Escribir en llamas

¿Por qué escribir ficción mientras México arde?
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Del 2 al 23 de noviembre, David Miklos y Francisco Goldman intercambiaron correos electrónicos con la idea de responder a una pregunta que permanece abierta: ¿por qué escribir ficción mientras México arde? La pregunta parte de una inquietud editorial: cuando el país, el mundo, vive un momento de fanatismo, de abuso de autoridad y crisis de los sistemas políticos y económicos, ¿para qué discutir de literatura? Le pedimos a estos dos escritores, con distintas inquietudes, estilos y propuestas literarias, intercambiar una serie de correos, para plantear sus ideas sobre escribir novelas y expresar sus visiones acerca del momento actual, un momento en que México atraviesa una de sus peores crisis políticas y sociales. ¿La literatura es un agente de cambio? ¿Cuál es el papel del escritor en un escenario en donde las desapariciones forzadas, la corrupción, la ausencia de Estado de derecho son lugares comunes?

A través de seis cartas, Miklos y Goldman descreen de las interpretaciones fáciles al tiempo que escriben novelas.

 

***

De: David Miklos

Para: Francisco Goldman

Fecha: Domingo, 2 de nov., 2014 a las 18:46

Asunto: Diálogo para Letras Libres

Querido Frank,

pese a que nos han presentado en varias ocasiones y a que hemos coincidido tangencialmente en diversos espacios, no nos conocemos en realidad. Aprovecho esta invitación que nos hizo Letras Libres para que, finalmente, lo hagamos, a través de un diálogo bastante pertinente para los días que corren en México.

Tú, mejor que nadie, sabes lo que es un país violentado: eres mitad guatemalteco y mitad estadounidense, y en tu sangre confluye la peculiar historia de Estados Unidos y de América Central –o bien: de América Central con Estados Unidos–, además de que durante los años ochenta fuiste corresponsal de guerra en tu propio terruño. Ya luego, en la década de los noventa, cediste o se te impuso la ficción como modo de expresión y, acaso, ajuste de cuentas tanto con el origen, la memoria y la historia. ¿Estoy en lo cierto?

En ese sentido, creo que la ficción siempre ha sido un buen vehículo para encarar o meterle orden a la realidad, más aún cuando la realidad es violenta (o la historia es violentada). Hoy, en México, vivimos lo que me parece la culminación de la violencia iniciada en el sexenio de Felipe Calderón, trasladada al sexenio de Enrique Peña Nieto y al regreso del pri al poder. Los hechos recientes en Ayotzinapa, Guerrero, y que aún no se resuelven mientras te escribo estas líneas, trajeron consigo a 43 desaparecidos –estudiantes normalistas– y a seis muertos. El gobierno actuó con lentitud mientras que los medios de comunicación aventaron sus conjeturas sin una investigación de por medio.

La sociedad civil, por su parte, reaccionó con celeridad y, pronto, alzó la voz (tal vez de manera torpe, acusando de lleno al Estado, esa abstracción que luego no es más que un punching bag o una escupidera durante el caos). Pero creo que lo más importante fue la aparición en escena de los padres de los normalistas desaparecidos, quienes se entrevistaron con el presidente –cuyo relato de los hechos fue, sin más, vacío– y luego salieron a la arena pública para compartir sus voces y su sentir, además de sus demandas y, sobre todo, su dolor y su negación a aceptar las fosas que el gobierno y los medios de comunicación les ofrecían como respuesta a lo acontecido (“Vivos se los llevaron, vivos los queremos” se convirtió en el grito de protesta), además de que no hicieron mención alguna a las teorías de la vinculación del narcotráfico con la crisis. Es decir: los padres de Ayotzinapa revirtieron el discurso oficial, planteado a partir de Calderón con la guerra contra las drogas –término acuñado en Estados Unidos, claro está–, y salieron a la luz pública con un discurso concreto: se llevaron a nuestros hijos y los queremos de vuelta.

Todo lo anterior para regresar a mi punto de partida: la escritura de ficción durante el incendio social y político. ¿Por qué escribir ficción mientras el país arde? Yo no puedo dejar de hacerlo (hice una novela distópica, ficción pura y dura, que presentaba un territorio, ya no un país, devastado por la Violencia mayúscula, por ejemplo), además de que no sabría expresarme de otro modo. ¿Qué piensas tú al respecto?

Te dejo un abrazo,

David.

