Elecciones Venezuela 2012: La minoría es un naufragio repetido

Hugo Chávez  ganó con el 54,42% de votos, o lo que es lo mismo, 7, 444,082 millones de votos, o lo que es lo mismo, 136,000 votos más que en su anterior victoria en 2006.
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Son las tres de la madrugada y los fuegos artificiales dejaron de reventar en el horizonte para darle paso al olor metálico de la pólvora en el aire. El eco de consignas y silbidos lejanos reverbera en el este caraqueño y la ciudad se adivina ebria de alegría en otros rincones. El ambiente festivo del cierre de campaña chavista el pasado jueves se tomó los alrededores del Palacio de Miraflores a las nueve de la noche del domingo y desde entonces la esperanza es una canción triste para muchos venezolanos desorientados que siguen sin entender el país que habitan.

Pero esta historia comenzó antes.

***

–Bueno, pana, vámonos que la vaina se va a poner heavy.

Mi amigo acelera el paso y le pisa los talones a la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE) Tibisay Lucena, quien dos minutos antes anunció la victoria de Hugo Chávez por 54,42% de votos, o lo que es lo mismo, 7, 444,082 millones de votos, o lo que es lo mismo, 136,000 votos más que en su anterior victoria en 2006. Si la salud no lo abandona, hay Chávez hasta 2019.

La mínima abstención de 19% convierte a esta en una de las elecciones más emblemáticas de la política latinoamericana reciente y es significativo que buena parte de la nueva participación haya sido absorbida por los 6, 151,544 votos de Henrique Capriles, quien obtuvo 44,97% con 90% de las actas escrutadas. Varios periodistas manejaban esos números extraoficialmente y la alegría a las afueras del edificio hacían suponer que el electorado chavista también.

Fue la premonición de que incluso en la victoria hay que temer lo que nos salvó de esquivar balas, pues quince minutos después de conocer los resultados un grupo de motorizados abrió fuego contra la carpa de prensa, afortunadamente sin dejar heridos. De poco sirvió la presencia militar a las afueras. Entre rejas y balcones de los edificios grises que tiene el centro de Caracas, varios votantes asomaban la cabeza para gritar “¡Viva Chávez!” y en pocos segundos las calles se llenaron de oficialistas victoriosos que prefirieron esperar el pronunciamiento oficial para acompañar al otro nutrido grupo de gente que tenía más de una hora celebrando.

La cara de Omar Laffe con su hijo de año y pocos meses en los hombros era la de una tensión aliviada: “En Venezuela manda el pueblo y el pueblo es Chávez. Esto no es una dictadura, es una democracia. Chávez le da el petróleo al pueblo y eso antes no era así. Digan la verdad: los medios internacionales le han mentido al mundo diciendo que esto es una dictadura”. Junto a él, una decena de personas vestidas de rojo dan pequeños saltos de un lado a otro y se dejan arrastrar por la salsa en los alrededores del comando de campaña del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). El metro llega poco después y de sus puertas sale un estado de ánimo multiplicado por 500 “¡Uh! ¡Ah! ¡Chávez no se va!”

Tan definitorio como el chavismo triunfante rumbo al balcón desde el que suele hablar el presidente en estas ocasiones fue el silencio dentro de la coalición opositora. A las 4:30 de la tarde la dirigencia enviaba mensajes alentadores de presunta victoria caprilista gracias a encuestas a boca de urna que le daban entre dos y cuatro puntos de ventaja, pero la política tiene que ver con campos magnéticos y algo dejó de atraer confianza hacia el teatro donde estaba Capriles para transferir esa carga al otro teatro, donde se concentraba la plana mayor del chavismo, salvo el vicepresidente y el presidente.

Las caras de Jorge Rodríguez, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y compañía eran un augurio y cuando pasada la rueda de prensa José Vicente Rangel dijo con aplomo que el pueblo había “expresado su voluntad” y que a pesar de las cosas por corregir había “razones para estar feliz”, los reportes opositores de que el chavismo estaba llevando votantes al comienzo de la noche para revertir la tendencia parecían simple estrategia para equilibrar un campo magnético que desde entonces se quedó a los pies de Miraflores. En el oeste sonaban tambores y corría cerveza; en el este las sonrisas se sostenían con palillos.  En Venezuela la victoria va en moto y la derrota es un naufragio colectivo.

