El hombre tapado por Tina Modotti

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Diego Rivera poseรญa los datos del enigma, pero su desenlace todavรญa no se ha resuelto. La escena del famoso mural que ilustra la distribuciรณn revolucionaria de armas “en el arsenal” presenta en posiciรณn central a Frida Kahlo, en la extrema izquierda a Siqueiros y en la parte derecha a un curioso trรญo compuesto por el comunista cubano Julio Antonio Mella, su pareja la fotรณgrafa Tina Modotti y el tambiรฉn italiano Vittorio Vidali, conocido en Mรฉxico bajo el nombre de Carlos Contreras, que luego sucederรญa a Mella como amante de Tina. En primer plano, Modotti mira atenta a su apuesto amor cubano, mientras que al feo de la historia, Vidali, apenas se le ve la cara con un gorro negro, a espaldas de ella. Se ha dicho que la composiciรณn tuvo un carรกcter profรฉtico, ya que Mella no tardรณ en ser asesinado –cuando paseaba con Tina Modotti– y la ejecuciรณn o inducciรณn de la muerte se cargรณ en la cuenta de Vidali, protagonista segรบn sus acusadores de una larga secuencia de crรญmenes que solo fue interrumpida cuando, a partir de 1947, pasรณ a integrarse en la polรญtica italiana como lรญder del PCI en Trieste, su tierra natal. Allรญ muriรณ en 1983, despuรฉs de haber sido diputado y senador de la Repรบblica.

Todavรญa hoy se mantiene la leyenda negra de Vidali. Incluida su etapa espaรฑola, cuando su figura adquiere rasgos heroicos en las coplas del Quinto Regimiento: “Con Lรญster y Campesino /, con Galรกn y con Modesto /, con el comandante Carlos /, no hay miliciano con miedo…” Los versos levantan alguna sospecha acerca de los mรฉtodos que estos jefes militares comunistas –el รบltimo, el “comandante Carlos”, es Vittorio Vidali– utilizaban para quitar el miedo a los soldados. Pero las acusaciones contra Vidali apuntaron sobre todo a su participaciรณn en el secuestro y asesinato de Andreu Nin. Sea o no exacta esta imagen de verdugo al servicio de Stalin, lo cierto es que todavรญa en la actualidad, si mencionas a Vidali ante antiguos comunistas italianos, el juicio es inequรญvoco: “¡Era un duro!”

En la tela de araรฑa

El chiste de Popov, que escuchรฉ por primera vez en Moscรบ, se ha contado miles de veces. Se encuentran tres condenados en un campo del gulag y uno le pregunta a otro por las razones de su encierro. Este responde: “Yo era enemigo de Popov, ¿y tรบ?” “Pues yo era amigo de Popov”, replica el interpelado. Entonces ambos se dirigen al tercero: “¿Y tรบ?” “Yo soy Popov”, contesta, dejando claras las cosas. Porque, en efecto, a diferencia de otros totalitarismos como el nacionalsocialismo o el fascismo italiano, el comunismo soviรฉtico, en su fase estaliniana, no se conforma con una represiรณn sistemรกtica de sus adversarios, sino que de acuerdo con el principio de la agudizaciรณn posrevolucionaria de la lucha de clases lleva a cabo una actuaciรณn de vigilancia obsesiva, persecuciรณn y aniquilamiento, incluso contra aquellos que forman parte de las organizaciones comunistas. En la Rusia de Stalin, semejante tendencia culmina en la รฉpoca del Gran Terror y no desaparece luego. Mao Zedong alcanzarรก una nueva cima durante la Revoluciรณn Cultural de los aรฑos sesenta, y sus discรญpulos camboyanos, los jemeres rojos, lograrรกn superar a todos estos antecedentes por su brutalidad y sadismo en el matadero de Tuol-Sleng o s-21.

