Fotografía: Ángel Díaz

Entrevista a John Banville

John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) tiene el aspecto de un verdadero gentleman hasta que comienza a disparar con su lengua viperina. Es el perfecto caballero-canalla. Atildado y suave en las formas, pero con un discurso ácido y sarcástico. Una doblez que se observa en su personalidad y en su literatura, donde se bifurca en dos escritores muy diferentes: el sosegado y preciosista Banville, autor de El mar, Los infinitos o Antigua luz, novelas que le acercan a Henry James y Vladimir Nabokov; y el vehemente Benjamin Black, látigo de la Irlanda católica y autor de las novelas negras El secreto de Christine, En busca de April o Venganza, próximas a las historias de Raymond Chandler o Dashiell Hammett en las que apenas cambia Los Ángeles por el Dublín de los años cincuenta. La trayectoria vital de Banville ayuda a explicar su doppelgänger literario: nacido en la década de los cuarenta, estudió en un colegio católico y su madre tenía una ferviente fe. Aquella era una Irlanda –no muy lejana a la actual, según el escritor– en la que la Iglesia lo controlaba todo, hasta la política. No obstante, él pronto se desligó de su familia y de la Iglesia, comenzó a viajar y a escribir. Se hizo periodista, profesión en la que trabajó durante 35 años en The Irish Press y The Irish Times, y que combinó con su actividad literaria, puesto que en 1970 publicó su primer libro, los relatos de Long Lankin. Convertido ya en un escritor premiado –por El mar recibió el Booker en 2005–, no ha llegado a ser, sin embargo, un autor al que los círculos oficiales tengan mucha estima. “Sé que no soy bienvenido”, reconoce en esta entrevista. 
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En sus novelas siempre aparecen sentimientos como la venganza, la codicia y la represión de la Iglesia. Y con frecuencia el detonante es el dinero. Da la sensación de que su novelística es un ajuste de cuentas con la historia de Irlanda.

Yo diría que el detonante es el poder, aunque también se puede decir que el dinero es poder. En Irlanda, en los años cincuenta, la respetabilidad era muy importante, suponía el buen nombre de la familia, y había que preservarla. Si una chica se quedaba embarazada o un joven tenía un accidente, se cubría. Todo lo que pasaba se cubría. Si eras de clase baja, te mandaban a un convento. Mantener la respetabilidad de los apellidos era lo más importante. Incluso más importante que el dinero. Hoy la Iglesia no tiene poder en las ciudades y tampoco en la clase más formada, pero sigue siendo muy poderosa en el campo. Y en los años cincuenta era todopoderosa. Era como el Partido Comunista. Lo dirigía todo. Incluso era más poderosa que los políticos. Entonces se decía mucho que, si un político se pasaba de la raya, “le darían un golpe con el bastón del obispo”. Y a los políticos eso les aterraba porque podrían arruinar su vida simplemente por enfadar a la Iglesia. Hoy en día nos preguntamos cómo hemos sido tan estúpidos y les hemos permitido hacer todo eso. Lo que ocurre es que la Iglesia ha hecho lo que ha hecho y de alguna manera sigue en el mismo lugar. Sin embargo, muchos de nosotros pensamos que se nos ha adoctrinado y que la Iglesia nos lavó el cerebro, pero no tuvimos el valor de enfrentarnos a ella. Con todo, Quirke [el médico forense protagonista de los libros de Benjamin Black] sí la confronta. Cuando empecé a escribir estos libros decidí no darles a mis personajes el beneficio de hacer todo lo que yo no pude hacer: ellos iban a vivir en sus propios tiempos y en su propia época.

Pero ¿no son sus libros una forma de rebelarse contra aquel sistema?

Sería maravilloso decir eso, pero mis libros son simplemente libros. Yo no soy un rebelde, pero tampoco soy bienvenido en los círculos oficiales irlandeses. Recientemente un periodista estaba haciendo un reportaje sobre la crisis y quería entrevistarme. Hablando con nuestro ministro de Finanzas, este le preguntó con quiénes tenía pensado conversar. El periodista dio algunos nombres de economistas y también le dijo mi nombre. El ministro le contestó: “No, no hables con Banville. Él aquí solo es un turista.”

