Tras la caรญda del Muro de Berlรญn, el economista y politรณlogo estadounidense Francis Fukuyama capturรณ el espรญritu de la รฉpoca anunciando el fin de la historia. Su tesis, a menudo malinterpretada, no excluรญa los conflictos locales ni los sobresaltos en la democracia. Pero Fukuyama pensaba que tras la caรญda del comunismo solo sobrevivirรญa un modelo de referencia: la democracia liberal, tal como la definรญa Occidente. Todas las naciones, explicaba, tendrรญan la democracia liberal como objetivo, lo que no implicaba necesariamente que todas llegaran a alcanzarla. Su fin de la historia significaba por tanto el fin de la competencia entre las ideologรญas, porque solo quedarรญa una viva. Pero, con justificada prudencia, no excluรญa que el juego de las pasiones humanas produjera en un futuro lejano la apariciรณn de una nueva ideologรญa alternativa a la democracia liberal: esa alternativa todavรญa no se habรญa inventado, carecรญa de nombre y parecรญa lejana.
De hecho, despuรฉs de 1989 hemos visto en las civilizaciones mรกs diversas el progreso de la idea liberal, que ha transformado la forma de los gobiernos y los modos de gestiรณn de la economรญa: el capitalismo de Estado retrocedรญa en todas partes –en Amรฉrica Latina, en รfrica, en la India–, en beneficio de un capitalismo de mercado que podrรญamos llamar democapitalismo, frente al capitalismo de Estado u ordocapitalismo. China resiste prรกcticamente en solitario ante la llamada de la democracia liberal y el democapitalismo. Pero vemos cรณmo en esa China surge con fuerza una sociedad civil para la que la democracia de influencia occidental encarna el fin de la historia. Los paรญses รกrabes oscilan entre su tradiciรณn autoritaria y autรกrquica y la tentaciรณn democrรกtica y democapitalista.
Desgraciadamente, en el interior del mundo occidental, e incluso en su misma cuna, no asistimos a la apariciรณn de la ideologรญa alternativa desconocida que seรฑalaba Fukuyama, sino al regreso a formas de pensamiento muy antiguas: el nacionalismo agresivo, la xenofobia, la autarquรญa econรณmica, el despotismo mรกs o menos ilustrado. Reuniremos todas esas tendencias bajo el tรฉrmino de “tentaciรณn autoritaria”. La tentaciรณn autoritaria afecta al Estado democrรกtico, a la constituciรณn europea, a la globalizaciรณn entendida como civilizaciรณn y al democapitalismo. Por su propia naturaleza, la tentaciรณn autoritaria abraza formas nacionales, infranacionales e incluso etnotribales: afecta de forma distinta a las naciones de Europa, segรบn la historia de cada de paรญs. La Alemania actual es el paรญs menos afectado por la tentaciรณn autoritaria, porque su pasado nacionalsocialista la ha inmunizado contra ella. Por eso, en Alemania el capitalismo es mรกs democrรกtico, el Estado central mรกs modesto y los partidos polรญticos menos extremistas. Los nostรกlgicos del nazismo se limitan a grupรบsculos, y los Verdes y Rojos que en las dรฉcadas de 1970 y 1980 encarnaban una alternativa autoritaria se han hundido en la democracia dominante. Cuando los alemanes manifiestan algo de nacionalismo, lo hacen para defender sus ahorros y no romper la hucha en beneficio de los derrochadores griegos y portugueses.
En Espaรฑa e Italia, las otras dos naciones europeas poderosamente marcadas por su pasado fascista, la tentaciรณn autoritaria solo se manifiesta en la periferia: en el Paรญs Vasco e incluso en la Lombardรญa italiana, donde cierto etnicismo discute la pertenencia a la naciรณn madre. Este etnicismo no es tanto una reacciรณn hostil a la democracia liberal cuanto un รบltimo avatar de las aspiraciones nacionalistas que aparecieron en el siglo XIX, la era de los nacionalismos revisados y corregidos por la literatura romรกntica.
