En defensa de los matices

La reconstrucción del Estado mexicano no vendrá de un actor encumbrado en el poder con base en la fe de sus seguidores y con serios problemas para aceptar la crítica.
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Todo fanático de la trilogía de “Volver al Futuro” (Back to the Future) sabe que las partes segunda y la tercera representan una ruptura radical con la primera. En la película original la historia es perfectamente redonda y la trama hace las delicias de freudianos chicos y grandes poniendo a Edipo de cabeza: Marty McFly, cómodamente instalado en la adolescencia con el deseo primigenio por la madre bien reprimido en el inconsciente, ¡es acosado sexualmente por su madre adolescente! Las secuelas, sin embargo, tienen que arreglárselas para enredar la historia y darles a los espectadores la prometida dosis de acelerones espacio-temporales y golpizas al bully transgeneracional. Uno de esos recursos es muy barato: Marty no soporta que lo llamen “gallina” y cada vez que escucha el apelativo pierde de golpe su tierna torpeza adolescente y se convierte en un patético taxi driver (“you talkin’ to me?”). Esa reacción irracional por probar su no-gallinez lo lleva comentar toda clase de tonterías y a atentar contra sí mismo varias veces. En Volver al Futuro 2 y 3, Marty es tan predecible que todo mundo sabe cómo convertirlo en su peor enemigo.

El político mexicano que mejor exhibe el “Síndrome de Marty McFly” es Andrés Manuel López Obrador. Solo hace falta que alguien diga o sugiera algo que pueda ser interpretado por el dirigente como una insinuación de que él “es igual a los demás” para que el dos veces candidato a la presidencia arremeta contra el maldiciente sin considerar las consecuencias de la reacción. Así le pasó al columnista Julio Hernández López, cuando cuestionó la forma de designar candidatos en Morena, y a la revista Proceso, cuando destacó la relación de López Obrador con Lázaro Mazón. En esta bitácora ya hemos escrito bastante sobre cómo las reacciones viscerales de López Obrador ante la crítica solo contribuyen a fortalecer la imagen de autoritario y poco tolerante que destacan sus adversarios políticos y a sembrar la confusión en el campo propio. Lo que aquí se trata de enfatizar es otra cosa. López Obrador reacciona fuertemente a la simplona e injusta aseveración (real o imaginada) de que “todos son iguales” con una consigna que es igual de torpe: “todos son iguales menos yo”.

A partir de ahí, toda discusión se vuelve imposible ya que se argumenta en absolutos: “todos son culpables”, “fue el Estado”, “fue la mafia del poder”. Pocas cosas han sido más ridículas y lamentables en la historia reciente de los sectarismos de izquierda que la pelea tuitera de fotos entre miembros de la corriente de los “chuchos” y defensores a ultranza de López Obrador. Priístas, panistas y “chuchos” ha hecho un uso grosero de una foto totalmente intrascendente tomada al calor de un mitin político, pero la defensa desde Morena quedó en la incómoda situación de explicar por qué en este caso la foto no significa nada y sí en cambio otras fotos esgrimidas por López Obrador –como aquella (presentada de cabeza durante el debate presidencial) entre Salinas y Peña Nieto– son prueba contundente de un contubernio. Nuevamente a la tabula rasa los lopezobradoristas oponen su propia versión del absoluto: “todos son iguales menos yo”.

Las observaciones que siguen provienen de un seguimiento de varias cuentas de Twitter de militantes de Morena[1]. A lo largo de las últimas dos semanas hubo dos movimientos muy marcados: uno de apertura a la crítica y otro en sentido opuesto de repliegue sobre la figura del líder. Las declaraciones de César Camacho Quiroz han tenido un efecto muy nocivo dentro de las filas el lopezobradorismo. Justo cuando empezaba a abrirse la posibilidad de una discusión sobre la forma en que el nuevo partido ha ido identificando candidaturas a puestos de elección popular (una discusión muy necesaria para quienes, como quien esto escribe, están dispuestos a darles el beneficio de la duda a los candidatos de Morena en 2015), el ataque de Camacho Quiroz tuvo el efecto de cerrar filas en torno al líder y posponer o cancelar esa discusión. Hemos tenido unos días pródigos en muestras de adhesión indeclinable, reafirmación de la fe en el dirigente, sordera ante las preguntas y denuncia de la crítica como complicidad con los ataques.

Frente al lopezobradorismo estamos de vuelta en 2005, un momento aciago cuando los seguidores del tabasqueño decretaron la improcedencia de los cuestionamientos sobre los detalles de la relación de López Obrador y los personajes entonces impugnados. Los que no tenemos necesidad ni deseos de defender a López Obrador y seguimos con preguntas en el tintero tenemos que renovar la exigencia de respuestas. Andrés Manuel López Obrador no tiene ninguna responsabilidad por absolutamente ninguno de los actos criminales ocurridos en Guerrero, ni siquiera por omisión; él es un dirigente político, no un funcionario de Estado con acceso a información de inteligencia, pero todavía queda la pregunta de cuáles fueron los criterios bajo los que propuso a Lázaro Mazón como candidato a gobernador por Morena. A mí me gustaría saber qué piensa hacer Morena (y todos los partidos) para atajar la infiltración del crimen organizado en sus filas. ¿Cómo piensa Morena evitar convertirse en un partido-franquicia, que entrega candidaturas a personajes externos y los deja usufructuar el puesto a cambio de reportar parte de la ganancia a la matriz, como es claro que lo hecho el PRD? ¿Cuáles serán los contrapesos que garanticen que los posibles errores y omisiones de la dirigencia puedan ser detectados y corregidos por la militancia en los procesos de selección de candidatos?

El Estado mexicano atraviesa su mayor crisis desde la Revolución y sus instituciones operan con un gran déficit de legitimidad. Su reconstrucción, sin embargo, no vendrá de un actor encumbrado en el poder con base en la fe de sus seguidores y con serios problemas para aceptar la crítica. Vendrá de una profunda reforma a nuestro sistema de impartición de justicia que busque atacar de raíz los problemas de corrupción e impunidad. Para participar en ello, los ciudadanos debemos defender el matiz sobre el absoluto en la discusión de los asuntos públicos. Cuando se nos presenten las visiones simplistas del “todos son iguales” o “todos son iguales menos yo” debemos resignificar la frase inmortal de George Orwell en “Rebelión en la Granja” y responder: todos son iguales, pero algunos son más iguales que otros.

 


[1]En mi TL de Twitter pueden verse retuits e interacciones que reflejan ambos momentos. 

 

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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