No obstante, uno no elige los asuntos de sus libros sin razón aparente. Sus temas siempre son controvertidos con la sociedad irlandesa: las relaciones con la Iglesia están muy presentes en libros como En busca de April.

Oh, desde luego. Y estoy muy enfadado con lo que le ocurrió a mi país cuando yo era joven. Estoy enfadado con la Iglesia, con la cobardía y la estupidez de nuestro país. Te voy a contar una historia. Cuando yo tenía unos quince años, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, mi madre acostumbraba a leer las revistas Woman y Woman’s Own. Eran revistas inglesas sobre patrones para hacer punto, recetas y algo de crónica social. Y tenían muchísimo colorido. Ella fue un día a confesarse y le dijo al cura que leía esas revistas, y él le contestó que tenía que dejar de leerlas inmediatamente. Mi madre regresó a casa, me lo comentó y yo le dije que el cura no tenía ni idea de qué iban estas revistas; a lo mejor pensaba que aparecían escándalos o cosas así. Pero mi madre dejó de leerlas. Es solo una pequeña anécdota, pero es una de esas cosas que aunque sean nimias te enfadan muchísimo. Lógicamente había cosas peores, como niñas que se quedaban embarazadas, niñas que trabajaban como esclavas, niños que iban a trabajar, pero para mí esos pequeños incidentes resumen todo ese periodo.

Usted ha dicho en alguna ocasión que la literatura es más importante que la vida, pero todo lo que me ha contado tiene que ver con la vida.

Sí, porque no tenemos otro material para escribir. Si pudiesen, los novelistas no hablarían de nada. Un inglés dijo que la única inspiración que se podía conseguir se limitaba a la música, pero la vida es la vida y es el material que tenemos. Es un caos y puede incluso ser fea, pero es lo que tenemos.

Y aun así usted también ha señalado que el novelista es la persona que menos sabe sobre el ser humano y que al escribir se pasa la vida indagando sobre nuestra naturaleza. ¿Qué pretende encontrar en el ser humano cuando escribe?

Hablando solo por mí, yo sé poco de la vida. Puedo escribir sobre la vida, pero, cuando se trata de vivir, no tengo ni idea de cómo se hace, porque esto de vivir es un fenómeno muy extraño. Si eres un novelista la gente espera que seas más sabio. Tengo una amiga cuya vida amorosa ha sido un verdadero desastre y siempre me pregunta qué es lo que hay que hacer. Yo siempre le respondo que le está preguntando a la persona equivocada. Es decir, puedo escribir sobre ello, pero no sé de ello. Es un fenómeno extraño.

¿Y desde que empezó a escribir como Banville o Black ha cambiado su visión del ser humano?

Es más bien mi trato hacia los seres humanos lo que ha cambiado, ya que Benjamin Black escribe sobre las personas de una manera totalmente distinta a como lo hace John Banville. Las novelas de Black tienen un diálogo muy realista, pero las de Banville no. En las historias de Banville la gente habla, pero a través de los demás. Además, en Banville hay muy poco diálogo. Mi visión de las personas no ha cambiado, el trato sí. La realidad es que a Banville no le interesa lo que la gente hace sino lo que la gente es y a Black le sucede lo contrario.

¿Cómo puede conciliar esa ambivalencia? ¿De quién se siente más próximo, de Banville o de Black?

