El otro dĆa contĆ© las veces que me habĆa cambiado de casa (solo o en familia). Trece. Volver a casa significa volver al Ćŗltimo lugar donde dejĆ© las cuatro cosas que, imagino, forman parte de mi vida. Hace seis meses mi padre se mudĆ³ a la casa de la playa. Mis cosas estĆ”n ahora ahĆ, en “mi” cuarto. Mi padre lo llama mi cuarto, pero en Ć©l se acumulan muchos trastos que no son mĆos. De mis cosas de adolescencia solo rescatarĆa un ejemplar muy gordo e ilustrado de la trilogĆa de El seƱor de los anillos, el bajo elĆ©ctrico y la colecciĆ³n de discos de metal. Hay uno de ellos, Christ Illusion, de Slayer,que tiene una portada tan explĆcita que se retirĆ³ del mercado. Me enorgullecĆa tenerlo, pero tambiĆ©n me daba un poco de vergĆ¼enza.
Siempre he querido tener una habitaciĆ³n de infancia o adolescencia. Imagino que todo el mundo tiene una habitaciĆ³n de la infancia a la que vuelve con ilusiĆ³n y nostalgia. En ella hay todavĆa un corcho con las entradas de grandes conciertos (las mĆas estĆ”n en una bolsa en un cajĆ³n de mi casa de Madrid), discos de Linkin Park en la estanterĆa (los mĆos estĆ”n debajo de la cama), pĆ³sters de bandas y de videojuegos (de tanto despegarlos se me rompieron), y una pegatina en la puerta que pone Do not disturb. PodrĆa reunir lo poco que me queda y crear una habitaciĆ³n de adolescencia. Pero serĆa artificial, una habitaciĆ³n falsa de Ikea.
Tampoco sĆ© cuĆ”nto duran las habitaciones de infancia. En la pelĆcula Amor y letras, de Josh Radnor, un profesor de universidad vuelve aƱos despuĆ©s a casa y descubre que su cuarto de la infancia es ahora el gimnasio de sus padres. Tiene que dormir en una esterilla de yoga entre las mĆ”quinas. Tengo un amigo que conserva su habitaciĆ³n de toda la vida intacta, foto de la comuniĆ³n incluida. Parece una cĆ”psula del tiempo, pero no para Ć©l: no vuelve a ella porque nunca se ha ido. Casi todo el mundo que conozco no ha cambiado nunca de casa familiar.
Una de las obsesiones de Coetzee es la pĆ©rdida de la granja de su familia. En Infancia, el primer tomo de su autobiografĆa novelada, escribe: “Todo lo que resulta complejo en su amor por su madre se torna simple en su amor por la granja. Sin embargo, desde que tiene memoria, este amor tiene un punto de dolor. Puede visitar la granja, pero nunca vivirĆ” allĆ. La granja no es su hogar; nunca serĆ” mĆ”s que un huĆ©sped, un huĆ©sped difĆcil.”
En la finca de la playa donde vive ahora mi padre hay cuatro casas. Las comprĆ³ hace mĆ”s de 30 aƱos, y siempre hemos veraneado allĆ. Ćl vive ahora en la mĆ”s vieja, y las otras las alquilamos en vacaciones y festivos. Desde hace aƱos es el principal negocio familiar. Es tambiĆ©n el Ćŗnico sitio que puedo llamar hogar, porque es el Ćŗnico que he visto con regularidad desde que nacĆ. Vivimos en una de esas casas dos aƱos, pero cuando vuelvo soy un huĆ©sped difĆcil y un inquilino extraƱo. No consigo instalarme y solo sĆ© pasear al perro.
Desde hace aƱos recopilo libros que varios clientes olvidan en las casas. EncontrĆ© una ediciĆ³n de 1969 de Catch-22, de Joseph Heller, con una dedicatoria de una tal “Mª Dolores S.”, y una biografĆa de NapoleĆ³n de la colecciĆ³n Folio de la editorial francesa Gallimard. Encuentro objetos extraƱos en lo que se entiende que es mi propia casa. TambiĆ©n suelo encontrar cosas de mi infancia y adolescencia: libros de la colecciĆ³n juvenil El barco de vapor, colecciones de cromos de la Liga, una Game Boy rota. Hace poco encontrĆ© uno de mis libros favoritos de niƱo, Familia no hay mĆ”s que una, de Gomaespuma. Mi educaciĆ³n sentimental y literaria pasa mĆ”s por ahĆ que por Salinger o Hesse.
EstĆ” bien no tener demasiados recuerdos materiales. Hace poco le regalĆ© a uno de los niƱos que pasaron las vacaciones en la finca el Ć”lbum completo de la Liga de fĆŗtbol de 1996. No conseguĆa ver su valor emocional, pero al chaval le hacĆa mucha ilusiĆ³n. QuizĆ” porque pensaba venderlo por eBay. Tengo varios de esos Ć”lbumes de la Liga, que completĆ© con dedicaciĆ³n, pero ninguno significa nada para mĆ ahora.
Mi aspiraciĆ³n a tener una habitaciĆ³n de adolescencia es metafĆsica y no tiene efecto retroactivo: no puedo repetir la adolescencia. Y, pensĆ”ndolo bien, tampoco sĆ© si quiero recordarla cada vez que vuelvo a casa.
[Imagen: Philip Koch]
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacciĆ³n de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemĆ”n' (Libros del Asteroide, 2023).