El mayor logro del siglo XX espaรฑol ha sido una Constituciรณn en la que todos los espaรฑoles tuvieron y han tenido cabida, de la que nadie fue excluido y en la que la generosidad y la flexibilidad parecรญa que acababan definitivamente con los demonios interiores que habรญan asolado la historia espaรฑola de las tres cuartas partes del siglo pasado.
Sin embargo, como bien sabemos los historiadores, nunca hay ganancias absolutas en la historia: se solucionan unos problemas y se abren otros retos o se derivan consecuencias no previstas que desvรญan toda planificaciรณn programada โy a veces eso es catastrรณfico o a veces supone la esperanza de que las cosas no perduran como creen los planificadores. No hay ganancias absolutas en la historia, decรญa, o tambiรฉn, dicho de otra manera, en frase de un ilustre hispanista, โel รฉxito nunca es definitivoโ. Naturalmente, tampoco el fracaso, y de ello creo que hemos sido muy conscientes la mayorรญa de los espaรฑoles en estos treinta aรฑos de monarquรญa parlamentaria y estabilidad constitucional. Parecรญa que los dos defectos que habรญan lastrado nuestra historia contemporรกnea: el โcomรบn irrespeto a la leyโ y el โdรฉbil sentido de comunidadโ, por decirlo en palabras de Jover Zamora, habรญan sido superados por el pacto constitucional de 1978 y por la liberalidad del Estado de las Autonomรญas. Frente al esencialismo que atribuye las desgracias histรณricas de los espaรฑoles a un supuesto โcarรกcter nacionalโ o a un determinismo histรณrico mรกs o menos cainita e irremediable, a una suerte de โdestinoโ repetitivo de ciclos histรณricos catastrรณficos, estas tres รบltimas dรฉcadas nos habรญan proporcionado la seguridad suficiente para empezar a dejar de proyectar la guerra civil del 36, es decir, la ruptura de โlas dos Espaรฑasโ sobre el conjunto de todo el pasado espaรฑol y, por supuesto, sobre el futuro. Es decir, habรญamos reaprendido socialmente โno sรณlo por parte de los historiadoresโ a matizar, a aceptar las razones del otro, a no ver en el discrepante a un enemigo โen el sentido radical de la teorรญa de Carl Schmitt, desgraciadamente muy presenteโ sino a un adversario. La concordia, como querรญa Aristรณteles en uno de los textos fundacionales del concepto โconcordiaโ, se manifestaba en los hechos, en la propia realidad (exceptuando, claro, el irredentismo fundamentalista y terrorista de ETA y su entorno nacionalista, pero este parecรญa un cรกncer que se podrรญa controlar antes de que contaminase al resto del paรญs).
โLa concordia โhabรญa insistido y definido ya el filรณsofo griego en la รtica a Nicรณmacoโ se aplica siempre a actos, y entre estos actos, a los que tienen importancia y que pueden ser igualmente รบtiles a las dos partes y hasta a todos los ciudadanos, cuando se trata de un Estado: como cuando todo el mundo juzga unรกnimemente, por ejemplo, que todos los poderes deben ser electivos…โ, y Aristรณteles aรฑade aquรญ otros ejemplos referidos a la polรญtica concreta de su รฉpoca, para proseguir:
Cuando, por el contrario, en un Estado cada uno de los partidos quiere el poder para sรญ solo, hay discordia […] Porque no basta para que haya concordia, que los dos partidos piensen de la misma manera sobre un objeto dado, cualquiera que รฉl sea. Es preciso ademรกs, que tengan la misma opiniรณn en las mismas circunstancias […] La concordia, comprendida asรญ, se convierte en cierta manera en una amistad civil […] porque comprende entonces los intereses comunes y todas las necesidades de la vida social 1 [la cursiva es mรญa].
Es importante resaltar que no se trata de que la concordia tenga que estar basada en la uniformidad; al contrario: โno debe confundรญrsela con la conformidad de opiniones โseรฑala expresamente Aristรณtelesโ, porque รฉsta puede existir hasta entre personas que mutuamente no se conocenโ; por ejemplo: se puede estar de acuerdo en las causas de fenรณmenos celestes y ese โestar de acuerdo sobre estos puntos no implica la menor afecciรณnโ, es decir, no tiene que ver con esa โamistad civilโ que serรญa la concordia. โPor el contrario โsigue el filรณsofoโ se dice que hay concordia entre los Estados, entre los ciudadanos, cuando recae sobre intereses generales, cuando se toma parte en ellos y cuando de concierto se ejecuta la resoluciรณn comรบnโ. Es la consonancia entre โelementos desemejantesโ, que dirรญa mรกs tarde Cicerรณn, para conseguir la concordia con la ayuda siempre de la justicia.
