La otra arca de Noé

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La feria extremeña de San Miguel es mercado de ganado y, al mismo tiempo, concurso, exhibición, rodeo, gran bazar, verbena… Pero la feria de San Miguel, que se celebra en Zafra a finales de septiembre desde hace más de un siglo, es mucho más que eso. Es el espacio donde reinan los animales que el viejo Noé catalogó en su arca como impuros: cerdos, vacas, caballos, conejos, liebres, perdices y hasta camellos. Es el mundo al revés, donde los gorrinos exigen invitación para ser vistos por los humanos. Un microcosmos vigilado por el ojo gigantesco de una noria que gira a contrapelo del tiempo: en dirección contraria a las manecillas del reloj.
     Al arca de Noé, además de éste y su familia, subieron animales de cada especie. Pero la nave era pequeña (150 metros de largo, 25 de ancho y quince de alto) y pronto faltó espacio y escaseó el alimento. Corren muchos rumores sobre lo que sucedió en aquel zoo comprimido mientras afuera diluviaba. Hay quien afirma que el arca era, en realidad, una cafetería flotante, y la famosa selección natural de Darwin una tapadera para ocultar el apetito de Noé, su mujer, sus tres hijos y sus tres nueras. Siguiendo esa hipótesis, es posible aventurar qué pudo ocurrir con los animales impuros, es decir, aquellos que por oscuras cuestiones religiosas no podían ser comidos. Una noche La Familia los subió a una balsa y los dejó a la deriva. Así de sencillo.
     Fue la primera patera de la historia. Los náufragos flotaron durante días y noches en aquel desierto de agua. Estaban a punto de fallecer cuando encallaron en un promontorio, que resultó ser parte de Extremadura al retirarse las aguas. Allí, sin el acoso de La Familia, los animales se reprodujeron y crecieron, crecieron, crecieron. ¡Qué especies da la naturaleza cuando el hombre no está cerca! Basta contemplar las criaturas que se muestran en Zafra: cerdos que parecen vacas, vacas que parecen búfalos, toros que parecen elefantes… Unos y otras portan sus genitales como una condecoración: no existen ubres más voluminosas ni testículos… ¿Qué digo testículos? ¡Dios, hay que ver esos cojones!
     El prodigio se puede admirar al natural y en las fotografías que decoran las numerosas naves de la feria de San Miguel. Y eso hacen extasiados miles de visitantes. Ganaderos de toda España acuden con los bolsillos del pantalón abultados por gruesos fajos de billetes sujetos con goma elástica. Recorren la feria como pequeños bulldozers, con esos cuerpos sólidos donde los anchos traseros sirven de punto de encuentro entre las panzas y las piernas cortas y robustas. Miran, calculan y deciden, sin apenas esbozar un gesto en unos rostros que parecen haber sido arrancados de la tierra, como tubérculos. Junto a ellos avanzan sus mujeres con bolsas blancas de plástico donde llevan la comida preparada para no gastar dinero ni perder tiempo, pues tres días pasan volando y hay que cerrar negocios.
     Acaban de contemplar un rodeo y se dirigen presurosos a la nave más bonita del recinto. Verde y pulcra, está vigilada como si fuera el Banco Central Europeo. Aquí residen las estrellas de la feria. Los visitantes tienen prohibida la entrada. Estrictamente prohibida a no ser que lleven invitación. Los guardias no se compadecen: si tienes invitación, adelante; si no tienes, lárgate. Puedes contemplar las avestruces, los toros, las ovejas, los bueyes, los perros, las perdices, los venados… Pero olvídate de los cerdos.
     Con los ganaderos pasan hombres de pelo engominado y camisas de marca, y elegantes mujeres que clavan sus tacones de aguja en la paja esparcida mientras se contonean entre piaras. Sobre el gruñir de los animales y las conversaciones se escucha el tintineo de las copas de vino y el sonido metálico de las bandejas cubiertas de jamón que ofrecen uniformados camareros. Es el club de los pata negra.
     Los cerdos han recorrido un largo camino desde que La Familia presuntamente los expulsara del arca. En Zafra impera una divisa no escrita: “Del cerdo me gustan hasta los andares”. Aquí lo adoran y se lo comen. Una cosa no impide la otra. La pasión amorosa, es sabido, guarda afinidades con el canibalismo. A todas horas y en todos los rincones de la feria se come guarrito frito, manteca colorá, morcilla, oreja de cerdo, careta de cerdo, lomo, jamón… Lo gritan los altavoces: “¡El mejor cerdo con el regusto de nuestra tierra!”. Durante la feria de San Miguel, a las células les crece un rabito enroscado.
     La noria observa sin moverse la Gran Hermandad del Cerdo Ibérico hasta que, al caer la noche, la feria cierra sus puertas. Entonces, entre chispas de colores, su ojo empieza a dar vueltas en sentido contrario al reloj. Porque, durante tres días, el tiempo y el mundo giran al revés en Zafra. Ya lo decía el eurodiputado Juan de Dios Ramírez Heredia, en la flamante caseta gitana del recinto: “El mundo está al revés. En el mundo los gachós se suicidan: se tiran por la ventana, se tiran al río… ¿Y por qué se tiran? Porque ha bajado la Bolsa. ¡Se suicidan porque ha bajado la Bolsa! ¿Os lo imagináis?”. Y los gitanos allí reunidos se reían con tantas ganas que les temblaba el estómago, se les saltaban las lágrimas y se daban palmotadas en las espaldas para no atragantarse con sus carcajadas. ¡La Bolsa, imagínate! ¿No es para partirse de risa?
     Sobre los cielos de la feria vuela un tucán de brillantes colores con el cuerpo relleno de gas. El animal, que arrastra la cuerda que le ataba al Arca de Noé, asciende hasta desaparecer. ~

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