“The Next Steve Jobs” se lee en la portada de noviembre de la revista Wired. Tras el titular se despliega la fotografía de Paloma Noyola, una niña de 12 años que obtuvo uno de los puntajes más altos del país en matemáticas en la prueba Enlace 2012.
Aldeana, nuestra prensa fue incapaz de pasar de la portada y por lo tanto de entender que la afirmación no era literal. En el reportaje de Joshua Davis, Paloma era el pretexto para hablar de algo mucho más profundo que también incluye a sus compañeros de clase; el hallazgo, en medio del basurero, de una escuela en la que los hijos de pepenadores se imponen a las presunciones sobre su origen humilde y con la ayuda de un buen maestro descubren que la creatividad y el pensamiento independiente es capaz de poner el ejemplo a un estúpido modelo de educación pública que prescribe la puntualidad, poner atención y guardar silencio.
Ese sector de nuestro periodismo que entiende las historias humanas como un reality televisivo, consideró innecesario seguir lo excepcional de esta microhistoria ocurrida en una ciudad como Matamoros, donde los grupos armados de asesinos se pasean a plena luz del día, mientras las autoridades capitulan ante la imposibilidad de contenerlos.
Prefirieron seguir a la tímida Paloma hasta su casa y pusieron arteramente en su boca frases llenas de jactancia como “No seré la próxima Steve Jobs, seré más grande que el genio fundador de Apple, porque voy a perfeccionar y hacer más fácil la técnica de la de educación en el país”.
Estuvieron con ella lo suficiente para escribir la crónica de su fracaso y decirle al país que no estuvo a la altura de las expectativas. Paloma participó en un certamen de cálculo a contrarreloj, pero solo alcanzó a resolver la mitad de la prueba; los titulares fueron inclementes: “Paloma reprueba examen del Tec”, “La niña Jobs fue superada por el tiempo y la presión”.
Otros más mezquinos publicaron notas con titulares como “Ignoran a alumna con más promedio que niña Jobs”, o “Hay más niños destacados que la niña Jobs”, para mostrarnos que no era para tanto y que sobran niños para poner a competir por la atención de los medios y a los cuales desechar terminado el circo.
En días pasados, Guillermo Sheridan pedía a Paloma Noyola perdonarnos por convertirla en la heroína no de sus propios logros, “sino en una anomalía de nuestras colectivas frustraciones”; a ella y a otros “héroes oportunos” a los que se ha impuesto ser depositarios del aporreado pundonor nacional y restaurar la dignidad que hemos perdido, con logros excepcionales que ponen en evidencia nuestra propia mediocridad.
Véase el caso de los niños triquis que, descalzos, ganaron el 4° Festival Internacional de Minibasquetbol en Argentina. Invisibles, no hubo diario nacional que diera la nota de sus triunfos, sino hasta que volaban de regreso a México con el trofeo; la prioridad informativa era agradecer a Estados Unidos, en primera plana, por haber salvado al equipo nacional de soccer de la eliminación de la Copa del Mundo 2014.
Entonces sí. Minuto de aplauso en la Cámara de Diputados, manotazos para ser el primero en proponer para ellos el Premio Nacional del Deporte, visita a Los Pinos, grandilocuencia, “héroes”, “gigantes descalzos de la montaña”, guadalupes loaezas que leen pensamientos y nos narran travesías: “Tobías pensaba en lo que se sentiría viajar en ese aparatote que podía viajar por el aire”.
No nos ocupamos de ellos antes y no nos ocuparemos de ellos después. Para los medios no son más que una infancia desechable. Si sus historias no producen rédito, el punto final llega pronto, como llegó con Paloma, a quien en el último capítulo de este happening describían como "deprimida y devastada". Mientras no se pase de la primera página y se siga juzgando por una portada, nuestra prensa seguirá siendo de elogio paternalista y carroñerismo. Mediocre.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).