Ilustraciรณn: Vicente Martรญ

El oprobio del hambre

La poblaciรณn mundial crece a un ritmo alarmante. Y con ella nuestra presiรณn sobre el planeta. Los expertos coinciden en que es necesario transformar el sistema alimentario, pero no logran alcanzar un acuerdo sobre los cambios que se requieren.
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El aumento de la inseguridad en el suministro que ha acompaรฑado al incremento del precio de los alimentos bรกsicos es un problema global. Pero, como con casi todos los otros importantes desafรญos mundiales,1 lo que es ya un problema incluso para la mayorรญa de las personas en el mundo rico es una catรกstrofe en ciernes para los mรกs pobres de entre nosotros, los tres mil millones que viven con menos de dos dรณlares al dรญa. Dicho de modo sucinto, si el precio de los alimentos bรกsicos en el mercado mundial sigue aumentando, la capacidad de los pobres para pagar los alimentos que necesitan para alimentarse adecuadamente serรก cada vez mรกs exigua.

Si no se producen cambios significativos en el sistema alimentario mundial, una crisis global del suministro alimentario podrรญa ocurrir en algรบn momento entre 2030 y 2050, cuando, segรบn las estimaciones mรกs prudentes, la poblaciรณn mundial habrรก aumentado de siete mil millones en 2012 a nueve o quizรกs incluso diez mil millones. Cicerรณn escribiรณ que no entendรญa por quรฉ, cuando dos adivinos se reunรญan, ambos no se echaban a reรญr. Teniendo en mente su sensata admoniciรณn, es importante ser precavido. En realidad los datos no son tan claros como se presentan, tanto por parte de los optimistas como de los pesimistas.

El historiador econรณmico Cormac ร“ Grรกda, cuya obra sobre la historia de la hambruna ha sido de enorme importancia en este รกmbito, ha escrito que “las actuales previsiones de la futura producciรณn alimentaria no son fiables y sรญ contradictorias”.2 Lo antedicho es cierto incluso en lo que ataรฑe al cambio climรกtico, donde aรบn persiste un amplio desacuerdo entre los expertos sobre la eficacia con la cual los agricultores serรกn capaces de responder a las alteradas condiciones con las que ya se enfrentan algunos de ellos y a las que pronto se enfrentarรกn muchos mรกs; uno de los pocos hechos que, a pesar de los negacionistas del cambio climรกtico, pueden predecirse con confianza.

Si esta crisis de suministro absoluto se produce en las prรณximas dรฉcadas, sea resultado solo del incremento de la poblaciรณn, o de este en sinergia maligna con el probable aumento de las temperaturas y los niveles del mar globales a consecuencia del cambio climรกtico antropogรฉnico (del cual el incremento poblacional es por sรญ mismo un factor importante), el efecto sobre los pobres serรก incalculablemente mรกs devastador en todos los aspectos, de la salud pรบblica a la migraciรณn masiva. Para citar solo un ejemplo evidente, ya es un lugar comรบn psicosocial y polรญtico que muchas personas en el mundo rico se sientan cada vez mรกs engullidas por la migraciรณn masiva desde el sur global. Pero no hace falta ser un adivino para tener una idea muy clara de lo que sentirรกn cuando se enfrenten a los predecibles desplazamientos de la gente de aquellas regiones del mundo donde la sequรญa se convierta en norma y donde ya no se puedan producir alimentos en cantidad suficiente.