 

De: Francisco Goldman

Para: David Miklos

Fecha: Viernes, 7 de nov., 2014 a las 10:54

Asunto: Re: Diálogo para Letras Libres

Hola David,

Gracias por tus reflexiones, que para mí van a la médula. En días como estos, las preguntas cabronas que planteas empiezan a surgir. Es tan fundamental como: ¿qué hago con mi día hoy? (Mucha gente enfrenta preguntas semejantes: ¿voy a la marcha o ayudo a mi hijo preparar su examen? ¿Voy a mi trabajo o…?) Esta mañana estaba decidido a trabajar mi novela. A pesar de estar algo cansado por el derroche emocional y la larga caminata de la marcha anoche, aquí en la ciudad de México, logré levantarme a las siete y media y me puse a chambear en la novela. El plan era trabajar hasta medio día y solo hasta entonces levantar la cabeza para ver qué pasaba en el mundo real. Como he estado escribiendo sobre Ayotzinapa y los 43 normalistas para el The New Yorker, pensé que debería caminar hasta la sede de la pgr en Reforma para ver el cerco que los estudiantes habían anunciado poner ahí hoy, entre las ocho de la mañana y las dos de la tarde. Si logro trabajar bien en la novela, me dije, voy; si no, no me doy “el lujo”. Y si me absorbe la novela… un ratito. Pero quería ver qué publicaban SinEmbargo.com y AnimalPolitico.com sobre la marcha, así como las otras nuevas noticias del día. Hacia las ocho y cuarto, ya no aguantaba la curiosidad y fui a ver las noticias. Toda la mañana me sentí agitado, transitando entre la novela y los sitios de internet, e incluso por Twitter. Trabajé poco, pero al menos algo, mejor que nada. Al medio día, vencido, un poco fastidiado conmigo mismo, caminé hacia la pgr.

Perdón, David, pero no es cierto que me hice corresponsal antes de escritor de ficción. Es una larga historia, pero saliendo de la universidad empecé a publicar cuentos en la revista Esquire. Entonces ellos, en 1979, me ofrecieron la oportunidad de volver a América Central para hacer un articulo freelance. Por ese tiempo, ya sabía que quería situar mi primera novela entre Massachusetts, donde crecí, y América Central. No había estudiado periodismo, solo literatura. Tuve que aprender cómo hacerlo. Después de ese primer artículo pasé a la revista Harper’s. Escribir artículos y crónicas era una manera de ganarme la vida –pagaba muy poco, pero era joven, no me importaba, etcétera–, apenas lo suficiente para mantenerme en Guatemala y aprender. Como sabes, eran años tremendos, de mucha violencia y sufrimiento, increíblemente crueles para las poblaciones de esos países, pero para Guatemala en particular. Me quedó muy grande el tema: yo tenía que crecer mucho, madurar, absorber y aprender para poder abordar tales temas en mi obra de ficción. Esos tiempos fueron mi universidad. Tardé años. No fue sino hasta 1992 que esa primera novela se publicó. Y, sí, como muchas primeras novelas fue autobiográfica, pero parte de ella era una versión de la realidad guatemalteca muy personal, muy vivida en carne propia, descrita muy de cerca; en medio de la guerra, pues.

Nunca me he sentido obligado a renunciar a la ficción. Como tú, a pesar de que en tiempos como estos en México no son fáciles, sigo fiel. He dedicado mi vida a este pinche arte que amo y que en realidad es un oficio muy marginal, como quizá debe ser –odio la solemnidad o soberbia de cierto tipo de “novelista”– y también es de lo que vivo. No pienso que la novela es en sí misma algo útil, que tiene o debe tener un uso político. Es el lector quien decide qué valor tiene. ¿Qué es la novela para mí? Una búsqueda de algo que solo se puede expresar escribiendo una novela, y ese algo incluye la búsqueda de su propia estructura, su estilo, patrones, ritmo, etcétera. Sigues el susurro de la intuición y la memoria, y muchas veces no sabes ni qué va pasar en la próxima página. Creo que la novela sale mejor cuando es así. Claro que de algún modo u otro es un encuentro contigo mismo, con tu ser más íntimo. Hay mucho riesgo de vergüenza, de fracaso. Quizá romper el silencio es un peligro siempre. El dolor es fundamental. Pero quizá, como más o menos especuló W. H. Auden en algún ensayo, la primera pronunciación humana fue “¡Ow!” Algún cavernícola se tropezó, su pie pegó contra alguna piedra, dura y aguda, y gritó “Ow”; luego otro hizo lo mismo, etcétera. Ahí empieza el lenguaje humano y el canto de su experiencia. El dolor es quizá la semilla o el comienzo; otros han dicho que es la muerte y la pérdida. Finalmente, el deseo o el desafío de buscar, de entender, de dramatizar el dolor ajeno. Eso también es el arte de la novela, y una de las pocas cosas que la novela tiene en común con cierto tipo de periodismo.