No es, pues, casualidad que el texto fundacional de la idea de la concordia โanterior a la gran divulgaciรณn que de ella harรก Cicerรณn para el imperio romano, y anterior tambiรฉn a los estoicos y a las grandes monarquรญas helenรญsticas que adoptarรกn la concordia como ideologรญa de sus imperiosโ, lo elabore Aristรณteles dentro de los capรญtulos que dedica โa la amistadโ, pues, en definitiva, si es verdad que la amistad es anterior a la justicia en el origen de las sociedades, y puede existir sin รฉsta, sรณlo en la polis, en la ciudad ordenada, en el Estado jurรญdicamente igual para todos, se realiza la verdadera amistad y la justicia: โla justicia serรญa en cierto sentido la amistad generalizadaโ, en frase de Emilio Lledรณ2.
Pero esta concordia [esta amistad civil, que dice Aristรณteles y que tiende a la generalizaciรณn de la justicia] supone siempre corazones sanos. En efecto, los corazones de esta รญndole estรกn por lo pronto de acuerdo consigo mismos y lo estรกn recรญprocamente entre sรญ, porque se ocupan, por decirlo asรญ, de las mismas cosas. Las voluntades de estos espรญritus rectos permanecen inquebrantables, no [sufren] el flujo y reflujo […] sรณlo quieren las cosas justas y รบtiles y las desean sinceramente guiados por el interรฉs comรบn.
Por el contrario, entre los malos [sigue Aristรณteles] no es posible la concordia y, si reina alguna vez, es por cortos instantes; y tampoco pueden ser por mucho tiempo amigos, porque reclaman una parte exagerada en los beneficios y se desentienden todo lo posible de las fatigas y gastos comunes. Queriendo cada cual las ventajas sรณlo para sรญ, espรญa y pone trabas a su vecino, y como del interรฉs comรบn nadie se cuida, se le sacrifica y perece. Entonces comienza la discordia, esforzรกndose los unos en hacer que los otros observen la justicia, pero sin que nadie quiera practicarla.
No con cualquiera, por tanto, puede edificarse la concordia.
De la concordia, pues, establecida con la Constituciรณn de 1978 respecto a los intereses generales y, por tanto, al punto capital de la estructuraciรณn del Estado en democracia y libertad, en igualdad de todos los ciudadanos ante la ley (todo eso significรณ la Constituciรณn), se ha recorrido un tortuoso camino hasta la โdiscordiaโ que se manifiesta casi todos los dรญas en la actualidad, en la polรญtica y en los medios de comunicaciรณn mรกs que en la sociedad y en la vida diaria de los ciudadanos (al menos de momento). Con ello, parecerรญa que estamos sufriendo uno de esos inicios de vaivรฉn histรณrico que, como marca de identidad polรญtica, se atribuye a la historia de los espaรฑoles a lo largo de los siglos XIX y XX. De nuevo, parecerรญa que la puesta en cuestiรณn de la estabilidad constitucional, a travรฉs de la sospecha de unos orรญgenes espurios que ponen en cuestiรณn la legitimidad de origen de la modรฉlica transiciรณn de 1975-1978 โy de nostalgias de otros momentos histรณricosโ, amenazan con la ruptura de la concordia. Pues esa puesta en cuestiรณn de la legitimidad de origen se paga al precio de simplificar y tergiversar la historia y de suplantar la tarea de los historiadores (que trabajan siempre a medio-largo plazo) por la de los ideรณlogos del poder polรญtico (siempre a corto plazo).