En funciรณn de esta lรณgica, puede entenderse que un bolchevique tan perseverante como Vidali/Contreras pudiera convertirse en vรญctima, para su fortuna temporal, de la tela de araรฑa represiva que conduce al Gran Terror. Y que su relato nos permitiera descubrir hasta quรฉ punto el terrorismo de Estado y el miedo llegaron a ser interiorizados en la sociedad soviรฉtica de los aรฑos treinta. Tal y como relata Orlando Figes en Los susurrantes, la idea paranoica de Stalin, consistente en verse rodeado de enemigos, se proyectรณ sobre una vida social donde tanto el ciudadano medio como el dirigente se encontraban a merced de un enjambre de delatores –en Moscรบ, uno por cada seis familias– que ni siquiera se libraban de verse sometidos ellos mismos al riesgo de la detenciรณn inesperada. Ademรกs, cualquier imprudencia o conducta impropia desencadenaba el mecanismo de represiรณn personalizada, entonces y hasta la caรญda del muro. Pensemos en La broma de Milan Kundera o en las consecuencias del chiste sobre Honecker y el sol de La vida de los otros.

Es lo que le sucediรณ en 1934 a Vittorio Vidali, funcionario destacado del Socorro Rojo Internacional, en el marco de la Internacional Comunista, cuando un dรญa se le ocurriรณ protestar contra el maltrato que recibรญan, en la oficina de al lado, los revolucionarios exiliados que buscaban asilo en Moscรบ. Se expulsรณ a dos jรณvenes procedentes de Mรฉxico, donde “Contreras” les habรญa conocido, del local por negarse a aceptar la orden de la GPU de trasladarse al enclave judรญo –casi sin judรญos– de Birobidyan, a cinco mil kilรณmetros de Moscรบ. Dรญas atrรกs la vรญctima de los burรณcratas habรญa sido Fabio Grobart, entonces y luego dirigente del comunismo cubano. El relato de la subsiguiente peripecia kafkiana es obra del propio Vidali, y se encuentra entre sus papeles autobiogrรกficos conservados en el Instituto Gramsci de Roma. En la autobiografรญa publicada pรณstumamente en 1983, con el tรญtulo de Carlos Contreras, figura un relato abreviado del episodio, con supresiones comprensibles, dada la pertenencia de Vidali al movimiento comunista hasta sus รบltimos dรญas.

La primera sorpresa que depara la narraciรณn consiste en el papel central que desempeรฑa en su origen la xenofobia rusa, enmascarada por la exaltaciรณn del papel revolucionario que a nivel mundial realiza “la patria del socialismo”. Vulnerar esta exigencia constituye un delito imperdonable, le recuerda la GPU, con el respaldo de la direcciรณn del partido, por medio de su jefa Elena Stassova, antigua colaboradora de Lenin, a quien en definitiva deberรก la salvaciรณn. “Lo que has hecho –le explica ‘la vieja’– arroja una sombra de sospecha sobre el aparato.” Cuando la asamblea de funcionarios se reรบna para lamentar el asesinato de Kirov, serรก la segunda de Stassova quien pronuncie la condena anticipada ante una asamblea de burรณcratas atemorizados, muchos de ellos con pasado de herejes y origen extraรฑo a la URSS: “Caras largas, ojos fijos en la expresiรณn de duda, incertidumbre o terror –nos cuenta Vidali–, todos nerviosos, inquietos; especialmente los exmencheviques, extrotskistas, exzinovievistas, exopositores de toda clase. Cada uno pensaba en sรญ mismo, en el maรฑana, en el trabajo, en la familia.” La oradora confirmarรก el temor generalizado, acusรกndoles, con la mirada puesta en el italomexicano, de traidores, infiltrados “negadores de nuestro internacionalismo leninista, que afirma y custodia nuestro gran Stalin”.