Cuando no escribo me siento como un flojo inútil, no sirvo para nada. Cuando escribo, sé que lo estoy haciendo con todo mi ser, con todo lo que pienso y opino: de una u otra manera, ahí voy a estar. En los mejores tiempos –como en el pasado mes de julio, cuando llegué al df después de mi semestre como profesor de literatura y escritura creativa en Estados Unidos, hasta el final de septiembre– logré escribir hasta ocho o incluso diez horas al día, duro y paciente, pero rico trabajo, y entré en ese trance en el que pienso en mi novela noche y día, ese lujo que casi todo novelista anhela. Llegó Ayotzinapa y las cosas cambiaron. Sigo trabajando una novela que no tiene nada que ver con esto, una novela muy íntima, que prácticamente es la única cosa mía en el mundo, y no me arrepiento.  Pero soy ciudadano también. Admito que, ahora, mi concentración está fragmentada y que voy tener que disciplinarme –despertar más temprano, trabajar la novela menos horas que antes, etcétera– para mantener vivo ese mundo privado de la novela, mientras que a la vez me sumerjo, con la misma convicción, a practicar el periodismo durante esta emergencia. Necesito salir a la calle en búsqueda de lo que está pasando. Me gusta observar, preguntar, escuchar. Es un privilegio poder compartir lo que aprendo, y a veces lo que pienso, en la escritura, en crónicas, etcétera. Ahora tanta gente busca cómo ayudar, qué hacer. Tan solo marchar ya es algo, lo mismo que hablar con tu familia o tus colegas, hacerles ver; ayudar a que este despertar crezca también es algo.

Entonces fui a la cerca de la pgr. Después del optimismo y la emoción generados por la gran marcha de anoche, aprendí algo concreto, algo que me preocupa. “¿Ahora qué viene?” Es lo que preguntó, ahí, uno de los estudiantes oradores. “Vamos a tener que usar nuestros cocos”, gritó. “¿Cómo vamos a sostener este movimiento civil que –al menos en la ciudad de México– depende tanto de los estudiantes si ya vienen las vacaciones de Navidad?”, preguntó el orador. ¡Tan jóvenes, muchos de estos estudiantes, todavía son adolescentes! ¿Puede ser cierto que dependa tanto de ellos? ¿Que sean ellos los que mueren y que sean ellos quienes tengan que despertar y mover a la sociedad? Las familias de las víctimas también están inspirando a muchos, pero esas familias no se pueden quedar solas. Pregunté a un grupo de mujeres jóvenes que si era cierto y ellas, con sonrisas resignadas, me dijeron que sí, que sí es un problema, que la Navidad es un tiempo en que todos se aíslan con sus familias, durante varias semanas. Un problema aparentemente pequeño que puede ser grande, como una piedrita en el zapato.

¿Ahora qué viene? ¿Qué viene en estos días, semanas, meses? Seguro que sorpresas, cosas grandes, horribles, extraordinarias; cosas que dan esperanza, otras que la bajan. Pero yo sí creo que esto va de menos a más. No solo en México (ve las portadas de Sin Embargo hoy) sino en el mundo, que está indignado y despertando a este abismo de mal gobierno, impunidad, caos y tragedia que es México ahora. No exageran.

Sí es coherente culpar el gobierno federal, no es simplemente un punching bag. Uno puede irse a los detalles –todo lo que ha hecho mal el gobierno y la pgr en Iguala y Ayotzinapa y en tantos otros casos–, pero tampoco puedes perder de vista el bosque por los árboles. Este es un problema generado por la impunidad y la corrupción que reina a todos los niveles en este país, y de la falta de un Estado de derecho. Eso es responsabilidad, siempre, de las máximas autoridades públicas, del gobierno, que fue elegido para cumplir con esas responsabilidades, y que tiene el deber de garantizar el bienestar y la seguridad de su población por encima de cualquiera otra agenda.