Son dos maneras de trabajar completamente distintas. No son dos personalidades distintas, simplemente soy yo. Bueno, sí que hay dos personalidades, pero esto se debe al hecho de que todos tenemos múltiples personalidades. Nos imaginamos que somos una unidad, pero no lo somos. Somos simplemente una serie de poses. Interpretamos el papel que nos toca en cada momento. Por lo tanto, ser dos escritores a la vez para mí es fácil. Durante 35 años trabajé como periodista y durante el día escribía y por la noche iba a la redacción, y seguía siendo la misma persona, pero con dos roles distintos. Y eso, ser dos tipos de escritores tan diferentes, como periodista y como escritor, sí que era complicado, porque cuando trabajas en una redacción con gente tienes que fingir ser normal, mientras que en la soledad de tu casa no necesitas fingir nada.

Dice que escribe de forma diferente como Black y como Banville. ¿Cómo son estas dos formas distintas de trabajar?

Tengo dos mesas que hacen un ángulo y tengo una silla en medio. Cuando soy Banville escribo con pluma en cuadernos que me hace un amigo y después esos textos los paso a la computadora. Cuando soy Black escribo directamente en computadora. Banville no puede escribir de este modo, porque la computadora es demasiado rápida. Escribir a pluma le permite a Banville tener la velocidad que necesita, pero Black necesita la pantalla. Por supuesto, eso significa que Black está mucho más cerca del siglo XXI que Banville. Y ocurre también que al final sigo siendo yo, es decir, un hombre chapado a la antigua.

¿Pero no es Black su manera de acercarse a la contemporaneidad?

No, es solamente un trabajo. La cuestión es que si escribes libros como Banville no vas a poder vivir de ello. Tienes que hacer algo más, es lo que nos piden estos tiempos. Yo no podía soportar la idea de ingresar en el mundo académico, la idea de enseñar no me gusta. Por tanto, el periodismo fue una forma de ganarme la vida durante mucho tiempo. Y cuando dejé el trabajo periodístico tenía que ganar dinero de alguna manera y fue así como empecé con Black. No obstante, estoy muy orgulloso de los libros de Black. Están muy bien editados y están escritos de una manera honesta. Y, cuando digo que los escribo para vivir, eso no significa que los escriba por dinero, porque los escribo para que sean tan buenos como sea posible; si no, la vida sería horrorosa.

¿Dónde radica la honestidad?

La dificultad de escribir una novela negra es que estás obligado a tener un crimen. Lo verdaderamente complicado es escribir una novela negra sin crimen, como hice en mi libro En busca de April. No había cuerpo. Pero tengo una ambición: escribir un libro en el que April se encuentra con el protagonista de Venganza, el gemelo que desaparece. Se encuentran en África, donde ella está trabajando como médico; no se conocen y ninguno sabe que ha aparecido en libros anteriores.

Por cierto, usted va a escribir un libro de Marlowe. ¿Cómo se suplanta a Raymond Chandler?

No es una tarea difícil. Yo soy periodista y en cierto modo conozco el tono de Chandler, o al menos eso piensa la gente, a la hora de escribir. Siento, eso sí, que hay un poco de comedia en el asunto, ya que se trata de Banville haciendo de Black y Black haciendo de Chandler, como si la suplantación no tuviera fin. Lo cierto es que me lo estoy pasando bastante bien. Prácticamente tengo el libro acabado y creo que es bastante bueno, para mi sorpresa.

Pero de usted siempre se ha dicho que está cerca de Henry James y Vladimir Nabokov en obras como El mar o Los infinitos, y ahora hay que sumarle a Chandler. ¿Cómo consigue cuadrar a autores tan diferentes en un escritor que es a su vez otra persona?

Creo que soy un buen actor. O un buen pirata, no sé cuál de los dos.

Hace unos momentos afirmaba que ser periodista le había servido para la doble personalidad literaria. Acerca del lenguaje, ¿considera el lenguaje periodístico de menor calidad que el literario?

Eso depende del periodista. Creo que Martin Amis es un periodista magnífico. Y hay muchos otros ejemplos que ahora no recuerdo. Una buena escritura puede darse en cualquier medio. El primer lavaplatos que compré tenía un manual de instrucciones que estaba maravillosamente bien escrito. Era muy claro, muy directo, y tenía una prosa muy limpia, con lo que es evidente que se puede escribir bien en cualquier medio.

