El vuelo de Perseo

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El 19 de septiembre de 1985, una semana antes de partir a la Universidad de Harvard para ocupar la cátedra de las “Charles Eliot Norton Poetry Lectures”, Italo Calvino falleció, renunciando a ser el primer italiano invitado a tan célebre programa. Esther, su viuda, cuenta que el manuscrito de las conferencias que dictaría el autor de Las cosmicómicas “estaba en su escritorio, en perfecto orden, cada conferencia dentro de un sobre transparente y todas en una carpeta rígida, lista para el viaje” que nunca se efectuó. Conocido como Seis propuestas para el próximo milenio, el legado calviniano incluye no obstante cinco puntos: “Levedad”, “Rapidez”, “Exactitud”, “Visibilidad” y “Multiplicidad”; el sexto, “Consistencia”, quedó —quedará— pendiente: la muerte, ya se sabe, es el editor más feroz. Quedan, sin embargo, la lucidez y la sabiduría de uno de los grandes escritores del siglo xx, concentradas en esas cinco cápsulas que no han dejado de causar adicción; en la primera de ellas nos topamos, como si fuera el mensaje oculto en una galleta de la suerte, con este dictum: “La levedad del pensar puede hacernos parecer pesada y opaca la frivolidad.” Levedad y frivolidad: términos que, pese a que hay quien los considera sinónimos, resultan antitéticos, tal como demuestra Calvino. En esta confusión se ha movido la figura y la obra del turinés Alessandro Baricco (1958). Novelista (Tierras de cristal, Océano mar, Seda, City y Sin sangre), ensayista (El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin. Una reflexión sobre música culta y modernidad y Next. Sobre la globalización y el mundo que viene), articulista (Barnum. Crónicas del gran show) y autor de Novecento, monólogo teatral llevado a la pantalla por Giuseppe Tornatore; promotor de la lectura y la escritura a través de Holden, la escuela-taller de nombre salingeriano fundada en 1994, Baricco ha sido tildado de light desde la aparición en 1996 de Seda, la nouvelle que lo lanzó al Olimpo de los longsellers en infinidad de idiomas y que, aunque pocos lo admiten, comulga en el fondo con la posición enunciada por Calvino: “He tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades; he tratado sobre todo de quitar peso a la estructura del relato y al lenguaje.”
     Levedad, entonces, y no frivolidad, es lo que define la labor de Baricco: levedad del pensar. Levedad anecdótica, estructural y lingüística, palpable especialmente en Seda y Sin sangre. Levedad armoniosa como la que destila City Reading. Tre Storie Western, el disco grabado en París en diciembre de 2002, luego del éxito del espectáculo montado del 14 al 16 de noviembre en el teatro Valle de Roma, en el marco del festival RomaEuropa. Apoyado en las sugestivas atmósferas del dúo francés Air, Baricco adapta y lee tres fragmentos (“Bird”, “La puttana di Closingtown” y “Caccia all’uomo”) del proyecto en el que desde niña trabaja Shatzy Shell, la deliciosa treintañera que habita la ciudad invisible de City: “Cuando la gente le preguntaba si era una película o un libro o un musical, ella contestaba: Es un western.”
     No es extraño, por ende, que el nombre de Sergio Leone, creador del spaghetti western, haya salido a colación en ciertas reseñas de Sin sangre, donde Baricco retoma el pulso minimalista de Seda. Dividida en dos secciones que abarcan, casi chejovianamente, medio siglo de la turbulenta biografía de los personajes principales (Nina a.k.a. Dulce/Doña Sol y Pedro Cantos a.k.a. Tito), la nueva nouvelle se adentra en un territorio virgen hasta ahora para el autor turinés: la venganza, “la única medicina […] contra el dolor […] la droga con la que nos hacen capaces de luchar”. Una lucha, o más aún, una guerra ambigua que sirve de telón a la primera parte de Sin sangre y la hermana tanto con El desierto de los tártaros, de Dino Buzzatti, y El mar de las Sirtes, de Julien Gracq —libros gemelos—, como con un cineasta cuya presencia es más evidente que la de Leone: Sam Peckinpah, magno explorador de la crueldad. (El asalto a la granja donde Nina vive con su padre y su hermano mayor, que acaban acribillados por tres intrusos entre los que está Tito, evoca el clímax de Perros de paja, una de las cumbres del arte bárbaro de Peckinpah.) Al elegir la ambigüedad como estrategia narrativa, al borrar las señas de identidad temporal y geográfica de la historia, Baricco lleva a la práctica otro dictum de Calvino: “Es difícil para un novelista representar su idea de la levedad con ejemplos tomados de la vida contemporánea si no se la convierte en el objeto inalcanzable de una búsqueda sin fin.” Búsqueda estética que se traduce, según se nos advierte al inicio del libro, en el empleo de nombres hispánicos como “un hecho puramente musical”; lugares (la granja de Mato Rujo, los pueblos de Álvarez y Río Galván, la hacienda de Belsito, el sanatorio de Santander, la taberna Riviera, el hotel California) y personajes (Manuel Roca alias la Hiena, Salinas alias el Rata, el Gurre, Ricardo Uribe, el conde de Torrelavid) componen así una especie de oscura sinfonía en respuesta a la nomenclatura diáfana de Seda. Búsqueda existencial que emprende Nina hasta dar, al cabo de cincuenta y dos años y por una “absurda fidelidad al horror”, con Tito, el único de los culpables de su orfandad que ha sobrevivido, dedicado a atender un simbólico expendio de billetes de lotería en esa otra ciudad invisible que se perfila en la segunda parte de Sin sangre. Siguiendo de nuevo a Calvino, para quien la levedad “se asocia con la precisión y la determinación, no con la vaguedad y el abandonarse al azar”, Baricco hace de Nina una figura firme y osada, enemiga de los encuentros fortuitos, a la que sin embargo adjudica una imagen de fragilidad y ligereza; acurrucada en la bodega/madriguera donde su padre la esconde durante el asalto a la granja, el cuerpo “vuelto sobre sí mismo como una concha”, la pequeña perfecciona su postura hasta lograr una armonía que Tito, al descubrirla y no delatarla, aprecia igual que una obra de arte: “Qué hermoso era, pensó […] Era todo tan ordenado. Era todo tan completo. Exacto.” (“La exactitud te salvará”, se dice Nina. Exactitud: la tercera de las Seis propuestas para el próximo milenio.) Esta imagen cercana a lo escultórico se reproduce al final del libro; luego de cerrar las heridas de la guerra y el tiempo en una cama de hotel, Nina se acurruca junto a Tito y, adoptando la posición fetal, cae dormida. Las sombras de la vendetta disueltas por la luz del acto erótico consumado en la ancianidad.

En los momentos en que el reino de lo humano me parece condenado a la pesadez —escribe Calvino—, pienso que debería volar como Perseo a otro espacio. No hablo de fugas al sueño o a lo irracional. Quiero decir que he de cambiar mi enfoque, he de mirar el mundo con otra óptica, otra lógica, otros métodos de conocimiento y de verificación.

Consciente de que a la Medusa, efigie justo de la pesadez y la petrificación del orbe, sólo se la puede derrotar mediante la visión indirecta a la que se alude en Seis propuestas para el próximo milenio, Alessandro Baricco ha optado por colocar el espejo de Sin sangre frente a una Gorgona peculiar —la venganza— para obtener un enfoque novedoso: la revancha por amor y carente de violencia. Ha optado, en otras palabras, por unirse al vuelo de Perseo rumbo a los dominios de la levedad calviniana. ~

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(Guadalajara, 1968) es narrador y ensayista.


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