David, quizá podamos aplicar un poco nuestros “cocos” a esa pregunta. ¿Qué viene?

Un abrazo,

F.

pd. Perdona, por favor, mi torpe español: suelo escribir en inglés. Por lo general, solo escribo correos en español, aunque estoy más que dispuesto a intentarlo aquí también.

 

De: David Miklos

Para: Francisco Goldman

Fecha: Sábado, 8 de nov., 2014 a las 13:25

Asunto: Nueva respuesta

Hola de nuevo, Frank.

“¿Ahora qué viene?”, me sigo preguntando desde que leí tu respuesta a mi primer correo, ayer. Esa misma pregunta, revestida de otras palabras, me hace María Paz, mi mujer: “¿Qué va a pasar?” No sé si tú lo percibas como yo, pero siento que, en México, no hemos sido educados para pensar a largo plazo; vaya, ni siquiera en el mediano: estamos acostumbrados a la inmediatez, al día con día, a la urgencia de darle el carpetazo a la jornada y, ya luego, encarar las siguientes veinticuatro horas (no deja de ser simpático que así se llame el noticiario televisivo más resonante en nuestra memoria mediática: 24 horas).

En poco menos de tres días, entre la marcha del miércoles y la conferencia de prensa del procurador cansado, ayer, el caso Ayotzinapa dio un viraje dramático. Por un lado, la marcha, masiva, pacífica, ordenada, intensa, nos mostró que la sociedad civil, encabezada por sus estudiantes, estaba y está dispuesta a seguir movilizándose. Por la noche, más allá del Zócalo, un grupo de encapuchados incendió la estación de Metrobús de cu y una de las unidades vehiculares de dicho sistema de transporte. Los medios, claro, se volcaron sobre el evento vandálico –realizado por menos de una centena de personas– y dejaron de lado o ignoraron un suceso llevado a cabo por varios miles de nosotros.

Dos días después, el procurador se reunió con los padres de los normalistas y se aprestó para ofrecer una conferencia de prensa a la ciudadanía y a los medios de comunicación. Su narrativa me pareció una súper producción ensamblada con pericia y con bastante ficción. El mensaje fue claro: entre 43 y 44 personas fueron calcinadas en un basurero aledaño a Iguala, personas que, sí, pueden ser los normalistas de Ayotzinapa, aunque, dijo el procurador, el Estado aún los considera como desaparecidos y nos pide tiempo para continuar con su investigación, aún abierta. Luego vino el desplante oficial, la confesión de hartazgo y, peor aún, agotamiento: “Ya me cansé.”

A mí, te lo confieso, me resulta imposible escribir cuando la realidad se desborda, me rebasa y me confronta. Todas mis rutinas se pervierten. Y entro en un estado de vigilia y atención permanente, para no decir de alerta y pánico. ¿Cómo escribir así? ¿Qué escribir? ¿Apegarme a los proyectos que tengo en el tintero, algunos ajenos a la realidad que me circunda, otros contestatarios y en franco diálogo con la realidad de México? La indignación me vence y me sofoca. ¿Cómo responder a las demasiadas preguntas, concentradas en una, contundente?

“¿Ahora qué viene?”, regresa tu pregunta a mí y se suma al reclamo que me hizo mi amiga Susana Iglesias, quien dice que está bien hablar de Ayotzinapa, pero que, como escritores y denunciantes de la realidad, también hay que volvernos sobre nuestros pasos y hablar del caso Heaven, una de las grandes tragedias para la juventud de la ciudad de México. Son tantos los casos “aislados” que nos asolan: Aguas Blancas, Atenco, San Fernando, Tlatlaya, la guardería abc en Hermosillo, Acteal, Ayotzinapa (para mencionar algunos de los más evidentes)… ¿Se puede escribir ficción, que de nada sirve (aunque coincido contigo en que son los lectores los que le terminan de darle sentido), después de la constatación de un presente y un pasado inmediato así de brutales? ¿Ahora qué viene?

No me atrevo a aventurar una respuesta inmediata, sujeta a la inmediatez a la que nos han acostumbrado a vivir para desprendernos del pasado y de la realidad nacional: creo que la respuesta tenemos que estirarla tanto al pasado como al futuro, atar sus cabos y crear una conciencia histórica que nos termine de abrir los ojos; y actuar. ¿Cómo actuar? He allí el quid, creo, y dejo la pelota de tu lado de la cancha.