En aplicaciรณn de la ley Popov, la vehemente fiscal muriรณ dos aรฑos mรกs tarde en Siberia, mientras cumplรญa condena de trabajos forzados. Tambiรฉn desaparecieron muchos de los acusados de traiciรณn a Stalin y a la URSS durante la asamblea. No ha de extraรฑar que Vidali soรฑara que Stalin, un Stalin gigantesco, se le aparecรญa en persona para pronunciar su condena. Y entre sueรฑo y realidad, la llamada telefรณnica de la GPU, pronto NKVD, “la misma checa de la Guerra Civil”, para recordarle que “has insultado a la patria del socialismo, a su pueblo heroico, a sus tradiciones internacionalistas”. Cuando en la Internacional se constituyรณ un comitรฉ encargado de juzgar el caso –no debรญan tener otra cosa de quรฉ ocuparse–, su presidente, Jorge Dimitrov, le advirtiรณ de que todo acabarรญa mal: “los rusos estรกn enfadados porque hemos constituido la comisiรณn investigadora, aun cuando ellos mismos la pidieron; no admiten que se dude de su internacionalismo; son terriblemente sensibles a todo esto”.

La consecuencia inmediata es la mรกs suave de las padecidas por tantos “acusados de herejรญa” en la historia del socialismo real, la que narra Kundera en la biografรญa ficticia de Ludvik en La broma, o la que recayera, al margen de la literatura, sobre Irene Falcรณn, la secretaria de Dolores Ibarruri en los cincuenta, por la terrible culpa de haber sido amante diez aรฑos antes de Bedrich Geminder, entonces funcionario como ella de la Internacional, y que serรญa ejecutado en Praga. En tales situaciones, por convicciรณn o por instinto de supervivencia, quienes antes fueran tus compaรฑeros de partido te ignoran o, en ocasiones, te gratifican con lo que podrรญa llamarse una mirada estaliniana: su rostro se dirige hacia ti, pero la mirada deliberadamente no te encuentra, como indicรกndote que para ellos no existes y que no debieras existir. Los malos usos perduraron y tal actitud se mantenรญa tras las expulsiones en la Espaรฑa democrรกtica. Aรบn recuerdo la risa contenida de una presentadora de televisiรณn cuando, en un programa de debate, en el que al lado de un expulsado participaba el mรกs abierto de los seguidores de Carrillo, de aristocrรกtico apellido, pero fiel a los usos de la ortodoxia, se cumpliรณ el pronรณstico. En su autobiografรญa, Irene Falcรณn da cuenta del cerco sin fisuras que sufriรณ en Moscรบ. Se atreviรณ a asistir al entierro de un amigo y ni siquiera Pasionaria se le acercรณ. Lo hizo su hija, Amaya, que fue a besarla y saliรณ corriendo.

El patrรณn se ajusta perfectamente a lo experimentado por Contreras, como todos le llaman. Una vez catalogado como sospechoso, lo relevan de su puesto en la organizaciรณn del partido durante una reuniรณn celebrada en su ausencia, otra prรกctica destinada a durar en medios comunistas. Queda cortado de virtualmente todas sus relaciones: “Me daba cuenta de que el cรญrculo se cerraba sobre mรญ y mi soledad resultaba desesperante”, confiesa. Y a la deshumanizaciรณn simbรณlica sigue lรณgicamente la exigencia de destrucciรณn. Un amigo y camarada de la GPU se arriesga a decirle que tiene el encargo de seguirle y reunir datos sobre su vida cotidiana para fundamentar la condena sin apelaciรณn.

Una protesta banal muestra asรญ hasta quรฉ punto la represiรณn constituye el nรบcleo del Estado soviรฉtico. El asunto es transferido a la direcciรณn de la Internacional Comunista, lo cual indirectamente favorecerรก la escapatoria final, aun cuando en tรฉrminos formales su intervenciรณn hace presagiar lo peor. Y ahรญ tenemos a la plana mayor de la Komintern, con Dimitrov al frente, flanqueado por Manuilski, Togliatti, Gottwald y Stepanov, empleando su tiempo en interrogar a un funcionario del SRI que se habรญa enfadado con los del despacho contiguo. Mรกs significativa aรบn es la visita posterior de Vidali a Togliatti para recabar ayuda, en el mรญtico Hotel Lux donde habitaban los grandes del partido mundial de la revoluciรณn. Ademรกs, la sordidez del asunto se ve reforzada por el estado de suciedad en que se encuentra la residencia de los privilegiados. “Chinches, pulgas, ratones –describe Vidali– lo invadรญan todo; ratas de distintas dimensiones correteaban recorriendo los pasillos, metiรฉndose en todas partes, mordiendo incluso a veces a los inquilinos que dormรญan, sobre todo a los niรฑos. De vez en cuando el portero se dedicaba a cazarlas con un artilugio, con escaso รฉxito; ni siquiera la GPU hubiese podido con ellas.” Como compensaciรณn, los inquilinos disfrutaban de restorรกn, peluquero y permiso especial para comprar en una tienda reservada. A pesar de lo cual, en la descripciรณn de Carlos Contreras, el lugar resulta poco atractivo: “infestado de ratas y de micrรณfonos ocultos de la policรญa secreta”.