Hace muy pocos dรญas, en una entrevista, el profesor Ucelay-Da Cal, catedrรกtico de Historia de la Universidad Autรณnoma de Barcelona, estudioso, entre otras cosas, de los golpes de Estado, aludรญa a que en Espaรฑa se tiende a โdiscutir la legitimidad de manera monomanรญacaโ, de forma que en โla polรญtica espaรฑolaโ parece no perseguirse โla estabilidad como un bien en sรญ mismo, sino que se la cuestiona para percibirla como un aprovechamiento del enemigoโ. Y proseguรญa: โdesde la oposiciรณn de los liberales a Fernando VII hasta la actuaciรณn de ETA, siempre ha habido quien se ha creรญdo vรญctima de un tremendo abuso de poder. Con tal perspectiva, preferir la estabilidad al cambio es (se considera) una traiciรณn. Esta peculiar visiรณn del orden polรญtico es un lamentable legado espaรฑol, como demuestra la historia contemporรกnea de cualquier repรบblica hispanoamericanaโ3.
Y ahora โaรฑado yoโ en nuestro propio paรญs, en el Estado de las Autonomรญas, por el que recorre aceleradamente el โsentimiento de agravioโ, el victimismo mรกs equรญvoco, la perversiรณn del lenguaje que denunciaban Hanna Arendt y Agnes Heller, siguiendo a Kant; cuando los polรญticos e ideรณlogos encubren la realidad con la polisemia de las palabras y hacen que se destruya โla posibilidad de distinguir entre lo bueno y lo maloโ, justificando โlos instintos de odio y envidiaโ, a los que transforman en polรญticamente respetables y eliminando todo sentimiento de culpa individual, que recae siempre en โlos otrosโ y nunca en los que toman las decisiones de la acciรณn concreta y la ejecutan. El pensamiento de grupo que se ha adueรฑado del paรญs resulta realmente confortable para sus usuarios… y, por definiciรณn, con vocaciรณn omnicomprensiva y, cuando menos, intervencionista.
Con asombro y perplejidad han constatado ilustres hispanistas la tendencia en Espaรฑa a la โfracasomanรญaโ o complejo de fracaso, segรบn la definiciรณn de Albert Hirschmann, que tiene entre nosotros fervorosos partidarios; el โtodo o nadaโ parece prender con facilidad en ciertas corrientes polรญticas espaรฑolas. La creencia errรณnea de que todo juego es un juego de โsuma ceroโ (es decir, que si hay alguien que gana una determinada cantidad, esa misma es la que pierde otro forzosamente, sin admitir que existen otras modalidades de juego, que podemos ser a la vez todos ganadores y perdedores) parece estar latente en los esquemas conceptuales y en las decisiones de buena parte de la clase polรญtica y โafortunadamente de forma mรกs dรฉbilโ en sectores de la sociedad espaรฑola.
Pero no nos engaรฑemos, esa puesta en cuestiรณn de la legitimidad de origen โque es verdad que parece repetirse casi cรญclicamente y conduce generalmente a crisis de estabilidad y a situaciones de discordiaโ no responde a esencialismos del pueblo espaรฑol, de los ciudadanos espaรฑoles, sino a situaciones concretas de grupos y sectores en la lucha por el poder. La historia es siempre singular y, aunque parezca lo mismo, no es asรญ. La historia โen todas partesโ estรก llena de estructuras y fenรณmenos recurrentes, ha seรฑalado Koselleck, pero eso no significa un destino fatal; el juego entre singularidades y elementos repetitivos es mucho mรกs complejo y depende, en รบltimo tรฉrmino, de las elecciones y reacciones de los protagonistas concretos en cada situaciรณn4. Por ello, de acuerdo con lo que en alguna ocasiรณn dijo ya Fernando Savater, โel problema no es lo que nos pasa, sino quรฉ hacemos con lo que nos pasaโ.