Un abrazo abrumado,

D.

 

De: Francisco Goldman

Para: David Miklos

Fecha: Domingo, 9 de nov., 2014 a las 17:33

Asunto: Unas correcciones

Gracias por estas reflexiones, David.

México está viviendo días históricos cuyo significado y consecuencias podrían no esclarecerse por años. Algún día, en el futuro, vamos a poder ver a qué nos llevó este gran “despertar”, y ojalá no sea a “ninguna parte”. Pero, sin duda, gran parte de la población –y mucha gente fuera de México– ha despertado para enfrentarse con una verdad que ya no se puede ocultar.  Vivimos –no soy mexicano, pero vivo aquí– en un país sin Estado de derecho, donde el crimen organizado y las instituciones oficiales son, con frecuencia, la misma cosa, donde los políticos y los partidos quieren ignorar estas realidades, y quieren que todos nosotros y todo el mundo las ignoren, porque para ellos su poder, sus riquezas que vienen de la corrupción, dependen precisamente de una impunidad que llena el país de fosas con cadáveres de jóvenes, tanto de mujeres como de hombres. Para establecer un Estado de derecho en México, como muchos expertos han dicho, es necesario desmantelar las cadenas de complicidad entre el crimen organizado y los políticos y otras autoridades. Es la única manera, pero ¿cómo? Por el momento, los únicos que tienen el poder para iniciar tal purga –investigar, procesar, etc.– son los mismos políticos y las autoridades. El pri no va a desmantelar al pri. Es un problema muy, muy cabrón.

Pero México, por todo lo trágico, está viviendo un gran momento. Sí se siente el despertar de la gente. No se a qué nos va llevar, pero no tengo duda que de alguna u otra manera las cosas van a cambiar, o van a empezar de cambiar, y que ha llegado el momento de los movimientos civiles. Tenemos una consigna chingona, y eso cuenta, atrae y da coherencia: “Ya me cansé.” Es perfecta, ¿no? No creo que la solución pueda venir solamente de los estudiantes de la ciudad de México, con todo lo que los admiro, y con todo lo necesario e inspirador que es su compromiso y energía, su presencia al frente de todas las marchas y manifestaciones. A pesar del caso Heaven –toda la segunda parte de mi nuevo libro, The interior circuit, está dedicada a ese horrible caso, tan ignorado por los medios mexicanos pero también, lamentablemente, por la población de esta ciudad, porque ahí las autoridades y los medios sí lograron, y sin ninguna evidencia, criminalizar a las víctimas, y nadie salió a marchar por los jóvenes secuestrados de Tepito o por sus familias devastadas–, aquí, en esta ciudad, no vivimos a diario los peores de estos males mexicanos –violencia, represión, terror, hambre– como sí se viven en otros estados. En Guerrero, como podemos notar ahora todos los días, es donde más intensamente arde la rabia, y seguro arde también en Veracruz, Tamaulipas, Estado de México, Oaxaca, Chiapas. Yo espero que la indignación nacional se empiece a sentir en la capital en el futuro próximo, y espero que los pueblos más golpeados y hartos lleguen hasta la ciudad de México con sus protestas, indignación y con esperanzas de cambio. Vamos a ver. Pero como dijo hoy un chico de Ayotzinapa en el periódico: “Esto apenas empieza.”

Si llega ese día en que la rabia nacional llene las calles de esta ciudad, será cuando se ponga interesante. Peligroso, en suspenso, prometedor: todo. Me gusta imaginar cuáles podrían ser las demandas de una improbable pero no imposible “revolución de terciopelo”. Pues sí: que se vayan todos, demanda número uno. ¿Y qué tal, David, una masiva comisión de la verdad, con poderes legales, para investigar y procesar y hacer justicia por todos los crímenes que mencionaste, desde Atenco hasta Tlatlaya? Tendrían que construir una fortaleza o una pequeña ciudad amurallada para proteger a los fiscales, investigadores y jueces –ahora: este no es un país que permita que emerjan fiscales audaces: morirían demasiado rápido– y dejarlos trabajar. Algo similar hicieron en Italia, supuestamente, y procesaron a algo así como el 66% de los miembros del congreso italiano. Imagínate eso. Pues, estoy soñando… ¿Qué más quieres poner en el menú?

