(Sobre la exposición La vuelta al origen, de Iñaki Bonillas)
El ejercicio de organizar o reconstruir los documentos que dejó algún familiar casi siempre es el encuentro con el universo de un extraño. La sorpresa puede surgir de un detalle mínimo o de un gran hallazgo; una vez descubierto, el pasado no vuelve a ser el mismo. A través de sus pertenencias, cualquier personaje muestra una faceta ignorada que, casi por arte de magia, lo convierte en un completo desconocido. La correspondencia secreta de un amorío, el registro de un oficio juvenil, la prueba de un don ignorado, las confesiones de un diario o la evidencia de un fraude son sólo algunas formas en que los textos e imágenes revelan los matices escondidos de una persona. Recurrir al archivo familiar implica una especie de trabajo arqueológico que restaura una historia desde sus ruinas. La búsqueda puede perseguir la verdad o, incluso, una oculta necesidad de desencuentro.
En La vuelta al origen, exposición inaugurada en la galería OMR el pasado 23 de enero, Iñaki Bonillas propone una variación conceptual de ese ejercicio de búsqueda. Una selección del archivo personal de su padre –retratos, grabaciones musicales, notas periodísticas y películas– fue sometido a distintos procesos técnicos para obtener la matriz que dio origen a dichos documentos. Escribir la partitura de una melodía a partir de la reproducción del sonido, hacer el negativo de una fotografía a partir de su positivo (es decir desde la fotografía impresa), una placa de tipos de imprenta a partir de un texto ya impreso o mostrar los doscientos cuarenta cuadros que conforman una película de diez segundos. El regreso al origen es material, formal; los documentos no confiesan los secretos de su padre –un joven novillero al que vemos torear en una plaza vacía, al que escuchamos tocar la guitarra y sobre el cual la prensa deportiva hace comentarios– sino el soporte de su memoria, su matriz. En la sala de exposición, cada imagen, video y reproducción sonora se enfrenta con su “original” en un pequeño laberinto que ocupa dos salas de la galería. Dieciséis dípticos de copia y “original” cuelgan de las esquinas del recorrido. El dialogo que se produce entre ellos es muy parecido al box de sombra: un ser que se desdobla, un contrincante que es el revés de sí mismo.
El proceso que conlleva reconstruir las matrices de esta serie de documentos es parecido al que nos sucede cuando formamos recuerdos en la memoria: hay un suceso original que es inaccesible por antonomasia, pero que produjo copias (vivencias) en cada cabeza que lo presenció. Cada una de esas cabezas, al narrar el hecho, termina por conformar un nuevo original, matrices propias. De ahí en adelante la ecuación es infinita, ese segundo recuerdo “original” producirá un tercero y este un cuarto y así sucesivamente conforme la anécdota avance por las ramas de la genealogía, pero en La vuelta al origen, al tratar de regresar encontramos un agujero donde ya no hay nada. El espectador recorre el laberinto para darse cuenta de que el minotauro ha desaparecido, dejando únicamente su simulacro. Como sucedía con el Quijote de Pierre Menard, la copia es un nuevo original o una nueva matriz que sustituye a su predecesor. Al presentar el revés del archivo de su padre, Iñaki Bonillas construye una reflexión sutil sobre la subjetividad caprichosa del recuerdo y la arbitrarieidad de su documento. Mediante un proceso ingenioso y absurdo, la obra omite a su padre en una suerte de faena que devela, una y otra vez, el camino que va del origen a la ficción y de la ficción a la ausencia.
– Verónica Gerber
(ciudad de México, 1981). Artista visual que escribe.