(Me inclino a pensar, como historiadora, que la prรกctica de siglos en Espaรฑa de la โlimpieza de sangreโ, esa discriminaciรณn por orรญgenes, que funcionรณ absolutamente en todas las escalas sociales, y que creรณ una โsociedad de la sospechaโ y una mentalidad esquemรกtica y brutal: โellosโ y โnosotrosโ, podrรญa estar en la base de alguna de esas recurrencias repetitivas; de un tipo de โcompulsiรณn repetitivaโ, que, como seรฑalara Freud, sirve de fรกcil modelo para la acciรณn humana. Como el margen de innovaciรณn no es muy grande en general, los humanos tendemos a repetir las conductas que ya conocemos, aunque sean destructivas incluso para nosotros. Y, como nos han enseรฑado las ciencias sociales del siglo XX, como han repetido hace poco historiadores de la talla de Koselleck o Paul Ricoeur, los seres humanos โque dependemos de la memoria y de la repeticiรณn, al menos en cierto grado, para perdurar y que, como tantas veces han recordado nuestros grandes historiadores Jover o Domรญnguez Ortiz, nos dejamos llevar por la pereza mental y la inerciaโ tendemos a la economรญa de acciรณn a travรฉs de esa โcompulsiรณn repetitivaโ. Reaccionamos, bajo el recuerdo y bajo emociones y pasiones, como nos resulta mรกs familiar, mรกs fรกcil, sin tener en cuenta el efecto devastador de la reacciรณn. Precisamente, una de las actitudes mรกs rentables que los autores citados denuncian es el constante โvictimismo como compulsiรณn repetitivaโ: entiรฉndase bien, no el ser vรญctimas concretas de un atentado o una injusticia โlos judรญos del Holocausto o las vรญctimas de etaโ, sino el victimismo de culpar a un pasado, a una historia mรกs o menos reinterpretada segรบn los intereses del presente, de los males supuestos que habrรญan sufrido, no personas concretas, sino grupos abstractos que una clase polรญtica pretende representar. No es este el momento para desarrollar esta compleja situaciรณn, pero quede como apunte para el futuro.)
Me he referido en numerosas ocasiones, como historiadora, a la importancia que tuvo la memoria histรณrica en todos los protagonistas de la transiciรณn de 1975 y de la elaboraciรณn constitucional del 78. Precisamente porque se era muy consciente de lo que habรญa ocurrido en el siglo XIX y en 1931, donde la concordia โes decir, la โamistad civilโ en los asuntos de interรฉs generalโ no habรญa prevalecido, y una parte importante de la ciudadanรญa โcasi la mitad de los espaรฑolesโ quedaba excluida del consenso constitucional; precisamente por todo ello, los constituyentes del 78 lucharon ejemplar y generosamente para que nadie quedara fuera. Claro que se practicรณ el olvido, como insisten los que ahora se erigen a sรญ mismos en guardianes de una memoria lejana que de alguna manera tiende a relativizar la memoria cercana de lo que sucede ahora โentre otras cosas, las vรญctimas de la guerra relativizan las vรญctimas del terrorismo en plena democracia.
Pero no fue el olvido pasivo, amnรฉsico y distorsionador de la realidad; no fue โcaer en el olvidoโ, sino โechar en el olvidoโ (como nuestra rica lengua castellana diferencia con matices decisivos); fue en todo caso un olvido activo, que salda la cuenta del pasado a fin de acabar con una espiral de violencia y abrir el futuro, como โde nuevoโ Arendt y Heller, las dos grandes filรณsofas judรญas, han reflexionado dolorosamente en sus escritos al hablar de las vรญctimas, de la necesidad de justicia y al tiempo del legado a las futuras generaciones. Un โolvido activoโ, en frase de Koselleck en el que se olvida la deuda, pero no los hechos, en los que se precisa la terapia de la memoria para โcurar la capacidad destructora de los recuerdosโ5.
Pues no es lo mismo recuerdo personal, memoria subjetiva que historia. Y las personas y los pueblos, a travรฉs de la herencia social y cultural que decรญa Umberto Eco โpor la que se filtran las percepciones de la realidad y del tiempo, y sin la cual no sobrevive ningรบn tipo de sociedad ni cultura humanaโ, eligen siempre. En la especie humana, ni individual ni mucho menos colectivamente (esa falacia de โmemoria colectivaโ, esa moda del memorialismo, que, manipulada por el poder polรญtico, ya Koselleck ha denunciado claramente como ideologรญa polรญtica interesada) no todo puede ser recordado, ni tampoco todo puede โni debeโ ser olvidado; en ambos extremos se cae en la locura. Como ya escribรญ en otra ocasiรณn, quรฉ se refuerza en la memoria histรณrica y quรฉ se difumina en el olvido es un dilema que no tiene soluciรณn mรกs que en los regรญmenes totalitarios, pero no en nuestros sistemas liberales y democrรกticos. En cualquier caso, como seรฑalan Koselleck, Ricoeur, Bruckner y tantos otros pensadores, filรณsofos e historiadores, no se trata de recuerdos privados; no se trata de โmemoria colectivaโ (โmi memoria depende de mis experiencias y nada mรกsโ, ha dicho Koselleck); no se trata de moralismos ni nostalgias (โla nostalgia nada tiene que ver con la memoria, porque el pasado al que se refiere permanece fuera del tiempo, congelado en una especie de perfecciรณn que nunca existiรณโ, expresa muy bien Rodrรญguez Rivero). Esa memoria โtiene que ser la que van reelaborando de manera crรญtica los historiadoresโ, para contrarrestar la memoria ideologizada y muchas veces demagรณgica.