Fui a la marcha anoche, la que terminó con la quema de la puerta del Palacio Nacional, y tengo algo que decir al respeto. Momentos después, en las redes sociales, vi muchas denuncias, algunas escritas por gente a la que admiro, castigando a los estudiantes, a los manifestantes, por haber caído en la violencia. Le estaban facilitando el trabajo a Peña Nieto, algunos dijeron. Primero, hay que reconocer que lo que estamos viviendo en México, ahora, incluyendo lo que vimos el otro día por la televisión: esa sórdida explotación y manipulación de la muerte más cruel y del dolor de las familias por Murillo Karam; esa macabra explotación de los detalles más íntimos e impensables de la muerte para un cínico fin público; el shock manipulado para dar falsa autoridad a mentiras, todo eso puede hacer estallar la violencia en el corazón de cualquiera. Lamentablemente va a haber violencia. A pesar de ello es esencial rechazarla. Pero hay que ser cautos y no ser ingenuos, para no caer en las provocaciones. ¡Los manifestantes que exigieron justicia en las marchas de la semana pasada no son los mismos que quemaron puertas y autobuses! El movimiento civil y los encapuchados e infiltrados –algunos de estos, según lo que he leído en algunos medios, quizás infiltrados por las “autoridades”– son distintos. Vi lo mismo hace un par de años cuando reporté sobre el movimiento estudiantil en Chile. Tenemos que entender que estos encapuchados, los anarquistas, van a seguir apareciendo y van a seguir haciendo sus desmadres, como lo hicieron en todas las marchas del movimiento estudiantil en Chile. Los anarquistas se pueden llamar “infiltrados”, porque son ajenos al movimiento civil, pero se apropian de las marchas y manifestaciones por su propio fin; otros pueden ser “infiltrados” por autoridades, como ocurrió en Chile, para desprestigiar el movimiento y para justificar la reacción policial y la represión violenta. En Chile, el público llegó a entender quiénes eran los encapuchados: no cayeron en la trampa de criticar a los estudiantes por lo que hicieron estos otros. Los estudiantes, en una marcha tras otra, tuvieron que aguantar y sufrir la represión violenta de la policía, que se justificó siempre en las provocaciones de los encapuchados. Pero seguían marchando y manifestándose, siempre en contra de la violencia. La dura realidad es que, probablemente, no hay nada que los estudiantes o los movimientos civiles puedan hacer para sacar pacíficamente a los encapuchados de una marcha o manifestación. Intentar expulsarlos con violencia es precisamente lo que no queremos. Hay que seguir haciendo lo que realizaron en Chile, y lo que la mayoría hizo anoche en el Zócalo: denunciar y rechazar la violencia a gritos, y apartarse cuando sea posible.

Como ves, no estoy trabajando en mi novela, ni estoy, como es mi rito gringo de los domingos, viendo football. Terminado esto, me aplico a la tarea de un nuevo reportaje sobre lo que estamos viviendo aquí para mi revista en Nueva York; espero terminarlo mañana. Pero, David, sí tengo la esperanza de poder trabajar en la novela, por lo menos un rato el martes, y de allí en adelante. Pero no creas que allí no entra una interpretación del mundo actual. Al fin y al cabo, la novela, al menos para muchos de nosotros, tiene que ser eso. Pero estoy de acuerdo: en estos días es difícil, y estoy encontrando que fracaso más días de los que no.

Otro abrazo, mi querido David.

F.

 

De: David Miklos

Para: Francisco Goldman

Fecha: Viernes 21 de nov., 2014, a las 9:44

Asunto: Re: Mi remate

Hola otra vez, Frank querido,

Hemos callado durante una semana o más, un silencio tal vez necesario para dejar que la realidad nos muestre su curso (y la ficción que novelamos encuentre su propio sendero, también). Ayer fue un día importante, y te cuento cómo comenzó para mí.

Como todos los jueves, me desperté a las 6:30 de la mañana, le preparé el desayuno a los niños y los llevé al metro para que se fueran a la escuela. Regresé a casa, desperté a Anna, la menor, le preparé el desayuno, la vestí, la peiné y la llevé a la escuela (manejamos la mitad del trayecto; caminamos la otra).