Togliatti recibe a Vidali en su habitaciรณn personal y le invita a que le cuente todo. Escucha impasible en silencio hasta el final del relato, como si fuera “un gato de mรกrmol, inmรณvil, glacial”. Y, cuando Vidali acaba, le despide: “Te agradezco la informaciรณn. Referirรฉ todo lo que me has dicho al secretariado de la Internacional Comunista. Entiendes: es mi deber.” Ni una palabra mรกs. (En su autobiografรญa publicada dulcificarรก el comentario –“he escuchado tu versiรณn; la tendrรฉ en cuenta”–, aรฑadiendo que probablemente Togliatti salvรณ su vida y la de otros al negarse a enviarles a Moscรบ desde Espaรฑa durante la guerra).

El desรกnimo consiguiente se vio compensado por la llegada a Moscรบ de su compaรฑera Tina Modotti, procedente de Parรญs, donde habรญa actuado por encargo del Socorro Rojo. De hecho la prolongaciรณn del trรกmite en la comisiรณn de la ic permitiรณ a Vidali salvar la piel, dado que la intenciรณn de la GPU era escarmentarle cuanto antes. La voluntad punitiva se encontraba por encima de cualquier normativa o criterio de justicia. Lo percibiรณ Vidali cuando su amigo, el investigador, le advirtiรณ de que “aquellos”, los de la GPU, ahora NKVD, le habรญan encargado encontrar lo que fuera contra รฉl, “furibundos” porque la Stassova le habรญa llevado a Leningrado al morir Kirov y luego tomรณ la palabra en la asamblea fรบnebre sobre el lรญder asesinado. Pedรญan la intervenciรณn del Comitรฉ Central del Partido para que la comisiรณn fuese disuelta y poder asรญ proceder sin obstรกculos. Y le aconsejaba un mรกximo silencio ya que “aquรญ hasta las paredes tienen orejas”.

Tras el asesinato de Kirov, quedรณ abierto el camino para una represiรณn sin lรญmites en el propio interior de la burocracia soviรฉtica. Vidali describe el funcionamiento de esa “pesadilla que todos vivรญamos” desde su hotel: “Llegaban a cualquier hora de la noche. A la pregunta de quiรฉn era, una respuesta invariable: ‘La NKVD. ¡Abrid!’ Poco despuรฉs se escuchaban pasos resonantes, que se alejaban con la vรญctima, dejando a la familia en la desesperaciรณn. Habรญa detenciones todas las noches y de dรญa en las oficinas del Estado y de la Internacional; los camaradas desaparecรญan sin que nadie se atreviera a pedir noticias sobre ellos. Ante una eventual pregunta, la respuesta era que se encontraban en el extranjero o en alguna regiรณn lejana.” Al intensificarse las purgas, la NKVD se dejรณ de rodeos y pasรณ a forzar las puertas antes de llevarse a los inquilinos. Alguno prefiriรณ tirarse por la ventana. El Lux llegรณ a vaciarse parcialmente.