Incluso admitiendo una memoria dividida, como dice Reinhart Koselleck (siempre es mejor que inventar una รบnica, de una pieza, como hizo el franquismo y como hacen ahora buen nรบmero de historias autonรณmicas nacionalistas), es posible la concordia, siempre que no se intenten reabrir viejas heridas (insisto, a veces para disimular las recientes) y que se acepte que el otro puede tener una parte de verdad, una parte de razรณn. Y, sobre todo, que no se posponga la รบnica memoria imprescindible para que una sociedad pueda funcionar: la que puede mantener vivo el origen del derecho, la que apunta a una pedagogรญa de la democracia. Esto quiere decir no ocultar ni fracasos ni errores histรณricos, pero huir al tiempo de la locura y el odio en espiral que se promueve cuando el necesario uso del recuerdo y de la memoria histรณrica se utiliza solamente para fortalecer el traumatismo, โla conmemoraciรณn de las catรกstrofes que han asolado a un puebloโ6, cuando sรณlo, o primordialmente, โlos guardianes del resentimientoโ, que decรญa Domรญnguez Ortiz, tienen voz polรญtica. Ese pasado se interioriza entonces como un continuum, con la consecuencia fatalista a que tal uso exclusivo puede abocar. Ademรกs de desatar unas fuerzas irracionales que velan los autรฉnticos problemas del presente y que luego los โaprendices de brujoโ no pueden contener (aunque lo crean desde la pรฉrdida de sentido de la realidad que con frecuencia produce la omnipotencia).
Por lo demรกs, quizรกs haya que recordar que deberรญa ser obligatorio para todos releer de vez en cuando a Max Weber, esa pequeรฑa obra maestra que es El polรญtico y el cientรญfico. En ella, y en lo que se refiere a la polรญtica, nos advierte sobre โese clerical vicio de querer tener siempre razรณnโ. Trasladando el sentimiento de las lides erรณticas al espacio pรบblico, se acaba pensando que โel rival debe valer menos cuando ha sido vencidoโ. Tanto para vencedores como para vencidos, Weber advierte que โponerse a buscar โdesde la perspectiva del polรญticoโ despuรฉs de perdida una guerra quiรฉnes son los โculpablesโ es cosa propia de viejas; es siempre la estructura de una sociedad la que origina la guerraโ. Y la complejidad de esa estructura corresponde sacarla a la luz por los historiadores โno por la retรณrica demagรณgicaโ para que no se vuelva a repetir. Bajo รฉsta, โtodo nuevo documento que tras decenios aparezca โdecรญa Ricoeurโ harรก levantarse de nuevo el indigno clamoreo, el odio y la ira, en lugar de permitir que, al menos moralmente, la guerra hubiera quedado enterrada al terminarโ 7.
El franquismo no permitiรณ nunca este enterramiento, mantuvo siempre la brecha abierta entre vencedores y vencidos, hasta el final. Fue en la Transiciรณn y en la Constituciรณn del 78 cuando, en funciรณn de una serie de condiciones histรณricas, que he enumerado en otros escritos, los constituyentes como representantes de los ciudadanos espaรฑoles supieron cicatrizar sabiamente la brecha. Otra cosa es que no todos los instrumentos constitucionales edificados para esa concordia hayan resultado al cabo de los aรฑos suficientes o adecuados. La arquitectura constitucional y los principios que la sustentan han experimentado el impacto del propio cambio โinmenso y aceleradoโ de la sociedad espaรฑola, de la inevitable acumulaciรณn de errores que el tiempo deposita implacablemente y, sobre todo, de lo que ha supuesto la magnitud y complejidad de la tarea de vertebrar una convivencia que pasaba de una dictadura a una democracia en libertad. Pero eso es diferente de la puesta en cuestiรณn de aquella legitimidad, de la tergiversaciรณn de la historia que se ha llegado a hacer ante los propios protagonistas vivos de aquella Transiciรณn, y desde luego de ese โnihilismo moral desinhibidoโ, que dirรญa Safranski (El mal o el drama de la libertad, 2000), con el que se manifiestan los que transitan por la polรญtica con equรญvocos, mensajes opuestos… cuando no de cinismo o iluminismos โsalvadoresโ. Como decรญa Montesquieu, โnada mรกs peligroso que el poder salvadorโ.