Nos estacionamos debajo de una gran jacaranda. Y escuchamos un raro estruendo. Cuando alzamos la mirada, vimos algo insólito: ¡un águila! Sus alas eran inmensas. Más arriba, en otra rama, cantaba un mirlo. El águila dio un brinco para alcanzarlo, pero el pájaro, pequeño y hábil, se movió presto a otra rama. El águila no hizo más. Y emitió un gorjeo hermoso. Anna y yo estábamos embobados, alucinados ante tal visión. A mí se me estrujó el corazón: sentí que estaba ante la fundación de un país íntimo. Un país a la vez real y literario.

Por la tarde, fue la gran marcha del 20 de noviembre, la más grande marcha pacífica que hayamos tenido en México. Yo no fui: me quedé en casa a cuidar a los niños. Pero mi mujer sí fue, y me llamó en un par de ocasiones para contarme lo que ocurría, mientras yo lo seguía todo a través de la red. Fue emocionante. Y esperanzador. Fue, de pronto, algo nuevo. La sensación de movimiento, no de mera queja. Nada puede manchar la marcha de ayer. Y habrá que escribir al respecto, poseídos por esa novedad de movimiento posible en México. Regreso, pues, a la fundación de mi país íntimo: la literatura que habrá de nacer a partir de ayer, hoy, para mañana.

Gracias, querido Frank, por vivir y conversar y escribir esto conmigo.

Te dejo un abrazo conmovido,

D.

 

De: Francisco Goldman

Para: David Miklos

Fecha: Domingo, 23 de nov., 2014 a las 9:24

Asunto: Unas correcciones

 

David,

¡Qué hermoso ver un águila en la ciudad! Qué hermoso también tener hijos a los que cuidar –ese ha sido siempre un sueño mío, uno que quizá todavía puedo lograr–. También fue hermosa la marcha del 20, especialmente tomando en cuenta el lenguaje violento y amenazante que en los días anteriores expresó el gobierno, del mismo presidente, y de varios de sus aliados en los medios.  ¿Te puedes sentir enamorado de una marcha? Fue una bella e inspiradora expresión del alma valiente, amorosa y digna que posee esta incomparable ciudad. Fue una marcha de un país que se está moviendo. Cada vez que pienso en esa marcha me emociono muchísimo.

Al final, como ya sabíamos que pasaría, un grupo pequeño de anarquistas/infiltrados fueron de nuevo por esa puerta del Palacio Nacional, como un gato demente que siempre tiene que orinar en el mismo zapato. Esto y la reacción de la policía provocaron momentos de pánico y peligro, cuando miles y miles de personas en la plancha se pusieron a correr. Yo llevaba por la mano a una niña de doce años, hija de una vecina. Me indigna que ella tuviera que sentir ese peligro al final de una marcha tan pacifica y ejemplar, la primera marcha en que esa niña, Nayeli, había participado en su vida. Es cierto que las autoridades son, al menos en cierta medida, responsables por la violencia y del peligro esa noche en el Zócalo y en las calles de alrededor –así acusa el título de un artículo en SinEmbargo que vi hoy por la mañana–, entonces, Mancera (por supuesto, colaborando con el gobierno federal), ha traicionado una vez más el espíritu de la población de esta ciudad. Pero nada nuevo en eso, ¿verdad?

Vienen días interesantes. El martes hay una gran reunión de grupos civiles para iniciar un diálogo sobre, entre otros temas, cómo traducir esta energía de las marchas en un movimiento de propuestas políticas concretas. Empieza las 10 de la mañana y va durar hasta las 5, dicen los organizadores. (Parece que ese día no voy poder entrar al “país intimo” de la novela.) Ahí voy estar, con la intención de escuchar e incorporar lo que aprendo a mi próximo reportaje.

Gracias, David –y a Letras Libres– por la oportunidad de conversar contigo públicamente sobre estos temas. Pero la próxima conversación nuestra tiene que ser en persona, con algunas chelas. ~

 

Publicado como contenido exclusivo de nuestra edición para tabletas de diciembre de 2014

Letras de un país que arde

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David Miklos (San Antonio, Texas, 1970) es escritor y editor. Dirige la revista de historia internacional Istor de la División de Historia del CIDE, en donde se desempeña como profesor asociado y coordinador del Seminario de Historia y Ficción. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2008. Es autor de los libros La piel muerta, La gente extraña, La hermana falsa, La vida en Trieste, Brama, El abrazo de Cthulhu, No tendrás rostro, Dorada, Miramar y La pampa imposible.


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