No sucede lo mismo en las naciones europeas en las que el fascismo se impuso desde el exterior, como Francia, Hungrรญa, Bรฉlgica y los Paรญses Bajos. En esos paรญses ocupados por la Alemania nazi hubo colaboracionistas seducidos por la ideologรญa nazi o por las promesas territoriales de los alemanes: por ejemplo a los hรบngaros (contra los rumanos), a los finlandeses (contra los rusos), a los belgas flamencos (contra los belgas valones). Pero en ninguna de esas naciones subsiste la sensaciรณn de un pecado original o el recuerdo de una guerra civil tan atroz como la espaรฑola como elementos capaces de prohibir la tentaciรณn autoritaria en nuestros dรญas.
Este resurgimiento ideolรณgico resulta especialmente perturbador en Francia porque allรญ convergen todos los factores necesarios para el rechazo a la democracia liberal, a la globalizaciรณn y al democapitalismo. En la tentaciรณn autoritaria que encarnan el Frente Nacional y la cuarta parte de los electores franceses que lo sostienen, la nostalgia es un factor determinante: nostalgia de un tiempo en el que Francia fue el centro de un imperio territorial y cultural. La historia de Francia que se enseรฑa a los niรฑos en el colegio sustenta esa idea de un pasado grandioso: en vez de exaltar una Francia que participรณ en la fundaciรณn de un nuevo orden europeo, pacรญfico y prรณspero, los estudiantes retienen imรกgenes estereotipadas de gloria napoleรณnica y “misiรณn civilizadora” francesa en el รfrica negra. Por tanto, el discurso nacionalista parece legรญtimo. Se ve reforzado por lo que se interpreta como una pรฉrdida de valores nacionales: estos parecen diluidos entre la anomia europea, la americanizaciรณn cultural y la inmigraciรณn.
Esa inmigraciรณn africana, frecuentemente รกrabe y musulmana, provoca reacciones xenรณfobas en toda Europa. Pero la xenofobia –que resulta tentador llamar banal– solo se transforma en Francia en un partido grande y estructurado a travรฉs de la razรณn histรณrica que lo legitima. En Alemania, en Suecia o en el Reino Unido, una inmigraciรณn numerosa, turca, marroquรญ o india, tambiรฉn provoca actitudes xenรณfobas: pero en estos paรญses la xenofobia no se ha convertido, como en Francia (y en menor grado en Bรฉlgica, Finlandia y los Paรญses Bajos), en la base de un partido autoritario. Antes de volver a esos paรญses de Europa del Norte, estudiemos un momento mรกs el caso francรฉs, porque en รฉl opera un รบltimo factor relacionado con la naturaleza del capitalismo francรฉs. Este estรก dominado por un pequeรฑo nรบmero de enormes empresas que, histรณricamente, en la mayorรญa de los casos dirigen antiguos altos servidores del Estado. Por su concentraciรณn y complicidad con la polรญtica, el capitalismo francรฉs se opone al capitalismo alemรกn e italiano, descentralizados y ricos en pequeรฑas y medianas empresas. Al Frente Nacional le resulta mรกs fรกcil en Francia de lo que le resultarรญa en Alemania o en Italia oponerse al capitalismo de los grandes y de la globalizaciรณn, y proponer como alternativa un ordocapitalismo: ese ordocapitalismo, autoritario y autรกrquico, estarรญa ademรกs anclado en un pasado lejano y mรญtico, el del colbertismo. Convendrรญa aรฑadir que la “tentaciรณn autoritaria” solo es fuerte y estructurada si se articula en torno a la personalidad de un lรญder carismรกtico: esto es evidente, ya que el autoritarismo expresa el deseo de un lรญder, mientras que la democracia liberal desconfรญa de รฉl. Sin la dinastรญa Le Pen –desde el padre viril a la hija dominante– en Francia, sin Viktor Orbรกn en Hungrรญa, sin Geert Wilders –fundador del Partido por la Libertad– en Holanda, sin Umberto Bossi –fundador de la Liga Norte– en Italia, o sin Timo Soini –fundador del partido de los Autรฉnticos Finlandeses–, la tentaciรณn autoritaria no llegarรญa a cristalizar. El autoritarismo exige un lรญder, pero tambiรฉn una historia que le confiera una legitimidad y finalmente circunstancias adecuadas, como una inmigraciรณn mal aceptada y una crisis econรณmica mal gestionada. La conjunciรณn de todos esos elementos es indispensable: uno solo no es suficiente para plantear una alternativa ideolรณgica a la democracia liberal.
