Un día, quizá cuando menos lo esperes, alguien te va a contar sobre Paul Valéry y cómo le sorprendió escuchar la interpretación que Gustave Cohen hizo de su obra El cementerio marino en La Sorbona. Quizá, si tienes suerte, te citen de memoria sus palabras exactas:
"Todo lo que he publicado no ha carecido nunca de comentarios, y no puedo quejarme de silencio sobre mis escritos. Estoy acostumbrado a ser elucidado, disecado, menguado, enriquecido, exaltado y maltratado –hasta el punto de no saber ni yo mismo cómo soy o de quién se habla, pero leer lo que se publica sobre uno no es nada en comparación con esa sensación singular de oírse comentar en la universidad, ante la pizarra, como si se tratara de un autor muerto." (A propósito de El cementerio marino)
Te dirán que no era usual que en la universidad se estudiara a escritores vivos y que la sorpresa de Valéry era una mezcla de vanidad y de azoro, porque él sabía perfectamente que canonizar a un escritor implicaba, al mismo tiempo, asesinarlo. Con estos mismos argumentos te van a decir que cualquier intento por estudiar y sistematizar la producción artística del presente es un esfuerzo en vano, porque nadie sabe, más que El Tiempo, en su infinita sabiduría, lo que sobrevivirá y logrará establecerse como referencia; lo que pervivirá y abrirá o clausurará caminos.
Lo no te van a decir es que esta confianza en la posteridad no toma en cuenta que el tiempo y la historia no juzgan por sí mismos, y que lo que entendemos y consideramos méritos literarios o artísticos, calidad, no es algo predeterminado, sino una construcción que se basa en el juicio y al estudio de personas que elaboran y argumentan ideas. Lo mismo que se dice al respecto del presente podemos decirlo del pasado: que no podemos aventurar juicios sobre lo que se publica hoy porque no conocemos la imagen completa, porque no hay perspectiva, como si conociéramos o hubiéramos leído todo lo que se publicó en el siglo pasado para, entonces sí, hablar con la soltura del que se sabe poseedor de la verdad.
Quizá te preguntes si es posible pensar, seriamente, la literatura desde esta perspectiva y quizá tu curiosidad te lleve a los trabajos de Franco Moretti, en particular a su serie de “Gráficos, mapas, árboles”, en la que Moretti estudia, según criterios cuantitativos, cómo se instaura una obra sobre un conjunto mayor, y cómo esa obra se convierte en representativa de un género, mientras que otras quedan relegadas. Lo que hace Moretti no es predicar, su trabajo ofrece más dudas que certezas, y eso es bueno. Verás que, a diferencia de quienes sostienen el juicio de la historia como algo inapelable, Moretti toma en cuenta todos los factores –políticos, mercantiles, sociales, culturales– que influyen en la valoración de un texto.
Entonces, tal vez, te parezca extraño que haya gente que habla de libros como si la literatura fuera un dogma y como si el pasado fuera infalible. Lo mejor, en todo caso, es seguir leyendo, relacionar lecturas, analizar la manera como dialogan los libros. Acepta que hay quienes leen para sentirse superiores pero no seas uno de ellos, porque lo que importa, no lo olvides, son los libros.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.