Y de nuevo, y siguiendo a Weber y a los otros autores citados, al polรญtico le corresponde ocuparse del futuro y de su responsabilidad ante รฉl y โno perderse en cuestiones, por insolubles polรญticamente estรฉriles, sobre cuรกles han sido las culpas del pasadoโ. La soberbia de creerse con โsuperioridad moralโ sobre sus rivales (ese โclerical defecto de querer tener siempre razรณnโ), es algo que no practicaron nuestros ejemplares constituyentes del 78, era algo que tambiรฉn pedรญa la sociedad espaรฑola y que ellos supieron interpretar. Paul Ricoeur, hablando sobre โla paradoja polรญticaโ (no muy alejado de la idea de Weber de que el polรญtico, al tener el monopolio de la fuerza y el poder, tiene que saber que ha hecho un pacto con el diablo), seรฑala que precisamente la racionalidad de la polรญtica (frente a la irracionalidad de la fuerza y del lado oscuro que es tener el monopolio de la violencia) โse expresa en la Constituciรณnโ, por la que es posible neutralizar la violencia: โRacionalidad que tiene diferentes implicaciones: la primera โseรฑalaโ el hecho de garantizar la unidad territorial, o dicho de otra forma, la unidad geogrรกfica de jurisdicciรณn del aparato legislativoโ. Otras implicaciones afectan a lo que Dilthey, entre otros, calificaba como โla necesaria y siempre conflictiva integraciรณn intergeneracionalโ. Esa serรญa, segรบn estos autores, una de las principales misiones del polรญtico: integrar la tradiciรณn en proyectos de futuro para todos. Ser mediador โy no separadorโ entre situaciones heredadas y proyectos. Esa es la concordia en la actualidad. No alejada de la โamistad civilโ que pretendรญa Aristรณteles.
Especialmente, cuando la experiencia de estos treinta aรฑos de estabilidad constitucional no es de ninguna manera negativa para el conjunto de los espaรฑoles, sino mรกs bien lo contrario. El grado de continuidad, vertebraciรณn e integraciรณn de los ciudadanos en un sistema, en el que todos han ganado, del que ninguna Comunidad Autรณnoma ha quedado al margen y en el que los niveles de bienestar de la media de esos ciudadanos se han elevado y el prestigio internacional de Espaรฑa ha ascendido de forma impresionante, permitirรญan abordar los desequilibrios y los viejos y nuevos problemas โy especialmente el desafรญo grave del terrorismo de dentro y de fueraโ de otra manera que intentando hacer tabla rasa de lo conseguido, o de considerar al adversario como enemigo.
Ya en 1938, Raymond Aron seรฑalaba que era tarea principal del historiador el โdesfatalismo del pasadoโ, es decir, en frase de Paul Ricoeur, โcolocarse en la situaciรณn de los protagonistas que, por su parte, tenรญan un futuro por delante; ponerse en la situaciรณn de incertidumbre en que estos estaban, ignorando quรฉ es lo que iba a pasar despuรฉs. Pues la memoria es siempre โmemoria de alguien que tiene proyectosโโ. O, en palabras de Koselleck, es la relaciรณn entre un โhorizonte de espera y un espacio de experienciaโ. Ahรญ es donde hay que situar la memoria y la historia. Al gran pensador alemรกn le sigue preocupando lo que รฉl llama โel exceso de memoria y la falta de memoriaโ que se da a la vez en eso que llamamos โmemoria colectivaโ, hacia la que proyecta, como se ha dicho, todo gรฉnero de recelos: exceso de memoria para recordar solamente los fracasos o, su contrario, solamente las glorias; y falta de memoria para saber a dรณnde llevan cierto tipo de conductas excluyentes o fanรกticas, ciertas debilidades de la democracia ante aquellos que pretenden suplantarla con su propio poder totalitario.