Los flujos migratorios actuales no tienen precedentes, y su impulso ha ido en aumento a partir del derrocamiento por parte de la otan del rรฉgimen libio de Gadafi, el cual habรญa impedido la salida de inmigrantes. Hoy dรญa es comรบn que toquen tierra flotas de, literalmente, miles de migrantes del รfrica subsahariana y de Siria en la isla italiana de Lampedusa o a lo largo de la costa de Sicilia. Es poco probable que este flujo disminuya en ningรบn plazo realista. Mรกs de doscientos mil emprendieron la travesรญa en 2014 (el rรฉcord anterior habรญa sido de setenta mil en 2011, en el apogeo de la guerra civil en Libia), y la opiniรณn de consenso es que seguirรก aumentando en el futuro previsible. Lo mรญnimo, como manifestรณ Gรผnther Bauer, de la organizaciรณn de ayuda humanitaria Inner Mission Munich, a un periodista de Der Spiegel, es que “la presiรณn de รfrica siga siendo constante”.3 Pero incluso esta marea parece, en comparaciรณn, un goteo si las personas huyen a Europa porque, literalmente, carecen de alimento suficiente –lo cual en la inmensa mayorรญa de los llamados paรญses emisores no es actualmente el caso–, y no solo porque simplemente desean garantizar un futuro mejor para ellos y para apoyar a sus familias en sus paรญses de origen (las remesas de inmigrantes en la actualidad superan abundantemente toda la ayuda oficial para el desarrollo en el mundo).

Pero incluso si se acepta que la predicciรณn mucho mรกs alentadora de los optimistas del desarrollo sobre las radicales reducciones inminentes o en curso de las tasas de pobreza absoluta en el sur global resulta correcta, de ninguna manera implica que habrรก una reducciรณn concomitante de la desigualdad. Y este es el punto determinante. Porque como ha demostrado Branko Milanovic, otrora economista en jefe de investigaciรณn en el Banco Mundial, en una serie de importantes trabajos y en su libro Los que tienen y los que no tienen. Una breve y singular historia de la desigualdad global, la desigualdad es uno de los motores mรกs importantes de la migraciรณn, si no el mรกs importante; el otro es la familiaridad sin precedentes entre las personas del mundo pobre –cortesรญa de la globalizaciรณn en general y de las nuevas tecnologรญas de comunicaciรณn en particular– sobre cรณmo vive la gente en el mundo rico. Como Milanovic seรฑala en su libro: “En un mundo desigual en el que las enormes diferencias de renta entre paรญses son bien conocidas, el fenรณmeno de la emigraciรณn no es una casualidad, ni un accidente, una anomalรญa o una curiosidad. Es simplemente una respuesta racional a las grandes diferencias en el nivel de vida.”4

En los decenios recientes, el mundo rico ha estado viviendo una suerte de crisis nerviosa en cรกmara lenta por la inmigraciรณn masiva desde el mundo en desarrollo. No es difรญcil predecir con razonable certeza cuรกl serรญa la reacciรณn si esta migraciรณn se duplica o triplica, lo que bien podrรญa suceder en los prรณximos decenios. Y centrarse en la migraciรณn de alguna manera presenta una imagen falsa, pues la verdadera catรกstrofe sucederรก en el sur global. Segรบn “La geografรญa de la pobreza, los desastres y el clima extremo en 2030”, un documento de octubre de 2013 para el Instituto de Desarrollo de Ultramar de Reino Unido, los desastres relacionados con el cambio climรกtico, “sobre todo los vinculados a la sequรญa, pueden ser la causa mรกs importante de empobrecimiento, lo que cancelarรก los avances en la reducciรณn de la pobreza” para quienes el informe identifica como los “325 millones de personas que vivirรกn en los 49 paรญses mรกs propensos a los desastres en 2030, la mayorรญa en Asia meridional y รfrica subsahariana”.5 No hace falta que el informe, cuando se redactรณ, aรฑada que la tasa de crecimiento de la poblaciรณn en este conjunto de naciones casi con toda certeza seguirรก entre las mรกs altas del mundo.

