Uno de los mandamientos del fútbol ordena que lo que suceda en un vestuario, sobre todo las broncas, nunca debe hacerse público. Como si se tratara de una secta, el secretismo ha de imperar en los equipos. Y son los periodistas los pecadores por obligación, los que asumen una tarea que los emparenta con los cronistas de la prensa rosa. Interpretan silencios, dan versiones estrambóticas de rabietas y señalan a fuentes anónimas para otorgar veracidad a su relato. Es la corriente a la que se ha sumado el periodista Diego Torres con Prepárense para perder (Ediciones B 2013), que cubre las temporadas durante las que José Mourinho ocupó el banquillo del Real Madrid. Gran parte del libro corresponde a la crónica de los partidos que Torres publicó en las páginas de deportes de El País. En su intento por inmortalizar aquella época como un periodo nefasto, el autor construye un relato épico a favor de los jugadores, con imágenes bíblicas que buscan ridiculizar al técnico, y no duda en usar epígrafes extraídos de obras clásicas de la literatura y de best sellers de dirección de empresas con un fin dudoso: nunca se sabe si es para vestir el libro con una camiseta de corte intelectual o para parodiar el discurso motivador de un entrenador sin idea de cómo hacer la alineación de uno de los equipos más ricos del mundo.
La industria tradicional es menos sensible a la mitología que puebla la mente de los consumidores de fútbol. La conquista de la Liga de Campeones ante el Bayern coronó a Mourinho con otro título, pero, más importante aún, le confirió un fulgor mágico entre muchos madridistas. La sensación de que por fin habían dado con el patriarca autoritario en tiempos difíciles. Alguien que abriría las aguas del Mar Rojo. ¿Hay algo más ilusionante que una hermosa superstición?
Si bien la prosa y algunas ideas de Torres lo elevan sobre el promedio de autores que han empezado a fabricar biografías instantáneas de futbolistas consagrados o recién llegados a un equipo de primera línea, lo que más resalta es su empeño por darle un carácter bélico a sus palabras. La escritura como ajuste de cuentas, esa es la premisa. Si lee, ¿se habrá enterado su objetivo Mourinho?
La premisa no se repite en la mayoría de publicaciones que han llegado por goleada a las mesas de novedades de las librerías. Un país campeón mundial de fútbol necesita narradores de su gloria. Primero fueron los libros que recopilaban como agendas los datos de la hazañas de la selección española. Luego, siempre a manera de celebración, pero con una hechura distinta, alejada del aire de publicación institucional de aquellos, surgieron iniciativas como la de Libros del K.O., que editó una pequeña colección escrita por Enric González, el periodista musical Julio Ruiz, Antonio Luque (Sr. Chinarro), entre otros convocados para dar rienda suelta a un ejercicio emotivo sobre los orígenes de su vocación como hinchas de distintos equipos españoles. El resultado es irregular, pero cada libro es una confesión que más allá de sus virtudes literarias, genera complicidad y atrapa incluso a un lector fiel al rival eterno.
Otros son los libros que surgen como investigaciones periodísticas que tratan de explicar el negocio más redondo de los últimos tiempos. Juan Pablo Meneses, periodista chileno que practica su oficio desde las entrañas de sus personajes, asumió en Niños futbolistas (Blackie Books, 2013) la tarea de revelar el universo de los niños que sueñan con ser, siquiera, los próximos suplentes de Messi. Con un estilo directo que parece evitar cualquier tropo literario, Meneses se convierte en un aprendiz de agente buscando un crack infantil para venderlo en Europa, destino de miles de ilusos que han terminando sus días pateando piedras en las calles de las capitales más importantes. Y viaja por varios países sudamericanos durante una búsqueda que lo lleva a reunir anécdotas sobre los inicios de Messi y a esbozar un perfil del personaje más nocivo para un niño: el padre fanático que no perdona que su hijo falle una sola jugada.
Meneses muestra un fútbol que ha perdido la inocencia. Los clubes de barrio se han transformado en las pymes de la FIFA y todos los niños que demuestran talento hasta para amarrarse las botas cuentan con un agente. La historia no es nueva para quienes consumen la prensa deportiva y conocen la biografía más común de los futbolistas latinos contratados por equipo europeos. Entonces, ¿qué aporta esta investigación aparte de recordarnos todo el rato el método empleado? Lejos queda el recuerdo de su Equipaje de mano, una estupenda selección de crónicas con momentos tan profundos y emotivos como la historia de los corredores keniatas.
Más difícil parece haberlo tenido Leonardo Faccio con su biografía de Messi (Debate, 2011). ¿Es posible hacer hablar a una bota de fútbol? El perfil que traza el periodista argentino muestra a un crack que solo es capaz de existir dentro de un campo de fútbol. Fuera, Messi se aburre. Creador de jugadas complejas que necesitan la cámara lenta para entenderlas un minuto más tarde desde todos los ángulos posibles, el argentino es incapaz de disfrutar las series de televisión que despiertan fans alrededor del mundo por culpa de su complejidad. La ironía quizás encuentra su explicación en el hecho de que Messi goza solo si es el protagonista, no por una cuestión de ego, el genio es ajeno al resto del mundo como un autista que pinta obras de arte. Faccio consigue acercarse al diez del Barcelona en una de esas entrevistas mínimas que conceden las estrellas de la publicidad, pero es más lo que el lector llegará saber del ídolo gracias a sus amigos y familiares. La ecuación de la fama dice que, cuantos más focos alumbren a los Messis del fútbol y otras artes, más oscuras serán sus biografías.
El último equipo de libros sobre fútbol lo conforman los testimonios de los hinchas, esos salvajes felices que no temen confesar intimidades y cuya existencia rueda en vez de caminar. Boquita de Martín Caparrós es la historia de Boca Juniors y a su vez la del autor, como Alta fidelidad de Nick Hornby es el mayor canto de fidelidad que se haya entonado jamás hacia una camiseta y Dios es redondo de Juan Villoro transforma la gramática de las patadas en un tratado de filosofía. Faltan metros para hablar de Adiós al fútbol de Valerio Magrelli, La vida es un balón redondo de Vladimir Dimitijevic o la tristísima Una vida demasiado corta de Ronald Reng, confiando además en que alguien se anime a traducir Brilliant Orange de David Winner, la explicación de un país y del fútbol moderno. En la España post-Sudáfrica 2010 y pre-Brasil 2014 parece que se lee más fútbol de lo que se grita en las gradas. Mientras se enfrentaron, Mourinho y Guardiola procrearon sin querer hijos bastardos en las editoriales enfocadas en el sector empresarial. Esperemos que el balón y sus dueños en las calles no olviden que el origen siempre será ese disparo certero contra el cristal de una casa vecina. ~