La historia es la siguiente: una mujer muere de cáncer, y su marido y su hijo pequeño sufren por su ausencia. El hombre, un matemático que da clases en la universidad, se aleja progresivamente de la realidad, a la que encuentra vacía de sentido desde que murió su esposa. Imaginaos un miope que decidiera un día quitarse las gafas porque lo que busca ya no está ahí fuera, más allá de sí mismo. Lo que busca está dentro de él. O en ninguna parte. Su hijo Thomas, por su lado, se obstina en no perderle. Igual que un crío que rehace una y otra vez el castillo de arena que el mar destruye, Thomas limpia la casa, prepara bocadillos, inventa excusas para justificar por qué su padre no acude a sus compromisos… Lucha como un pequeño titán para que la realidad no se desmorone. Y lo hace vestido con una capa roja y con el rostro oculto tras una máscara de león que le regaló su madre. Pero sólo tiene siete años y finalmente sus tíos descubren el estado en que se encuentra su padre. El hombre ingresa temporalmente en una institución psiquiátrica. Ha perdido a su esposa y su mente se aleja de todo lo demás para intentar agarrarse a eso que ha perdido. Ahora debe decidir de qué quiere despedirse.
Esta es parte de la historia tristísima de Madre, vuelve a casa, un relato con un final desolador y, sin embargo, lleno de ternura. Madre, vuelve a casa no es una apología de la depresión, ni un tratado nihilista sobre el sinsentido de la vida. Es una excelente obra sobre el amor y la ausencia, sobre el frágil sentido de la vida, sobre la muerte antes de la muerte física… Está narrada con un texto sobrio y contundente, donde lo no dicho juega un papel tan importante como lo dicho, y con imágenes que tienen los colores de la duermevela y cuya estética recuerda las ilustraciones de los años setenta.
Madre, vuelve a casa fue elegido por la revista Time como uno de los diez mejores cómics de 2004, año de su publicación en Estados Unidos. Aunque es una historia contada en viñetas, nada tiene que ver con superhéroes en mallas ni animales raros ni fantasía ni ciencia ficción ni con cosas de críos. Paul Hornschemeier, su autor, la denomina cómic alternativo, cómic literario y también novela gráfica. Madre, vuelve a casa es un relato narrado de manera conmovedora e impactante. De una forma deslumbrante. Sin embargo, no ha estado ni estará en las listas de los libros de ficción más vendidos. No será expuesta en las vitrinas de las grandes o de las pequeñas librerías. Ni siquiera en las mesas de novedades. Y, por supuesto, Harold Bloom jamás la incluirá en su canon. Por lo visto la literatura y el cómic siguen caminos distintos y distantes.
¿Literatura? ¿Cómic?
Las clasificaciones, a fuerza de ser rígidas, caen a menudo en el absurdo. Hay historias de ficción que son más reales que otras definidas como no ficción. Hay novelas en prosa que contienen más poesía que obras propiamente poéticas. Hay libros juveniles con más profundidad y ambición que muchos libros para adultos.
También hay negros pálidos y blancos de piel oscura, hombres femeninos y mujeres viriles, niños maduros y adultos infantiles.
Las taxonomías son para los taxidermistas. Para aquellos que trabajan con materia muerta. Pero el arte está vivo. O, al menos, así se ha exigido hasta ahora.
Madre, vuelve a casa, que habla de la muerte, respira con mucho brío. Sus páginas muestran un espacio nuevo a la narración. Un camino poderoso. Fascinante.
Inexplorado
El norteamericano Scott McCloud (Massachussets, 1960) es autor del excelente ensayo Entender el cómic (Astiberri).
En el libro, desarrollado en viñetas, McCloud se pregunta por el significado del cómic, por su relación con la literatura y las bellas artes, por sus posibilidades… Y da respuestas muy útiles. Estas son algunas:
-El pensamiento tradicional sostiene que las verdaderas obras de la pintura y de la literatura sólo son posibles en la medida en que ambas se mantengan a prudente distancia. Palabras e imágenes juntas se consideran en el mejor de los casos un entretenimiento para las masas; en el peor de ellos, un producto de burdo comercialismo.
-El cómic no es un género literario ni un estilo artístico. Ni un mero híbrido del arte del dibujo y de la literatura. Es un arte basado en lo visual (el mundo entero de la iconografía visual) y en el mundo invisible de los símbolos y del idioma.
-Hay un baile silencioso de lo visto y lo no visto, de lo visible y lo invisible, que es exclusivo de los tebeos.
-Donde más evidente resulta el equilibrio entre lo visible y lo invisible es en la unión de dibujos y palabras. La vertiente narrativa del cómic, una de las muchas posibles de este arte, ofrece todo el potencial de las imágenes del cine y de la pintura más la intimidad de la palabra escrita.
-En los cómics buenos, las palabras y los dibujos son como parejas que bailan y que se turnan para llevarse. Cuando ambos conocen a fondo su papel y se respaldan entre sí, el cómic puede competir con cualquier otro medio artístico, por recursos que tenga.
-Esa mezcla de palabras y dibujos es más alquimia que ciencia. Lo que sucede entre las viñetas es una suerte de magia que sólo se da en los cómics.
Scott McCloud termina con un aviso: “¡Hasta el momento sólo hemos visto la punta del iceberg!”.
¿Qué opina sobre esto Paul Hornschemeier, el autor de Madre, vuelve a casa? “Formo parte de un grupo de personas que utilizan el cómic como medio de expresión y se esfuerzan en explorar todas sus posibilidades.”
Hornschemeier aprendió a dibujar antes de saber deletrear su nombre. Luego se graduó en Filosofía y siguió dibujando y escribiendo. Se presentaba a los padres de sus novias como un creador de “cómics literarios”. Siempre se hacía un silencio, momento que él aprovechaba para cambiar de tema.
A veces el silencio se retrasaba un poco y Hornschemeier tenía tiempo para explicar que un autor de cómics es un diseñador: alguien que manipula módulos de información de una forma determinada para comunicar un mensaje, una sensación, una historia. Envalentonado por la atención ajena, Hornschemeier continuaba describiendo el significado de la lectura. Su trabajo como creador era tener en cuenta todos los aspectos de la experiencia de leer: el tacto del papel, el tamaño del libro, el ritmo de la introducción de la historia, el color, el diseño de la página…
El silencio entonces se podía prolongar hasta el final de la cena. Luego venía otra novia. Y él seguía dibujando y escribiendo.
Hornschemeier tiene 27 años y vive en Chicago.
¿Qué puedo decir yo? Ahí fuera hay creadores que seducen a los lectores con un poderoso lenguaje hecho de imágenes y de palabras. Bandidos doblemente armados que cavarán la tumba de los escritores que se confían en lo ya hecho, en lo ya contado, en lo ya explorado. En el engañoso señuelo del mercado. Pero nadie a quien le funcionen los lóbulos frontales confunde lo muerto con lo vivo. Por bueno que sea el taxidermista. O el escritor.
¡Cuidado con Hornschemeier y su pandilla! –