Antes del asunto Kirov era aรบn posible recibir alguna protecciรณn, segรบn revela el episodio en que la Stassova, delante de Vidali, telefoneรณ al jefe mรกximo de la represiรณn policial, Genrij Jagoda, pronto รฉl mismo eliminado, para saber en quรฉ situaciรณn se encontraba la causa de su subordinado. Ahora solo cabรญa huir cuanto antes. Y de este modo, a mediados de diciembre de 1934, la misma Stassova encontrรณ la ocasiรณn, cuando la Internacional Comunista le solicitรณ “el envรญo a Espaรฑa de uno de nuestros mejores funcionarios para organizar el Socorro Rojo y distribuir los fondos recogidos de la solidaridad soviรฉtica para los presos polรญticos de la insurrecciรณn de octubre”. Carlos Contreras eludiรณ asรญ un peligro inminente y cuando estallรณ la guerra se convirtiรณ en uno de los hรฉroes (y en su caso en cuanto a la imagen tambiรฉn villano) de la contribuciรณn comunista a la defensa de la Repรบblica.

El excepcional happy end alcanzรณ tambiรฉn a su compaรฑera Tina, gracias de nuevo a la Stassova, quien logrรณ de paso poner fin al “interrogatorio largo, extenuante e insulso” a que se vio sometida por causa de su compaรฑero. Siempre venรญa bien tener un protector, aun cuando este no pudiera plantear la defensa abiertamente. En el episodio mencionado de Irene Falcรณn, Pasionaria aprovechรณ la primera oportunidad para enviarla a China, de donde la recuperรณ cuando la sombra de Stalin se hubo desvanecido.

Despuรฉs del VII Congreso de la ic, Georg Ivanovic Kontreras regresรณ por un momento a Moscรบ para informar de su labor y fue devuelto inmediatamente a Espaรฑa, ahora con Tina. Nuestro hombre tratรณ de evitar en lo sucesivo la parada en territorio soviรฉtico. Al acabar la guerra de Espaรฑa, recibiรณ una invitaciรณn para descansar seis meses en Crimea, que rehusรณ. Siempre tuvo la sensaciรณn, incluso en Espaรฑa, de encontrarse bajo la vigilancia permanente de la NKVD.

Sueรฑo y pesadilla de Stalin

Tras la guerra de Espaรฑa, Contreras recalรณ de nuevo en Mรฉxico –le quedarรก el apodo de “El jaguar de Mรฉxico”–, y fue entonces cuando se intensificรณ la campaรฑa de opiniรณn en su contra. La mรกs concreta se refiere a la muerte del anarquista Carlo Tresca en Nueva York. Fue acusado incluso de provocar la muerte de Tina, fallecida en la ciudad de Mรฉxico en 1942 mientras viajaba en taxi, de un ataque cardiaco, y sobre todo de intervenir en la preparaciรณn de la ejecuciรณn de Trotski. Por el testimonio publicado en 1978 de Valentรญn Campa, dos aรฑos antes candidato del pc mexicano a la presidencia de la Repรบblica, queda confirmado que Contreras se alineรณ con dirigentes comunistas como Hernรกn Latorre, finalmente expulsados por no seguir la lรญnea de “unidad a toda costa”, impuesta por el delegado de la ic, Victorio Codovilla, a su llegada a Mรฉxico en 1940, y sobre todo por haberse negado a colaborar en el asesinato de Trotski. El hombre fuerte de la Internacional en Espaรฑa entre 1932 y 1937, Victorio Codovilla, habรญa llegado a Mรฉxico, acompaรฑado del comunista venezolano Ricardo Martรญnez, para organizar la supresiรณn del enemigo de Stalin. Contaban con la cooperaciรณn de dirigentes comunistas espaรฑoles en el exilio (Vicente Uribe, Alberto Martรญnez).

Los antecedentes se remontaban a 1938, con la llegada de un enviado de la ic, con el mismo objeto de recabar la colaboraciรณn del pcm a fin de cumplir la decisiรณn “de eliminar a Trotski”. Recibiรณ anรกloga expresiรณn de discrepancia, compartida por Contreras y luego ratificada en Nueva York, en una conversaciรณn sostenida por los tres con el lรญder comunista norteamericano Earl Browder.

