Qué sola ha de sentirse la luciérnaga
En el suburbio que era campo.
Arde sin nadie entre las casas tristes.
La repudió el enjambre intolerante
Que exige sumisión igual que todos.
No fue cuál fue su error o su pecado.
Acaso las luciérnagas también
Castigan sin piedad a las insumisas
Y les cortan la luz y el aire.
Tal vez la usó la tribu como chivo expiatorio.
Murmuradas las culpas a su oído,
La enviaron a perderse en el desierto
Para morir por la vileza de otras.
En la altura contrasta su brillantez
Con esos fuegos fatuos tan rastreros
Que hacen teatro de espectros en la noche
Y nos llenan de miedo.
No es verde de esperanza el mal color
De la pobre luciérnaga extraviada.
Su vuelo dice adiós a todo aquello
Que acaba de morir en este instante.~