¿Qué opinión le merece el periodismo de hoy en día?

Los periodistas son todos buena gente y tienden a insistir en sus libertades. Hay un periodismo que es bueno y también un periodismo no tan bueno. Lo que me preocupa es que en las escuelas no se enseña gramática y la gramática es la base. Sin la gramática no puedes tener un idioma. Cuando trabajaba de editor en un periódico teníamos 27 subeditores. Es posible que ahora ni siquiera haya un corrector. Eso sí que es un problema. En nuestro periódico no se publicaba nada que no estuviese reescrito o revisado, pero ahora ya no se acostumbra a trabajar de ese modo.

¿Esa disminución en la calidad podría explicar la pérdida de lectores más allá de un cambio de paradigma?

No creo que la calidad haya caído. Lo que ocurre es que la gente está fascinada con las máquinas. Somos todos unos niños. ¿Quién no se maravillaría con un juguete como este? [saca un smartphone] Hay que recordar que Umberto Eco dijo que desde los setenta en adelante parecía que los países occidentales se iban a basar en imágenes: el cine, la pantalla de televisión, y ahora estos dispositivos. Recuerdo que estaba en un autobús la primera vez que vi a alguien toquetear el teléfono móvil y le pregunté a mi mujer qué estaba haciendo ese hombre, y ella me contestó: “está leyendo”. Todo el mundo lee ahora. Todo el mundo escribe. El idioma ha vuelto. Y por supuesto, como todo el mundo lee y todo el mundo escribe, los estándares han bajado. Ahora bien, la gente critica que se lea Cincuenta sombras de Grey, pero qué más da, ¡la gente está leyendo! De acuerdo, es una prosa mala, pero hasta la prosa mala te obliga a ejercitar la imaginación. Tienes que traducir las marcas negras de una página para convertirlas en imágenes y eso es una actividad maravillosa. A mí me da igual lo que lea la gente siempre y cuando sea de su agrado. No todo el mundo va a leer a John Banville, y además, casi nadie lo lee, pero es algo que tampoco espero. Pero la gente sí que lee, y ¿no es eso maravilloso? Mientras la gente utilice su imaginación está leyendo, está traduciendo las palabras en imágenes y eso, en cierto modo, es un milagro.

¿Y eso no nos aleja de la barbarie?

No, siempre hemos hecho lo mismo. No hemos cambiado mucho desde que salimos de las cavernas. Y no existe eso que llamamos progreso. Quizá la anestesia u otros avances científicos sí son un progreso, pero en cuanto al progreso moral o espiritual… somos igual de bárbaros que antes. Emerson dice que “Un hombre es un dios en ruinas”, y para mí esa es una frase maravillosa.

¿Destruido o en construcción?

El ser humano siempre tiene la sensación de haber caído desde cierto estado de gracia. Tenemos el mito religioso de la caída y el mito de los dioses caídos es muy fuerte. Nosotros siempre intentamos ser mejores, aunque nunca lo vamos a conseguir. Pero si no tuviésemos este tipo de mitos, quizá seríamos peores.

Un mito importante es el del amor. Sin embargo, en sus libros, principalmente en los que firma como Benjamin Black, la idea del enamoramiento se encuentra muy desacralizada.

Idealizamos el amor. Tenemos que hacerlo porque, de lo contrario, la persona de la que nos enamoramos sería una persona como todas las demás. Y estamos programados para sobrellevar el horror de que otros se enamoren. Tenemos que hacer del objeto de nuestro amor un dios o una diosa. Además, el amor ha producido algunas de las mejores obras de arte. Los dos grandes mitos de nuestra era son la religión y el amor. ¿Y cómo podemos vivir sin ellos?

¿Son o eran? La religión no parece estar tan presente y el amor idealizado tampoco.

