La vacación es al año laboral lo que el sueño a la noche: un descanso, una pausa necesaria. Estamos, hasta aquí, en el margen de lo necesario. ¿Pero qué hay de los objetos que acompañan esta necesidad? Observemos los detalles y no las historias. Las toallas estampadas. Bob Esponja, Taz, el Pato Lucas, que, tienden, en las toallas, a mostrar su faceta de raperos. Toallas de los Pumas, del América, de los equipos de futbol, que provocan, en todo caso, una discusión en silencio contra el que lleva la toalla enrollada como niño héroe. Toallas de paisajes, animales, flores. Las monografías, las aficiones, los dibujos animados elevados a toallas. ¿Dónde nace la inclinación por comprar, guardar, sacar, desdoblar, mojar y extender sobre la arena una toalla estampada? ¿Acaso una toalla blanca recuerda la nube de la vida cotidiana?
Los flotadores. Llantas de colores, orcas inflables, bananas, tablas o puertas que ayudan a nadar. ¿Qué es todo eso? Las cantimploras improvisadas. Botellas de Cocacola que contienen agua de horchata. Si alguna vez se ha corrido con la desgracia de equivocarse al sacar una botella del refrigerador, tomar soya en lugar de agua, por ejemplo, se sabe que esperar un sabor y recibir otro es una sensación poco grata. Los peinados de ocasión. Cientos de trenzas para la dama, ligas de colores que rematan el trabajo artesanal. Los hombres, en la comodidad de las vacaciones, sin las virutas de gel endurecido entre los canales de pelo. Los tatuajes temporales. El nombre del hijo, el sobrino, el padre nuestro en la espalda. Palabras, anclas sentimentales, que, con la humedad y el sudor, se deforman en manchas ilegibles. Las bolsas canguro. Los estéreos. Los bronceadores y los best sellers, que bien utilizados sirven para cubrir la cara del sol.
En estos apacibles días en la ciudad de México, prefiero el repiqueteo de la lluvia contra las ventanas que las olas demasiado ruidosas de la gran familia mexicana. Pero el Scrooge de Dickens y el Grinch de Dr. Seuss son el reverso de la caricatura en contra de otra temporada. Tampoco cabe aquí sentenciar a los objetos vacacionales por ser innecesarios. No, no puedo decir eso cuando una de mis actividades más placenteras consiste en subrayar libros. En las bases, supongo, se necesitan tales o cuales cosas, pero ¿por qué cobran esas formas, esos rasgos? Lo diré con otras palabras. La otra noche fui al cine. Pese a que la sala estaba casi vacía, una mujer se sentó a mi lado. Una mujer muy bella, un Botticelli pero en la butaca de al lado. Desde los anuncios previos a la película noté los rasgos que más tarde explotaron: se reía estruendosamente, toscamente. Una risa masculina. En uno de sus estallidos, observé que mostraba las encías cada vez que reía. Quedó claro: una risa desagradable puede dinamitar la belleza de una mujer, del mismo modo que una toalla estampada puede arruinar la belleza de una playa.
– Brenda Lozano