Contreras fue separado de la vida del partido y su actividad polรญtica solo se reanudรณ en 1947, con el regreso a Italia, ya como Vittorio Vidali. Incluso entonces siguiรณ viviendo en el apartamiento, una consecuencia de los acontecimientos de 1934, por decisiรณn de “mis amigos de Moscรบ que no me perdonaban por haberles acusado de no respetar los principios del internacionalismo y de la solidaridad humana”. La NKVD no olvidaba. Ya en Mรฉxico, se enterรณ de que la ic habรญa abierto una nueva investigaciรณn sobre รฉl, apuntando a su participaciรณn en la guerra de Espaรฑa. Por si acaso, la consigna serรญa “no fiarse demasiado de la pareja” (Contreras y Tina). En 1955 realizรณ una breve visita obligada a Leningrado y el auto donde viajaba recibiรณ la embestida de un camiรณn salido de un lateral de la calle. Era un mรฉtodo que se utilizรณ en repetidas ocasiones: la mรกs sonada tal vez, contra Alexander Dubฤek. Un aรฑo mรกs tarde, un viejo compaรฑero de Espaรฑa le recordรณ que la orden habรญa sido implicarle en el asesinato de Trotski: “Cuando uno se encuentra en la mira de la NKVD, aunque los jefes cambian, se sigue en la mira.” “Tuve que ir dos o tres veces a la URSS –aรฑade Vidali– y siempre tuve la impresiรณn de estar sometido a una vigilancia inquisitorial. Asรญ que decidรญ no volver.”

El panorama que Contreras/Vidali traza de ese mundo comunista estaliniano resulta desolador. Frente a quienes lo acusaban, defendรญa su inocencia y afirmaba haber seguido siempre fiel al distanciamiento del pci respecto de los soviรฉticos, recordaba la fidelidad a las crรญticas del pci, tras comprender el rechazo de la invasiรณn de Checoslovaquia en 1968. Lo cual no le sirviรณ para quitarse el sambenito de “estalinista de hierro”. Ciertamente, su visiรณn crรญtica, apoyada sobre la propia experiencia, no cerraba los ojos ante la tiranรญa y la atmรณsfera de terror impuestas por Stalin, descritas con la misma crudeza que el relato sobre las actuaciones de la NKVD tras el asesinato de Kirov. Pero en la lรญnea del XX Congreso, tampoco ahorraba los elogios al lรญder que a su juicio supo sacar a “la vieja Rusia del atraso”, lograr la victoria en la Segunda Guerra Mundial y superar al fin las enormes destrucciones provocadas por conflicto.

La valoraciรณn polรญtica es, en cambio, rotundamente negativa frente a la “orgรญa de violencia estaliniana”: “Se conocen tambiรฉn los orรญgenes del estalinismo, la identificaciรณn Estado-partido y del partido con el jefe, la teorรญa del Estado-guรญa y del partido-guรญa, el socialismo sin democracia o basado sobre el ‘centralismo de hecho’ y la ‘democracia de palabra’, el poder absoluto del vรฉrtice burocrรกtico y policial, que despolitiza y aterroriza, convirtiendo a los seres humanos en robots.” La denuncia del autoritarismo y de la deshumanizaciรณn propias del rรฉgimen soviรฉtico se asienta sobre la consideraciรณn del estalinismo como un sistema de poder donde todos sus componentes responden al dictado de Stalin, tanto a la hora de obedecerle ciegamente como de aplicar y sufrir su terror: “Se consideraba jefe supremo, indiscutible, infalible, dotado de insuperable carisma. Con su ejemplo creรณ en la URSS y fuera de ella una pirรกmide de pequeรฑos Stalin obedientes, disciplinados, ligados a la Casa Madre del Kremlin, fieles a los ritos y a la liturgia, dispuestos a dejarse aplastar en pedazos por su puรฑo de hierro y a ser ajusticiados por sus pelotones de ejecuciรณn.” Son lรญneas escritas en la vejez, hacia 1980, cuya validez se mantiene para sus sucesores, todavรญa sometidos a la regla de “obedecer y callar”. El estalinismo, advierte Vidali, “no ha desaparecido y se resiste a morir”. Los herederos de la checa-GPU-NKVD-KGB seguรญan siendo la columna vertebral del sistema, y su dominaciรณn habรญa de mantenerse cuando se consolidara la dictadura de uno de ellos, Vladimir Putin. Vรกzquez Montalbรกn ya lo habรญa vaticinado, desde su punto de vista con optimismo.

