La re-construcción de la realidad

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La noche del jueves pasado se inauguró la exposición “Nationalgalerie”, la primera gran presentación a público germano del trabajo del artista muniqués Thomas Demand (1964), impacientemente esperada tras los éxitos en el MoMA (2005) y la Serpentine Gallery, de Londres (2006). La exhibición viene como anillo al dedo este año –según esto, por mera casualidad–, en que los alemanes recuerdan el septuagésimo aniversario del inicio de la II Guerra Mundial, el sexagésimo aniversario de la fundación de la República Federal Alemana y veinte años de la caída del Muro. En dicha coyuntura, una pizca de arte político no parece venir nada mal, sobre todo si se trata de un ahondar en los recovecos de la memoria colectiva. Para ello, el más idóneo es Thomas Demand.

Su obra es compleja y está emparentada con otros artistas contemporáneos. A vuelo de pájaro, cuatro nombres: James Casebere (1953) fotografía espacios vacíos y desnudos, donde los únicos protagonistas son la luz, la textura de la arquitectura y eventualmente una ligera inundación cuyas reflexiones introducen una tergiversación; Laurie Simmons (1949) genera situaciones irreales con maquetas, modelos y muñecos, que sugieren un mundo fantástico como posible explicación del presente; David Levinthal (1949) trabaja también con muñequitos para montar escenarios, que más tarde fotografía; Lois Renner (1961) es un pintor que fotografía los lienzos en el contexto de su propio taller.

Demand se educó como escultor en Düsseldorf bajo la supervisión de Fritz Schwegler. Sería impreciso decir que trabaje sólo como escultor, pues hay que decodificarlo poco a poco. Como Casebere, también fotografía espacios desnudos; como Simmons, también trabaja con maquetas y modelos; como Levinthal, también monta escenarios antes de fotografiarlos; como Renner, tan sólo muestra las fotos de su trabajo previo.

Demand opera, pues, a diferentes niveles. Busca primeramente fotografías en periódicos y revistas que hayan tenido resonancia pública. Por ejemplo, la foto del político Uwe Barschel, muerto en la tina de un hotel, noticia que conmocionó en 1987 a Alemania Occidental. Después, reconstruye el escenario, en tamaño real, con papel y cartón, pero prescinde necesariamente de las personas y de todo signo de comunicación escrita. Antes de destruir los modelos, los fotografía con una cámara de película. Finalmente, revela los rollos, también en tamaño real.

Quien se detenga frente a una de esas fotografías experimenta una sensación de vacío, de un mensaje tácito o supuesto en un lugar previamente conocido al que le falta algo. El personaje no es la persona ausente sino el lugar desnudo y que luce una artificialidad triplicada, que recuerda a Platón. Según él, este mundo es una copia malhecha de un mundo idóneo. Por eso condenaba a los artistas plásticos por duplicar la imperfección al rehacer las cosas de alrededor.

Demand, por su parte, piensa que “la verdad es siempre una narración no exenta de errores de traducción”. Sabe bien que las fotografías dejaron de ser –hace mucho, si es que alguna vez lo fueron– testigos fidedignos de la realidad. Demand se interesa por ese atisbo de error o de irrealidad, que recrea de la manera más fidedigna posible, bajo ciertas reglas. Platón estaría aterrado.

Para entender a Demand deben conocerse las historias detrás de las fotografías. Para entenderlo cabalmente, es casi condición haber vivido en Alemania los últimos 20 años. Éste es un arte local, nacional, que interpela a la memoria colectiva e incide en ella con un reclamo. Así se presenta el arte (oficial) alemán a 20 años de la caída del Muro: una mirada lasciva sobre el propio pasado, incapaz de proyectar algo hacia el futuro, con-centrada en sí. Un examen de consciencia a partir de una realidad meticulosamente re-construida.

Para nosotros, no alemanes, el atractivo de la exposición “Nationalgalerie” –y en realidad, su gran acierto– consiste en que la obra de Demand refleja el espíritu alemán con toda fidelidad. Ésa sí es mera casualidad, pues los ellos no parecen darse cuenta.

– Enrique G de la G

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Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.


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