Fotos de Manuel Álvarez Bravo

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HAY TIEMPO

Por Aurelio Asiain

¿Cuántas fotografías ha tomado Manuel Álvarez Bravo? Más de un millón, si contamos los negativos que guarda su archivo; muchas menos, si nos limitamos a las imágenes reveladas. En rigor, así debemos hacerlo, pues el ojo del fotógrafo no se revela en el instante en que el dedo acciona el obturador, sino en la lentitud de ese cuarto oscuro en el que un letrero advierte, bajo el foco rojo: Hay tiempo.
     Esa frase que Álvarez Bravo fijó bajo la luz discreta para tenerla presente mientras trabaja en la sombra es, como muchas de sus fotografías, tan simple como enigmática.

Dice algo evidente y, evidentemente, dice algo más. No se puede leerla sin releerla, no se puede entenderla de una sola vez: la frase hay tiempo significa que hay más tiempo, que hay otro tiempo. Un instante es siempre un instante, pero puede tener más o menos densidad, más o menos espesor, más o menos tiempo.

Lo que parece una admonición, un llamado a la paciencia, es también la afirmación de un absoluto: siempre hay tiempo, incluso en una instantánea, y quien quisiera detenerlo con una cámara estaría literalmente errando el tiro.

No se trata, entonces, de detenerlo, sino de hacerlo visible plenamente. El tiempo es el verdadero tema del fotógrafo y su materia de trabajo; la luz no es sino el instrumento en que se revela.
     Los fotógrafos de feria se cubren la cabeza con una tela negra para situarse tras la mirilla; pero todos trabajan en la sombra. Luego de disparar una y otra vez, seguro de haber visto algo, el fotógrafo descarta rollos enteros de película en los que no encuentra una sola imagen que lo reclame como suya. Pero cuando una lo llama, ¿qué es lo que ha reconocido ahí como propio? Estoy seguro de que, en la mayoría de los casos, él mismo no sabría decirlo.

Y el resto de los espectadores, si distinguen a un fotógrafo de otro, ¿cómo lo hacen?
     Al hacer la pregunta anterior estoy descartando, desde luego, a quienes manipulan como escenógrafos o maquillistas sus objetivos o sus resultados, lo mismo que a los que se sitúan en un punto de vista extravagante o desmesurado y, en fin, a aquellos que o no se interesan sino en algunos temas o quieren servir a ciertas ideas.

La fama de un artista descansa siempre, ya lo sabemos, en un equívoco. Cervantes quería ser recordado por el Persiles, que hoy nadie lee; asociamos a Rulfo con la literatura indigenista, pero su mundo es mestizo.

El caso de Manuel Álvarez Bravo no es distinto: un estrecho nacionalismo, más o menos folclórico; una especie de realismo mágico avant la lettre; una voluntad testimonial y un espíritu de denuncia suelen adjudicársele a una obra en que la aspiración clásica y el equilibrio de la composición son mucho más determinantes, y en la cual la frecuentación de la música y la literatura han dejado huellas mucho más hondas que las simpatías políticas o la adhesión a una u otra escuela estética.
     Las fotografías más conocidas de Álvarez Bravo son, si no me equivoco, La buena fama durmiendo y Obrero en huelga asesinado.

Dos imágenes, en efecto, espléndidas, pero fácilmente susceptibles de una mala lectura: la primera, como fiel a los postulados del surrealismo; la segunda, como obediente a un propósito de denuncia social. No son, sin embargo, esas lecturas las más inteligentes, y estamos ante unartista al cual lo seducen lo mismo un vasto paisaje desolado que la grieta de un muro, una estatua que un grupo humano, un rostro extraordinario que un objeto cotidiano, una escena significativa que un acontecimiento mudo, y al que la teatralidad y el énfasis le repugnan naturalmente como formas de la impostura.

Veamos las fotografías de estas páginas.

En la primera, un hombre sostiene un telar; ¿qué es lo que ocurre ahí? Un juego de triángulos, de perspectivas y puntos de fuga en que, por un instante, se ordena el mundo. En la segunda, una diagonal divide verticalmente la escena en dos figuras circulares. Esa diagonal, en las dos siguientes, es horizontal y divide las formas que se elevan de las sombras que se derraman. Ante todas las de la serie podría decirse, citando el verso de Jorge Guillén: El mundo está bien hecho.
     Pero quedarse en esa exclamación sería ingenuo. Las fotos de Álvarez Bravo no son una mera alabanza del orden. Hay en ellas, siempre, una sonrisa irónica: la luz dibuja en este instante una geometría de sombras, que caen sobre un paisaje erosionado; sobre la efímera hoja de periódico que anuncia MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN, una flor y una hoja de maíz, menos duraderas que el papel entintado, construyen una imagen perdurable; entre desnudas paredes de cemento, las piezas de una maquinaria, alineadas como un ejército, parecen esperar una orden; ante un árbol que, con un muro inmutable como fondo, parece clamar elevando las ramas despojadas al cielo, un hombre se cruza de brazos.
     Una sonrisa irónica, dije: el artista nos muestra unas instantáneas, unas fotos fijas, y lo que vemos en ellas es el tiempo que corre.

Mira: todo se ordena: todo fluye. –

 

 

 

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