La historia y la vida son algo mรกs complejo, pues, que el recuerdo personal y que la nostalgia de la perfecciรณn. El escritor John Berger lo ha expresado lรบcidamente cuando seรฑala que โel proceso de sobrevivir es aprender a vivir con las heridas… Lo que no quiere decir que la vida sea sรณlo heridas, porque vivir estรก lleno siempre de sorpresas […] A veces la gente trata de olvidar sus heridas; otras, las recordamos, reconocemos que son nuestras, que nos enseรฑaron cosas […] Y asรญ, llegamos al entendimiento cabal de lo que es la vida, una mezcla de dolores y alegrรญasโ8 [la cursiva es mรญa].
La historia โaรฑadirรญa yoโ nos da mรกs dolores que alegrรญas, pero aun asรญ es el espacio en el que podemos convertir nuestra memoria en reflexiva, racional, inteligible. Por el contrario, de acuerdo con Koselleck, โla repeticiรณn no es reflexivaโ, suele ser irracional. Siempre pienso que desde luego โla historia enseรฑaโ, lo que ya no es seguro es que aprendamos de ella. Pero es nuestra obligaciรณn para intentar que nuestros errores inevitables sean al menos otros.
Para acabar con las palabras de Berger (pues la dialรฉctica entre la memoria y el olvido es mรกs compleja de lo que los seguidores de Carl Schmitt, a derecha y a izquierda, echando siempre las culpas โincluso de sus propias decisionesโ al enemigo, nos quieren hacer pasar): โNo creo โdice este autorโ que el problema sea que tengamos una memoria frรกgil, sino la enorme presiรณn que sufrimos para seleccionar nuestros recuerdos, para olvidar deliberadamente unas cosas y recordar otrasโ. Pero de todo ello depende nuestra vida.
La concordia โy sus benรฉficas consecuenciasโ es algo que nunca hay que olvidar. Frente a esos lenguajes que, decรญa Agnes Heller, โdestruyen las diferencias entre lo bueno y lo maloโ y manipulan cรญnicamente la realidad; frente a esa perversa disociaciรณn entre la realidad concreta de los hechos y su aprehensiรณn lingรผรญstica (tan separados tambiรฉn en la educaciรณn que se ha impartido en nuestro paรญs en estos treinta aรฑos de progreso en libertad โy ese fallo educativo lo estamos pagando en muchos terrenos, polรญticos, cientรญficos y cรญvicosโ, donde como decรญa Savater โno se ha estado educando en Espaรฑa para la convivencia pluralista, sino para diecisiete formas de autismo divergenteโ); frente a la discordia que โella sรญโ olvida los intereses generales y reinventa y tergiversa la historia, sin la distancia crรญtica que el tiempo del historiador permite introducir en el pasado; frente a todo esto, sigamos a Brรผckner cuando insiste en que hay que โsopesar bien las palabras para pensar bien el mundoโ; sigamos al gran poeta y ensayista Brodsky, cuyo primer mandamiento โsu primera regla de las seis, llenas de sabidurรญa, para lanzarse al mundoโ es โcuidar el lenguajeโ (algunas otras son: โcuidar de los padresโ โno dice โamarlosโ, sino cuidarโ, lo que podrรญamos parafrasear en โcuidar nuestros ancestros, nuestra historiaโ; ademรกs de โser modestosโ y de los avisos contra el victimismo, contra la envidia y otras pasiones de poder y sus efectos); seamos muy conscientes de las consecuencias no previstas de toda acciรณn, de que beneficios aparentes y precipitados a corto plazo resultan muy daรฑinos a medio y largo; recordemos que la sociedad global del presente (en donde los retos y las oportunidades son de una envergadura enorme y, por ello, tambiรฉn pueden ser los errores graves y profundos) exige, como pocas veces en la historia, el juego cooperativo, el ajuste de intereses a travรฉs de la concordia.
โCuidar el lenguajeโ, decรญa Brodsky (Del dolor y la razรณn, 2000) como primera regla: cuidar las palabras. Pues ellas crean realidad, la conforman y la aprehenden o distorsionan definitivamente.
Una de esas palabras que abren el mundo y no lo cierran es concordia. No la perdamos nunca, ni en nuestro lenguaje ni, sobre todo, en los hechos. ~