Con demasiada frecuencia, se reduce รบnicamente a la economรญa la apariciรณn del rechazo a la democracia liberal. Esa interpretaciรณn de tintes marxistas no resulta convincente: la ansiedad econรณmica favorece la tentaciรณn autoritaria, pero esta รบltima es autรณnoma de la primera. Sucede lo mismo con la inmigraciรณn, que beneficia a los ultranacionalistas como el invierno favorece a la gripe: el virus estรก latente, pero no es una creaciรณn del invierno. El Partido por la Libertad holandรฉs de Geert Wilders no podrรญa explicarse รบnicamente por la inmigraciรณn si no existiera un sustrato xenรณfobo en Holanda. Puede resultar sorprendente, porque identificamos a los holandeses con la tolerancia, pero la compleja historia de los Paรญses Bajos estรก llena de guerras religiosas. Por motivos difรญciles de comprender, la Holanda ocupada por los nazis tuvo el porcentaje de judรญos deportados mรกs alto de Europa. El populismo nacionalista de derechas tiene รฉxito en Holanda en un perรญodo de prosperidad econรณmica, no en circunstancias en las que los inmigrantes vendrรญan a despojar a los ciudadanos nativos de sus empleos. Sin duda, se podrรญa aplicar un esquema interpretativo cercano a Finlandia, a Hungrรญa y a los flamencos de Bรฉlgica: todos son paรญses donde progresan los movimientos antidemocrรกticos y antiliberales. Esos pueblos han conquistado su independencia recientemente. Bรฉlgica se creรณ hace dos siglos, pero hasta la dรฉcada de 1970 los flamencos eran una minorรญa econรณmica y culturalmente colonizada por los valones. ¿La verdadera autonomรญa de los flamencos no tiene cuarenta aรฑos y se pretende, en nombre de Europa o de la libertad de circulaciรณn, lesionar su nuevo orgullo nacional? De esa historia nace el partido Vlaams Belang. Los finlandeses solo se sienten libres desde 1989, tras el fin de sus luchas contra Suecia y Rusia. Pero, en nombre de Europa y del nuevo orden democapitalista, ¿se atacan su homogeneidad nacional tan costosamente adquirida y su reciente prosperidad? ¿Tendrรญan que redistribuir (a los griegos, a los espaรฑoles) incluso antes de haber disfrutado de su nueva riqueza? La crisis europea desatada en 2008 no ha encendido el fuego que calienta a esos paรญses, pero, evidentemente, lo alimenta.
En los movimientos autoritarios, esta crisis no se interpreta como uno de los contratiempos que el capitalismo liberal sufre de vez en cuando, sino como un fracaso de todo el sistema capitalista. Existe una coincidencia en los anรกlisis de los arqueomarxistas y los ordocapitalistas. Por ejemplo, el Frente Nacional en Francia o el partido de Viktor Orbรกn en Hungrรญa no buscan suprimir el capitalismo sino nacionalizarlo, sustituir el democapitalismo –que se considera estadounidense y globalizador– por un ordocapitalismo que seguirรญa el modelo de Colbert o incluso el chino. De forma caricaturesca, los partidarios de este nuevo despotismo ilustrado oponen al “consenso de Washington”, que la crisis financiera habrรญa vuelto caduco, un “consenso de Pekรญn”, donde el Estado central serรญa el garante del crecimiento. Evidentemente, esta oposiciรณn ideolรณgica no tiene en cuenta las diferencias entre civilizaciones y entre los niveles de desarrollo.