Si estas circunstancias del fin de los tiempos se producen, no habrรก nada apocalรญptico en el temor de que la visiรณn de Thomas Hobbes de un colapso de la sociedad, tanto en el sur global como en el norte, proclame la guerra de todos contra todos. En tales circunstancias –lo que Marx una vez denominรณ “una negaciรณn general”– la injusticia casi con toda certeza llegarรก a parecer la menor de las preocupaciones del mundo y los derechos humanos un lujo que un mundo desgarrado ya no podrรญa permitirse tener mucho en cuenta. Por mรกs que los activistas de derechos humanos tiendan a describir como inevitable lo que el escritor y polรญtico Michael Ignatieff ha llamado una “revoluciรณn de la preocupaciรณn moral” –que comenzรณ con la creaciรณn del sistema de Naciones Unidas en las postrimerรญas de la Segunda Guerra Mundial y encuentra casi toda su expresiรณn prรกctica y normativa en el movimiento mundial en pro de los derechos humanos–, tan altas expectativas sobre su “inevitabilidad” de hecho dependen, cuando menos, de la continuidad del presente sistema mundial, en mejores o por lo menos iguales condiciones que las que ahora lo definen. Pero se tratarรญa del mรกs puro pensamiento ilusorio esperar que perdure ante las crisis econรณmica y polรญtica mundiales que engendrarรญan los escenarios mรกs lรบgubres del cambio climรกtico. En ese caso Hobbes estarรญa en lo correcto, y como el filรณsofo Thomas Nagel ha escrito, “si Hobbes tiene razรณn, entonces la justicia global es una quimera”. Si esto es verdad, esperar una reducciรณn significativa de la pobreza –por no hablar de su eliminaciรณn, como ahora sostienen rutinariamente que es posible el Banco Mundial, la Secretarรญa de Naciones Unidas, la usaid, el Departamento para el Desarrollo Internacional del gobierno britรกnico (dfid) y un sinnรบmero de organizaciones no gubernamentales y entidades filantrรณpicas– es aรบn mรกs quimรฉrico.

El esbozo de esta posibilidad distรณpica no es lo mismo, dicho sea con รฉnfasis, que argumentar su inevitabilidad. Muchas de las personas mรกs inteligentes y mejor informadas en la polรญtica, la ciencia y el mundo de la ayuda y el desarrollo que reflexionan sobre el hambre actual creen que los seres humanos disponen ahora del conocimiento cientรญfico para transformar la agricultura. Aunque el calentamiento global sea mรกs grave de lo que actualmente se prevรฉ, su perspectiva es optimista, sin dejar de ser cautelosa, en la medida en que no solo se puede producir suficiente comida para alimentar a un mundo de nueve mil millones de personas, sino que tambiรฉn serรก posible asegurar mรกs acceso a ella para los tres mil millones que viven con menos de dos dรณlares al dรญa. Todo ello mientras se crean las condiciones para mejorar los medios de vida de los agricultores, sobre todo de los minifundistas, que producen la comida pero actualmente apenas logran arreglรกrselas. Los crรญticos de este ideario predominante son igualmente inteligentes, apasionados y estรกn bien informados. No creen que la tecnologรญa sea la respuesta. Al contrario, piensan que la clave para resolver la crisis del sistema alimentario mundial consiste en considerar el acceso a la alimentaciรณn un derecho humano. Si la corriente predominante propone seguridad alimentaria, un concepto fundamentalmente apolรญtico, tรฉcnico, los crรญticos proponen soberanรญa alimentaria e insisten en que no hay soluciรณn duradera basada en el vigente sistema alimentario mundial, que consideran demasiado dependiente del lucro y de los mercados mundiales de materias primas que nadie controla, salvo una รฉlite empresarial y tecnocrรกtica.

