A veces, basta que alguien mencione el tema de la literatura gay para que una divertida conversación de sobremesa se convierta en una acalorada discusión.
Días atrás me vi involucrado en una de esas reyertas verbales. Un joven traductor acusaba de homofóbico, ignorante y fascista al que se atreviera a criticar cualquier manifestación del gay power. Por poner, pongamos que sus acusaciones fueran razonables, pero de ahí a considerar, como él lo hacía, que el Quijote es una novela gay, hay un paso, y ese paso, que todas las minorías perseguidas dan al convertirse en dictaduras perseguidoras, es el que a mí me parece peligroso.
El feminismo radical, el indigenismo llorón, el ecologismo antidesarrollista, el proselitismo homosexual antiheterosexual: todos estos movimientos no dejan de explicarte que el caballo blanco de Napoleón no es blanco, sino del color que ellos han decidido pintarlo.
El joven traductor aseguraba que en el Quijote no hay ni una sola escena sexual en la que participe una mujer, pero que, en cambio, el protagonista de la novela duerme todas las noches en la misma pieza con Sancho Panza, lo que sería un claro indicio del homosexualismo latente en el libro. De nuevo por poner, pongamos que su interpretación fuera acertada, pero con idéntica libertad sería acertada la de quien planteara que el Quijote es un relato sobre extraterrestres, donde Sancho Panza es un alienígena y La Mancha es una forma cabalística de designar a un planeta desconocido de una remota galaxia. Claro que para sustentar esta teoría espacial sobre la obra de Cervantes no habría, como sí hay para la interpretación gay, dinero de universidades norteamericanas, ni existiría el beneplácito de los bienpensantes.
Lo terrible de las minorías dictatoriales no es su capacidad para generar guetos e ideas como la del Quijote gay: lo terrible es que intentan acallar furiosamente todos los comentarios en su contra calificándolos de estrechos, insensibles, anacrónicos o discriminatorios, siempre recordándonos la opresión que han sufrido durante milenios y tratando de convencernos de que un semáforo es un árbol de pascua, sin preocuparse, por cierto, de los automovilistas que chocan por creerles. Como han sufrido lo inaceptable, deben hacerle aceptar lo inaceptable al resto de la humanidad.
A los gays del gay power no les interesan los gays: les interesa el power. O sea, infiltrar su llanto y su bandera en todas partes. En lugar de vivir su homosexualidad en libertad, tratan de obligarnos
a los demás a vivirla por ellos. No se limitan a vociferar en las sobremesas que Sócrates se acostaba con Alcibíades o que los sonetos de Shakespeare no son simbólicos sino carnales: también quieren que el pobre don Quijote y el gordo Sancho Panza participen en la partusa, para la cual, naturalmente, ellos cobran la entrada. Y vigilan la puerta. ~
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