Desafortunadamente, en apoyo de esa recuperaciรณn del despotismo ilustrado, la clase polรญtica ha abdicado de sus responsabilidades en Grecia y en Italia: tras gestionar mal el Estado y la economรญa nacional, esa clase polรญtica electa –por tanto, la representaciรณn democrรกtica– ha abandonado el poder frente a tecnรณcratas no elegidos. ¡Quรฉ ganga para los partidarios franceses, hรบngaros, belgas, holandeses y finlandeses del despotismo ilustrado! Puesto que incluso los italianos y los griegos reconocen la incapacidad de las instituciones democrรกticas para resolver una crisis banal de deuda pรบblica, ¿no es el principio mismo de la democracia representativa lo que habrรญa que cuestionar?
Esta impugnaciรณn “populista” de la democracia liberal, un tรฉrmino que provoca desconfianza porque deriva mรกs del insulto que del anรกlisis, no es exclusiva de la extrema derecha nacionalista o รฉtnica. Recordemos que el rechazo de la democracia y el capitalismo estรก tan arraigado tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda y que la democracia liberal solo se impuso en Europa despuรฉs de 1989, tras un largo combate con la Uniรณn Soviรฉtica en el exterior y con los partidos comunistas en el interior. ¿Acaso se han volatilizado estos รบltimos? La hostilidad de la izquierda hacia el democapitalismo se ha transformado en otras utopรญas que reciclan antรญfonas marxistas en un decorado moderno: los militantes han pasado de la crisis final del capitalismo a la crisis final de los recursos naturales. En el ecologismo profundo se descubren las mismas aspiraciones teolรณgicas que en el marxismo, el mismo deseo de utopรญa y el mismo deseo de autoridad que ya no liberarรญan a la humanidad de las garras de los burgueses, sino que salvarรญan a la Santa Naturaleza de la opresiรณn industrial. Las tรฉcnicas de movilizaciรณn de los ecologistas profundos y sus manifestaciones violentas los sitรบan en el campo del populismo antidemocrรกtico. Lo mismo ocurre con los movimientos altermundistas hostiles al democapitalismo y a veces violentos (como en el caso del francรฉs Josรฉ Bovรฉ, que destruรญa campos de maรญz transgรฉnico o “desmontaba” los establecimientos de McDonald’s), que sin duda consideran que el futuro de los รกrboles deberรญa primar sobre la felicidad de los hombres.
¿Deberรญamos clasificar en la misma categorรญa de adversarios de la democracia liberal a los indignados espaรฑoles? Frente a la imagen que a menudo se tiene, los indignados no participan en un movimiento estudiantil, al estilo del de Mayo del 68, sino que reรบnen una poblaciรณn de edad similar y marginalizada, una mezcla de lumpen intelligentsia y parados de larga duraciรณn. Con su propia existencia, los indignados muestran cierta incapacidad de las sociedades postindustriales a la hora de integrar a quienes no comparten los cรณdigos sociales y culturales que exigen las economรญas complejas. Tambiรฉn se observa que el objetivo directo de los indignados espaรฑoles es la propia democracia: las instituciones democrรกticas y los partidos polรญticos espaรฑoles les parecen incapaces de responder a sus exigencias, unas exigencias que no siempre estรกn claras. El “sistema” –expresiรณn de los indignados– deberรญa ser reemplazado por una utopรญa alternativa, de la que las interminables discusiones en la Puerta del Sol constituyen un bosquejo posdemocrรกtico.
