La mujer de minifalda no me mira cuando nos cruzamos en las escaleras por las noches. Cuando vuelvo de mi trabajo, ahรญ mismo en el Centro Histรณrico, y ella parece salir a empezar el suyo, me sale un “Buenas noches” con cierta vergรผenza por habitar su territorio. Subo las escaleras escuchando sus tacones acercarse a la puerta, que abre a la esquina de Allende con Cuba. Nosotros nos mudamos hace apenas un mes y lo sabemos: somos un par de gentris, como se dice en casi cualquier lugar donde tambiรฉn se habla hasta el cansancio de gentrificaciรณn.
Sin querer queriendo, somos cรญnicos cรณmplices de la desigualdad. Para mรญ, no es la primera vez, no es una culpa desconocida. Cuando lleguรฉ a Bushwick, un barrio entonces industrial de Brooklyn, en el 2010, era un รกrea familiar de inmigrantes mexicanos y dominicanos que vivรญan en casas que nosotros invadimos poco a poco creando una comunidad aspiracional. Con el tiempo se abrieron cafรฉs, librerรญas, pequeรฑos supermercados, restaurantes, las aceras se pintaron e incluso se designaron carriles para bicicletas. Cada aรฑo, el precio de la renta subiรณ y subirรก hasta que no pueda costearse. El grupo de amigos con el que vivรญa, entonces, muy pronto se va a dispersar. Yo regresรฉ a Mรฉxico.
Para los habitantes originales de Bushwick, ser tambiรฉn inmigrante latinoamericana, malabarear dos culturas, extraรฑar otro paรญs, mรกs o menos compensaba ser parte de una plaga que los desplaza. Un mecanismo neoliberal en el que los hijos de quienes hace unos veinte o treinta aรฑos hicieron lo mismo en otro espacio hasta convertirlo en impagable, reemplazan antiguos residentes.
Ahora, caminando al trabajo por las maรฑanas, me detengo en un puesto de jugos a una calle de la casa, todavรญa en el punto ciego de las guรญas turรญsticas. La joven tatuada que lo atiende me llamรณ “gรผerita” la primera vez . “Pero yo no soy gรผerita”, le respondรญ con una sonrisa tรญmida. “Bueno, ¿fresita?”, replicรณ, entre la burla y el cortejo, sin dejar de exprimir naranjas –la calidez mexicana tiene muchas posibilidades–. No supe cรณmo reaccionar. Apurรฉ un “Pues sรญ, caray”. Y tal vez asรญ, desde aquel dรญa, empezamos a negociar mi inmersiรณn en su barrio.
Ciudad de Mรฉxico