Pero si bien los defensores de la opiniรณn predominante y sus crรญticos difieren sobre quรฉ cambios polรญticos y sociales se requieren y quรฉ innovaciones tรฉcnicas han de desplegarse, la idea de que los seres humanos, en el supuesto de que se disponga de suficiente voluntad y dinero, no podrรญan prosperar en el mundo venidero de nueve mil millones casi nunca es mencionada como posibilidad seria por los especialistas y activistas.6 En cambio, el debate estรก repleto de un idealismo trufado de jerga que da lugar a documentos con tรญtulos como “Estrategias de adaptaciรณn al cambio climรกtico en el รfrica subsahariana rural” y exhortos como el de la expresidenta de Irlanda, Mary Robinson: “Tenemos que minimizar las pรฉrdidas y los daรฑos, y dar los pasos necesarios para abordarlo y buscar maneras de evitarlo”, como si se tratara del simple hecho segรบn el cual todo el mundo sabe quรฉ hacer. Sin embargo, si bien es verdad que en el mundo del desarrollo hay amplio consenso de que se puede incorporar un grado suficiente de “resiliencia”, por usar uno de los clichรฉs reinantes, en el sistema alimentario mundial para anular o al menos mitigar drรกsticamente los peores efectos del cambio climรกtico, como nadie en realidad conoce todavรญa la gravedad de tales efectos, semejante confianza tiene mucho menos base empรญrica de lo que se suele suponer.

Muchos cooperantes del desarrollo y activistas de derechos humanos responden que sin un horizonte tan optimista, sea sobre el futuro del sistema alimentario mundial o cualquiera de las otras grandes causas de su tiempo, simplemente no podrรญan desempeรฑar adecuadamente ni la mitad de su labor, lo cual significa que, si el pรบblico no confรญa en que las ong tienen las respuestas, es poco probable que continรบen apoyรกndolas. Para ellos, la cuestiรณn es casi siempre “¿Quรฉ mundo queremos?” en lugar de “¿Quรฉ mundo cabe esperar si somos realistas?” En un sentido lo anterior representa una suerte de globalizaciรณn del tipo de utopismo histรณrico relacionado con Estados Unidos, donde, al menos en tiempos de mรกs confianza, era comรบn oรญr a los polรญticos utilizar la frase “viviendo el sueรฑo americano” como si no fuera un oxรญmoron. Asรญ, Tom Bradley, exalcalde de Los รngeles, dijo en una ocasiรณn: “Si podemos soรฑarlo, podemos hacerlo realidad.”

Pero esta esperanza inquebrantable en la bรบsqueda de una soluciรณn duradera a la crisis aรบn coexiste con una profunda confusiรณn sobre la verdadera naturaleza de la crisis misma. La hambruna se mezcla por lo comรบn con la desnutriciรณn crรณnica; el suministro absoluto de alimentos se confunde con el acceso a los alimentos, tanto en disponibilidad como en coste; y, en el plano รฉtico, a menudo se habla demasiado de la comida en cuanto necesidad humana como si fuera una materia prima apenas diferente de cualquier otra, una opiniรณn que tiene el efecto de elidir la diferencia moral esencial entre necesidades y deseos que la mayorรญa de la gente no es capaz de formular en tรฉrminos filosรณficos, pero que entiende cabalmente de igual modo. Al fin y al cabo nadie en su sano juicio cree que los seres humanos tengan el mismo derecho a un reloj Rolex que al agua potable. Estos podrรกn ser tiempos cรญnicos, una era de cada vez mayor desigualdad, pero no son tan cรญnicos. Lo que queda por ver es si son o no son tan esperanzadores como el punto de vista predominante podrรญa hacer pensar.

En la historia del desarrollo la convicciรณn de que se ha encontrado la fรณrmula correcta para librar al mundo de la pobreza se ha alternado con el desaliento, cada vez que los sucesivos modelos se revelaban incapaces de cumplir las elevadas expectativas que habรญan generado. Si el รกmbito del desarrollo fuera un ser humano, podrรญa afirmarse que ha vivido una vida marcada por cambios de humor extraordinarios.