La democracia liberal en Europa sufre el asedio de un populismo de izquierda que se suma a los populismos de derecha. Esos ataques que convergen contra el democapitalismo revelan cรณmo sufren la democracia y la economรญa de mercado ante la ausencia de una sรณlida legitimaciรณn intelectual: podrรญa decirse que los pueblos toleran la democracia liberal en razรณn de su eficacia, pero no en razรณn de su virtud intrรญnseca. El hecho de que la democracia liberal haya sustituido la guerra civil y las guerras religiosas que fueron la norma del pasado, el hecho de que la Uniรณn Europea haya puesto fin a mil aรฑos de conflictos territoriales, el hecho de que el democapitalismo haya aportado a Europa una prosperidad material y una esperanza de vida (que sigue creciendo) sin precedentes e incluso inconcebibles hace cincuenta aรฑos (basta con recordar la pobreza de Espaรฑa, del sur de Italia o de Irlanda en torno a 1950), todo es desechado cuando la tasa de crecimiento, convertida en la medida de todas las cosas, se debilita y pasa del 3% al 0% al aรฑo. ¿A quiรฉn o a quรฉ atribuir una legitimidad tan dรฉbil de la democracia liberal, que hace que una simple crisis coyuntural produzca un cuestionamiento fundamental? Sin duda, la desesperaciรณn que suscita el estancamiento econรณmico hace que los mรกs jรณvenes pierdan todo sentido comรบn, especialmente cuando estaban acostumbrados a crecer en sociedades en paz y siempre prรณsperas. Sin duda, la gestiรณn de los Estados por parte de una clase polรญtica uniformemente mediocre siembra dudas no sobre esa clase polรญtica sino sobre el “sistema” que les ha conferido una autoridad superior a su capacidad. Pero ¿no es la virtud de la democracia confiar el poder a los mediocres con la รบnica condiciรณn de que ese ejercicio del poder estรฉ limitado en el tiempo? Sin duda, y en รบltimo lugar, la defensa y la ilustraciรณn intelectual de la democracia liberal dejan mucho que desear: nos faltan los Karl Popper, los Friedrich Hayek, los Raymond Aron, los Milton Friedman, los Octavio Paz que afirmen la superioridad espiritual y operacional de la democracia. Esa generaciรณn, que habรญa vivido el despotismo y el totalitarismo, demostraba un conocimiento interiorizado y una fogosidad polรฉmica al servicio de la democracia liberal que no era, ni es, solamente instrumental, sino tambiรฉn espiritual y humanista. Del mismo modo, la creaciรณn de la Uniรณn Europea tras la Segunda Guerra Mundial fue un acto espiritual y humanista. En lugar de esa defensa escuchamos los gritos de los populistas, que encuentran eco en unos medios contemporรกneos mรกs รกvidos de sensaciones fuertes que de razonamientos sutiles, mรกs perseguidores de apocalipsis que de progresismo. Ademรกs de los populistas รฉtnicos y revolucionarios inquieta el espacio mediรกtico y polรญtico que han conquistado los “tontos รบtiles” en tiempos de “crisis”. Recordamos que la expresiรณn remite a Lenin, que calificaba asรญ a los aliados “objetivos” del bolchevismo, empresarios capitalistas dispuestos a vender la cuerda con la que serรญan ahorcados e intelectuales seducidos por las maravillas soviรฉticas. Esos tontos รบtiles han vuelto y como siempre andan en busca de paraรญsos exรณticos: hoy, China. El mito del emperador filรณsofo viene de China, a travรฉs de las narraciones jesuitas que Voltaire y Leibniz transformaron en la teorรญa del despotismo ilustrado. La China real nunca ha tenido nada que ver con esta China soรฑada y los dirigentes chinos, como en el pasado, explotan a su pueblo mรกs que lo ilustran. Pero poco importa lo real: aquello a lo que incesantemente se enfrentan la democracia liberal y el democapitalismo pocas veces tiene que ver con la realidad. La democracia liberal y el democapitalismo son reales y por tanto no hacen soรฑar. Los populismos son mรญticos y por eso provocan pasiones: la tentaciรณn autoritaria resulta mรกs amenazante cuanto mรกs irreal es. La democracia liberal es tanto mรกs frรกgil y digna de ser defendida en la medida en que es verdadera. Serรญa oportuno que esa verdad de la democracia liberal quedase inscrita lo antes posible en una Constituciรณn federal europea. ~
Traducciรณn de Daniel Gascรณn
(Parรญs, 1944) es economista, ensayista y editor. En espaรฑol publicรณ recientemente 'La economรญa no miente' (Gota a Gota, 2008).