Llegados a este punto, cabe preguntarse cรณmo el mismo censor riguroso de Stalin pudo ser protagonista de algunos de los actos brutales de que fue acusado. Una lectura atenta del รบltimo pรกrrafo de su crรญtica permite apuntar una explicaciรณn, ya que no es el รบnico comunista perseguido que carga toda la denuncia sobre Stalin, suponiendo en cambio implรญcitamente que el problema de conciencia no se plantea para los adversarios del comunismo, merecedores de ser aplastados tal y como hiciera Lenin. Recordemos la pintada “Lenin, perdรณnalos porque no saben lo que hacen” en el filme La confesiรณn de Semprรบn y Costa Gavras. El propio Dimitrov, secretario general de la Komintern, se encontraba hastiado del terror estaliniano, segรบn contรณ Ernst Fischer en su autobiografรญa; sin embargo, lo puso en prรกctica de forma implacable contra los demรณcratas a la hora de implantar la “democracia popular” en Bulgaria.

Al cerrar su cuadro sobre la lรณgica que presidiera el museo del terror estaliniano, Vidali llega a reconocer la responsabilidad de aquellos que como รฉl lo aceptaron todo, incluidos los grandes procesos, “defendiendo y justificando este estado de cosas”: la apelaciรณn al centralismo democrรกtico. En Comandante Carlos, considera este punto capital, por encima de los cambios asumidos en el comunismo europeo: “La base, el fundamento de la vida del partido, sigue siendo el centralismo democrรกtico, dos tรฉrminos difรญcilmente conciliables.” El espรญritu de Lenin y de Stalin se mantiene entonces vivo.

Claro que tampoco faltan testimonios de que quienes fueran instrumentos armados del estalinismo se sintieron luego sus vรญctimas. Fue el caso del propio Ramรณn Mercader, que quedรณ rรกpidamente desilusionado de la URSS cuando residiรณ allรญ una vez liberado de la penitenciaria mexicana, de acuerdo con la anรฉcdota contada por su amigo el periodista espaรฑol Eusebio Cimorra. En un encuentro ocasional de ambos en Moscรบ, Cimorra, hombre extravertido, se lamentรณ: “Ramรณn, ¡cรณmo nos han engaรฑado!” “¡A unos mรกs que a otros! ¡A unos mรกs que a otros!”, apostillรณ el verdugo de Trotski.

En su Diario del XX Congreso, publicado en 1974, Vidali admitรญa los “errores” de Stalin, en el marco de una valoraciรณn positiva de quien habรญa sabido guiar el progreso de la URSS. El balance era bien diferente en los apuntes manuscritos. Aquรญ la soluciรณn habrรญa consistido en asesinar a Stalin, “una acciรณn sacrosanta que hubiera ahorrado tantas desgracias y tantas amarguras a los pueblos de la Uniรณn Soviรฉtica, a su partido y a todos nosotros”. La observaciรณn remite implรญcitamente a los mรฉtodos expeditivos de los que fuera acusado en su particular leyenda negra. En cualquier forma, al dibujar con precisiรณn los rasgos del mรฉtodo represivo aplicado a quienes formaban parte de la burocracia soviรฉtica, su narraciรณn tiene la virtud de ofrecer una radiografรญa del estalinismo desde lo que Josรฉ Martรญ habrรญa calificado como las entraรฑas del monstruo. ~

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Antonio Elorza es ensayista, historiador y catedrรกtico de Ciencia Polรญtica de la Universidad Complutense de Madrid. Su libro mรกs reciente es 'Un juego de tronos castizo. Godoy y Napoleรณn: una agรณnica lucha por el poder' (Alianza Editorial, 2023).


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