Es muy difícil explicarles a los amigos argentinos o colombianos que en México Roberto Gómez Bolaños Chespirito es visto con mucho desprecio por la clase progresista mexicana. Se le acusa de un montón de crímenes graves: de ser de derecha, de misógino, de estar en contra del aborto, de tener al pueblo mexicano sumido en la ignorancia al ser cómplice de un sistema (Televisa-el Estado) que ha manipulado las mentes de varias generaciones de mexicanos, incapaces de pensar por su propia cuenta, etcétera. Cualquiera que haya viajado por América del Sur habrá notado que cuando uno se presenta como mexicano lo que viene a continuación por parte de nuestro interlocutor es una mención al Chavo del Ocho. Pero no sólo es una mención, la cara de nuestro interlocutor se ilumina, sonríe, vuelve a ser niño. Y hablo de personas inteligentes que momentos antes discutían acalorados las políticas de Cristina Kirchner o algún pasaje de la historia argentina. No estoy hablando de esa gente ignorante del pueblo que según los progresistas mexicanos no saben lo que les convine tan sólo porque estuvieron expuestos al Chavo del Ocho cuando eran niños. La discusión va más o menos así: se pasa revista a los personajes de la vecindad, se recuerdan algunas frases memorables, el capítulo donde el Chavo se encuentra unos dólares del señor Barriga y los confunde con billetes de juguete, etcétera.
Pero al hablar de Chespirito hay que hacer algunas aclaraciones generacionales. Los programas que trasmitieron en Argentina eran aquellos filmados en los años setenta, cuando en el elenco aún estaban Ramón Valdés, como Don Ramón, y Carlos Villagrán, como Kiko; aquellos programas que podríamos considerar como la época de oro de Chespirito. Los argentinos de mi generación no vieron los mismos programas que vimos en México en la década de 1980, donde la vecindad del Chavo siguió existiendo con personajes que intentaron suplir pobremente a Kiko y Don Ramón, como Jaimito el cartero. Recuerdo que cuando yo era niño, un vecino más grande que yo me dijo:
—El Chavo del Ocho no es lo mismo sin Don Ramón.
El programa de Gómez Bolaños siguió existiendo por casi dos décadas en las que asistimos a una lenta, pero muy lenta decadencia. Mis padres no me permitían verlo, y yo tampoco quería porque me aburrían las aventuras de los regenerados caquitos, el Chómpiras y el Botija, cuando trabajaban en un hotel o en una funeraria. Creo que en gran medida Gómez Bolaños fue todo un suceso en Argentina y Colombia porque los televidentes de estos países no presenciaron la decadencia del programa. Para ellos El Chavo del Ocho se quedó encapsulado en una época, y veían una y otra vez los mismos capítulos al grado de que —no deja de sorprender— se los saben de memoria.
Yo sí disfruto mirar los episodios del Chavo con Valdés y Villagrán. Si los progres los miraran sin prejuicios se darían cuenta de que incluso hasta tienen contenido social. Ahí se retrata a la típica clase media jodida mexicana (Doña Florinda y Kiko) que a pesar de vivir en una vecindad se dan aires de aristocracia. ¿Quién no ha tenido vecinos así? Si se dieran el tiempo de mirar estos episodios se darían cuenta además de que Don Ramón es un personaje sumamente complejo. En mi opinión no se ha escrito jamás de un tipo tan universal de mexicano: es un gandul, pero también posee una moralidad y una dignidad a prueba de balas, es violento, pero también compasivo, nada le sale bien, nunca tiene para pagar la renta, es cobarde, es valiente, es sumiso con Doña Florinda, intenta tomar ventaja de la Bruja del 71, pero los escrúpulos (tal vez un instinto de supervivencia) se lo impiden; Don Ramón tiene pathos.
A lo mejor el programa sí está lleno de todas esas cosas malas que dicen. El tipo de comedia tampoco es complicada, pero es preferible a las porquerías que vemos ahora —La hora pico, Los Peluches, etcétera—; se basa en la repetición de los mismos chistes y situaciones una y otra vez; en las mismas frases: “es que no me tienen paciencia”, “cállate que me desesperas”. En algún momento el Chavo “sin querer queriendo” golpeará al señor Barriga —un personaje melancólico y bienintencionado cuyo mayor defecto es poseer la propiedad—; Don Ramón le dará un pellizco a Kiko —violencia a los niños, dirán los progres— y Doña Florinda saldrá en su defensa: slapstick puro, nada más. Todas las situaciones vendrán con algunas variantes a partir de un objeto nuevo en el escenario: una pelota, unos billetes falsos, un fajo de periódicos, etcétera. La comedia de Chespirito nunca quiso ser como la de Shakespeare: era la televisión mexicana en los años setenta. Se trata de un producto sencillo, bien hecho, en donde lo previsible se vuelve parte de un rito y el televidente es parte de él porque conoce bien las reglas. Como sucede con la Commedia dell´Arte los personajes están tan bien definidos que las situaciones se escriben solas. Y guste o no, las frases de Chespirito ya están más que arraigadas en diferentes culturas latinoamericanas. Hay una frase de Chespirito para cualquier ocasión. Pero a lo mejor me equivoco; a lo mejor Chespirito era peor que el diablo, según todas esas personas inteligentes en las redes sociales que se alegraron de su muerte. Espero también que mis amigos progresistas me perdonen por haber escrito esta entrada. Se me chispotió, fue sin querer queriendo. Porque yo como digo una cosa digo la otra, ¿tengo o no tengo razón?
Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).