A pesar de los desafรญos planteados por la crisis alimentaria mundial y la disfunciรณn actual del sistema alimentario mundial de la que es emblema, por la explosiรณn poblacional y por el cambio climรกtico antropogรฉnico, incluso si se tienen en cuenta los “subidones” del desarrollo, el momento presente es de un optimismo excepcional. Lo que estรก en cuestiรณn en el debate –y es difรญcil pensar en algo mรกs importante– es si dichas esperanzas se justifican realmente. El consenso en el รกmbito del desarrollo es que el comienzo del siglo xxi realmente marca “el fin” de la pobreza extrema y el hambre, y el radicalismo de semejantes afirmaciones a menudo puede parecer una versiรณn laica de la era mesiรกnica de las religiones abrahรกmicas, en la que de las espadas se forjarรกn arados. El fin del hambre fue esencial en esa visiรณn. Como Maimรณnides previรณ en su Mishnรฉ Torรก, serรญa un tiempo en el que “no habrรก hambre o guerra” y en el que “el bien serรก abundante, y todos los manjares tan disponibles como el polvo”.

Una versiรณn moderna y laica de dicha visiรณn es el argumento de Francis Fukuyama de 1989 segรบn el cual el triunfo del capitalismo democrรกtico habrรญa sido mรกs preciso sobre sus rivales comunistas si hubiera marcado “el punto final de la evoluciรณn ideolรณgica de la humanidad y la universalizaciรณn de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”.7 El atractivo de semejante punto de vista para quienes buscan poner fin a la pobreza extrema y el hambre es evidente: si todos estรกn de acuerdo en lรญneas generales sobre cรณmo deberรญa ser la sociedad humana y cรณmo deberรญa estar constituida, ya no es preciso debatir primeros principios. Y si ese es el caso, todos los problemas que persisten en el mundo son esencialmente tรฉcnicos y no morales. Los problemas morales son perennes: en el sentido mรกs profundo, pueden cambiar de forma, pero nunca desaparecen. Por el contrario, si todo problema, incluso uno tan histรณricamente central de la condiciรณn humana como el hambre, es en esencia tรฉcnico y por lo tanto susceptible de soluciรณn duradera, entonces por supuesto que no hay absolutamente ninguna razรณn por la cual la humanidad deba resignarse a seguir teniendo que soportarla.

¿Pero es ello cierto? ¿Pueden los siete mil millones de personas que ahora viven estar seguras de que serรกn debidamente alimentadas? ¿Y puede esta promesa extenderse a los nueve o diez mil millones de personas que habitarรกn la tierra en 2050? ¿O hemos confundido nuestros deseos con las realidades, sobreestimado los augurios de nuestra ciencia y cometido un error fundamental al suponer que hay un consenso ideolรณgico y moral global? No es exagerado afirmar que el futuro del mundo en el sentido mรกs fundamental y existencial se juega en esa respuesta. ~

 

 

 

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Traducciรณn del inglรฉs de Aurelio Major.

Fragmento de El oprobio del hambre, que aparecerรก en enero de 2016 en Taurus.

 

 

 

 

 

 

 


1 La obesidad y sus efectos nefastos en la salud se consideraban antes excepcionales; un problema derivado de la abundancia del que los pobres estaban a salvo. Pero ya no es el caso.

2 Cormac ร“ Grรกda, Eating people is wrong and other essays on famine, its past, and its future, Princeton, Princeton University Press, 2015.

3 “Growing influx: Germany caught off guard by surge in refugees”, Der Spiegel, 7 de julio de 2014, http://bit.ly/1jmu4Tv.

4 Branko Milanovic, Los que tienen y los que no tienen. Una breve y singular historia de la desigualdad global, Madrid, Alianza, 2012, p. 144.

5 Andrew Shepherd et al., “The geography of poverty, disasters and climate extremes in 2030”, Overseas Development Institute, informe de investigaciรณn, octubre de 2013, http://bit.ly/1uyvcYr.

6 Lo dicho contrasta con el punto de vista mucho menos optimista del pรบblico en general sobre lo que realmente es posible hacer, como sugieren los datos de los sondeos.

7 Francis Fukuyama, “The end of history?”, The National Interest, verano de 1989.

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David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditรณ su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.


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