificado por un letrero con una corona y la leyenda “Oficina de Impuestos sobre Consumos”; un hombre trata de aserrar la viga de la que pende el letrero, sin importarle el riesgo de caer al mismo tiempo. Sus compinches, tratando de auxiliarlo, tiran del madero con una soga. Desde una ventana, alguien dispara sobre la multitud.

Sentados a la mesa, ante la puerta de una tercera posada discuten un barbero y el remendรณn de la localidad. A sus pies, la bacรญa, una jarra y una toalla cuidadosamente doblada. Meditabundo, fuma su pipa el zapatero. Al fondo, pacรญfico, brilla el pueblo bajo el sol.

The polling retrata un ruidoso desfile que atraviesa por el puente, rumbo a las urnas. Desplomado, el carruaje de Britania estรก en un tris de volcarse por completo: los cocheros, olvidando los deberes de su cargo, siguen haciendo trampa en los naipes, al igual que los polรญticos locales.

En el templete, a los lados de un bedel que duerme a pierna suelta, los candidatos adoptan distintas actitudes: el primero no puede ocultar su perplejidad; el segundo estรก convencido de llevar la delantera. Junto a รฉl, tres hombres se divierten comentando la caricatura de su vecino el candidato. Ante el otro, la gente se agolpa para leer una balada en cuyo encabezado se distingue el perfil de un cadalso; una mujer, en el pasillo de la plataforma, ofrece en venta otros ejemplares del poema mientras otro grupo empina el codo.

Un soldado, al que faltan una pierna y ambos brazos, trata de votar; bajo la casaca roja asoma la funda de su inรบtil espada. Coloca sobre la Biblia el gancho que lleva en vez de mano, lo que suscita entre los abogados violenta polรฉmica sobre la validez de semejante juramento. Preso tras el barrote de la silla en que lo traen, el enajenado escucha cuanto le susurra al oรญdo un presidiario. A las urnas llega un moribundo al que llevan para que participe en el sufragio. Dos enfermeros lo cargan; los males venรฉreos han carcomido la nariz del primero, y siguen al segundo un ciego guiado por su lazarillo y un invรกlido que a duras penas sube las escaleras.

Con Chairing the member termina la gesta. Los vecinos se han refugiado en una casa daรฑada por el vandalismo de los contrincantes. Despuรฉs de un zafarrancho, un soldado a medio vestir toma de su tabaquera una pizca de rapรฉ; se lee en la mojonera: “A Londres xix millas.” Junto, yace el fragmento de la espada, rota durante la riรฑa. Asomรกndose, los vencidos se regocijan ante los aprietos porque atraviesan los vencedores; otros se lamentan por la derrota. En la ventana del tercer piso se atisba la pluma de un jurista que prepara algรบn escrito para invalidar las elecciones. Por sobre la cabeza del triunfador, surca los aires un ganso que graznarรก, al igual que el candidato en el desempeรฑo de su cargo.

Se proyecta la silueta del segundo vencedor en el muro de la alcaldรญa. Con huesos que lleva en la mano, la multitud golpea las hachas de carnicero; alguien agita un banderรญn con la leyenda “Azul fiel” de los whigs escoceses.

En primer plano, al centro, un cojo lucha a palos con un contrincante, cuya macana, al golpear a uno de los cargadores de la silla, va a precipitar al triunfador en las mismas aguas a las que se arroja una piara que recuerda a los cerdos de Gadara. Se agitan en el aire las piernas de una mujer a quien las bestias poseรญdas han derribado en su intento de fuga.

Por no haber vendido el voto, la esposa iracunda golpea al sastre, su marido, con una vara; dos cargadores se alejan con un barril de cerveza, mientras una tercera figura en posiciรณn semejante a la de la cerda madre, bebe de un segundo tonel hasta las heces.

Al otro lado del tambaleante candidato, pace a orillas del puente un burro despreocupado, cargador de basura entre la que hurga su compaรฑero, el oso, indiferente al mono vestido de soldado sobre sus espaldas. El feroz dueรฑo de los animales levanta una macana para golpear al burro. Desde una barda, dos deshollinadores contemplan el desfile: el primero, tras un crรกneo y dos huesos de fรฉmur, coloca unos quevedos ante las cuencas de la calavera; el segundo mea con desenfado, en tanto que dos solรญcitas mujeres tratan de reanimar a la dama a punto de desvanecerse con toda distinciรณn.

Cerrando el cuadro, un anciano semiloco y casi ciego, inicia con mรบsica siniestra la inevitable procesiรณn con rumbo a la catรกstrofe que ha de seguir al fraude. ~

 

Las reproducciones son cortesรญa del Trustees del Sir John Soane’s Museum.

 

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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