Pero también eso comenzó antes.

***

El conductor es un tipo delgado que apoya con desdén el codo izquierdo sobre la ventana de la camioneta. Son las nueve de la mañana y el asfalto escupe un vapor de 31 grados. Ya huele a sudor. Un hombre salta de la acera, pasa frente al vehículo y se detiene en la ventana del copiloto:

–Elías, dame real, coño; mira que estoy jodido.

Porque el pasajero en el asiento derecho es Elías Jaua, vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela. Sonrisa estirada, andar pausado y un punto de simpatía que sin embargo no sirve para levantar más que cuatro vítores tímidos de “Eeelíiias, Eeelíiias” y a ese espontáneo con tono burlón que se hace el cojo mientras le da la mano. La poca seguridad que rodea al segundo hombre del Poder Ejecutivo venezolano es sorprendente, mucho más porque el inmenso y complejo barrio popular de Petare claramente se ha convertido en una zona difícil para el chavismo que antes campeaba por estas calles y callejones y escaleras polvorosas y edificios curtidos y ranchos desbalanceados y plazas frondosas y canchas de baloncesto.

Jaua sonríe, se dirige a los dos medios extranjeros que pasamos por ahí e ignora con mucha educación al burlón, a la señora de piel seca y cabello rizado que le dice que ella va a votar por Capriles y a los tres votantes en fila que se animan a gritarle “¡Fuera, fuera!” La escena es menos tensa de lo que parece, como lo fueron la hora anterior y la siguiente en Petare, al este de la ciudad.

El Partido Unido Socialista de Venezuela (PSUV) tiene 54 coordinadores distribuidos entre los 134 centros electorales del barrio. Hoy el chavismo no podía guardarse nada y desde las tres de la madrugada activaron redes bien organizadas que van desde el famoso uno por diez, donde un activista asegura que al menos diez personas “a su cargo” vayan a votar, hasta ambulancias para atender a personas del partido. Zonas como La Bombilla y El Carmen tejen redes desiguales de chabolas a lo largo de la montaña que requieren de Jeeps y de motos para movilizarse con seguridad.

–En las zonas más populares podemos ganar con 70%, pero tú sabes que Petare es muy grande y ahí la diferencia se recorta. Creo que podemos ganar en todo el barrio con tres o cuatro puntos.

La cautela de ese coordinador del PSUV parece excesiva, pero cuando la oposición se queja de desigualdad en la campaña electoral se refiere a detalles como el siguiente: tres puntos de coordinación oficialista, cada uno dirigido por alguna mujer simpática y curtida en estas lides, sumaban 90 motos y 15 carros o camionetas. En el único punto de coordinación opositora que coincidía con alguno de los tres anteriores, solo había tres motos y una camioneta. No hay otra forma de sacar a una abuelita de 80 años de su casa si debe bajar 80 escaleras: el futuro político del país va sobre dos ruedas.

Un motorizado vestido de rojo dice que no sabe si va a votar. Una señora que dice tener 67 y parece de 128 dice que va a votar por Chávez porque es “el enviado de dios”. Otra mujer se me acerca y reclama transparencia en la cobertura de los medios. Gladys me dice que va a votar por Chávez porque le dio un apartamento hace cuatro semanas.

– ¿Y te dan documento de propiedad?

–Sí, pero solo cuando pasen las elecciones –a Gladys le parece normal, claro. –Yo votaré mi comandante eternamente. Primero dios y después, mi comandante.

Pero esta historia comenzó antes.

***

El año es 1998, el hombres es Hugo Chávez. Tras haber cohesionado el descontento general ante los partidos políticos tradicionales…

Sí, mucho antes.

 

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Periodista. Coordinador Editorial de la revista El Librero Colombia y colaborador de medios como El País, El Malpensante y El Nacional.


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