Elogio de la casa de citas

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Todos aquellos que hemos pasado por las agridulces tareas de dirigir una publicaciรณn periรณdica sabemos que la secciรณn de comentarios de libros es una fuente permanente de dolores de cabeza. Por lo regular, estas secciones reciben una avalancha de reseรฑas elaboradas por los amigos del autor del libro. Por otra parte, es necesario a veces un esfuerzo que parece sobrehumano para obtener un comentario de obras que piden a gritos una reseรฑa crรญtica, sea por su evidente importancia o por el amplio interรฉs que han despertado. Pero lo mรกs complicado es lo que a mรญ me parece una exigencia normal: que los comentarios de libros deben ser pequeรฑos ensayos; microensayos, si se quiere, pero ensayos a fin de cuentas. Esto quiere decir que debemos exigir que los comentarios de libros cumplan ciertas condiciones mรญnimas, propias de todo ensayo. Dicho esto, advierto que en este breve comentario sรณlo me referirรฉ a un aspecto, tal vez marginal, pero que estรก relacionado con las peculiaridades del gรฉnero ensayรญstico. Me refiero a la manera de citar otros textos.

Desde hace mucho tiempo ha crecido como una moda que parece incontenible la idea de que las citas de pie de pรกgina (o al final del texto) son un mal hรกbito propio de especialistas tercos, y que quienes escriben libremente no tienen por quรฉ usar de un mรฉtodo semejante. Y asรญ, aunque un texto โ€“digamos una reseรฑa del รบltimo libro de Kunderaโ€“ estรฉ lleno de referencias literarias, muchas veces su autor evade cuidadosamente toda menciรณn a sus fuentes: รฉl debe dar la impresiรณn de que su pensamiento es original y fluye con libertad, y que si hay prรฉstamos de ideas ajenas todo lector culto sabrรก reconocerlas de inmediato, de manera que el escritor no debe agregar ni una sola nota; ello serรญa rebajarse a realizar tareas necesarias sรณlo para lectores ignorantes que necesitan acudir a casas de mala nota para satisfacer sus necesidades rudimentarias. Ademรกs, como es sabido, las notas de pie de pรกgina le complican la vida a los diseรฑadores de publicaciones.

Yo no quiero generalizar, pero me voy a permitir un breve elogio de la anotaciรณn de referencias. Las notas y citas de pie de pรกgina son como las escaleras de incendios que hay en muchos edificios de Nueva York. A primera vista parecen afear la construcciรณn; pero si miramos con cuidado, el conjunto gris o rojizo del edificio, con su extraรฑa red metรกlica, tiene un gran encanto. Sin esas escaleras el edificio no serรญa interesante ni, sobre todo, inquietante.

Esas escaleras, lo mismo que las citas, son fruto del miedo y del peligro. Los edificios, como los textos, estรกn amenazados por la posibilidad del incendio. Su construcciรณn no es segura y sus habitantes vivirรญan en la inquietud permanente si no hubiera forma de escapar. Hay textos que convocan ideas peligrosas cuya manipulaciรณn puede acarrear consecuencias; es preciso darle al lector una cierta seguridad de que no perecerรก durante la lectura. Ademรกs, las citas y notas deben ofrecer una escapatoria: si el texto no satisface, abren la alternativa a otros libros, ensayos y escritos que tal vez son mรกs prometedores.

Asรญ, el aparato crรญtico de notas y citas es una criatura de la inseguridad moderna. Es necesario si se escribe como quien camina por la cuerda floja. El ensayo, que es por definiciรณn una prosa de la incertidumbre, puede explorar con creatividad los laberintos de las salidas de emergencia y de las escaleras de incendio.

Me ha sucedido que, al leer la reseรฑa de un libro, encuentro unos versos de Nerval; y me entran unas ganas irresistibles de leer el poema completo… Pero he aquรญ que el autoritario autor no se dignรณ colocar una nota seรฑalando el origen de los versos. Con pedante modestia y con desprecio al lector que no tiene en su memoria la obra de Nerval, el autor nos bloquea la huida y nos encierra en el calabozo de su texto.

Por otro lado: ยฟpor quรฉ despreciar la inseguridad y el miedo del propio escritor? Su mano temblorosa coloca a pie de pรกgina la exacta referencia y la fuente de su cita, para confortar al lector y confortarse a sรญ mismo: โ€œยกcrรฉanme โ€“parece implorarโ€“ no he inventado lo que digo!โ€.*

Los lectores podrรกn ahora comprender cรณmo sufrรญan mis colaboradores: con semejantes exigencias, la secciรณn de comentarios de libros se convertรญa en un laberinto borgiano o en un desierto marciano.

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*Vรฉase Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, segunda parte, capรญtulo II, p. 645 de la ediciรณn preparada por Francisco Rico, Crรญtica, Barcelona, 1998.

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Es doctor en sociologรญa por La Sorbona y se formรณ en Mรฉxico como etnรณlogo en la Escuela Nacional de Antropologรญa e Historia.


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