El jardín mestizo: los animales de Malinalco (I)

Las pinturas de Malinalco son mestizas por su contenido. Representan un extraño Edén que reúne plantas y animales de México y Europa.
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Más allá de los pinares y los pueblos de cien familias que interrumpen el viaje de los turistas para que la Virgen y sus peregrinos circulen por la carretera, al sur, después de los sembradíos de maíz, las pacas de paja y las de basura, donde se detiene el asfalto y arrancan los caminos empedrados, justo en medio de la serranía y hace más de 450 años, los tlacuilos pintaron un jardín mestizo en los muros del convento agustino de Malinalco.

Tengo para mí que la primera vez que escuché la palabra “mestizaje”, y su definición express como “un choque de culturas”, fue de boca de un maestro de secundaria apuradísimo por cumplir con el programa de estudios de la SEP. No lo culpo, aunque sospecho que esto se repitió en cientos de salones y frente a miles de alumnos. Sin embargo, estoy convencida de que los ejemplos le hacen ganar significado a los conceptos.

Las pinturas de Malinalco son mestizas por su contenido. Representan un extraño Edén que reúne plantas y animales de México y Europa. Jeanette Favrot Peterson, especialista en arte colonial, identificó cactus, nopales y zapotes en las paredes del claustro, además de rosas y granadas que por entonces solo se daban en el Viejo Continente; tlacuaches y coyotes junto a venados, conejos y víboras en un jardín euromexicano.[1]

Los murales también son mestizos por el tipo de dibujo. Regreso a la definición elemental porque es cierto que el “choque de culturas” se expresó aquí como un accidente, pero no como una fatalidad. Lo digo por los conejos que ya no son los pictogramas que indicaban los días del calendario mexica, sino la imagen que pretende representar a los ejemplares de esta especie. Si el tlacuilo hubiera querido señalar una fecha, habría pintado solamente la cabeza del animal, y no el cuerpo, las patas, su figura completa[2]. En esto el dibujo es más europeo que nativo, pero no podemos apresurar una conclusión porque los ocho conejos del mural se muestran de perfil, sus ojos circulares parecen más unas fichas que órganos visuales, sus patas no se apoyan en el pasto y por eso terminan siendo figuras que flotan en un fondo negro y no la imagen realista de unos conejos corriendo en un jardín. Estos aspectos del trazo siguen de cerca a las convenciones pictóricas prehispánicas.[3]

Podríamos saldar el balance entre lo europeo y lo náhuatl si dijéramos que estas figuras tienen más de una tradición que de otra, pero no sería cierto: los conejos están comiendo las crujientes semillas rojas de la granada; al hacerlo se alejan del pictograma y se acercan otra vez a la representación plástica. Uno de ellos abre la cáscara de la fruta con sus patas, otro lleva a una de sus crías en el lomo, otro más arranca las uvas de un racimo. Todas estas son acciones o, mejor, momentos específicos de una acción y la preocupación por representar el movimiento es, de nuevo, más europea que Nautla.

Los animales están entre el signo y la imagen, a medio camino entre el lenguaje y la pintura. Los monos no son pictogramas porque sus colas se enredan en las ramas y en el tronco de un árbol de cacao, lo mismo pasa con el cuerpo de una serpiente. Por si fuera poco, el tlacuilo dibujó a un animal sobre la espalda de un tlacuache y a un venado detrás de un árbol; puso una cosa encima de otra para que el espectador viera distintos planos, un rasgo occidental y no autóctono.

El mestizaje se revela como proceso, y no como una operación terminada, en uno de los fracasos del pintor. Se ve que intentó representar a uno de los animales, no de perfil, sino de tres cuartos o de frente, como en los modelos europeos. Fracasó porque el lado izquierdo y el derecho de la nariz tienen el mismo tamaño; si un lado de la cara hubiera sido más chico que el otro, habría conseguido el efecto que buscaba. Quizás se rindió a media cara, pues la boca, de perfil, regresa a la inercia de lo conocido, que en su caso es lo prehispánico.

¿Y qué decir del pico del ave que está encima de un cardo, pero no adentro de la flor y comiendo de ella? ¿Esta superposición se debe su falta de destreza en las técnicas occidentales o a que el mestizaje fue todo menos la suma rápida de dos estilos? La disección que hice destaca los aspectos de una y otra tradición como si se contradijeran, pero lo cierto es que el mural es una obra acabada. Me atrevo entonces a decir que los dibujos de los animales muestran al mestizaje no como un error, una etapa inferior o imperfecta del arte ni como un choque fatal, sino como la tensión que no termina de resolverse, y quizás esa sea una buena definición del estilo colonial.

 


[1]Jeanette Favrot Peterson, “The Imagery: Flora and Fauna”, en The Paradise Garden Murals of Malinalco. Utopia and Empire in Sixteenth Century Mexico, Austin, University of Texas Press, 1993.

[2]Uno de los ejemplos coloniales más antiguos del conejo como pictograma aparece en el Códice Mendoza; en él, la cabeza del conejo, acompañada de un número, designa un día.

[3]Ver Donald Robertson, Mexican Manuscript Painting of the Early Colonial Period: The Metropolitan Schools, University of Oklahoma Press, 1994, y Jeanette Favrot Peterson, op. cit.

 

 

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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