Yo soy mayor que usted y soy un romántico empedernido, estilo siglo xix. Supongo que vivimos en una era más laica, pero, si uno va hacia el aeropuerto, ve todos esos anuncios de mujeres maravillosas, todos esos sueños de belleza, de estilo y elegancia, de trascendencia del ser humano. Son imágenes de dioses y diosas, y eso es también un tipo de religión. Si quiere llámelo culto a la celebridad, a la fama.

Un artificio.

Sí, pero también es artificial creer en Dios.

Precisamente en sus libros nos baja a la tierra: no hay muchas relaciones románticas en el sentido antiguo del que usted habla.

Uno de los problemas de Quirke es que es incapaz de escuchar lo que le dicen las mujeres: todas le dicen: “Mira, la vida es mucho más fácil de lo que piensas, así que relájate.” Lo que sucede es que Quirke no es capaz de escucharlas. Esa es su tragedia. Y sé que, en mi vida, todo lo que he aprendido lo he aprendido de las mujeres.

Es curioso que la mayoría de los títulos de los libros de Black incluyan nombres de mujeres. Y estos personajes femeninos suelen ser muy fuertes.

Sí, ¿es que las mujeres no lo son? Ellos son los débiles. Los niños nunca superan la pérdida de su madre. Mi mujer me dice muchas veces: “Tienes sesenta años y todavía me sigues hablando de tu madre.” Cuando somos pequeños amamos de forma incondicional a nuestras madres. Luego, cuando nos vamos de su regazo nos preguntamos: ¿Por qué no me quiere todo el mundo?, ¿qué ha ocurrido? Las chicas, en cambio, son distintas. Yo tengo dos hijos y dos hijas, y son totalmente distintos. Las niñas, con diez o doce años, ya demuestran astucia. Y eso es algo fascinante. Sí, las mujeres son muy fuertes y además tienen que serlo. Llevan tantos secretos acerca del sexo, de dar a luz, de vivir… Hay hombres que pagarían por ver a una mujer quitarse la ropa. Ese poder de las mujeres es extraordinario, y es el tipo de poder que los hombres intentan buscar durante toda su vida, pero nunca consiguen.

¿Ese es el poder que ha intentado oprimir la Iglesia?

Como decía Nietzsche: solo había una pregunta y esta pregunta murió en la cruz. Y seguimos sufriendo por eso. Pero ocurre algo similar en el islam. Hay hombres que odian a las mujeres por el poder que tienen y porque es un poder que ellos quisieran poseer. Y esa es una de las razones por las cuales los hombres han creado tanta violencia y tanto caos. La guerra entre sexos es una guerra muy real y nunca terminará.

Por cierto, una de las mujeres más fuertes que conoció el pasado siglo fue Margaret Thatcher, recientemente fallecida. ¿Qué sentimientos le provocaba?

Yo la admiraba por sus principios, porque tenía principios y se aferró a ellos, pero, por otro lado, fue alguien que dañó mucho el tejido social del pueblo inglés. Introdujo la noción de que la avaricia era algo bueno y eso es muy peligroso. Pero admiraba su coraje. Y alguien que mantiene sus principios es admirable, aunque haga cosas malas. Ahora casi no queda ningún político que se aferre a sus principios del modo en que lo hacía Thatcher. Siento cierta simpatía por los políticos porque por dos o tres votos pueden ganar o perder. Y puedes ser el mejor primer ministro, pero por dos votos, aunque lo hagas bien, te sacan del poder. Y lo que es alucinante es que hagan cosas buenas a pesar de la presión con la que viven.

¿El descrédito de la política tiene que ver con la falta de principios?

No estoy de acuerdo con que algo haya cambiado. Creo que no ha cambiado nada. La base sigue siendo la misma. Los políticos de ahora no son mejores o peores que los de antes. Quizá estén menos formados, pero la formación no garantiza que la gente vaya a hacer algo bien.

Por su lenguaje preciosista tan de James y por sus novelas negras, tan pasionales, ¿se considera un escritor irlandés o latino?

Digamos que soy un escritor irlandés que echa de menos el sur. ~

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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