El mal tiempo que había venido atravesando la Feria Internacional del Libro de Guadalajara desde el anuncio de la concesión del Premio FIL de este año a Alfredo Bryce Echenique, plagiario contumaz que tranquilamente recibió en su cuenta bancaria los 150 mil dólares y en su domicilio de Lima el diploma correspondientes, empezó a amainar cuando quedó claro que los cuestionamientos y los reproches (al jurado, a la organización del premio, a la feria misma y a la universidad pública que la sostiene) no pasarían de eso: ningún conspicuo autor de cuantos protestaron llegó al extremo de cancelar su participación en la FIL, ninguno de los patrocinadores se retiró —y ni siquiera llegaron a extrañarse de lo que sucedía: será cosa de literatos, se habrán dicho— y tampoco ninguna instancia gubernamental de las que intervienen en el encuentro librero, empezando por el Conaculta, llamó a cuentas a nadie —aunque puede que a ningún medio se le haya ocurrido interrogar a los titulares de esas instancias; ojo, amigos reporteros: ahora que entregue el changarro, ¿alguien querría ir con Consuelo Sáizar y preguntarle qué pensó de todo este asunto?
El temporal, que los organizadores de la feria atinaron a capear mediante la eficaz estrategia de restarle importancia, terminó por convertirse en una llovizna insignificante de críticas que ya habían quedado por completo apagadas hoy, cuando la ceremonia inaugural de la FIL transcurrió sin ninguna mención del asunto —y sin el discurso que era tradición que pronunciara el ganador del Premio FIL desde que nació como Premio Juan Rulfo. Cuando mucho, el acto estuvo anegado precisamente por esa omisión (no tan ominosa como habría podido pensarse), y en ese lodito entró chapoteando nada menos que Carlos Fuentes, que vino al rescate. Habrá sido, quizás, que la organización de la feria juzgó indispensable preservar el espíritu literario que supuestamente privilegia en su carácter de festival cultural (y del que la entrega del Premio FIL era el gesto más significativo); habrá sido porque se buscó borrar definitivamente la atención que llegó a concitar el tema fastidioso y vergonzoso mediante la recordación de Fuentes, e inhibir cualquier posible rebrote de inconformidad: el caso es que Raúl Padilla, el presidente de la feria, no sólo hizo anunció el profuso homenaje que se rendirá al novelista muerto este año (y «gran amigo» de la feria, como es imperativo repetir), sino que además se lanzó a una evocación muy llegadora —tan emocionante se la escribieron que alcanzó a quebrársele la voz cuando la leía—, seguida de un video donde se pudo ver a Fuentes de bebé, de viejito, bailando, parado junto al Calendario Azteca, agradeciendo ovaciones, saludando al Rey, de muchachón galanazo, etcétera. El público, claro, aplaudía y aplaudía, y ni quién se acordara de Bryce Echenique: ¡misión cumplida!
El homenaje a Fuentes incluye la institución de una medalla que se entregará al escritor que cada año abra el Salón Literario de la FIL, y comprende la realización de varias mesas con numerosas «personalidades» convocadas para hacer el elogio prolijo y reiterativo al que tanto la feria como la Universidad de Guadalajara se sienten obligadas por los favores que el difunto hizo a ambas: venir a menudo a una u otra, por ejemplo, o donar el monto de su beca como creador emérito del Sistema Nacional de Creadores Artísticos para que, sumado al monto de la beca de Gabriel García Márquez, se mantenga la Cátedra Julio Cortázar. Pero no es la primera vez que aquí se le dispensan honores y agradecimientos: ya en 2008, en ocasión de que Fuentes cumpliera 80 años (a la FIL le encantan los octogenarios: el turno ahora es de la llamada «Elenita» Poniatowska), también hubo maratón de homenajes, y hasta llegó a producirse la ópera Santa Anna, cuyo libreto el señor tuvo el antojo de escribir (a la FIL y a la UdeG les encanta también festejar a sus consentidos con óperas: este año le toca a Fernando del Paso, con La emperatriz de la mentira, basada en Noticias del Imperio).
A falta de ganadores del Nobel este año (alguna vez llegó a sentar en la mesa inaugural a Nadine Gordimer, José Saramago, García Márquez y al eterno suspirante Fuentes), la FIL tiene como figura estelar al novelista Jonathan Franzen, quien, además de abrir el Salón Literario, y ser el primero en llevarse la medalla ya dicha, tiene a su cargo una de las actividades más importantes en las que participaban los ganadores del Premio FIL: un encuentro con mil jóvenes. (Hubo, por cierto, un puñado de estudiantes que se manifestaron mientras el contingente de funcionarios hacía el recorrido inaugural por el recinto ferial, luciendo camisetas con leyendas sarcásticas acerca de Bryce Echenique y su hábito de apropiarse de textos ajenos; pero la estrategia fue la misma: ignorarlos). Aparte de Franzen, el cariz sideral que a la feria le gusta tener se verá principalmente nutrido por algunas de las figuras más relevantes del invitado de honor, Chile: Jorge Edwards, Antonio Skármeta, Alejandro Jodorowsky, entre los más visibles integrantes de una delegación numerosa en la que también destacan, aunque seguramente no atestarán salones, Óscar Hahn, Damiela Eltit, Raúl Zurita, Pedro Lemebel, Alberto Fuguet, Alejandro Zambra, etcétera. Y es entre los chilenos donde seguramente se podrá encontrar lo más atractivo de un programa en el que compiten los habituales de la feria (sobre todo mexicanos) con los desconocidos (de muy diversas nacionalidades: galeses, vascos, ecuatorianos, brasileños, croatas, quebequenses…).
Por lo demás, prácticamente hay lo mismo que en los últimos años, y donde mismo: el espacio de Expo Guadalajara ocupado en toda su enormidad por los stands de las editoriales en los que el visitante promedio, según una encuesta publicada por el diario Mural, planea gastarse 889.64 pesos a lo largo de estos nueve días en que la feria prevé recibir 700 mil personas. Las cifras de la FIL se agrandan cada año: más títulos en exhibición, mayor volumen de transacciones, más gente que acude. Pero eso no necesariamente significa que crezca, particularmente en lo tocante a su pretensión de ser una fiesta de la cultura; más bien, da la impresión de haberse aposentado hace un buen rato en el éxito que ha supuesto su funcionamiento como insoslayable centro de negocios para el mundo editorial iberoamericano, que es lo que más le importa ser. Ya lo demás viene por añadidura. Y es que, además, en su operación y en su renuencia a proponerse nuevos horizontes, prevalece el hecho de que la feria se halla bastante satisfecha consigo misma, y se tiene como difícilmente objetable por parte del público —aun cuando sea público el dinero de la universidad pública que la hace posible—: la gente quiere a la FIL, año con año la llena, ergo la FIL va muy bien. Y nada la amenaza en serio. Para Raúl Padilla, quien a lo largo de más de dos décadas como hombre fuerte de la Universidad de Guadalajara, y como uno de los actores políticos más influyentes de Jalisco, ha demostrado ser insumergible, el caso Bryce Echenique no fue más que una borrasquita pasajera; él y los equipos a su mando ya pueden estar de lo más tranquilos: la FIL navega plácidamente.