La muerte del adolescente Trayvon Martin a manos de George Zimmerman en una comunidad privada en Florida hace año y medio ha mantenido abierto el debate sobre la persistente virulencia del racismo, especialmente contra los hombres negros, en Estados Unidos. Como se recordará, el joven Martin volvía a pie a la casa de su padre, cubierta la cabeza por un rompevientos, completamente desarmado y apretando unos dulces en la mano, cuando fue interceptado por Zimmerman. La apariencia del chico despertó sospechas en el vigilante voluntario y, desoyendo el consejo del operador del 911 de dejarle el asunto a la policía, decidió seguirlo hasta ocasionar el altercado que derivó en la muerte de Martin.
El juicio se centró en los detalles de la confrontación física y la detonación del arma, a fin de establecer o descartar el principio de legítima defensa, firmemente apuntalado en Florida por las recientes reformas legales que básicamente protegen el derecho de los ciudadanos a disparar contra toda persona, armada o no, que consideren una amenaza para sus vidas. La absolución de Zimmerman el sábado pasado cayó como balde de agua helada entre la comunidad afroamericana, los defensores de los derechos civiles, los opositores a las leyes que favorecen la proliferación de las armas a través de justificaciones legales para accionarlas, y todas las personas que simplemente no pueden aceptar que un joven pierda la vida por ser negro y caminar por la calle sin que nadie pague por ello. Aunque por todos lados ronda el fantasma de Rodney King y los disturbios de Los Ángeles en 1992, al momento de escribir estas líneas la frustración y la rabia han fluido como un torrente en las redes sociales, pero apenas se han expresado como pequeñas protestas pacíficas en la calle.
Es difícil no compartir la indignación ante lo que parece un ejemplo flagrante de la enorme impunidad que continúan gozando ciertos actos motivados por el racismo. Sin embargo, durante todo el tiempo en que este caso se ha mantenido bajo los reflectores no he podido sacudirme la sensación de que la condena casi unánime a George Zimmerman no concentra toda la verdad histórica del caso ni toda la responsabilidad moral por la muerte del joven Martin. Es como si al enfocarnos en castigar duramente las consecuencias fatales del acto racista, los observadores quisiéramos desmarcarnos claramente del racismo más mundano que dio origen a la tragedia. Me explico; hay dos momentos claramente distintos en la secuencia de eventos que derivó en la fatalidad. El segundo momento es la acción de tirar del gatillo y segar la vida de Martin, de la cual Zimmerman fue absuelto bajo las consideraciones de legítima defensa ya aludidas. La inmensa mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos no tendría el estómago para llegar a este punto. Disparar contra otro ser humano es un acto extremo que aun las personas envenenadas por el odio racista más profundo encuentran repugnante de realizar por sí mismas y, en el peor de los casos, se contentan con aplaudir cuando lo comete alguien más.
El primer momento es más problemático por cuanto es mucho menos excepcional: la desconfianza y el temor que despertó Trayvon Martin en Zimmerman -y que lo llevaron a desoír la recomendación de abstenerse de acosar al joven- son bastante más comunes en Estados Unidos de lo que todos quisiéramos reconocer. Las personas con menor educación y arraigados prejuicios, sean blancos, hispanos o asiáticos, suelen ser las más proclives a exhibir esas actitudes hacia la población afroamericana, pero nadie está exento. Como escribe Cord Jefferson en la revista digital Gawker, todo varón afroamericano eventualmente debe cobrar conciencia del temor que despierta entre la gente, verlos “apretar el bolso y erguirse alertas en el asiento del metro cuando te sientas enfrente de ellos”, y aprender a sobrevivir en ese contexto. En casi seis años viviendo en los Estados Unidos he escuchado a varios amigos, algunos de ellos bastante más a la izquierda de los aquí llamados liberales, preguntarme si en mi barrio de Brooklyn todavía había “projects”, refiriéndose a las unidades multifamiliares de vivienda subsidiada, habitadas en su mayoría por negros y latinos pobres y con una reputación peor que la de las unidades del Infonavit en el DF, y si era seguro para mí y mi familia. Decisiones sobre dónde enviar a los hijos a la escuela, de las cuales mi propia familia no ha estado exenta en el Distrito de Columbia, generalmente buscan evitar las escuelas públicas barriales, mayoritariamente afroamericanas y estigmatizadas por el bajo desempeño académico, y optan por otros programas escolares, contribuyendo indirectamente a la marginación de los niños negros y, en menor medida, latinos.
La tan celebrada renovación urbana de Nueva York, ahora capital mundial de la gentrification, que ha resultado en el retorno de la población blanca, pudiente y tan progresista que está en la primera línea de protesta por el asesinato de Trayvon Martin, se llevó a cabo sobre los hombros de las políticas de Guliani que criminalizaron a los jóvenes no blancos con medidas como el “stop and frisk”, que no es otra cosa que dar luz verde a la policía para detener y esculcar a adolescentes que, como Trayvon Martin, resultan sospechosos del delito de ser negros o morenos caminando por barrios blancos. Como se ha denunciado desde tiempos inmemoriales en Estados Unidos, pero suele obviarse cada vez que ocurre una tragedia como la de Trayvon Martin, existe una firme estructura de discriminación y marginación de la comunidad afroamericana (los estereotipos que perpetúa, las actitudes personales que produce, las leyes que promulga) que está en la raíz de la victimización de los varones negros que caen abatidos impunemente bajo las balas del prejuicio o llenan las cárceles para que los nuevos residentes de los barrios “trendy” puedan caminar seguros por sus calles.
En otras palabras, aun si George Zimmerman hubiera sido condenado por el asesinato de Trayvon Martin, no habría habido mayor avance en el desmantelamiento del racismo y la discriminación institucionales en Estados Unidos. La gran pregunta sigue siendo, ¿cómo terminar de extinguir al pequeño George Zimmerman que el sistema estadounidense lleva inscrito en su ADN?
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.